14 de octubre de 2009

DOSCIENTOS PROYECTOS DE DIFERENCIA



No se,- nadie sabe-, de que trató la conversación que mantuvieron el filósofo Ludwig Wittgenstein y el arquitecto Adolf Loos en el café Imperial de Viena el 27 de Julio de 1914. Quizás no fueran temas que importen salvo a estudiosos de biblioteca. El caso es que a partir de ese momento el joven y rico filósofo, pasó a ser el mecenas del arquitecto y se estableció entre ambos una amistad profunda y duradera. (Lo cual no significa que no hubiese entre ellos los desencuentros que correspondían a dos personalidades con un ego suficientemente peraltado).
La vida de ambos es novelesca. Con el entusiasmo que le obliga su inteligencia, Wittgenstein estudia ingeniería mecánica en Berlín y aeronáutica en Manchester, fracasa como estricto maestro de escuela y ejerce de jardinero, antes de considerarse filósofo profesional. Por su parte Loos, hijo de cantero, se había formado como arquitecto tras una larga y errática trayectoria que le hizo conocer de cerca el oficio de albañil. Famoso polemista en la Viena de comienzos de siglo, entre las ocupaciones ocasionales que le entretuvieron en América ejerció, entre otras cosas, de aprendiz de sastre, lavaplatos y solador.
El interés amateur de Wittgenstein por la arquitectura arranca de antiguo y terminó con la construcción de una casa para su hermana Margaret, (antes había realizado una pequeña cabaña para él mismo en Noruega desaparecida y de la que no se guardan documentos). Dedicó dos años a su construcción y empleo medios ingentes. El rigor que el filósofo exigía a los constructores es legendario. Su hermana Hermine recuerda que obligó, con la obra acabada, a demoler un techo por un error de tres centímetros. También recuerda un desencuentro con un cerrajero por un milímetro de más: ”Ludwig tenía tal sensibilidad para las proporciones que a menudo medio milímetro era importante”.
Esta casa está bien documentada y ha sido objeto de interés por parte de numerosos estudios. Se pueden destacar los de Wijdeveld y Leitner, y en castellano los más breves de Muñoz Gutiérrez y Bayón. Sobre todos cabe señalar dos coincidencias: por un lado la familiaridad estética que ofrece con las obras de Loos, por otro, el sentimiento de fracaso que el mismo Wittgenstein manifestaba años después de su conclusión.
La casa Moller, de Adolf Loos tenía un programa similar y fue erigida prácticamente a la vez. Pero como contraste, aun hoy ésta resulta de una riqueza arquitectónica extraordinaria. La casa acometida por Wittgenstein, aunque cargada de buenas intenciones y con un lenguaje que podemos considerar premoderno, carece del mismo interés si no fuese por el que despierta su autor.
¿Entonces a que es debida la diferencia?.
Es necesario haber fracasado previamente en docenas de proyectos para lograr los primeros éxitos. Son esa docena de desengaños algo necesario para modificar el campo de acción de la mirada hacia la profesión de la arquitectura. A pesar de su brutal inteligencia, seguramente a Wittgenstein le faltaba toda una larga cadena de errores y tanteos para interiorizar que la obra lograda no depende tanto de una implacable perfección de la ejecución, como de conocer las posibilidades de su proceso de formatividad.
Wittgenstein dedicó ingentes energías para que las proporciones de las estancias fueran insuperables, obviando que eran espacios conectados con otros y por tanto capaces por ello de lograr su ansiada trascendencia. Ingentes energías al diseño de delicados picaportes, manivelas y mecanismos, olvidando su importancia en el conjunto. Ingentes energías a la persecución de hermosas y vacías insignificancias. Su casa tiene evidentes cualidades, pero carece de la esencial relación con lo absoluto.
Loos reconoce sin embargo la importancia de los hechos contingentes que rodean la obra y sabe aprovecharlos a su favor. Sabe rectificar sobre la marcha graves errores de ejecución, -y en la casa Moller los hubo prácticamente irremediables-, y jerarquizar a que debe dedicarse atención manteniendo la visión del conjunto. Apreciar el valor del proyecto en cuanto desarrollo, el detalle irresuelto en favor del global de la obra. Y cuando acabar, consciente que los medios de que dispone no son, ni mucho menos, ilimitados.
En ocasiones la diferencia puede ser una cuestión de talento o inteligencia. Otras, de suerte. Aquí, además, la diferencia son doscientos proyectos.

2 comentarios:

Miguel Villegas dijo...

Una reflexión enorme. Richar Sennet en "El Artesano" afirma que la maestría solo se logra después de miles de repeticiones, lo que tú, y otros que ya hemos pasado por algunas decenas de ellas, llamamos errores...

Santiago de Molina dijo...

Hay que hacer muchos proyectos fracasados para empezar a ser consciente de que es un proyecto, verdad?. Muchas gracias por tus comentarios y por participar.