6 de marzo de 2023

FACHADISMO, MENTIRAS Y BELLEZA VACÍA

En un tiempo de mascaradas, donde la imagen del cangrejo ermitaño se ha convertido en totémica, cambiamos de carcasa sin los complejos que tuvieron generaciones anteriores. En la época de los implantes de silicona y de las liposucciones, el conflicto entre la apariencia de las cosas y su real contenido ha sido anestesiado hasta que ha dejado de doler. Cuando el filtro de una red social es capaz de cambiar nuestro aspecto, engordar nuestros labios, pixelar las patas de gallo y devolvernos la imagen de una lozanía que nunca tuvimos, no es de extrañar que suceda lo mismo en otros ámbitos de la vida.

Mientras la cirugía, las estanterías de autoayuda y los gimnasios hacen su agosto, la arquitectura, que tiende a resistirse a los cambios, inevitablemente acaba imbuida por los signos de los tiempos. Aunque en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, esta vieja disciplina había tratado con la realidad de la apariencia hueca (o prestada) desde mucho antes. Ese debate, de hecho, llegó a constituirse en un fenómeno con nombre propio: fachadismo. Se aludía con ello a la obscena rehabilitación de un edificio en la que solo se conservaba el caparazón, vaciando el interior de su uso y su forma. El desprecio gremial hacia el fachadismo fue, ante todo, de orden moral. Era considerada una práctica indecente y puramente posmoderna porque demolía la coherencia de la forma. Aunque fuese, en realidad, su epígono. En su extremo, resultaba más brutal que el brutalismo y más minimalista que el minimalismo.

Gracias a este fenómeno, ciudades enteras conservaron el aspecto de sus calles y plazas mientras que de ventanas adentro, tuvieron aire acondicionado y espacios libres de muros. Las normativas protegían las fachadas mientras que los inversores podían rentabilizar su negocio inmobiliario sin tener que dar explicaciones formales al vecindario sobre el aspecto de la nueva edificación…

Sin embargo a menudo se olvida que el fachadismo, todo fachadismo, tiene su reverso. Un reverso que parece estar libre de conflictos y que se aproxima al mundo actual de las redes, los trasplantes de pelo y las cirugías de doble mentón. El cambio de la carcasa puede actualizar el interior y dotarlo de nueva vida. Las sucesivas fachadas adosadas sin fin a las catedrales románicas, góticas y renacentistas, el Pallazo della Ragione en Vicenza, de Andrea Palladio y los esfuerzos sucesivos por adosar una fachada a San Petronio en Bolonia, la basílica de Santa Justina en Padua, o la de San Lorenzo, en Florencia, acuden a la mente para ejemplificar otra forma de fachadismo, paradójicamente, menos vilipendiada...

Hoy que el fachadismo se ha extendido a todos los ámbitos de la vida, conviene no olvidar que es un fenómeno llamado a pervivir. El darwinismo arquitectónico no existe. Porque en la arquitectura, como en la ciudad, como en las redes sociales, todo es artificial.  Precisamente porque lo artificial es lo propio del ser humano.

In a time of masquerades, where the image of the hermit crab has become totemic, we change our shells without the self-consciousness of previous generations. In the age of silicone implants and liposuctions, the conflict between appearance and reality has been numbed until it no longer hurts. When a social media filter can alter our looks, plump up our lips, blur away crow's feet, and return an image of youthfulness we never had, it's no surprise that similar phenomena happen in other areas of life.

While plastic surgery, self-help books, and gyms make a killing, architecture, which tends to resist change, inevitably ends up imbued with the signs of the times. However, in this case, and without setting a precedent, this ancient discipline had already dealt with the reality of empty or borrowed appearances long ago. That debate, in fact, became a phenomenon with its own name: façadism. It referred to the obscene restoration of a building in which only the outer shell was preserved, while the interior was emptied of its function and form. The guild's disdain for façadism was primarily moral. It was considered an indecent and purely postmodern practice because it demolished the coherence of form. Although it was, in reality, its epigone. At its extreme, it was more brutal than brutalism and more minimalist than minimalism.

Thanks to this phenomenon, entire cities retained the look of their streets and squares while indoors, they had air conditioning and spaces free of walls. Regulations protected the facades while investors could profit from their real estate business without having to give formal explanations to the neighborhood about the appearance of the new building...

However, it is often forgotten that façadism, all façadism, has its reverse. A reverse that seems free of conflicts and approaches the current world of social networks, hair transplants, and double chin surgeries. Changing the shell can update the interior and give it new life. The successive facades attached endlessly to Romanesque, Gothic, and Renaissance cathedrals, Andrea Palladio's Pallazo della Ragione in Vicenza, and the successive efforts to add a facade to San Petronio in Bologna, the Basilica of Santa Justina in Padua, or San Lorenzo in Florence come to mind to exemplify another form of façadism, paradoxically, less vilified...

Now that façadism has spread to all areas of life, it is worth remembering that it is a phenomenon destined to survive. Architectural Darwinism does not exist. Because in architecture, as in the city, as in social networks, everything is artificial. Precisely, because the artificial is characteristic of the human being.

27 de febrero de 2023

LA MUERTE DE LA CIUDAD COMIENZA CON LA RUINA DE SUS EDIFICIOS

La muerte de la ciudad comienza con la ruina de sus edificios. La lenta carcoma del abandono, la dejación del deber de habitar, repercute en la ciudad y pudre poco a poco la vida de sus calles y plazas. Cada edificio abandonado es una profecía sobre el destino urbano. Una noche de cristales rotos refleja la completa podredumbre moral de un país. De diferentes modos, en silencio o precipitadamente, se comienza atacando la arquitectura. Luego van las personas. Más tarde solo queda la sombra de la ciudad. Tal vez su nombre. 
A menudo se olvida que cada obra, precisamente por sus secretos lazos de continuidad con el conjunto de la ciudad, es una caja de caudales del tiempo, de la memoria y de la vida de quienes la habitan. De la pervivencia de este pabellón de hexágonos depende, aunque sea en parte, el destino de Madrid mismo. En él se conserva, misteriosamente, el pasado rural de una España perdida y hoy desocupada tanto como el puro ingenio de una inimitable generación de arquitectos. Por mucho que suene a apocalipsis barato, si se destruye esa memoria se destruye la frágil densidad del ser humano, empezando por su dimensión histórica y siguiendo por la social. La desaparición del hombre es más la desaparición de la ciudad que la desaparición de la naturaleza, decía Italo Calvino. En la presión de la urgencia por mantener en pie una simple obra, late nuestra propia supervivencia.

