29 de octubre de 2009

SUMAR


Si a la estructura domino de Le Corbusier se le añade una escalera mecánica, afirma Koolhaas, el resultado es un perfecto centro comercial. He ahí los requerimientos fundamentales de una tipología que se extiende por todo el mundo: flexibilidad y facilidad de recorridos.
Aunque inocente en apariencia, la ilustración final coincide con la iconografía de las revistas de posguerra norteamericanas y logra evocar el optimismo del recién inventado mundo de los electrodomésticos y la cultura de consumo.
Si se mira aun con más atención, el resultado ni siquiera es ya un edificio, sino un resplandeciente modelo que se nos ofrece como un objeto más. Digno de ser usado hasta que el desgaste, o hasta que uno todavía más nuevo, lo arrincone en el sótano de los trastos viejos.
A nadie se le escapa que eso no les ocurre a las verdaderas ideas de arquitectura.

27 de octubre de 2009

MODELOS



Antes de que la arquitectura se vuelva irremediable, las maquetas permiten probarla y corregirla. “La maqueta, la casa como hijo, promete una belleza que, más tarde, no siempre se da en la construcción” dice Bloch en su Principio Esperanza (1). Es iluminadora la expresión “La casa como hijo” por lo que tiene de obra en miniatura cargada de futuro, es significativo detectar que no son plenamente eficaces para adelantar la belleza porque ese es un objetivo que requiere de cierta inocencia.
No puede negarse cuanto de arquitectura tienen estas maquetas de Herzog y de Meuron y Nouvel, como espacios, en si mismos, habitables. En ellas está presente un componente premonitorio y uno lúdico: horóscopo y casa de muñecas. No hay otra manera de evitar el fracaso acústico de una sala que por medio de ellas. Pero también son habitaciones infantiles en las que jugar con los amigos, por mucho que sea requerido para el juego, que éstos se disfracen de ingenieros acústicos o especialistas en disciplinas innombrables. Son como las cabañas en los árboles y los espacios bajo las mesas, donde está vedado el paso al mundo adulto.
La arquitectura es un juego muy, muy serio, pero a veces se nos ve el plumero.

(1) BLOCH, Ernst, El principio Esperanza, Editorial Trotta,  Madrid, (Título original, Das Prinzip Hoffnung. In fünf Teilen, 1959), 2006, Vol 2, pp. 283.

25 de octubre de 2009

ENTRE DOS LUCES


Hay luces que deslumbran y otras que calientan. Hay luces celestes y las hay terrestres.
La luz en la obra de Torresblancas de Oíza, redibuja y descubre el orden subyacente y permite identificar los contornos y las zonas inaccesibles de la planta, las zonas expuestas y las íntimas y sus gradaciones. La luz se comporta como una topografía superpuesta a la estructura. Comprobar que la iluminación se manifiesta como un estrato que sumado a los anteriores hace que estos amplifiquen su sentido, habla de una sabia disposición del espacio.
La luz como un fluido viscoso ha esculpido aquí el programa de la torre como si fuese un material verdaderamente tangible. Una luz que parece manar lenta como la lava de un volcán, y que acaba en contornos que solo intuimos.
A pesar de las aparentes coincidencias, en el croquis de Peter Zumthor para el museo de Bregenz existe otra luz. Una luz que llega y que se vierte por la planta como una inundación, arrasando con todo. El resplandor presiona desde todos los frentes. Consigue penetrar a raudales a pesar de los negros diques que la arquitectura pone para contenerla. Después, nada queda. Solo permanecen los muros que han resistido el envite. Solo de noche el orden se invierte y el museo se convierte en una gran lámpara.
Se trata de dos luces diferentes. Entre una y otra hay matices de velocidad y viscosidad, de temperatura y origen, capaces de imprimir a la obra sobre la que se han posado, un sentido.
Como diferentes son las luces de una explosión y de unas brasas, saber cual se ha de convocar es trascendente para el significado de la obra.

