31 de julio de 2017

PLANTAS SIN PIEDAD


Nunca tantos hombres miraron con tanta atención una planta, al menos en la historia del cine. Y además una planta cuyo único mérito era el ser un escenario de un crimen. 
Al contrario de lo que pudiese parecer, no es un tribunal de proyectos fin de carrera. Es una escena de “Doce hombres sin piedad”, extraordinaria película de Sidney Lumet para aprender arquitectura y para dudar del sistema judicial. La planta es, por lo demás, una monumental falta de piedad por el ser humano. Ni siquiera por motivos de intriga cinematográfica alguien podría cometer semejante distribución. Pero claro, hasta el cine se aprovecha de que nadie saber leer esos crímenes ocultos, salvo esos denigrados especialistas llamados arquitectos. Una minoría prácticamente inútil… 
Sin embargo si hubiesen consultado con un arquitecto ya les habría adelantado que en semejante escenario, era inevitable, tarde o temprano, que alguien cometiese un asesinato. 
Si se saben leer, las cosas que anuncian las plantas, se ven venir.

24 de julio de 2017

RESTAURAR ES CONSTRUIR, Y QUE NADIE OS DIGA LO CONTRARIO


La escena debía ser dantesca. Ruinas y más ruinas, pedazos en un campo de batalla suministrado por el tiempo y las guerras a los pies del castillo Sforzesco de Milán. Entre los pedazos, tambores de columna de todo diámetro y altura, piezas de arcos que remitían a diámetros incompatibles, dinteles, trozos de perfiles, molduras… 
Aunque al contrario que con Frankenstein, que se buscaba construir el óptimo del ser humano a piezas, la reconstrucción de Luca Beltrami es un ejemplar ejercicio de pura construcción. Quizás lo hermoso, no es que lo que hizo sino precisamente la paradoja de su significado: toda restauración siempre es nueva construcción. 
A pesar de que esta noble disciplina es siempre defensora de la historia y de la fidelidad al pasado. A pesar de estudiar la documentación original y su contexto, el resultado siempre es lo que se llama, inmerecidamente, un “falso histórico”. En realidad, Beltrami, y con él toda restauración, hizo lo que hace siempre: un proyecto nuevo. Porque hasta apuntalar es construir de nuevo. A fin de cuentas, ante la aparición de nuevas piezas, nuevas evidencias y nuevos documentos, todos saben, hasta los restauradores mismos, que cambiarían el juego, nuevamente. He ahí la profunda razón de una intrínseca indecisión y el mar de dudas perpetuo en que navegan. Motivo por el que no hacen sino posponer el hacer, para no quedar en evidencia por un nuevo hallazgo que cambie y reordene la totalidad del pasado. 
Sin embargo a otras disciplinas les ocurre igual - y pienso por ejemplo en la antropología y la arquitectura - y no pasan tanta vergüenza. Quizás porque hay en ellas la alegría de saber que toda solución es siempre y sin remedio, provisional.

17 de julio de 2017

LA TRANSPARENCIA PORNOGRÁFICA


Una esquina de la vieja casa Sheats-Goldstein, de John Lautner, en la que asoma siempre alguien posando es tan poderosa que no invita a nada más que a mirarla sin descanso. 
Aunque curiosamente esa proa de vidrio no ofrece entrar en el análisis de la casa ni de sus dos particulares propietarios, ni en la influencia de Wright en Lautner, ni en la falta de ángulos rectos de sus paredes. Esa esquina encierra un enigma sin respuesta. ¿Qué tiene esa peligrosa fachada que convierte a todo el que se asoma en objeto de escaparate? 
La postura de la maniquí, el vestido inexplicable, la luz sin límite y la esquina son la encarnación del concepto mismo de la transparencia contemporánea. Una transparencia que ya no vemos construida en los términos de "transparencia literal y fenomenal" aventurados por Rowe hace décadas. Se trata de otra cosa.
La transparencia de esta esquina es de la que habla más bien Byung-Chul Han cuando hace notar la violencia que ésta ejerce sobre el ser humano. “La coacción de la transparencia nivela al hombre mismo hasta convertirlo en un elemento funcional del sistema.(…) Sin duda, el alma humana necesita esferas en las que pueda estar en si misma sin la mirada del otro. Lleva inherente una impermeabilidad. Una iluminación total la quemaría…”(1) 
Esa esquina es un claro ejemplo de esta amenaza, donde la pérdida de la intimidad se completa haciendo de toda figura humana allí situada algo en si mismo transparente, quemada por sobreexposición. Como una máquina. No hay modo de protegerse de este modo de transparencia, que es en realidad en el que hoy habitamos gracias al mundo de la tecnología y la instantánea comunicación actual, porque no es posible interponer distancia alguna que nos resguarde. Hoy ni la distancia a la transparencia constituye un refugio. Hoy ni el aire interpuesto entre nosotros y los objetos nos protege o apacigua.
Todo lo que en esa esquina se exhibe es objeto de consumo. Esto lo ha entendido extraordinariamente bien la publicidad que ha hecho mil campañas retratando modelos en ese ángulo de vidrio. “El imperativo de la exposición aniquila el habitar mismo. Si el mundo se convierte en un espacio de exposición, el habitar no es posible: el habitar cede el paso a la propaganda.”(2) 
Lo que sucede entre esos planos de cristal es tan simétrico y terrorífico como la sociedad transparente que representa. En realidad no hay profundidad ni auténtica belleza en la imagen. A esa distancia hasta Cindy Crawford se cosifica y pierde su aura. Se percibe del todo, en un instante y de una vez. Es decir, se vuelve pura pornografía: al habitante de esa esquina, al hombre transparente, se le pueden leer sus pensamientos, ya no necesita siquiera hablar para comunicarse. Pero no dice nada, salvo una palabra: "cómprame".
Es decir, se ha vuelto frágil como el vidrio mismo.
El único remedio a esta acosadora forma de la transparencia tal vez solo se esconda en una especial resistencia de lo interior, en lugares donde se valoren las sombras y las distancias. Y el aire. En un lugar, desde luego, donde la arquitectura se encuentre a gusto al servicio de la intimidad.

