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28 de agosto de 2023
LÍNEAS DE ALTA TENSIÓN
Las líneas de más alta tensión a menudo permanecen invisibles y poco tienen que ver con la electricidad y sus amperios. Los vínculos entre las cosas y las personas, como las correas de los perros o los hilos invisibles que nos unen con aquellos que nos han salvado la vida o a quienes debemos favores impagables, sustentan el mundo en un nivel invisible a los ojos. Los escultores han sabido siempre de esos hilos cuando erigían estatuas que sostenían objetos finísimos sin necesidad de tallarlos. Los amantes aun no descubiertos, los ángeles y los demonios, y una madre con su hijo se vinculan por un cordón aun más sólido que los que se ve a simple vista. Uno de los grandes receptores de esas líneas de alta tensión es la arquitectura. Conviene no olvidarlo. Si entendemos esto, hacer un plano de situación o una sección constructiva se vuelve algo completamente diferente.
The highest tension lines often remain invisible and have little to do with electricity and its amperes. The connections between things and people, like dog leashes or the invisible threads that bind us to those who have saved our lives or to whom we owe immeasurable debts, sustain the world on an unseen level. Sculptors have always known of these threads when they erected statues that held delicate objects without the need for carving. Undiscovered lovers, angels and evils, and a mother with her child are linked by a cord even stronger than those visible to the naked eye. Architecture is one of the great receptors of these high tension lines. It is important not to forget this. If we understand this, creating a site plan or a constructive section becomes something entirely different.
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24 de mayo de 2021
TRENZADO MÁGICO
Esa forma de mirar es lo que se conoce como ser arquitecto. Ese trenzado mágico es lo que se conoce como arquitectura. De todo esto sabía bien Paulo Mendes da Rocha.
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15 de febrero de 2021
UN PEQUEÑO DESVIO
Cultivar un campo tiene su misterio. Cada vez que el agricultor se enfrenta al momento de la siega tiene que conducirse para no perder ni una gavilla mientras evita los accidentes del terreno. En esa tarea puede que el desvío provocado por un seto de árboles o una piedra no sean una gran molestia, sin embargo el esfuerzo por no perder la línea recta libra ese trabajo de todo posible rastro de automatismo. En este caso además ese obstáculo facetado y denso dispuesto artificialmente en mitad del campo supone un poderoso recordatorio biográfico.
La capilla dispuesta entre el cultivo como un exvoto recuerda a su propietario el íntimo motivo de su construcción. Erigida como acto de fe y agradecimiento del campesino a San Niklaus von Flüe (conocido localmente como Hermano Klaus) al haber superado una difícil enfermedad cardiaca, el ligero giro del volante a la hora de recoger el forraje puede que sea una jaculatoria mejor que la propia capilla proyectada por Peter Zumthor.
Mientras y para los demás, esa pieza interrumpe con su verticalidad la línea del horizonte. Como si su fin no fuese otro que el desviar la normal marcha de la vida de cualquiera que pase por allí.
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8 de julio de 2019
LA ÉPICA DEL PEGAMENTO
Cada generación ha crecido manteniendo las cosas juntas de diferentes modos. Los años cuarenta sobrevivieron uniendo malamente las cosas con cuerda, cinta aislante y masilla. La siguiente generación empleó pegamentos de contacto y papel celo para reconstruir papeles rotos o arreglar sus zapatillas. La cinta americana es un invento con el que se repararon miles de retrovisores golpeados y cosas que no importaban en exceso, porque el plateado de fondo era indisimulable. Una leyenda urbana que dice que ante la inminencia de una catástrofe espacial la NASA empleó chicle como adhesivo. Su capacidad pringosa salvó la vida a toda una tripulación y el orgullo a la humanidad.
Cola blanca, pegamento de barra y hasta fracasos adhesivos, como eran en origen los post-it, son hoy parte de nuestro paisaje visual y cultural. Hemos visto nacer incluso los superpegamentos. El violento e indomable “superglue” apareció para unirlo todo y al instante. Pero siempre, en medio, quedaron nuestros dedos, solidificados con el trozo en cuestión… Gracias al cianacrilato - nombre que muestra un vínculo innegable con alguna deidad griega - se han perdido más dedos que con todos los accidentes producidos con hachas, cuchillos y serruchos en la historia del hombre.