21 de octubre de 2009

EL PROGRAMA



Programa es una palabra demasiado aburrida. Se trata de comprender la naturaleza de un conjunto de espacios donde es bueno hacer algo en concreto. Ahora bien, decís que algunos espacios deberían ser flexibles. Claro que algunos espacios deberían ser flexibles, pero también los hay que deberían ser completamente inflexibles. Deberían ser pura inspiración...” (1)

El programa es un inestable campo de posibilidades y la arquitectura es la base que consigue hacerlo específico. Pero al ser una base sensible, la misma arquitectura suele ver alterado su carácter al recibir un programa concreto. Igual que algunos suelos son más adecuados que otros para acoger ciertas especies vegetales y al cabo del tiempo, por el mero hecho de haberlas dado sustento, quedan trasformados en su composición.
Por si eso no fuese suficiente, los arquetipos de la forma determinada por el uso, (estuche de violín), y lo multiuso, (caja de herramientas), quedan superados por situaciones donde la participación del usuario reivindica su propia relación con la arquitectura. Como bien prueba la experiencia diaria, no hay mejor modo de guardar herramientas que fuera de su caja. Como bien prueba el cine negro, no hay mejor modo de esconder una metralleta que en la funda de un violín.
Preguntar a la forma o a la función, quién debe seguir a quién, es hoy menos productivo que nunca. Forma y función siempre han sido dos caras de la misma moneda. A esa moneda bifronte solo le falta un golpe, veloz y habilidoso, para verla girar convertida en una esfera.


(1) KAHN, Louis, Conversaciones con estudiantes, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2002, pp. 30

19 de octubre de 2009

ARQUITECTURAS SIMULADAS



La simulación es quizá uno de los síntomas más notables de nuestro atiborrado mundo de imágenes. La simulación altera aparentemente la causa de la arquitectura. Vive de su representación y, en cierto sentido, trata de hacerse pasar por arquitectura que existe. La arquitectura de simulación no nace para ser contemplada, quizá porque el tiempo que requiere esta operación viene negado en el modo en que esas imágenes se nos presentan. No es casual que haya nacido simultáneamente a las nuevas posibilidades constructivas de la industria, donde la máxima es ahora “todo es construible”.
Gracias a esto, la realidad se ve forzada a parecerse a lo simulado puesto que surge en el proceso de una manera tan real que difícilmente es posible escapar a su capacidad de seducción. De ese modo lo real acaba pareciéndose, irremisiblemente, a la simulación.
Esta situación impone un tiempo forzado donde se da una aceleración retrospectiva de los plazos. Cortocircuita el sentido de continuidad temporal. El presente ya no anticipa un futuro en el mismo sentido que hace años, puesto que amputa, a priori, el mismo proceso de gestación de una obra donde los inconvenientes y dificultades constructivas y técnicas lograban desplegar la forma a nuevos desarrollos. Los sistemas de representación tradicionales dejan de poseer así cierto valor estético o mediador con la realidad. La planta o los alzados buscan su razón de ser en cuanto a su capacidad de constituirse en imágenes y no tanto en sus valores de descripción y descubrimiento progresivo del proyecto.
Además la simulación, aun aludiendo a los efectos de la materialidad, la niega de una manera evidente. No se exhibe la obra de arquitectura sino sus efectos. Los efectos gravitatorios y materiales de lo edificado contribuyen a preguntar si nos encontramos ante otro fantasma o se trata de algo real.
Así las cosas hoy la arquitectura no parece tener muchas más opciones que refugiarse en la materialidad como antídoto, o lanzarse al mismo vacío de los arquitectos cuyas obras construidas acaban pareciéndose a las imágenes iniciales. O claro, permanecer caminando, absortos, con la seguridad de aquel que sabe que llegarán otros tiempos. Quién sabe si mejores.