* El presente texto ha formado parte de la exposición presentada en ARCO 2023 por el COAM, Imagen cortesía de Luis Asín

20 de febrero de 2023

¿PARA QUÉ SIRVE LA ARQUITECTURA?


La pregunta, ya, ni ofende. Y la respuesta inmediata de muchos desencantados será "para nada". "Mi fe en la literatura", citaba Antoine Compagnon, "consiste en saber que hay cosas que solo la literatura, con sus medios específicos, puede dar". Tal vez el listón que Compagnon ponía tan alto para su campo no sirva hoy para la arquitectura, que ha visto reducida su capacidad de acción y emoción sobre la psique humana de manera drástica. 
A pesar de los cientos de miles de estudiantes que cursan en la actualidad esta vieja disciplina por todo el mundo, de los cientos de publicaciones especializadas y de la creciente publicidad que obtiene de inmediato la obra más diminuta erigida en el rincón más recóndito del orbe, la fractura ente la sociedad y el lenguaje extremadamente codificado de la arquitectura es palpable. Nadie, ni a pie de calle ni en el más selecto cenáculo universitario de otra disciplina, es capaz de desentrañar el intrincado lenguaje del hormigón y el acero. Ni el más reputado neurólogo, astrofísico, parasitólogo, antropólogo o comentarista deportivo, entienden ni un ápice la sintaxis contenida en el más simple peldaño de una escalera. En este contexto, el inagotado adiós de la arquitectura se repite cada año con el tono de unas exequias de alguien que sin embargo no acaba de desaparecer.
Al contrario que sucede con la industria de la construcción, que cuanto menos sirve para la especulación inmobiliaria y la marcha general de la economía, la única conclusión evidente y honesta respecto a la arquitectura es que no sirve para nada. O, si se quiere, que vale para lo mismo que la música, la literatura o la filosofía. Sin embargo, y a pesar de su aparente inutilidad, sin la arquitectura se priva al ser humano de unos anteojos para ver el mundo fuera del puro ámbito de la ciencia y la economía. Sin la arquitectura somos bestias sin rumbo ni origen, o lo que es peor, máquinas sin alma. 
La arquitectura sirve para poco si solo es para resguardarnos de la naturaleza. Su fuerza está en su capacidad de oponerse a la prisa, en su "finalidad sin fin", en su capacidad de restaurar la fe en la forma del mundo, (en concreto en su forma precisa y adecuada) y en brindar una civilizada continuidad entre sus partes. El arquitecto tiene pues la responsabilidad de hacernos ver que en el mundo hay una lógica, por mucho que a su alrededor, todo parezca a punto del colapso. Porque la arquitectura resiste la estupidez no con la vileza de la fuerza bruta, sino de un modo mucho más sutil y obstinado. Frente a la imbecilidad, nos emancipa y nos hace más sensibles porque nos brinda un escenario donde serlo. Solo sirve, llana y simplemente, para ser humanos. Para ser mejores. Su resistente silencio, su fondo observante, nos salvaguarda.

13 de febrero de 2023

UN RECTÁNGULO EN EL DESIERTO


Hay que proteger a toda costa lo que queda de verde en mitad del desierto. Cada oasis es sagrado. Por ello parece necesario construir una barricada alrededor para resguardar la vida del inhóspito clima que barre el exterior y lo arrasa. Solo así parece justificado el esfuerzo por construir un rectángulo hondo en medio del indiferenciado polvo del desierto. Por supuesto, no se trata de la construcción de un fortín. Sus muros no son altos y tiene cuatro modestas puertas en sus cuatro puntos cardinales como muestra de una sutil invitación al viajero. Venga de donde venga.
La protección de un oasis parece un argumento de peso para erigir un recinto a su alrededor. Pero se me ocurre otra hipótesis mejor. Resulta más hermoso, y por tanto más cierto, especular con que ese rectángulo no se erigió para cuidar un lugar, sino que los acontecimientos se produjeron precisamente al revés. Primero fue la inexplicable construcción de ese recinto, luego surgieron las sombras y su verdor interior. Primero fue el resguardo, y luego asomó la vida. Primero fue el deportivo esfuerzo de la geometría en medio de la arena infinita, luego vino la gratitud del lugar hacia ese generoso atrevimiento. El orden mágico de los acontecimientos aparentemente no cambia el resultado, pero los motivos de fondo resignifican todo...

6 de febrero de 2023

LA HUELLA DEL LUGAR


Los persas observaron que no hay dos dedos iguales. En Babilonia estampar una mano en tinta servía para significar el compromiso de una persona de modo más eficaz que la engañosa firma. Trascurrieron siglos hasta que huellas dactilares se convirtieron en una prueba forense. Más que un trazo, la huella relaciona el cuerpo con el profundo contenido significante del papel. No fue hasta el siglo XIX cuando un juez británico descubrió lo irrepetible de esas espirales de piel y comenzaron a convertirse en una prueba fehaciente de la identidad de una persona. Hoy posar un dedo ante un teléfono para desbloquear sus entrañas, para acceder a nuestro portal, ordenador o coche se ha vuelto un hábito invisible. Esos laberintos plegados y replegados nos retratan mejor que nuestra cara o los números de una cuenta bancaria. Su condición inimitable las mantiene como irrefutable prueba pericial ante un crimen y nos obliga con la realidad más que un contrato.
La huella es un signo estable en el tiempo. No varían con la edad. No se pueden imitar. Son nosotros sin contarlo todo de nosotros. Mantienen nuestras cicatrices, nuestro desgaste y nuestra historia, y a pesar de su aparente mutismo son un signo de la fiel relación entre nuestra dimensión física y social. Precisamente igual que los lugares. Las cualidades de las huellas dactilares se solapan con las de un territorio, ciudad o paisaje. No hay dos ciudades iguales como no hay dos dedos con las mismas huellas. Las huellas depositadas por el tiempo convierten a cada territorio en un signo tan estable e insustituible como lo son las huellas de nuestros meñiques. Cada lugar es tan irrepetible como ellas si se desciende lo suficiente. (Hablar hoy de "no-lugares", más que un signo de vaguería se ha convertido en el síntoma de un patológico déficit de atención a sus detalles). 
Claro que si para leer las huellas dactilares basta con estampar un dedo sobre tinta y éste sobre el papel, en cuanto a los lugares empleamos ancestralmente ese magnífico índice llamado arquitectura.

