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6 de noviembre de 2023

SOBRE LOS SUELOS TRANSITABLES (Y LOS OTROS)


Solo el uno por ciento del suelo de la corteza terrestre es pisable, (el equivalente a doscientos millones de periodísticos campos de futbol). Si se piensa, no es mucho. El suelo urbano, las calles y plazas, las carreteras, sendas y caminos, los jardines y los paseos representan una fracción minúscula en comparación con el terreno agreste, lleno de maleza, rocas, selva o arena en que se encuentra el resto del mundo. Añadido a eso, entre los suelos transitables los hay de dos familias: los que se pisan con los pies y los que se pisan con la mirada. Los que uno corre el riesgo de morir atropellado por una bicicleta o un patinete y en los que está el "prohibido pisar" o el "keep off the grass".
De las maravillas del Japón, una que no deja de resultar asombrosa es la condensación allí de esos suelos nacidos para ser pisados con los ojos en relación a los destinados a los pies. Es decir, de esos suelos separados del suelo, dispuestos a ser contemplados como una obra de metafísica antes que como un conjunto de guijarros y piedras. El suelo nos ofrece abismos, puertas e infinidad de sorpresas para el caminante pesaroso. Y no me refiero solamente al encuentro ocasional de monedas o pendientes solitarios. En el suelo aparece el cielo y la entrada al infierno. El suelo recoge el agua y al porquería de los perros. El suelo es el recipiente de las cejas de un empedrado que ofrece dentelladas y tropezones a los caminantes. (Tras cuyo tropiezo miramos al suelo culpándolo de su falta de perfección y lisura). Pocas veces el suelo recupera nuestra atención. Contemplamos el suelo como un paisaje completo ante el cataclismo personal sentados en el banco de un parque. Del mismo modo que Monet sus nenúfares.
El suelo acoge nuestra mirada como una cuna ancestral. El suelo es la penúltima y despreciable superficie que tiene la arquitectura, aun hoy, ser una fuente de pensamiento, de devolvernos a la vida real. Lo cual no deja  de resultar un buen antídoto. Que un lugar que acumula la porquería de la vida y la muerte, la mugre y las hojas secas, se vuelva un objeto de pensamiento supone una forma de andar por el mundo alternativa.
Only one percent of the Earth's crust is walkable, which is equivalent to two hundred million football fields. When you think about it, it's not much. Urban ground, streets and squares, roads, paths, and gardens represent a minuscule fraction compared to the rugged terrain, overgrown with weeds, rocks, jungles, or sand that makes up the rest of the world. Furthermore, among the walkable grounds, there are two distinct families: those you tread with your feet and those you tread with your gaze. The former pose the risk of being run over by a bicycle or a scooter, and often display signs that say "No Trespassing" or "Keep Off the Grass."
Among the wonders of Japan, one that never ceases to amaze is the concentration of these grounds meant to be gazed upon, as opposed to those meant to be walked upon. In other words, these grounds detached from the earth, intended to be contemplated as a work of metaphysics rather than a collection of pebbles and stones. The ground offers us chasms, gateways, and countless surprises for the pensive traveler. And I'm not only referring to the occasional discovery of coins or lone earrings. In the ground, you find the sky and the entrance to hell. The ground collects water and the filth of dogs. The ground is the canvas of a cobblestone mosaic that provides bites and stumbles to pedestrians. (After stumbling, we look at the ground, blaming it for its lack of perfection and smoothness). Rarely does the ground regain our attention. We gaze at the ground as a complete landscape when facing personal turmoil while sitting on a park bench. Just like Monet with his water lilies.
The ground cradles our gaze like an ancient cradle. The ground is the second-to-last and seemingly insignificant surface in architecture that can still serve as a source of reflection, returning us to real life. This, in itself, is a valuable antidote. That a place that accumulates the detritus of life and death, the grime, and dried leaves, becomes an object of contemplation offers an alternative way to navigate the world.