(1) Han, Byung-Chul. La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder, 2013. pp. 14 
(2) Ibídem, pp. 30

10 de julio de 2017

CASAS DE LECTURA


"La arquitectura proviene de hacer una habitación", decía Louis Kahn. Quien sabe hacer una habitación sabe hacer una casa, y con ella algo mayor. Sin embargo saber hacer una habitación es lo primero.
Y Kahn sabía. Sabía hacerlas incluso con forma de casa. Con sus tejados a dos aguas y dispuestas a la distancia a la que obliga el buen vecindario, estos de la imagen son los puestos de lectura de su biblioteca de Exeter.
Esas piezas son casas, al menos del mismo modo a como uno esperaría sentirse en una: protegido. Son casas, dicho de otro modo, como también los son esos muebles que hacen del espacio algo acogedor, que acomodan la escala desde un espacio inasible. Como lo era aquel donde estudiaba San Jerónimo según Antonello da Messina. O como las de los pueblitos suizos en mitad de la monstruosidad alpina. O como las del monopoli en medio del tablero de la ciudad. 
Esas cabinas, esos cubículos, son también un espacio de encuentro a una escala menor, entre una persona y un libro. Son, pues, habitaciones, confesionarios y aparatos de precisión y de medida: allí nos medimos con el pasado, con la altura de los autores que allí se reúnen con el lector, con el mismo acto del estudio. Se requiere de esas habitaciones, por tanto, que sean capaces de ofertar concentración y proteger la mirada de distracciones como con unas sabias anteojeras. 
El mueble-habitación-casa, por lo demás, simplemente contiene una superficie donde apoyar la lectura o escribir, y su particular ventana. Una ventana especializada y modulada a un ancho que duplicado sucesivamente justifica la totalidad del edificio.
Esos muebles son, resumiendo, un lugar de encuentro con la luz. Eso, en el fondo, es una biblioteca.
Y es que con Kahn no hay manera de escaparse de lo simbólico. Te dejas llevar por unas casitas de nada y de la manera más tonta acabas hablando de metafísica.  

3 de julio de 2017

ENCAJAR, EN TODOS LOS SENTIDOS


Todas las cafeterías están habitadas, además de por camareros y sus manías a la hora de cobrar o de vocear las comandas a la cocina, por un sinfín de objetos que se desparraman a diario sobre la barra. Esos objetos sufren un proceso de uso, recogida, limpieza y leve almacenamiento, hasta que vuelven a completar su ciclo, que coincide, aproximadamente, con el del arco solar. Sin embargo entre las tazas y los platos, por si no lo han observado, ha acabado imponiéndose un modelo que no dista mucho de un bar a otro por mucha distancia que se recorra. 
No hay fronteras para esta vajilla de café, barata y universal. Su motivo, hablen si no con sus camareros de confianza, no sólo es de precio, sino de su buen diseño y de su inagotabilidad. Se apilan con facilidad, su peso está compensado, su asidero es eficaz… Hasta el borde, aun siendo grueso respecto a vasos y copas, permite aproximar el líquido a la boca, progresivamente, sin escaldarse... Hasta coincide con la precisa cantidad de café que ordeñan esos cambiantes modelos de cafeteras...
Esta invisibilidad es la del diseño "supernormal" que tanto gusta a Jasper Morrison. Ese diseño invisible que desaparece y no se impone como presencia es el diseño que verdaderamente nos habita. Y a ese diseño, que muestra una lógica insuperable, aun a pesar de guardarle poca simpatía por su ubicuidad, o por los intempestivos horarios o lugares donde nos saluda, como sociedad le debemos tanto como a la, iba a decir, penicilina. O más… 
Mañana, cuando se tomen su café o su té con leche, contemplen su taza con la consideración que merece lo invisible que tanto consuelo nos ofrece. Y que tanto mejora nuestra vida diaria. Ojalá pudiésemos decir lo mismo de alguna puerta, peldaño y alguna casa u obra de arquitectura en nuestro día a día... Bendita sea la arquitectura supernormal.