30 de enero de 2023

DISEÑA CASAS PASO A PASO

El diseño de una casa no es algo imposible. En estos breves y sencillos pasos podrás averiguar cómo hacerlo... 
En primer lugar, es importante contar con un presupuesto razonable. Sin medios, como puedes imaginar, sean económicos o de puro entusiasmo, el diseño que deseas perpetrar no tiene futuro. Si puedes financiar la cantidad de costes asociados a esta actividad (y los inevitables imprevistos) ya tendrás mucho ganado. 
En segundo lugar y aunque creas que puedes hacerlo todo tu mismo - la mente humana peca de un sistemático optimismo, creemos que sabríamos operar un corazón con un vistazo a un tutorial de youtube o jugar al tenis mejor que el mejor tenista por mirar sus mejores jugadas - no olvides que hay profesionales que han dedicado tiempo y talento para formarse en eso que parece fácil. Es decir y en resumen, en segundo lugar, busca un arquitecto competente y confía en esa persona. Busca, de verdad, uno competente. Pregunta. Asesórate antes de confiarle tu futura casa porque el diseño comienza con esa elección. Ellos serán tus cómplices a la hora de llevar a cabo el sueño (y la pesadilla, porque toda construcción lo es) de hacer una casa. El tercer paso es fiarte de esos diseñadores. El cuarto paso es fiarte de ellos cuando la confianza flaquee porque aparecerán dificultades (y serán muchas). El quinto paso es seguir fiándote cuando recibas los comentarios del constructor o del asesor de turno, que aparecerá salvíficamente en medio del proceso, y que susurrarán maliciosamente a tus oidos que todo está mal, que si los planos no se entienden o son muchos, que si más rápido, que si puede hacerse más barato... 
El sexto paso es recibir la casa terminada con una alegre sensibilidad. Descubrirás que tiene fallos, que no todo es perfecto, pero también que la mejor parte del diseño está, precisamente, en el acto de habitar que estás a punto de inaugurar. 
Es en ese punto cuando descubrirás que habitar es diseñar, (y que nadie te diga lo contrario). Todo lo previo ha sido un mero calentamiento para tu tarea. Es ahora cuando comienza el reto de diseñar la vida en esas estancias, aprovecharse de sus secretos, velar sus huecos, elegir cómo dormir o comer y hasta la dureza o blandura de cada rincón. Descubrirás entonces y felizmente, que el diseño de una casa no tiene fin. Y que ese proceso te pertenece más incluso que tu propia casa.

23 de enero de 2023

¿SABES POR QUÉ NO CADUCA EL MINIMALISMO?


Al igual que un anarquista no puede decir “nosotros los anarquistas” sin dinamitar la coherencia de un credo que trata de destruir todo tipo de agrupación, no existe el gremio que admita a los “minimalistas” como conjunto organizado. El minimalismo es una religión de seres solitarios y, como tal, no permite la formación de una cofradía, ni siquiera bajo una misma bandera disciplinar. Y debido a que no existe el gremio de los minimalistas, tampoco existen obras minimalistas, ni de pintura, ni de escultura, ni de poesía (cuya razón de ser es, precisamente, el esencialismo). ““Arquitectura minimalista”: de eso no hay” dice, con más razón que un santo, Josep Quetglas
Ad Reinhardt, la orden del Císter, Adolf Loos, Dan Graham, Robert Smithson (el mejor de ellos), John Cage, Marie Kondo y los lemas “menos es suficiente” de Aureli, o el anterior "menos es más" de Mies Van der Rohe, no permiten el gregarismo por mucho que puntualmente las afirmaciones, obras o actitudes que transmitan, hundan sus raices en un mismo fondo espiritual. Sus autores y obras no constituyen un grupo, y menos, un conjunto coherente.
El minimalismo exige la misma soledad que la del anacoreta. Construir una banda de autores o de obras "minimal", significaría construir un contexto, un sistema de relaciones entre todos ellos. En definitiva, supondría realizar un montaje y atribuirle un sistema de significados. Cosa que el minimalismo deplora. Como los toreros, que tras un empellón del astado se levantan y se sacuden el polvo, la obra minimalista grita "¡Dejadme sola!".
La causa de todo ello es que el minimalismo no significa nada. Simplemente nos persigue para dejarnos, precisamente solos. Es, por todo ello, un espejo en el que siempre acabamos retratados. Por eso no caduca y por eso nos inquiere, con esa insoportable medio sonrisa de lado cuando clamamos el consabido “espejito, espejito” del cuento: "No me preguntes. Estás tan solo como yo."

16 de enero de 2023

NADIE HABITA MAL CUANDO NADIE SABE LO QUE ES HABITAR BIEN


Cada habitante hace lo que puede. Es un hecho. Nadie habita mal si nadie sabe lo que es habitar bien. El mantra funcionalista que vincula sólidamente la forma y su uso se ve desmentido cada día en mil facetas de la vida, desde una silla a la arquitectura. Las cosas están ahí. Y nos enfrentamos a ellas con la misma torpeza con la que el simio que fuimos se acercó a una quijada de burro y empezó a golpear el mundo con ella. 
La forma está siempre abierta. Basta contemplarla con ojos de niño. Una raqueta sirve para escurrir espaguetis y un sillón puede volverse cómodo si luchamos por cambiar nuestra postura en lugar del diseño del propio sillón. El malentendido es el acto creativo por antonomasia. Pero para eso, se necesita el descaro o la inocencia que tienen los niños, que en cada juego derogan el uso previsto de las cosas. Inmersos como estamos en la cultura de la respuesta sensata que brinda la inteligencia artificial, la mirada inesperada, curiosa o sorprendente que ofrece la inocencia (verdaderamente artificial), se ha vuelto una obligación. Usemos mal las cosas, con todo el respeto que merecen. Precisamente por el respeto que merecen. Ese es el objetivo de la arquitectura. Porque habitar es malinterpretar. Justo de ese modo llega a ser arquitectura.

