Seguramente estaba muy lejos de las intenciones de Samuel Beckett convertirse en un profeta de la esperanza. Era suficientemente negativo, aforístico y oscuro, como para ver impresa su pesadumbre existencial en bellos caracteres sobre tazas de desayuno de Mrs Wonderful: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Banalizado, ese enunciado se ha convertido en un mantra en todas las escuelas de coaching del mundo. No hay CEO, por efímera que sea esa palabra para una start-up, deportista retirado o modesto profesor de proyectos, que no la pronuncie en esa u otras de sus muchas formulaciones como una verdad esculpida en el tímpano de los templos disciplinares dedicados a la prueba y el error. Pero puede que con ese fracasar Beckett se estuviese refiriendo a otra cosa.
En cada línea escrita o trazada, se descartan una infinidad de otros desarrollos posibles. En cada argumento, en cada idea, está cosido un hilván de fracasos y de errores alternativos. En cada libro, cuadro, u obra de arquitectura existe una sombra de las posibilidades descartadas que, de haber crecido, los habrían hecho ligeramente más hermosos o ajustados. Esos fracasos gravitan sobre lo realizado, presionan su realidad y ofrecen algo casi fantasmagórico. En cada éxito habita una nube de fiascos.
En el Partenón asoman las frustraciones arrastradas por el dórico en multitud de templos previos. Sin embargo, el fracaso al que se refiere Beckett toca una fibra que está contenida en el propio desarrollo de esa obra. Fidias dudó de una de sus distancias o acanaladuras, o de unos centímetros que hubiesen mejorado el resultado. Esas decisiones exiliadas permanecen tan vivas como cada una de las piedras de la Acrópolis. Esas presencias se hacen reales en la obra de arquitectos sin que éstos consigan diluirlas o acallarlas. En algunos casos, incluso, hablan en voz alta. En Bramante, en Piranesi, en Venturi, o en Koolhaas, el chillido es estridente.
Con cada uno de estos setecientos textos que hoy aquí se celebran, sucede otro tanto. (Sucede incluso con estas mismas líneas mientras son escritas y sus marcha atrás y los cambios de palabras y de orden). A estos textos les persiguen otros posibles. Textos en potencia, solapados a los que han visto la luz. Inconclusos, pero no abandonados (los abandonados son otra legión) a la sombra de los visibles, en los que no existe ni parecido con el perfecto inacabamiento de los esclavos de un Miguel Ángel. Textos no-natos, como flores crecidas junto a otras flores antes que malas hierbas. Siamesas malogradas, aunque levemente más hermosas. Creo que a esos abortos, moldes en realidad de los que sí han visto la luz, son a quien se dirigía la apelación de Beckett. Esos fracasos son de largo recorrido y son los que nos espolean a fracasar otra vez. Y otra. Lo de hacerlo mejor, está por ver.