De hecho podría resumirse el siglo XX y lo que llevamos de XXI, no como los siglos de las grandes guerras o los descubrimientos atómicos, sino como la era del pegamento.
Y es que a pesar de su creciente peligro y toxicidad, habitamos aceptablemente gracias a ellos. Porque, como sabemos, en el mundo todo está roto en mil pedazos y el manteneros juntos se ha convertido en la principal tarea contemporánea.
Una tarea, por cierto, compartida por traumatólogos, físicos y filósofos y a la que también los arquitectos dedican gran parte de sus energías desde tiempos inmemoriales. Porque la arquitectura pertenece desde sus inicios a esa misma tradición del mantener las cosas mágicamente unidas. Puede que incluso sea la vicedecana de esa viejo hacer por partes.
Al principio la arquitectura lograba soldar sus pedazos gracias a ese pegamento natural que nos brinda el universo: la fuerza de la gravedad. Luego por su desarrollo de las estructuras, la construcción e incluso la composición, logró incluso proveer una idea de falsa unidad al conjunto.
Si se piensa de ese modo, la arquitectura es en realidad un arte de la pura pegatoscopia. Un arte del mantener juntos elementos disímiles, donde cada época y arquitecto tiene el deber de inventar su propio modo de costura. Es decir y resumiendo: la arquitectura es el gran arte del collage. (Y eso sin llegar a hablar siquiera de la importancia del cemento y de la silicona para lograrlo...)
He ahí su futuro.
He ahí su futuro.
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17 de junio de 2013
CAZADORES DE ARQUITECTURA
Hubo un tiempo, y lo digo con
nostalgia, donde la arquitectura del pasado fue conquistada por los nuevos
tiempos. Ante cada nueva captura, en lugar de posar como un turista, el
descubridor lo hacía con el orgullo de quien ha abatido una peligrosa bestia en
una cacería.
Aunque aquí, ante un viejo y
manso puente, máquina de comunicaciones y costuras, poco peligro parece haber
sufrido el cazador como para posar con tanto orgullo.
El arco solitario en una llanura
es un antiguo mecanismo de función pura, pensado para dar continuidad a un
camino borrado. Una línea que salta, levemente, por encima de una orografía
leve y que en el momento de la conquista ha perdido su vieja utilidad. El puente
viejo, excesivamente escarpado ya para permitir el paso de mercancías, carros o
cabalgaduras, no une dos vados de un río, sino que es el signo vacío de lo que
significa unir.
Como el resto de una costura
olvidada, unión que ha perdido su carácter permanente, se asemeja a esas otras
previas que el costurero llama hilvanes y que es el signo de una línea del
porvenir o del pasado. Quizás toda estrategia que tenga la aspiración de unir
dos partes comience y termine con algo muy semejante a un hilván, sea en un
territorio o una ciudad.
Quizás sea ese descubrimiento el que en verdad celebra el antiguo cazador de puentes, brazos en jarra.
Quizás sea ese descubrimiento el que en verdad celebra el antiguo cazador de puentes, brazos en jarra.
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3 de septiembre de 2010
ANUDAR: KONRAD WACHSMANN
“Del marinero al cirujano, del remendón al acróbata, del
alpinista a la costurera, del pescador al embalador, del carnicero al cestero,
del fabricante de alfombras al afinador de pianos, del que acampa al que hace
asientos de paja, del leñador a la encajera, del encuadernador de libros al
fabricante de raquetas, del verdugo al ensartador de collares... El arte de
hacer nudos, culminación de la abstracción mental y de la manualidad a un
tiempo, podría ser considerado la característica humana por excelencia, tanto
como el lenguaje o más aún...”(1)
Aunque se destruyen con facilidad, existen evidencias del
uso de los nudos desde hace casi medio millón de años y vestigios de redes de
pesca de hace veinte mil años.