9 de enero de 2023

TRES RETOS DE LA PRÓXIMA ARQUITECTURA

Los retos de la próxima arquitectura están delante de nuestras propias narices. La ecología, el occidentalismo y la crisis crítica acosan hoy a esta vieja disciplina con la misma furia con que unos perros asilvestrados reciben a quien se aproxima a su cercado. 
Entre esa jauría, los estertores de lo ecológico son cada vez más agónicos. La arquitectura contamina, per se. No hay sostenibilidad posible para una disciplina que trata de domesticar y adaptar lo poco que queda de naturaleza a sus propias necesidades. La huella de carbono será el próximo meteorito aniquilador (aunque el apocalipsis, como las suegras, nunca anuncia su visita). No existe una arquitectura ecológica real a pesar de que ésta aspire a un consumo "casi nulo". Cuando la construcción emite cerca del 40% del dióxido de carbono mundial, cada obra tiene, hoy más que nunca, el deber que compensar a la sociedad y comprometerse con la conservación del clima por medio de una reducción de los medios empleados ¿Resulta suficiente que reporte algo de belleza a cambio? ¿Bastará con añadir verde y más verde sobre las fachadas, cubiertas y calles de la ciudad? ¿Estamos condenados a restaurarlo todo, como quien pone parches a una vieja chaqueta raída por el uso?
La siguiente cuestión proviene del complejo de culpa que perfora como un trépano la conciencia de la arquitectura del primer mundo. El poscolonialismo, el heteropatriarcado o las derivadas del universo "woke", han hecho que el relato de la arquitectura haya perdido sus asideros. El canon "blanco, masculino y occidental" que ha dictado las reglas de la arquitectura durante siglos, ha aupado a sus congéneres "blancos, masculinos occidentales" y a una lista de obras maestras encargadas y construidas por "blancos, masculinos occidentales" en un ciclo que hoy se considera fraudulento e inmoral. La misma idea de lo canónico, ha dejado fuera de la historia tanto a las minorías como a sus legítimos relatos. El actual esfuerzo posmoderno que obliga a rebuscar en el cajón del pasado obras meritorias y referentes alternativos (en ocasiones inexistentes) hace que olvidemos que ese mismo esfuerzo se asienta en una cultura de puesta en valor de las diferencias que es fruto de un cancelado mundo "blanco, masculino y muerto"... ¿Cómo superar y construir relatos que estén a verdadera altura? ¿Cómo impulsar el futuro para erigir cuanto antes ejemplos que sirvan a las nuevas generaciones para avanzar sobre un terreno que es una auténtica ciénaga?...
Entre esos conflictos el chillido más histérico y hueco proviene de la "crítica". Adormecida ante su propio onanismo y falta de dedicación no muestra ni referencias posibles, ni casos ejemplares (o antiejemplares). Cada vez más ronca, permanece paralizada ante sus propios miedos. Como un perro viejo, aunque ladra, languidece castrado. Ni se ocupa de la revisión de la historia, ni genera teoría, ni siquiera es capaz de juzgar el presente porque carece del necesario criterio (un criterio que ha sustituido por mero griterío). Ante esa esclerosis, el ejercicio crítico ¿en manos de quién queda? ¿del entrevistador, de los influencers, del oportunista sin formación, del comentarista de turno, intitulado como crítico, que escribe sobre lo que nunca ha hecho, incapaz de distinguir una obra de arquitectura de una berza? ¿Basta con exigir el desarrollo de una poderosa autocrítica?... 
El ruido no deja de aumentar. Pero al fondo no todo permanece oscuro. Aunque sean pocos, algunos siguen concentrados, ajenos a los maullidos, tratando de responder con su propia voz a su tiempo. No es difícil localizarlos. Basta mirar fuera de los bordes del discurso mainstream. Basta encontrarles concentrados en sus diferentes formas: en un tema, una idea o una forma de ver. La concentración, su concentración, irradia. Y los hace libres. Seguramente de ahí vendrán las respuestas.

2 de enero de 2023

LOS COMIENZOS DE LA ARQUITECTURA


El año nuevo duele más que el fin del año. No solo por la resaca. Ni la marcha Radetzky dulcifica la incertidumbre de un estreno incierto. La frase, "los comienzos no son nunca fáciles" se ha convertido en un lugar común para consolar a quienes vemos sufrir tras un principio fracasado. Cada parto es con dolor (ni la teología es capaz de explicar la Divina epidural que libró a la Virgen María de sus dolores de parto). El comienzo de la creatividad literaria ante la página vacía resulta un abismo tan blanco y peligroso como Moby Dick... 
Del mismo modo, la arquitectura se retuerce antes de ver la luz como un niño que siempre viene de nalgas. Su doloroso nacimiento es, además, por etapas. Lo cual añade un sufrimiento que resulta poco reconocido. Por mucho que sea siempre celebratorio, el momento de "la entrega de la obra" y de "la entrega de llaves" esconden un nacimiento en el que siempre hay sangre de por medio. Hay quien olvida incluso, que antes había sido necesaria, "la entrega" del arquitecto. (La ambigüedad de la palabra entrega juega aquí su doble función: entregar es dar y es darse). 
La botadura de un barco se celebra a botellazo limpio. La de la arquitectura con la colocación de un felpudo y la instalación de unas cortinas. El contraste de la imagen resulta esclarecedor. La arquitectura comienza su andadura sufriendo taladros para colgar cuadros y una cruenta sobrecarga de sillones. Comparado con el dolor soportado al comienzo de año, con sus comidas, empachos y suegras, el de la arquitectura y sus comienzos deja esto como una llevadera anécdota. 
Mejor, pues, no quejarse del año nuevo. Que para pobres comienzos, los de la arquitectura. 

Te deseo, acompañante de los muy diferentes principios posibles de la arquitectura, un feliz año nuevo.

26 de diciembre de 2022

UN CALCULADO ANACRONISMO


El anacronismo pertenece a la categoría de los errores. Un vikingo leyendo la prensa o un astronauta entre los apóstoles esculpidos en una catedral gótica delatan una insoportable falta de congruencia temporal. Sin embargo de todas las incoherencias de la arquitectura, la del tiempo no es la más grave (he ahí el único gran éxito del juego posmoderno). 
En realidad, la arquitectura es el arte de un calculado anacronismo. Nada es de su tiempo preciso. Conviven entre sus paredes las técnicas más afinadas con soluciones ancestrales. La arquitectura sueña con el porvenir sin los medios necesarios para conquistarlo. Con peluca y corpiño, nos empeñamos en saborear los avances que traerá el futuro. La eco-tecno-política y la trans-disciplina se construyen con gotelé, tendido de yeso y rasillón, por mucho que se pinte todo de amarillo flúor. Ni María Antonieta ni Ben Hur son capaces de manejar ordenadores ni motocicletas sin volverse una parodia, pero no sucede lo mismo en la arquitectura. 
Este patológico anacronismo radica en que, llegados a un punto, la arquitectura no sabe lo que es verdaderamente de su tiempo y recurre a lo último sin soltar nada del pasado. Todo le pertenece. Avanza a tientas y emplea lo que puede para conseguir que todo funcione. Emplea todos los tiempos porque todos están a su alcance. Azulejos, fibra óptica, madera y lámparas leds, conviven en el mismo cuarto. Milenios de experiencia construida y la última actualidad se funden y aplanan en la misma obra.
El misterio, que no deja de asombrar a nadie, es que entre tal locura de tiempos solapados, la arquitectura es capaz de retratar de modo inmejorable el tiempo concreto en que se ha erigido. 
No pregunten a nadie cómo lo logra. Se trata de un hermoso misterio, tan inexplicable como cierto.



