Ver en una fotografía a Le Corbusier y a Einstein ha dejado ya de sorprendernos. Entre otros motivos porque Le Corbusier se retrataba con todo aquello que tuviese visos de publicidad o eternidad. (Ciertamente, de todos los arquitectos modernos, quien había trabado auténtica amistad con Eisntein había sido Erich Mendelsohn, que hasta le dedicó su famosa torre).
Duchamp y Coderch mantienen una extraordinaria amistad fruto de contactos en los que ambos reconocen la grandeza del otro. En el plató de rodaje de “con faldas y a lo loco” se concentraron en un instante, Billy Wilder, los Eames de quienes era amigo el director, Alison y Peter Smithson, de quienes eran amigos los Eames, y Marilyn Monroe, de quien no era amigo ninguno de ellos.
Mies guardó amistad probada con el loco de Kurt Schwitters. Freud curó a Mahler, de los encuentros entre Gropius y su esposa. Adolf Loos compartió una historia de encuentros y desencuentros con Ludwig Wittgenstein, quien se convirtió en su mecenas tras su primera cita en el café Imperial de Viena el 27 de Julio de 1914.
La lista no dejaría de sorprendernos.
A lo largo de los tiempos ese trenzado de encuentros ha dado pie a especulaciones de todo tipo. Los estudiosos las adoran porque ven en ellas potencia para un intercambio intelectual capaz de justificar obras prácticamente per se.
Esos encuentros resultan fascinantes porque es fácil imaginar intercambios de sabiduría y talento en estado puro. Aunque en realidad, y dada la dificultad para la auténtica influencia, se contemplan con la misma curiosidad que los eclipses y otras coincidencias cósmicas.
La explicación más generosa sobre el atractivo de esos encuentros es la de descubrir en un lugar y un espacio preciso el resumen de una época. La explicación más sutil se encuentra en hallar en esta curiosidad un leve desplazamiento en cuanto al valor de la obra de arte: cuando los profesores y entendidos ya no se ocupan de los cuadros, ni de los libros, ni de las construcciones sino de los que los han creado, localizan su raíz en la biografía del autor. Entonces sus listas de la compra, sus enfermedades, sus manías y sus maravillosos encuentros se vuelven el manantial de la creación.
¿Qué quedará entonces de Le Corbusier, de Mies, Loos o Gropius?. "Será que solo quedará de nosotros lo que carece de cualquier interés?", dice Louis Aragón en relación a uno de estos mágicos, irrefutables, solemnes encuentros. No por ello dejarán de tener la fascinación de una "repentina densidad de la vida".