15 de octubre de 2009

MI PROYECTO



El proyecto no pertenece al arquitecto.
Sin más aclaraciones, esta simple afirmación debiera bastar, en el aula y fuera de ella, para erradicar la malsana costumbre de comenzar toda explicación del proyecto de arquitectura con la primera persona de ese posesivo artículo.
No, el proyecto no es tuyo, como tampoco lo es el amanecer, ni el cielo, ni el paisaje, ni el aire. Ni tuyo, ni de tu profesor, ni de tu cliente, siquiera. Ni tampoco de la humanidad.
No se de quién el proyecto, pero desde luego no del arquitecto, que solo puede ser un modesto intermediario de ese algo excéntrico a él llamado Arquitectura.
El proyecto nace y tiene vida por si mismo y el arquitecto es, en el mejor de los casos, una nodriza sana y cariñosa. El arquitecto solo es un refugio en el que se le presta oído hasta que está en condiciones de hablar al mundo por si mismo.
Lo demás es hacer proyectos como el que cría monstruos o esclavos.

14 de octubre de 2009

DOSCIENTOS PROYECTOS DE DIFERENCIA



No se,- nadie sabe-, de que trató la conversación que mantuvieron el filósofo Ludwig Wittgenstein y el arquitecto Adolf Loos en el café Imperial de Viena el 27 de Julio de 1914. Quizás no fueran temas que importen salvo a estudiosos de biblioteca. El caso es que a partir de ese momento el joven y rico filósofo, pasó a ser el mecenas del arquitecto y se estableció entre ambos una amistad profunda y duradera. (Lo cual no significa que no hubiese entre ellos los desencuentros que correspondían a dos personalidades con un ego suficientemente peraltado).
La vida de ambos es novelesca. Con el entusiasmo que le obliga su inteligencia, Wittgenstein estudia ingeniería mecánica en Berlín y aeronáutica en Manchester, fracasa como estricto maestro de escuela y ejerce de jardinero, antes de considerarse filósofo profesional. Por su parte Loos, hijo de cantero, se había formado como arquitecto tras una larga y errática trayectoria que le hizo conocer de cerca el oficio de albañil. Famoso polemista en la Viena de comienzos de siglo, entre las ocupaciones ocasionales que le entretuvieron en América ejerció, entre otras cosas, de aprendiz de sastre, lavaplatos y solador.
El interés amateur de Wittgenstein por la arquitectura arranca de antiguo y terminó con la construcción de una casa para su hermana Margaret, (antes había realizado una pequeña cabaña para él mismo en Noruega desaparecida y de la que no se guardan documentos). Dedicó dos años a su construcción y empleo medios ingentes. El rigor que el filósofo exigía a los constructores es legendario. Su hermana Hermine recuerda que obligó, con la obra acabada, a demoler un techo por un error de tres centímetros. También recuerda un desencuentro con un cerrajero por un milímetro de más: ”Ludwig tenía tal sensibilidad para las proporciones que a menudo medio milímetro era importante”.
Esta casa está bien documentada y ha sido objeto de interés por parte de numerosos estudios. Se pueden destacar los de Wijdeveld y Leitner, y en castellano los más breves de Muñoz Gutiérrez y Bayón. Sobre todos cabe señalar dos coincidencias: por un lado la familiaridad estética que ofrece con las obras de Loos, por otro, el sentimiento de fracaso que el mismo Wittgenstein manifestaba años después de su conclusión.
La casa Moller, de Adolf Loos tenía un programa similar y fue erigida prácticamente a la vez. Pero como contraste, aun hoy ésta resulta de una riqueza arquitectónica extraordinaria. La casa acometida por Wittgenstein, aunque cargada de buenas intenciones y con un lenguaje que podemos considerar premoderno, carece del mismo interés si no fuese por el que despierta su autor.
¿Entonces a que es debida la diferencia?.
Es necesario haber fracasado previamente en docenas de proyectos para lograr los primeros éxitos. Son esa docena de desengaños algo necesario para modificar el campo de acción de la mirada hacia la profesión de la arquitectura. A pesar de su brutal inteligencia, seguramente a Wittgenstein le faltaba toda una larga cadena de errores y tanteos para interiorizar que la obra lograda no depende tanto de una implacable perfección de la ejecución, como de conocer las posibilidades de su proceso de formatividad.
Wittgenstein dedicó ingentes energías para que las proporciones de las estancias fueran insuperables, obviando que eran espacios conectados con otros y por tanto capaces por ello de lograr su ansiada trascendencia. Ingentes energías al diseño de delicados picaportes, manivelas y mecanismos, olvidando su importancia en el conjunto. Ingentes energías a la persecución de hermosas y vacías insignificancias. Su casa tiene evidentes cualidades, pero carece de la esencial relación con lo absoluto.
Loos reconoce sin embargo la importancia de los hechos contingentes que rodean la obra y sabe aprovecharlos a su favor. Sabe rectificar sobre la marcha graves errores de ejecución, -y en la casa Moller los hubo prácticamente irremediables-, y jerarquizar a que debe dedicarse atención manteniendo la visión del conjunto. Apreciar el valor del proyecto en cuanto desarrollo, el detalle irresuelto en favor del global de la obra. Y cuando acabar, consciente que los medios de que dispone no son, ni mucho menos, ilimitados.
En ocasiones la diferencia puede ser una cuestión de talento o inteligencia. Otras, de suerte. Aquí, además, la diferencia son doscientos proyectos.