19 de diciembre de 2022

LOS HUESOS DE LOS MONUMENTOS


La escultura (como la ideología) o tiene estructura o no se sostiene ella sola. La vieja trayectoria profesional de los especialistas capaces de calcular las estructuras en el campo del arte viene de lejos. Desde la monumental estatua de Atenea Partenos contenida en el corazón de la Acrópolis griega, las estatuas ecuestres del Renacimiento, el Cristo del Corcovado brasileiro y el trabajo monumental de Anish Kapoor, los especialistas en saber si la estatua iba a terminar con su bronce, aluminio u piedra en el suelo han sido legión.
Dedicados a reforzar los interiores huecos de estatuas ecuestres, de monumentales efigies a la libertad o de dictadores desmesurados, muchos ingenieros obtuvieron más prestigio profesional con la sujeción de ciertas esculturas que con la construcción de puentes y obras civiles. El monumento siempre fue un prodigio de las matemáticas antes que de la sociología y la política.
Sin nombrar a Eiffel, encargado de sostener casi todo en el siglo XIX sobre sus hombros hechos de barras y pernos de acero roblonado, ingenieros como Lucio del Valle, no es que se acercaran al territorio de las escuelas de bellas artes, sino que comandaron incluso las de Arquitectura. A veces el roce hace el cariño y esos sabios calculistas se vuelven los verdaderos artistas. Como en el caso de Cecil Balmond, por dar un ejemplo actual. De quien tan poco se habla y que tantas esculturas modernas ha ayudado a soportar... Esculturas, que por cierto, llamamos hoy arquitectura como si tal cosa (cuando en realidad tanto se parecen a las fallas).

12 de diciembre de 2022

¿ES ESTE EL ÚLTIMO MINIMALISMO POSIBLE?


A comienzos del siglo XX la tienda más pequeña del mundo era esta zapatería de Londres. El ocupante de aquel cuchitril, posa, medio centauro medio pordiosero, ocupando un inhóspito lugar bajo un escaparate. El tendero permanece a la altura del betún esperando a su clientela. Esa ciudad, acostumbrada como está a la convivencia impertérrita con lo sórdido, retrata la situación como una curiosidad más de sus calles. Hoy, en el Londres actual, ese diminuto negocio pasaría por un atractivo ejercicio de minimalismo
La vulgarización de lo “minimal” es un hecho. En poco más de cincuenta años su universo ha sido despojado de las aspiraciones esencialistas de origen aristocrático con que nació. Lejos de su contacto con el arte y la alta cultura ha pasado directamente a calificar a lo diminuto. Los apartamentos minimalistas triunfan por doquier. Los anuncios inmobiliarios que emplean el calificativo como recurso de venta se multiplican mientras tras la palabra solo vemos verdaderos zulos pintados de blanco. Ya ni siquiera son necesarias geometrías de líneas rectas y depuradas. Hoy en esa zapatería se despacharían deliciosos bollitos, se serviría té y aparecería fotografiada en Instagram bajo la etiqueta de “minimal”. No se trata del fin de un mero proceso de vulgarización, cosa que ya se había producido en los suplementos de decoración hace años, si no de una transformación semántica que ha terminado por arrastrar las formas. Al menos en arquitectura, ya no existe lo pequeño.
Este nuevo tipo de minimalismo, sin aura, no remite ya a la sencillez extrema, ni siquiera al lema “menos es más” sino a lo pequeño privado de todo encanto. De hecho se trata ya del último adjetivo posible cuando lo pequeño no es más que lo pequeño sin trascendencia. 
Por si alguien pensaba que el "menos es más" no daba para más...

5 de diciembre de 2022

¿CUÁNDO DESCANSA LA ARQUITECTURA?

La arquitectura lucha a diario, trabaja con las cargas que hay que llevar hasta el suelo como un estibador. Se esfuerza por dar significado a cada esquina y cada detalle. Funda su competencia en el trabajo duro y en el sudor de su frente (y en ello arrastra a los arquitectos). Así puede entenderse la historia de la arquitectura, desde las catedrales góticas, a los grandes museos; desde los coliseos a las termas; desde Santa Sofía al Cristal Palace. Esa condición visible de su labor, de sus esfuerzos diarios, se da en las grandes obras. Pero, ¿cuándo descansa? 
En la casa, la arquitectura se repanchinga en su sillón tras la dura jornada laboral. Todo el día en el tajo merece el satisfactorio contrapeso de llegar a casa, a la casa. En la casa esta vieja incansable encuentra su merecido asueto. Solo en la casa la arquitectura se va de fin de semana.
Así fue en la historia de esta disciplina hasta el paréntesis estajanovista que supuso el siglo XX, donde no paró de producir casas con aspiración de convertirse en obras monumentales y eternas. Junto a ese instante, salvo las excepciones domésticas de Palladio y el raro caso tipológico de la villa, el resto de las casas de la historia han conservado ese espíritu de “ocio digno” tanto para los habitantes como para la propia arquitectura. 
La casa, como tema, permaneció siempre libre de los esfuerzos semanales y del neg-ocio. Solamente gracias a la calma que encuentra esta disciplina en el caserío logra recuperar energías para hacer esas otras grandes obras por las que se ha ganado su fama de arte perdurable. No puede olvidarse que todo arte tiene su contraparte, como toda escultura depende del vaciado en yeso capaz de acoger el metal fundido en su interior. Sin esa merecida pausa, sin ese negativo, la arquitectura no puede abordar temas mayores. Recordemos que hasta la divinidad misma, al séptimo día encendió la tele y, pies en alto, descansó.