9 de octubre de 2023

CAMBIA EL MUNDO, HAZ UNA VENTANA

La mejor ventana del mundo no es una fênetre en longueur, ni tampoco es una que haya logrado hacer desaparecer su marco o haya resuelto a la perfección sus problemas de estanqueidad o que evite los chifletes de aire entre sus rendijas, sino una que se asoma tanto al exterior que cambia el concepto de exterior mismo. Es decir, la que logra, por su propia existencia, que se transmute el mundo, hacia fuera y hacia dentro.
Toda ventana es un acto de comunicación y sus componentes y partes, desde la nada que es su agujero, hasta los adornos y ornamentos a su alrededor vuelven el mundo más amable y otro. (Igual que pintarse los ojos o colocarse unas gafas devuelve una mirada transformada). Miramos diferente con una ventana que es consciente de ese poder. El exterior nos ve de otro modo si el hueco por el que nos asomamos se apodera de esa capacidad. Esa magia es específicamente de la arquitectura, que en cada perforación cambia el rostro del habitante y del mundo. 
The finest window in the world is not a fênetre en longueur, nor is it one that has managed to make its frame disappear or has perfectly solved its sealing problems or avoids the whistling of air through its cracks. Instead, it's a window that leans so far into the outside that it changes the concept of the exterior itself. In other words, it's the one that, through its very existence, transforms the world, both outward and inward.
Every window is an act of communication, and its components and parts, from the void that is its opening to the decorations and ornaments around it, make the world friendlier and different. (Just as applying makeup to the eyes or wearing glasses gives a transformed look). We look differently through a window that is aware of that power. The outside perceives us differently if the opening through which we peer seizes that capacity. This magic belongs specifically to architecture, which, with each perforation, alters the countenance of both the inhabitant and the world.

4 de septiembre de 2023

LA LÍNEA DE LA BELLEZA

La belleza ha cautivado al ser humano desde que lo es. De ella ha hecho depender su supervivencia como especie y la obtención del más alto placer intelectual. Visto con distancia, sorprende que algo tan inasible pero a la vez tan palpable, sea uno de los grandes temas y de los grandes misterios de la humanidad. La filosofía, la religión, la estadística, la antropología y las artes han tratado de profundizar en sus abismos con puntual éxito práctico y muy poco teórico. En este sentido, poco más lejos se ha podido llegar que la identificación entre "verdad, bondad y belleza".
Entre los intentos más románticos por capturar la esencia de la belleza podemos encontrar el de William Hogarth, destacado pintor, grabador y teórico del arte del siglo XVIII. Defendió la línea curva como el elemento fundacional de lo bello basándose en su pasión por el barroco. En su obra "The Analysis of Beauty" sostuvo que las líneas curvas tenían una cualidad dinámica y armónica que resonaba con la propia naturaleza humana. Maravillosamente, estudios recientes han encontrado un increible solape entre la forma de sus trazados y la de la biomécanica óptima que conduce a la mayoría de los partos exitosos en las mujeres. Concebir la belleza como algo instrumental, como una sombra de lo puramente darwiniano, parece reducir mucho su abismal enigma. ¿Acaso es mucho de lo más profundo que poseemos una simple derivada de lo funcional o el misterio sigue siendo insondable?
En la arquitectura contemporánea, podemos encontrar ejemplos donde la línea de belleza de Hogarth es evidente. Edificios con formas fluidas y curvas suaves capturan al turista, evocando una sensación de gracia y elegancia. O de puro horror. Ese es el problema. Ni los más sesudos estudios antropológicos, biológicos o proxémicos garantizan la belleza de la mas simple de las obras humanas. Ni un sencillo endecasílabo, ni un muro de ladrillo bien aparejado, ni acaso una ilustración de un libro infantil, pueden garantizar el roce con lo sobrehumano que alcanzan Homero, Palladio o Piranesi casi con los mismos requerimientos formales. Miles de estructuras arquitectónicas solapan sus trazados con las líneas de belleza de Hogarth, pero pueden resultar tan bellas como espeluznantes y huecas, aunque sean trazadas con idénticas curvas. Así pues, seguimos solos. Abiertos, en canal, al misterio. O acompañados, precisamente, por ese mismo misterio. 
Beauty has captivated humankind since its existence. It has depended on it for survival as a species and the attainment of the highest intellectual pleasure. From a distance, it is surprising that something so intangible yet palpable is one of the great themes and mysteries of humanity. Philosophy, religion, statistics, anthropology, and the arts have sought to delve into its abysses with practical success but little theoretical understanding. In this sense, little progress has been made beyond the identification of "truth, goodness, and beauty."
Among the most romantic attempts to capture the essence of beauty, we find that of William Hogarth, a prominent painter, engraver, and art theorist of the 18th century. He championed the curved line as its foundational element, based on his passion for the Baroque. In his work "The Analysis of Beauty," he argued that curved lines possessed a dynamic and harmonious quality that resonated with human nature itself. Astonishingly, recent studies have found an incredible overlap between the form of his designs and the optimal biomechanics that lead to most successful childbirths in women. Conceiving beauty as something instrumental, as a mere shadow of the purely Darwinian, seems to greatly diminish its profound mystery. Could it be that the deepest aspects we possess are merely a derivative of the functional, or does the conundrum remain truly inexplicable?
In contemporary architecture, we can find examples where Hogarth's line of beauty is evident. Buildings with fluid and smooth curves captivate tourists, evoking a sense of grace and elegance. Or pure horror. That's the problem. Not even the most profound anthropological, biological, or proxemic studies can guarantee the beauty of the simplest of human creations. Not a single verse of poetry, nor a well-laid brick wall, nor even an illustration in a children's book can guarantee the same transcendent experience that Homer, Palladio, or Piranesi achieved with the same formal requirements. Rocks of architectural structures are designed to carefully follow Hogarth's lines of beauty, yet they can be as beautiful as they are chilling and hollow, even when traced with identical curves. Thus, we remain alone. Exposed, dissected by the mystery. Or accompanied, precisely, by that very mystery.