12 de octubre de 2009

CIERTA GRANDEZA



La grandeza de ciertos arquitectos radica en la asombrosa capacidad de utilizarlo todo, cualquier accidente, del lugar, de los materiales, del encargo, asimilarlo y devolverlo al mundo mediante el proyecto, por lejano o indiferente que en principio pudiese parecer. Del mismo modo que un animal acorralado encuentra fuerzas para lanzar dentelladas a enemigos mayores que él.
Esos arquitectos parecen sacarlo todo de un pozo inagotable que mana de si mismos, pero en realidad son un sistema de trueques con ramificaciones infinitas.
Cualquiera diría: un ladrillo es un ladrillo. Este pilar es un pilar. Pero un pilar es personaje, máquina de puntuar, pincho moruno, línea, arbol, -y la idea de un soporte es equilibrio, estructura, verticalidad, proporción-. En una obra bastará poner un pilar en el lugar oportuno para imaginar una revuelta del espacio y del sentido de la obra, para producir un gran efecto...
Desde el punto de vista de la arquitectura, la afirmación de que un ladrillo es un ladrillo es una perogrullada impropia de ese modo de ver el mundo, puesto que así formulado no es más que una pura relación lógica, sin incentivos ni posibilidades.

9 de octubre de 2009

SOBRE EL PROYECTAR, CON UNA OBRA DE DUCHAMP COMO METÁFORA

El juego es a la infancia, lo que la paradoja es a Duchamp: motivo de regocijo y lugar de exploración de uno mismo. La paradoja de hacer convivir lo que es y no es a la vez, parece el tema central de la mayor parte de su producción. Incluida la ajedrecística. Y resulta evidente que esa es una cuestión vedada para disciplinas como la filosofía, las matemáticas y el sentido común, que han dedicado siglos y traspiración a demostrar la imposibilidad de tales contradicciones (1).
Lo maravilloso de la puerta inventada por Duchamp en el número 11 de la Rue Larrey es que siempre permanece abierta y cerrada. Gracias a la hoja que bate sobre dos huecos siempre será una puerta accesible e inaccesible. Simultáneamente.
No obstante este juego es solo comprensible en el momento en que aparece aquí, es decir ,cuando está doblemente abierta, deshaciéndose el efecto de modo semejante a cuando se adivina el truco de un mago amateur.
También el proceso de formatividad de la arquitectura trabaja de un modo que podríamos considerar equivalente. Las presencias existentes e inexistentes del programa, del lugar, de la materia, de las normativas, de la luz y el clima... se dan simultáneamente en el proceso de la forma arquitectónica. Existen impedimentos y resistencias que obstaculizan el proyecto, y a la vez, éste se da en total libertad. Se trabaja como si se tuviese un ente autónomo entre manos, y a la vez, como si éste solo pudiese nacer y existir en perfecta dependencia de su lugar de asentamiento, de su programa, de su cliente o su normativa.
El proyectar hace posible el “nadar y guardar la ropa”. Permanecer atento y actuar con cierta distracción  sobre otros datos. Ese atento olvido como estrategia del proyectar se debe a la necesidad de resolver la imposibilidad empírica de permanecer concentrado, sincrónicamente, en la total complejidad de su proceso de generación.
No es fácil aprender a convivir con esas contradicciones al principio de la formación, y a explotarlas con gusto después, haciendo de esa forma de trabajo un modo de ver emerger, no sin esfuerzo, los atributos de la obra de arquitectura.
En definitiva, también ella está presente y ausente en la cultura y la vida de los hombres.
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(1) No para la física, desde la aparición de la paradoja del gato de Schrödinger y de la hipótesis de De Broglie