28 de noviembre de 2022

LO CREAS O NO, LA ARQUITECTURA SE MUEVE


La arquitectura suele ser considerada un bien inmueble y, consecuentemente, un arte de la "inmovilidad sustancial". Cosa, si se piensa, algo injusta dado que el listado de las obras que se mueven y trasladan de sitio, la de las arquitecturas que giran motorizadas para contemplar las vistas o el sol, y las de aquellas consideradas flexibles, efímeras, o nómadas, roza el infinito... 
Para desmentir esta creencia sobre la inmovilidad edilicia bastaría pensar que, en realidad, si no es a lo grande, toda arquitectura se mueve en lo pequeño. En muchos de sus componentes más menudos el desplazamiento es diario: giran sus puertas y armarios, se despliegan las hojas de sus ventanas o se abren sus persianas como los párpados de un inmenso animal. Ciertamente, los movimientos a esa escala no son significativos y en principio nadie considera que su casa se mueva porque lo hagan medio centenar de las bisagras de sus puertas o ventanas. Pero esos movimientos condicionan la vida del interior tanto como lo hacen la solidez de las paredes o el hormigón de la estructura...
Además y a la vez, con otra velocidad invisible, la construcción va depositando su peso y aplastando el terreno dando lugar a pequeños asientos y a movimientos que se hacen palpables cuando aparecen fisuras en sus paredes. La arquitectura dilata y se retuerce como un ser dormido que a veces se despereza ante los cambios de temperatura. Entonces el movimiento se traduce en crujidos y chasquidos que confundimos con fantasmas nocturnos. Tras todos ellos la arquitectura permanece a la espera del último de sus movimientos: el colapso ruinoso al que toda obra está llamada... 
El sumatorio de todos esos vaivenes constituye una extraña y maravillosa coreografía. Somos ciegos espectadores de ese lentísimo bailarín, silencioso y amable, que nos deja encaramarnos a su espalda sin inmutarse. Aunque se mueva. Sin parar. 

21 de noviembre de 2022

ELOGIO DE LOS COJINES


Cuando Charlotte Perriand acudió a pedir trabajo al estudio de Le Corbusier, éste le contestó con un "Lo siento, aquí no bordamos cojines" que da idea de dos cosas: su destemplada estupidez machista y la posición intelectual de toda la modernidad respecto a los cojines.
Sigfried Giedion criticó el blando imperio de los cojines debido a su falta de estructura. La casa de los mil cojines era, para este novelista de lo moderno, la casa del ornamento y como tal, algo inquietante y cercano al surrealismo. Para la modernidad el mueble y la arquitectura eran uno. Y entre ambos universos no había espacio posible para esos elementos blandos y generalmente imposibles de diseñar. De hecho, un diseñador que se precie puede repensar una silla o una cafetera, pero  respecto a los cojines solo cabe una perpetua rendición. Salvo que se considere parte de esta tarea la innovación con el tejido que los recubre o sus motivos ornamentales, no hay verdaderos creadores de esos rectángulos universales tan inmejorables en lo esencial como el libro o la bicicleta.
Si las almohadas, familia cercana al cojín, disfrutan de un merecido prestigio, pues están ligadas a cosas serias y a una tradición que va, desde los muebles de madera para preservar la forma del peinado durante la noche de los egipcios y los japoneses, hasta los más punteros estudios sobre la apnea del sueño y la ergonomía vertebral, los cojines son esos parientes bastardos que se renuevan sin complejo de culpa cada visita a Ikea, solo por su buena entonación con el nuevo cuadro del salón. Sin embargo, esas piezas mullidas, constituyen un universo de matices en el habitar diario. Son el único elemento que ha hecho posible el habitar de los muebles de la modernidad. No hay quien use un sillón de impolutas líneas rectas sin la intermediación diplomática del cojín. No hay quien dormite tras una comida dominical sin esa barricada capaz de guarecernos de la proximidad escrutadora de la suegra de turno. No hay quien lea en una cama solo con la invariable angulación que ofrece la almohada... 
El cojín es el caballeroso intermediario entre la insoportable dureza de la vida y nuestra propia blandura de piel y huesos. El cojín, como los gatos, se acurruca sobre nosotros, y nos brinda un calor incompleto pero suficiente. Los cojines nos sostienen y animan a superar nuestras penosas convalecencias como el mejor de los médicos. Nos abrazamos a ellos, en fin, como el último amigo posible cuando no hay uno cerca. 
El cojín estará allí cuando todos se hayan ido. 
Solo por eso, merece, al menos en este modesto espacio, un breve elogio. 

14 de noviembre de 2022

UN METRO CÚBICO DE HORMIGÓN ES MÁS HORMIGÓN QUE MEDIO METRO CÚBICO DE HORMIGÓN


En arquitectura, y para maldición de los más pragmáticos, que todo lo miden, pesan y apuntan en una tabla de Excel, los universos de lo cuantitativo y de lo cualitativo no son estancos. Separados por una finísima membrana, uno y otro se influyen y permean en ambas direcciones hasta fundir sus fuertes y firmes fronteras.
La cantidad, indudablemente, influye en la cualidad. Cézanne, decía, con razón, que un kilo de pintura verde es más verde que medio kilo. Desde luego, en arquitectura, cien metros cúbicos de hormigón son más que un metro cúbico. En términos de puro peso, esto resulta de perogrullo. Salvo que esto también se da en su psicología: el peso o el color se sienten en la arquitectura más allá del peso real. En este sentido, el hormigón puede ser más hormigón que el hormigón mismo. Precisamente cuando el hormigón se vuelve hormigón humano. Porque su peso y su color se imaginan e intuyen más allá del propio material. El camino inverso es igual de cierto: el gris del hormigón, su textura y sus juntas, lo transforman - en la mente del habitante al menos- en algo más de lo que, físicamente es. Esta cuestión "sensacional" resulta, al menos para mí, sensacional. 
En arquitectura las cosas son más de lo que son. Y lo son por lo que ofrecen a la imaginación antes que a los ojos.

