25 de septiembre de 2017
EL PROFUNDO ESPACIO DE LOS NICHOS
Como ya todo se ha vuelto funcional, como ya nadie desperdicia nada, hemos visto desaparecer de la arquitectura ese reducto cóncavo y oscuro que era el hermoso espacio del nicho.
Sin embargo habría que reivindicar para la arquitectura esa lujosa oquedad porque sería un modo de reclamar algo de misterio en un mundo en que ya todo está a la vista.
En la historia de la arquitectura el nicho era un elemento importante porque permitía articular compositivamente el grueso del muro junto con sus parientes ricas, las ventanas. Sin embargo las ventanas se abrían, permanecían como un ojo abierto al mundo, mientras que los pobres nichos eran agujeros opacos y glaucos como lo son los ojos de los ciegos.
Así pues el nicho fue siempre un modesto cobijo de estatuas y palomas en las fachadas medievales y renacentistas, con una función principalmente decorativa. Gracias a eso llegaron a convertirse en el marco de contemplación más digno para aquello que se colocase en su interior. El nicho llegó a ser el perfecto elemento conectivo entre la arquitectura y otras artes. Tal vez por eso las esculturas de santos estuvieron siempre íntimamente agradecidos a los nichos, porque eran esa especie de media casa que les libraba de la intemperie completa de la eternidad.
Últimamente las escuelas de negocios se han apropiado de la palabra nicho para hablar de “nichos de mercado” o de “nichos de negocio”. Pero en realidad no puede olvidarse que su etimología proviene del latino “nidicare” que es anidar. Y es que cada nicho es un refugio primordial y que todo lo contenido en ellos se vuelve, de alguna manera, sagrado. Por eso mismo, el mihrab de las mezquitas es un nicho, y nichos son llamados los lugares donde nos enterramos en los cementerios.
El nicho es pues y en esencia, un espacio de la concavidad y por tanto incesantemente receptivo. Es siempre un espacio a la espera, como una cucharada de aire. Es un lugar de sombra, como el de la cueva, pero sin su peso telúrico. Por todo ello el nicho representa al espacio de la profundidad real. Un hueco que recibe la luz pero no la proyecta y desde donde uno se mide y contacta con la arquitectura, como si allí nos ofreciera, antes que sus ojos y boca, su ombligo.
18 de septiembre de 2017
LA INCREIBLE HISTORIA DE UNA COLUMNA QUE NO LLEGABA AL SUELO
Hace mucho tiempo, una piedra utilizada como basa de una columna en la iglesia de San Juan de Samarcanda estuvo a punto de dar inicio a una guerra. La piedra, que antes pertenecía a los sarracenos, debía devolverse en tres días, lo que a todos los efectos suponía la destrucción del templo. Sin embargo, cumplido el plazo, milagrosamente se retiró y la columna permaneció intacta.
Este prodigio antigravitatorio se narra en el Libro de las Maravillas, de Marco Polo.
El milagro supuso la suspensión temporal de una ley que da de comer a arquitectos e ingenieros desde tiempos inmemoriales. Aunque les pese. (Y perdón por el juego de palabras)
El caso es que desde entonces no sabemos de una columna que evite tocar el suelo del mismo maravilloso modo. Por mucho que lo intentaran Hollein y los fanáticos de los chistes posmodernos, las columnas que no tocan el suelo son un milagro, y colgarlas del techo, como se cuelga una lámpara, fue un truco barato de los años ochenta.
Aquella historia da que pensar si acaso y en realidad las columnas no servirán precisamente para eso, para llegar al suelo, antes que ninguna otra cosa. Lo que parece innegable es que ese encuentro con el firme es celebrado por la columna con mucha materia especializada: por su interior con armaduras y refuerzos en la modernidad, y por medio de toros, escocias y estilóbatos en el más puro clasicismo.
Aquella historia da que pensar si acaso y en realidad las columnas no servirán precisamente para eso, para llegar al suelo, antes que ninguna otra cosa. Lo que parece innegable es que ese encuentro con el firme es celebrado por la columna con mucha materia especializada: por su interior con armaduras y refuerzos en la modernidad, y por medio de toros, escocias y estilóbatos en el más puro clasicismo.
En ese punto de contacto con el suelo, la forma de las columnas parece que se repliega. En ese instante se condensa mucha materia en un punto como para no sentir como maravilloso que no se perfore el lugar donde apoya, al igual que haría un clavo en una pared. Que las columnas y pilares no se claven como chinchetas siempre me ha parecido magia. Por mucho que sepamos de cortantes, tensiones y momentos flectores, por mucho que sepamos de resistencia de terrenos y de materiales, en cada pilar hay algo como de un pesado monstruo caminando de puntillas para no despertarnos de un sueño. Quizá del sueño de que la gravedad es posible evitarla.
Como en ese relato del viejo Marco Polo.
