
En cada eco, ironía y cita de
arquitectura, cada vez que se produce un copy-paste arquitectónico, cada vez
que se hace un guiño o una broma cómplice y privada, aun revive el aliento
mordaz y sabio de Venturi. De hecho, su influencia se extiende hasta el punto
en que se hace imposible entender plenamente la actual obra de arquitectos como
Rem Koolhaas sin su influencia directa.
El caldo de cultivo en el que
brota una figura como la de Robert Venturi, estaba abonado por el desencanto
hacia la modernidad convertida en dogma exhausto en los años 60. Su “Complexity
and Contradiction”, libro al que debe su inmediato y enorme éxito, fue un
auténtico revulsivo. Hay arquitectos que pasan a la historia por mucho menos
que por un libro brillante, Venturi acometió además, obras de valor y otro
libro aun más temible que el anterior: “Learning from las Vegas”.
En el sutil cambio de actitud
entre ambos se sitúa la mejor explicación de la arquitectura posmoderna y sus resultados.
Las tesis de Venturi en
“Complexity and Contradiction”, se pueden condensar en el prólogo: “Defiendo
la riqueza de significados en vez de la claridad de significados; la función
implícita a la vez que la implícita: prefiero `esto y lo otro´ a `esto o lo
otro, el blanco y el negro, y algunas veces el gris, al negro o al blanco. Una
arquitectura válida evoca muchos niveles de significados y se centra en muchos
puntos: su espacio y sus elementos se leen y funcionan de varias maneras a la
vez.” Rodeado de un rosario de ejemplos ricos y sabiamente escogidos se
desgranaban casos de complejidad no resuelta en la historia de la arquitectura
que embelesaban. Allí, además de mostrar una profundidad erudita inusual, se
abría la posibilidad de referirse a la arquitectura con amplitud de miras,
salvándola de la obviedad y el exceso de simplificación en que había
naufragado. Lo impuro, lo ambiguo y lo incompleto eran imanes poderosos. Y los
mecanismos por los que lo fragmentario era sumado al todo sin consideración al
control absoluto del resultado se mostraban sin la dogmática necesidad de
aceptación exigida por los maestros modernos.
El libro, que era de una agudeza
crítica refrescante, hubiese sido un revulsivo por si mismo pero además se
constituyó en el cuerpo teórico del apéndice final en que se mostraban las
obras complejas y contradictorias del propio Venturi. Sus obras eran analizadas
con una capacidad que apenas ha encontrado eco en el futuro. De todas, cabe
destacar aun hoy la casa para su madre, casa convertida en un monumento
disciplinar a la planta como documento capaz de organizar el universo diario.
No había verdaderamente novedad en ninguna de sus partes, eran todas conocidas,
y sin embargo el conjunto si lo era. Eso es casi magia.
Sin embargo, si en “Complexity
and Contradiction” se exponía un programa crítico donde la arquitectura se
mostraba capaz de tejer una red de conexiones entre los complejos sentidos de
sus elementos y su historia, en su posterior “Learning from las Vegas”, ya con
su socia Denise Scott Brown, se entendía la arquitectura como parte de la
teoría general del lenguaje reinante en esos años, como un hecho de
comunicación, con una sintaxis y una gramática inevitablemente populista
ejemplificada en el caso de las Vegas.
Con este segundo libro la caja de
Pandora quedó definitivamente abierta. De hecho incluso la caja de Pandora
podía ser convertida en monumento solo por el hecho de que un cartel lo dijese.
“Estamos convencidos de que la arquitectura del pueblo como el pueblo la quiere
(y no como algún arquitecto decida que la necesita el hombre) no tienen
posibilidades hasta que penetre en las universidades.” Él, desde luego,
estaba dispuesto.
Un mundo de guiños, citas, y
chistes privados fueron puestos sobre la mesa con un nivel de calidad muy
desigual. Y el `eon´ posmoderno de la arquitectura que había permanecido oculto
siglos afloró como una inundación nociva e imparable.
Hoy con cuarenta años de
perspectiva sobre la posmodernidad y su mundo de citas e ironías, y en que
apenas nadie habla ya de Venturi, aun nos vemos incapaces de valorar en su
justa medida muchas de las obras del posmodernismo. Sin embargo ese olvido o
nuestro desconocimiento, no nos libra de la inevitable condición posmoderna en
la que fue irremisiblemente sumergida la arquitectura desde entonces. Por obra
y gracia de Robert Venturi todos fuimos bautizados posmodernos.
Hay carteles que una vez puestos
no hay quien los quite.