7 de noviembre de 2022

CÓMO HACER UN BUEN "PLANO DE EMPLAZAMIENTO"


Un plano de emplazamiento no es un documento al que le basta con una simple X para localizar el proyecto, una flecha marcando el norte y un par de decenas de curvas de nivel. Desde luego debe permitir explicar la localización, y también los colores de la vegetación durante el transcurso de las estaciones, los recorridos de quienes por allí cruzan de modo ocasional las tardes de domingo, las huellas de las construcciones olvidadas, los cursos del agua que caen por las pendientes formando remolinos tras la lluvia, los huesos enterrados bajo su suelo, el viento, sus costumbres y cambios de dirección así como las de sus habitantes nocturnos, el rocío matinal, la contaminación, los gatos y los insectos que ahora lo consideran su hogar, la claridad con la que se ven desde allí las estrellas, etc...
Para hacer un plano de emplazamiento ayuda saber que se trata del sumatorio de las capas que constituyen un sitio y las relaciones que éste establece con el proyecto, y que, por tanto, no puede dibujarse fielmente. Es decir, no hay plano de emplazamiento sin renuncia. Hay que renunciar a los gatos, o las estrellas. Aunque sean precisamente los datos omitidos quienes mejor pueden revelar su verdadero sentido...
Todo este fárrago previo es más fácil de entender si se estudia el ejemplo de la imagen y su tema. La niebla entre los árboles, sabiamente representada por Hasegawa Tohaku a finales del siglo XVI, no existe como tal. De hecho, no aparece gracias a capas y veladuras de pintura blanca como haría el más habilidoso de los pintores occidentales del Renacimiento. Se muestra indirectamente gracias a la maravillosa disolución de los trazos de la tinta negra que representan los pinos. La niebla no es lo que se pinta, sino una ausencia.
Para que un plano de emplazamiento pueda considerarse bueno, en realidad, no hay que hacer otra cosa que eso.

31 de octubre de 2022

VANIDOSA TRANSPARENCIA


En uno de los mejores relatos de Juan Rodolfo Wilkock, "el vanidoso", su protagonista luce una extraña mutación que ha vuelto su piel y sus músculos transparentes. Y presume de ello. Se exhibe sin pudor delante de sus congéneres mostrando sus órganos como en una vitrina. Sin recato, exhibe sus pastosos procesos digestivos, el movimiento azulado de su hígado o la contracción esponjosa de sus pulmones a la luz del día. Pasea en bañador su cuerpo vuelto espectáculo o exhibe su torso desnudo desde la ventana de su casa. Nadie lo soporta. En realidad, todo el mundo tiene sus mismos pulmones, corazón y glándulas, aunque permanezcan ocultos. No se trata de envidia sino de algo muy diferente. Hasta sus más íntimos allegados esperan que esa transparencia se vuelva una pesadilla: "Llegará el día, así al menos lo esperan sus amigos, en que alguien dirá: “Oye, ¿qué es esta mancha blanca que tienes aquí, debajo de la tetilla? Antes no estaba”. Y entonces se verá adónde van a parar sus desagradables exhibiciones."
Apenas hace una década, el doctor Richard White en el Hospital Pediátrico de Boston, logró modificar los genes del "pez cebra" con la misma intención que la del cuento de Wilckock. Gracias a su transparencia en los primeros meses de vida, esta especie es invisible ante los depredadores. Luego esta cualidad se pierde. Pero con una ligera modificación genética se lograron especímenes transparentes de larga duración. Convertidos en escaparates de sus procesos internos, eso permitió ver el crecimiento de un tumor en tiempo real y el modo en que se producía el nunca visto proceso de la metástasis en vivo... 
El debate de la arquitectura con las diferentes formas de la transparencia contemporánea está más vigente que nunca y las imágenes de Fanil el vanidoso y del pez cebra constituyen más que una parábola. Hoy la transparencia y sus simulacros han desplazado a aquellas formas emanadas del cubismo que parecían ofrecer la simultánea contemplación del haz y el envés de las cosas (y tan bien relatadas por Rowe y Slutzsky a finales de los años cincuenta). Hoy el tumor tal vez sea la misma transparencia. 
Curiosamente ante las connotaciones plenamente positivas que tenía esta idea en el siglo pasado, hoy la transparencia posee oscuras facetas. La arquitectura se encuentra en pleno debate en torno a esta idea. Es fácil apreciar una fuerte tendencia a la re-masificación de la arquitectura, o por el contrario, un intento por descarnar hasta sus más íntimos huesos. Caminamos entre obras que luchan por hacer palpable las distancias y los umbrales, y otras que apuntan todo su esfuerzo técnico, social y  transpolítico (el prefijo trans- constituye hoy el secreto "alias" de lo transparente) hacia el logro de una hipertransparencia absoluta... Todo esto sucede a la vez que el mundo en red sigue ordeñando más y más interioridades sin que la arquitectura sea capaz de contener esa creciente succión. 
No hay respuestas seguras sobre cómo acabará este debate. Pero al menos parece claro que el futuro nos obligará a redefinir el qué ver y el modo arquitectónico de hacerlo.

24 de octubre de 2022

EN ARQUITECTURA NO HAY LÍNEAS SOLITARIAS


Las líneas de la arquitectura, como los huevos fritos o los calcetines, siempre van en pareja. "Recuerden", decía Matisse, "que una línea no puede existir sola; siempre lleva consigo una acompañante". Esa línea, en ocasiones olvidada (cuando se es muy joven), puede ser suprimida en el dibujo de madurez, cuando se aspira a simplificar y se entiende que toda representación es una mera abstracción. Es decir, cuando verdaderamente se sabe que toda línea, son dos. 
Dicho de otro modo, ningún arquitecto puede construir nada con líneas impares: no puede proyectarse ninguna arquitectura si no es con trazos que signifiquen volúmenes. Por eso, benditas esas parejas de trazos que a veces corren en paralelo y a veces bailan, dejando un espacio intermedio que no tiene por que ser siempre regular. Que retratan las dos caras de un cuerpo de tres dimensiones, por mucho que sea fino como un papel o grueso como los muros de un castillo. Benditas esas líneas mellizas, que dan cuerpo y construyen la arquitectura antes de construirse.