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11 de septiembre de 2017
AGUAS CIVILIZADAS O POR QUÉ GUSTAN TANTO LAS PISCINAS
Estanques, pozos y albercas sirven a la arquitectura y a sus inquilinos proporcionándoles algo más que simple refresco. Porque son lugares desde donde mana energía antes que simple agua. En la antigüedad el agua que era capaz de atesorar la arquitectura era sagrada y de ella se emergía renovado. Por eso a las aguas civilizadas se las nombraba bíblicamente como “aguas tranquilas, aguas profundas”.
Entre esa familia de usos y formas que reúne el agua en torno a la arquitectura, el espacio del agua ociosa contemporánea es el de la piscina. Y todo porque el agua de las viejas albercas ha pasado a ser un agua demasiado incierta en su limpieza para las aspiraciones occidentales de trasparencia e higiene.
La piscina es esa habitación de recreo donde el agua permanece clara pero paradójicamente incapacitada para calmar la sed. De estos pequeños depósitos de infinito en medio de la vida ordinaria, sin embargo, ha desaparecido ya el riesgo de embelesamiento narcisista producido por el reflejo de uno mismo, porque el agua de la piscina ya nada refleja. Sus aguas son inevitablemente cristalinas, es decir, están más cerca en cuanto a sus propiedades del vidrio que de un líquido. Y eso por mucho que existan juegos malévolos con el color de las paredes y el suelo de esta habitación ociosa para hacer que el agua parezca de otra naturaleza.
Curiosamente las variedades de piscina no son muchas porque su forma depende de pocos factores. Los bordes de este cuarto de agua opulenta oscilan entre lo rectilíneo y lo arriñonado, esto último desde que Aalto y decidiese imitar la forma de los lagos fineses en la piscina de Villa Mairea. Cualquiera que se tome el tiempo de estudiar la historia de esos bordes, verá que es una historia de modas, donde se han tratado de borrar, disimular y exagerar sus límites aunque sin poder escapar completamente de esas dos tipologías primigenias. Y donde su salto cualitativo ha sido el de colocar las piscinas en los lugares más inesperados, (en medio del salón, en la casa que Loos proyectara para Josephine Baker o en la casa Ghilardi de Barragán, por ejemplo) o el de convertirlas en peceras de nadadores y vidrio (véase si no cualquier revista de decoración y los miles de casos con suelos o paredes de vidrio a cientos de metros de altura aparecidos en los últimos años).
Sin embargo no puede olvidarse que el último objetivo de las piscinas, de esas preciosas habitaciones veraniegas, es el de una “gran zambullida”. Ese es su fin íntimo. “Un maremagnun de energía psíquica conscientemente contenido en el que el yo puede zambullirse imaginariamente“, que diría un discípulo de Jung. Aunque a veces ese proceso tan delicado se disimule bajo el simple utilitarismo de la natación.
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4 de septiembre de 2017
JUNTAS DE DILATACIÓN
El frío y el calor alternativos revientan la materia que nos rodea con un poder mayor y más discreto que el de los superhéroes de película o cualquier explosivo pirotécnico. La arquitectura estalla donde menos se espera cuando dilatan cada uno de sus materiales sin haberlo previsto. Entonces aparecen fisuras y grietas que recuerdan, por un lado, como las arrugas en la piel, que el tiempo pasa por la obra de modo irreversible, y por otro, el carácter vivaz y dinámico de la materia.
En el mundo de la construcción a esas franjas de nada longitudinal se las denomina con el prosaico término de “juntas” cuando se han planificado y a veces hasta con su apellido delator “juntas de dilatación”.
Lo cierto es que no hay alternativa a la segura aparición de las grietas que no sea el anticiparlas, dibujarlas y planificarlas como se planifica la masa construida. Sin embargo el control de esas “nadas” han dado siempre un prestigio que no puede ni imaginarse. Y es que en esta profesión de la arquitectura, la historia trata bien a quien considera esos vacíos entre lo construido con cierto arte ya que invitan a cierta eternidad de las obras.
Sin embargo la naturaleza no tiene estos problemas. En la naturaleza las juntas de dilatación no existen. Simplemente la materia se rompe y resquebraja sin dolor, aunque, a veces, con un ruido sordo o un leve chasquido. (En realidad solo hay dos materias en la concienzuda naturaleza que no se rompen por dilatación, la arena del desierto y el agua del mar. Bueno y luego otras aún más valiosas e inmanejables para la arquitectura: la luz y el aire). O resumiendo y como dijo el ronco filósofo Leonard Cohen: "Hay una grieta en todo".
Mientras, en cada obra, el lento e imperceptible baile de las cosas, con su encogerse y ensancharse, nos invita a pensar en esos vacíos como un principio inevitable y rico del arte de la buena construcción. Y ver en esos movimientos algo parecido a la lenta respiración de ese ser calmo que es la arquitectura.
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