27 de octubre de 2010
NOMBRAR
Frente al nombrar del poeta, existe una forma de atribuir
nombres a las cosas propia de la arquitectura. Si el decir del poeta suprime la
costra que sobre las palabras deposita el uso, y con su buen hacer éstas
aparecen saturadas y plenas, en arquitectura la astucia del nombrar matiza y
orienta las intenciones de la forma.
La herramienta del nombrar es cuestión aparentemente
accesoria pero profundamente útil. El nombrar nada tiene que ver con el novelar
ni hacer literatura fácil del proyecto, sino todo lo contrario: Sólo cuando la
geometría tiene nombre es cuando aparece la poesía de la arquitectura, dice
J.Bermejo.
Para el poeta la escalera no existe hasta que su primer
escalón logra llamarse entrama, el segundo ancle, el tercero doma
y faldos los siguientes (1). Para el arquitecto cada escalera no es solo
una sucesión de huellas y tabicas en proporciones alternativas de 30 y 17
centímetros, sino que cada una de esas medidas huecas debe adquirir contenido
resonante. Poner nombre a la escalera, saber si sube o baja, si se derrama o se
desborda se arquea o dormita, refuerza su búsqueda de sentido como forma.
Que el arquitecto, en cierto modo, debe ser poeta de la
exacta geometría es cosa sabida, pero una cosa es saberlo y otra vivirlo. Que
el nombrar las cosas sirva para apacentar y descubrir la forma exacta es algo
que las generaciones pasadas habrían considerado seguramente fruto de la
soberbia mixtura disciplinar. Sin embargo hoy el poder nombrar las cosas es uno
de los pocos salvavidas para socorrer a cualquiera del viscoso y alquitranado
pozo de la geometría innombrable y de la simpleza de la imagen hueca.
(1) nombres, todos ellos,
inventados por el poeta ovetense Fernando Beltrán
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22 de octubre de 2010
DE LA SOTA, CABALLO Y REY
La monstruosa facilidad de los trazos ya contiene algo de escepticismo y de caricatura: al fondo, el barco humeante como un pebetero recién apagado. También las montañas flotando sobre el mar en calma. Cercanas, la maleza y el reflejo acuático del patio. En medio de todo, la arquitectura como un eco resonante del terruño y del aire.
Observemos igualmente como el dibujo de Alejandro de la Sota contiene estrategias repetidas, e insultantemente faltas de novedad: dos horizontes superpuestos. El primero es el natural, donde muere el mar y el paisaje. El otro, la cubierta del zócalo sobre el que crece un leve baldaquino de sombra. El conjunto de esos dos horizontes, de esas dos líneas paralelas y tendidas, lejana una y otra construida, son una regia metáfora de la arquitectura, que calladamente todo lo amplifica, resume y reitera. Como también lo hace un templo griego frente al mar. Como una Selinunte eterna.
La mejor arquitectura siempre es cosa de Sota, caballo y rey.
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18 de octubre de 2010
CLORINDO TESTA
Qué no habrán dicho ya los
argentinos sobre Borges, Cortazar y Clorindo Testa. El psicoanálisis sobre sus
figuras lleva decenios de ventaja. De cualquier modo Borges y Cortazar son
universalmente conocidos a pesar de que la capacidad de inventar universos
fabulosos es equivalente en el caso del argentino arquitecto italiano. Visitar
el hall del Lloyd Bank en Buenos Aires supone ser transportado al
mismísimo Londres tecnológico y mecanicista de los años 60. Allí se conserva
algo perdido igual que lo haría una cápsula del tiempo: Brutal y sudamericano a
un tiempo, mérito y pleonasmo por aquellos años.
Su abordaje definitivo a la
arquitectura se produce visto retrospectivamente como una espiral aproximativa.