17 de octubre de 2022

EL BUEN PRONÓSTICO


Ante un repentino ingreso hospitalario no existe mejor frase, o cuanto menos otra de mayor consuelo que: "tiene un buen pronóstico". Ni el médico sabe, con certeza, si tras eso todo irá según lo previsible. Sin embargo ese buen pronóstico, esa anticipación al futuro fundado en el conocimiento y en las estadísticas, ofrece al convaleciente otra perspectiva. De hecho, promete un futuro halagüeño.
Históricamente corresponde a los médicos, a los oráculos y a los astrónomos hacer un "buen pronóstico" del porvenir. También, y aunque no lo parezca a simple vista, a los arquitectos. 
El arquitecto funda su buen hacer no tanto en la buena construcción, (que también) o en la rentabilidad de sus obras (que también) sino en el buen pronóstico del futuro gracias al hecho de haber estado allí. Si el médico apuesta, gracias a su saber y a los casos semejantes en la historia de la medicina, (la pura probabilidad estadística) por una progresión del paciente, el arquitecto viaja hasta ese lejano lugar en el tiempo e imagina el pulular de las personas, sus costumbres, y vuelve al presente tratando de atrapar con el dibujo ese vivir que aún no existe. 
El modo de hacerlo, su particular máquina del tiempo, es el mismo proyectar. De hecho, el buen proyectar equivale al hecho de hacer un buen pronóstico, no menos fundado y serio que el de las ciencias de la salud. Y arriesgado. 

10 de octubre de 2022

LA (ACTUAL) ESTAFA DEL CRÍTICO A MEDIA JORNADA


Si durante el siglo XX el papel del crítico de arquitectura estaba asociado a conocer de primera mano las obras de la modernidad y su contexto, en el siglo XXI, esta figura ha visto amputadas incluso sus más elementales obligaciones. Aquellos civilizados barbudos tenían ojo crítico noche y día, sabían expresarse con una envidiable corrección gramatical, y hasta distinguían razonadamente una obra buena de una que no lo era. Es decir, si bien no estaban intitulados como críticos - como tampoco lo estaban muchos arquitectos de su generación - al menos ejercían su oficio con una dignidad, valentía y continuidad encomiable. Pero hoy...
En lo que va de siglo hemos visto nacer otra figura que cabría calificar de su decadente derivada: la del crítico a media jornada. A este sucedáneo le da igual ocho que ochenta pues no tiene tiempo para pararse a pensar entre el turno de mañana y el de tarde. Se repite (por necesidad) pues luego tiene que cambiar su gorra por la de recepcionista, reponedor de supermercado o comisario (todas ellas muy dignas, pero absorbentes). El crítico a media jornada se escuda en una ideología que nunca se somete a juicio. Carece del tiempo (o talento, o intuición) para tener la perspectiva histórica de su disciplina necesaria para entender el presente. En decir, a ratos valora a Calatrava y a ratos no, dependiendo del soplo caprichoso de un viento que huele a vil estancamiento. A ratos hace ruido sin motivo (como un vulgar "trol", y como tal, no tiene repercusión alguna en la marcha de la disciplina) y a ratos no denuncia lo sangrante, arguyendo siempre una y la misma causa, (por algo su mascota doméstica es el chivo expiatorio), con una falta de honestidad que resultaría aberrante para los siempre citados pero malentendidos Tafuri o Banham.
En la era de twitter el acto de valorar, es decir, poner en valor con razones, resulta peligroso e implica hacer visible las propias paranoias e inseguridades. El crítico a media jornada, debido a que no ejerce su tarea hasta el final, es, consecuentemente, un medio-crítico, incapaz de ponderar nada de manera fundada (cosa que a menudo se esconde en los matices que solo se abren ante la verdadera dedicación). No tiene energías para el cultivo de la conciencia y pensamiento críticos, y menos para hacer autocrítica. A ello se suma un miedo bien localizado: ser descubierto en su estafa. Si solo lo políticamente correcto es el eje de su actividad, la arquitectura se vuelve un adjetivo vacío. Aunque claro, si se renuncia a servir a esta exigente disciplina, especialmente en cuanto a sus dimensiones sociales y culturales, en su complejidad y profundidad, ¿para qué se necesita siquiera a alguien a media jornada?
A estas alturas no importa ya que el papel del crítico sea orgánico, positivo, incorrecto, vociferante o solitario. No importa si hace de lazarillo o de cancerbero impenetrable. O si descubre u oculta algún arquitecto u obra. No importa a cuantos autores entreviste (hasta se le puede perdonar que repita las mismas preguntas conduciendo toda conversación hacia su tema preferido: la mucha razón que tiene siempre). Ni siquiera si se decide o no a ofrecer un canon en una época sin cánones. Importa, más que nunca, la dedicación y compromiso con el pensamiento de su disciplina, y entender que su tarea es solo una modesta "actividad instintiva de la mente civilizada"* condenada a ser un servicio a los demás antes que a sí mismo.
Seguramente, la crítica no le dará para vivir. Pero no hacer de la crítica una forma de vida es la peor de las estafas.

* Conocida definición de esta actividad del crítico a jornada completa T.S. Eliot.

PS: Este texto es un breve extracto de otro más extenso sobre las patologías de la crítica de arquitectura en el siglo XXI, próximamente destinado a ocupar las estanterías de las librerías en la categoría de autoayuda.

3 de octubre de 2022

LA BRUMA COMO MATERIAL DE CONSTRUCCIÓN


En mitad de un paisaje húmedo, un alzado, más que un alzado como tal, resulta un borde difuso o, con suerte, un ligerísimo cambio de tonalidad en el aire. Entre la niebla de la mañana, las juntas, los materiales y el color se vuelven algo menos sólido y la habitual distinción de figura y fondo queda erradicada por completo. Ese aire con cuerpo, sumado al de la propia arquitectura, confluyen entonces y obligan a pensar en lo cercano y lo lejano de otros modos. (De hecho ¿qué es un alzado en semejantes condiciones?).
En Galicia o en Bangladesh, esta humedad es algo más que micropartículas de agua en suspensión. Es una materia que trasciende la humedad misma y que afecta más que a los huesos ya que ofrece repensar desde su centro lo que es la forma. La bruma hace de todo un continuum en el que la arquitectura es solo aire un poco más denso. De ese modo, la opacidad se consigue a base de distancia, no de materia. 
Aparentemente no son muchas las obras de arquitectura moderna conscientes de vivir inmersas en la bruma y menos aún las que aprovechan las posibilidades arquitectónicas que brinda un clima semejante. Proyectar para lugares donde el edificio aparece solo con el paso del día requiere de algo más que sensibilidad hacia el clima o hacia el lugar. Exige de un arquitecto que proyecte con densidades antes que con sus instrumentos tradicionales. Exige saber construir para que el viento pase, para que la obra no se llene de corrosión o de detalles que se pudran. Exige, como hace Kahn en la India, Fujiko Nakaya y los buenos arquitectos gallegos, proyectarse en mitad de la humedad como parte de ella.