En la tradición del sintoismo nipón, hay dioses
“anudadores”, porque se encargan de atar el cielo a la tierra, el espíritu a la
materia y la vida al cuerpo. En los templos japoneses, una cuerda anudada de
paja indica el espacio purificado, sagrado, donde los dioses pueden reposar. En
ciertos rituales budistas, el sacerdote anuda el espacio de la ceremonia para
evitar la intromisión de lo dañino, aunque solo con el gesto de mover los
dedos, sin el soporte material.
El nudo corre paralelo al proceso de civilización y por ende
a la arquitectura, pero solo aparece con interés teórico en los estudios sobre
el origen de la arquitectura de mano de Semper, en 1860. Cuando éste clasifica
los artefactos, dedica primordial atención a lo tejido, lo que es producto del
acto de anudar. De lo que deriva que la primera habitación humana debió de ser
una tienda. (Curiosamente basta observar que la conocida cabaña del abate
Laugier no necesitó de nudos, engarces, ni cuerdas para sostenerse).
Por lo demás, la historia del nudo en la arquitectura
permanece oculta hasta el siglo XX. El nudo era sin embargo un problema de
primer orden en el movimiento moderno aunque no tanto para su desarrollo
general, como en uno de los puntos más delicados de lo que éste verdaderamente
significaba: la prefabricación.
La prefabricación hacía necesario el estudio y desarrollo
del nudo,- punto conflictivo donde se encuentran líneas y materias-, y la
consecuente problemática de la repetición y la seriación industrial de sus
elementos.
La prefabricación o era moderna o no era prefabricación.
Pero para ello debía aparecer el personaje que viviera la transición del
artesanado a la industrialización con suficiente talento: Tal era el caso de
Konrad Wachsmann.
Su particular carrera comienza a la sombra de Poelzig, sin
embargo poco después trabaja en la empresa de construcción de madera más
importante de Alemania. Allí conoce de cerca las posibilidades industriales de
este material. Gracias a ello, y haciendo evidente una vez más la importancia
del primer trabajo en la trayectoria de cualquier arquitecto, se lanza a la
construcción prefabricada de casas de madera.(2)
En 1941 convenció a Walter Gropius para fundar la “General
Panel System”. El sistema de nudos en cruz de la patente de sus “casas empaquetadas”
le dio merecida gloria internacional. De allí derivó una serie de muebles que
explotaban el mismo sistema de unión. Esos nudos de madera muestran una
sabiduría acerca de las posibilidades de la industria, el control del espacio y
dominio de la materia, que los sitúan muy cerca de la auténtica maestría: Tal
vez a la altura de algunas de las mejores esquinas de Mies o las sillas de
Rietveld.
De los muebles, pasó a proyectar hangares para la fuerza
aérea estadounidense, en una transición tan natural como evidente: debían ser
igual de desmontables y móviles que los proyectos que ya había desarrollado.
Las variaciones del “nudo Wachsmann” eran perfectas para ello.
El resultado del proceso de toda una vida, el resultado del
arte de anudar la arquitectura, es esta imagen etérea, fría y fascinante que,
como inmensas y delicadas crisálidas de acero y niquel, debían dar cobijo a los
aviones de la USAF en los años 50.
Sus desarrollos con nudos no solo hicieron posible la
moderna prefabricación, sino en buena medida el trabajo de Buckminster Fuller,
de Frei Otto, de Friedman y de la arquitectura móvil.
Que una vocación o el acto reiterado sobre la forma
evolucione hasta la pura poesía solo sucede cuando ésta se sublima y satura,
como una religión o como un arte. Lo sabemos del Origami, del tiro con arco,
del arte de la espada y de cierta jardinería. Konrad Wachsmann revela que
también es posible gracias al arte de hacer nudos.
(1) CALVINO, Italo, Colección de Arena,
Editorial Siruela, Madrid, 2001, (1984), pp. 78.
(2) Cuando se enteró de que Albert Einstein
buscaba hacerse una casa, se plantó ante él sin conocerle, y haciendo gala de
las mismas dosis de simpatía que de arrojo, le construyó una en Caputh, cerca
de Potsdam, en 1929. Su biografía, para aquel interesado, está llena
de peripecias.
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