Del precoz interés por la medicina, a imagen de su padre, Clorindo Testa pasó a
intentarlo con la ingeniería electromecánica como tránsito a la naval. Al cabo
de un año, su interés se esfumó. Saltó luego a la ingeniería civil, en la que
permaneció un año más con idénticos resultados hasta que arribó a la
arquitectura.
Gran amigo de Ramón Vázquez
Molezún, que conoció en Roma mientras uno viajaba y otro permanecía pensionado
en la academia, en ambos convive un interés simultáneo por la pintura y la
arquitectura sin fronteras y sin entender ninguna como una tarea subalterna. No
era ese el caso de su admirado Le Corbusier quien entendió la pintura de modo
instrumental. Es difícil encontrar mejor testimonio de la potencia de su obra
gráfica que el que ofrece la pervivencia en la Rayuela de Cortazar de
una referencia a ella.
En Clorindo Testa interesan las
cuestiones propias del emigrante de la arquitectura. Y entre todas, seguramente
la más significativa sea el conflicto latente en cuanto al tema del ornamento.
El Banco de Londres, o la Biblioteca Nacional son el injerto del
lenguaje brutalista europeo en pleno corazón de Argentina, donde los conductos,
tubos y hormigón se manifiestan exageradamente y ponen de relieve las buenas
relaciones entre un sentimiento ornamental autóctono, -compartido también por
Lina Bo Bardi-, y la pura modernidad.
Clorindo Testa vive. Es uno de
los escasos supervivientes a los grandes naufragios de la arquitectura del
siglo XX. Sus obras le garantizan aun, mil años más de vida.
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11 de octubre de 2010
CONTRA LA IDEA DE PROYECTO COMO ILUMINACIÓN
Preguntaron al extraordinario músico, Paul Hindemith, cómo
se las apañaba para componer. A algo tan indescriptible respondió con una
metáfora igual de precisa y hermosa: “Es como asomarse por una ventana una
noche de tormenta y, entre rayos, por un instante, percibir la totalidad del
paisaje, pero de manera tan fulgurante que en realidad no se ha visto nada en
absoluto. El trabajo de composición es tratar de reconstruir penosamente ese paisaje,
cada montículo, cada arbusto y cada peña”.
Todo es posible, pero en arquitectura las cosas suelen ser
bien diferentes. El modo en que la idea de proyecto se desarrolla es
característica. Es una forma de crecimiento propia que se resiste al paralelo con
el de otras disciplinas. También es una forma en crecimiento. Con esto
no quiere decirse que se trate de algo orgánico, sino más bien que el modo en
que la arquitectura establece sus desarrollos está más cerca de las
trayectorias latentes de una forma que va hacia, de una forma tendente.
Esa idea de arquitectura es lo contrario a algo que
deslumbra y suele ser más bien como un conjunto de cualidades en negativo, como
el resumen de las cosas que la forma no debiera ser. O como el que arrincona y caza atunes en una
almadraba.
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6 de octubre de 2010
MAPAS
En cierto modo quien concibe un mapa debe tener algo de afán conquistador y algo de mentiroso.
El trazado de fronteras y límites, el dibujo de lo encontrado como recipiente de la memoria, el esbozo de contornos, bordes, accidentes y orografías como imagen perdurable, son los principales motivos del nacimiento del mapa como disciplina. Waldseemüller, Ortelius y Mercator, sus ángeles custodios, igual que Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, solo resultan ya nombres apagados y distantes.
Cada mapa encierra secretamente cuanto menos una biografía: una autobiografía. Porque en la selección de los datos queda impreso el modo de ver del cartógrafo.
Contaba Borges de un Imperio donde el arte de la cartografía logró tal perfección que para el trazado de un mapa de su territorio, fue necesario uno de igual tamaño y coincidencia. Las ruinas despedazadas de semejante inutilidad perduraban habitadas por animales y mendigos en los desiertos del Oeste.