7 de octubre de 2009

PLANTAS Y ALZADOS


Uno debería preguntarse sobre las cuestiones más básicas de su oficio con la seguridad de encontrar allí las bases de su quehacer diario. Preguntar a una planta o un alzado que son, es esperar del dibujo una respuesta que debe llegar en forma de proyecto.
Alzados y plantas no son sustantivos para el proyecto, sino verbos. Alzar y plantar cuyas raíces se hunden en el erigir y el cultivar, en elevar y asentar, son acciones de la arquitectura y no sus fantasmas adjetivos. Alzar y plantar son acciones verticales y esconden sus más hondos propósitos en la ley de la gravedad que tiene repercusión directa en el orden constructivo.
Todos los alzados y plantas posibles llevan en sus entrañas esas potencias como estigmas ocultos.

5 de octubre de 2009

DUDAS



Que Fritz Neumeyer identificara como tema central en la obra de Mies van der Rohe la convergencia de arte y arquitectura más que el logro de cierta perfección técnica, era poner el foco en un lugar que podía ofrecer nuevas luces sobre su legado. Que Sanford Kwinter anunciara que Mies era un problema para el siglo XX era toda una declaración de guerra sobre la interpretación univoca de su figura. Que Koolhaas en la ampliación del campus de la IIT, lo travistiera y tradujera con su proyecto, era desmoronar lo poco de intocable que aun conservaba su mito.
Entre lo más prominente del legado que Mies quiso hacer perdurable, siempre se ha dado por supuesto un sentido de la construcción entendido en términos de absoluta sencillez. Del mismo modo que su arquitectura, la biografía de Mies van der Rohe parece estar sometida a esa inquebrantable coherencia. A fin de cuentas, alguien con una sensibilidad exquisita hacia lo que significaba construir, no podía dejar de lado la construcción de si mismo.
Uno de sus proyectos menos conocidos es esta torre para el control de Tráfico, del año 1924 (1). Un análisis de este proyecto permite cuestionar la solidez de su tránsito hacia la arquitectura moderna y nos muestra a un arquitecto sensible no solo hacia el clasicismo de Schinkel sino a las influencias de otros contemporáneos. Aquí el aliento de Erich Mendelsohn nos obliga a reflexionar sobre la conciencia de sus avances en proyectos anteriores y nos sitúa ante un personaje cargado de dudas. El sentido de lo vertical, el modo en que la torre se apoya en el suelo e incluso los gestos formales relativos a una arquitectura dinámica, no serán temas queridos por el Mies de más adelante, cuya tendencia natural se dirige hacia lo estático, o cuanto menos, a un fluir espacial lento.
Un par de años antes, Mies proyectaba sus conocidas torres en las que la poética del vidrio y el plano puramente horizontal aparecía con fuerza. El año 1923 una casa de ladrillo se desarrollaba con un lenguaje moderno que servirá de modelo a trabajos residenciales posteriores. Sin embargo incluso en el año 25 continuaba apareciendo aun el lenguaje clásico en algún proyecto.
En ese periodo que trascurre desde el año 1920 al 1925 desarrolla toda su poética y se afianza lo que será su imagen pública, sin embargo y frente a la imagen proyectada al exterior, Mies navega en un mar de dudas. Este Mies averiguándose es hoy de los aspectos más importantes a estudiar si se quiere comprender con cierta profundidad mucho de su futuro. Igual que un zahorí busca un manantial, es gracias a las dudas y los arrepentimientos donde descubrimos a Mies rastreando su centro.
Sin esas dudas uno se pregunta si hubiese logrado arribar a la terra firma que supone el Pabellón de Barcelona.
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(1) HONEY, Sandra, “Mies in Germany”, Mies Van der Rohe, European Works, Academy Editions, London, 1986, pp. 17