Hoy que la mirada aérea ha convertido la tierra en una superficie vulgar y accesible, imagen abatida donde todo es localizable con dos herméticas coordenadas, donde todo es visible desde incansables satélites, el verdadero éxito del mapa como instrumento de conquista depende de poder extraer de él más lecturas que las evidentes. Como si gracias a una sola capa de ese hojaldre pudiesen saborearse porciones más profundas y sabrosas de la realidad.
El trazado de fronteras y límites, el dibujo de lo encontrado como recipiente de la memoria, el esbozo de contornos, bordes, accidentes y orografías como imagen perdurable, son los principales motivos del nacimiento del mapa como disciplina. Waldseemüller, Ortelius y Mercator, sus ángeles custodios, igual que Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, solo resultan ya nombres apagados y distantes.
Cada mapa encierra secretamente cuanto menos una biografía: una autobiografía. Porque en la selección de los datos queda impreso el modo de ver del cartógrafo.
Contaba Borges de un Imperio donde el arte de la cartografía logró tal perfección que para el trazado de un mapa de su territorio, fue necesario uno de igual tamaño y coincidencia. Las ruinas despedazadas de semejante inutilidad perduraban habitadas por animales y mendigos en los desiertos del Oeste.
Hoy que la mirada aérea ha convertido la tierra en una superficie vulgar y accesible, imagen abatida donde todo es localizable con dos herméticas coordenadas, donde todo es visible desde incansables satélites, el verdadero éxito del mapa como instrumento de conquista depende de poder extraer de él más lecturas que las evidentes. Como si gracias a una sola capa de ese hojaldre pudiesen saborearse porciones más profundas y sabrosas de la realidad.
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1 de octubre de 2010
LA HERENCIA: GOTTFRIED BÖHM
Nadie recuerda ya que Gottfried Böhn recibió el premio
premio Pritzker el año 1986. El jurado, formado entre otros por Legorreta,
Kevin Roche y Fumihiko Maki, destacó además de las virtudes de su obra, otras
no menos sorprendentes para la obtención de semejante premio: su familia.
Y es que Gottfried Böhn además de arquitecto, era hijo,
nieto, bisnieto, marido y padre de arquitectos.
Lo mejor de su carrera longeva, sólida y desigual no solo
recoge la herencia familiar injertada de manera indeleble en algún recóndito
cromosoma, sino la del expresionismo, la Glasarchitektur y Paul
Scheerbart. También, lo mejor de las iglesias alemanas, muchas de ellas obras
de su propio padre, y de Rudolf Schwarz, con quien colaboró en alguna ocasión.
Que las formas cristalinas de la arquitectura expresionista
evolucionaran hasta convertirse en enormes masas de hormigón es quizás una
cuestión menor. La Iglesia de peregrinaje de María, Reina de la Paz, en
Velbert-Neviges, es una de las obras maestras más injustamente desconocidas del
último cuarto de siglo XX. Junto a ella, el Ayuntamiento de Bergisch
Gladbach-Bensberg, La iglesia de Santa Gertrude, la de Cristo
Resucitado en Melaten, o incluso una de sus primeras casas de 1955,
influenciada por su encuentro americano con Mies, son todas sorpresas que no
restan mérito a unos últimos años plagados de otras obras con el regusto dulzón
del lenguaje posmoderno.
La nobleza para un oriental posee un rasgo bien diferente
que para nosotros. Si en Occidente la nobleza se proyecta desde el pasado como
una herencia, para el oriental en cambio ésta se dispara en sentido contrario,
y debe ser conquistada por los hechos del presente. De modo que son las hazañas
de las generaciones vivas las que ennoblecen la estirpe. Cuanto mayor sean
éstas, a más ancestros se prestigia. Hay quien prestigia al padre y quien lo
hace hasta el quinto abuelo.
Gracias a las obras de Gottfried Böhn, tal vez el décimo o
el vigésimo de sus ancestros debieran aun recibir honores de arquitecto.
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