29 de mayo de 2023

EL SILENCIO DE LAS ANTENAS

Las antenas son hoy, además de amasijos de hierro oxidado en las cubiertas de los edificios, especies amenazadas de extinción. Incluso la subespecie de las antenas parabólicas han ido desapareciendo de las cubiertas y terrazas urbanas a mayor velocidad que los gorriones y los vencejos. El mundo del wifi y de las ondas transmitidas por fibras invisibles se ha impuesto. Al final el punto G ha resultado ser el 5G.
Con la desaparición de las antenas cae uno de los elementos más sutiles de las instalaciones en arquitectura. Antes, las antenas, como orejas arquitectónicas, eran capaces de ser mucho más que los pináculos de la arquitectura moderna: hablaban de una conexión con lo invisible y lo celeste hoy enterrada.
Robert Venturi, arquitecto del que pocos se acuerdan fuera de la academia, colocó una antena dorada en el eje de la fachada del bloque de apartamentos de la Guild House en los años sesenta. Esa antena, antes que recibir ondas, servía como símbolo de los viejos que allí vivían “que se pasan mucho tiempo mirando la TV”. Un poco más atrás, estaba la antena de verdad, esa que permitía recibir los programas de televisión a los ancianitos. Lo cierto es que como el cliente de aquel edificio era cuáquero, Venturi no pudo colocar allí una Madonna policromada como hubiese sido de su agrado. Proféticamente, aquella inútil antena pronto desapareció de la fachada. En las imágenes de una década después la antena había sido retirada sin contemplaciones.
A comienzos del siglo XX, las antenas sirvieron para aumentar en último momento la altura de las torres cuando la competición de lo vertical era uno de los mayores motivos de lucha disciplinar. Junto a los pararrayos, las diferentes cadenas de televisión y radio han competido por ese exiguo solar de hierro colocado en el pico de las torres de Chicago y Nueva York desde los años 30 hasta finales del siglo.
Hoy, como decíamos, las antenas son de otro orden, más bien del orden colectivo y pertenecen mayoritariamente a las compañías de datos. Sus redes, ofrecen todo en uno. Y han dejado de significar nada. Salvo para los que temen que sus ondas les afecten los ganglios…
Con la pérdida del simbolismo de las antenas la biodiversidad de significado arquitectónico pierde una especie más. Fea, ciertamente, pero como todas, valiosa.
 
Today, antennas are more than just clusters of rusty iron on building rooftops; they are endangered species on the brink of extinction. Even the subspecies of parabolic antennas have been disappearing from urban rooftops and terraces at a faster pace than sparrows and swifts. The world of WiFi and waves transmitted through invisible fibers has taken over. In the end, the elusive point G turned out to be 5G.
With the disappearance of antennas, one of the most subtle elements in architectural installations is lost. Antennas, as architectural ears, used to be much more than mere pinnacles of modern architecture; they spoke of a connection with the invisible and the celestial, a connection now buried.
In the 1960s, Robert Venturi, an architect whose name is seldom remembered outside academia, placed a golden antenna on the façade axis of the Guild House apartment block. That antenna, rather than receiving waves, symbolized the elderly residents who spent much time watching TV. A little further back, there was the actual antenna that allowed the elderly to tune into television programs. However, since the building's client was a Quaker, Venturi couldn't place a polychromatic Madonna there, as he would have liked. Prophetically, that useless antenna quickly vanished from the façade. In images taken a decade later, the antenna had been ruthlessly removed.
In the early 20th century, antennas served to add height at the last moment when the competition for verticality was a major disciplinary challenge. Alongside lightning rods, different television and radio networks vied for that tiny piece of iron atop the towers of Chicago and New York from the 1930s until the end of the century.
Today, as we mentioned, antennas represent a different order, primarily belonging to data companies. Their networks offer an all-in-one solution. And they have ceased to hold any significance, except for those who fear their waves affecting their ganglia...
With the loss of symbolism in antennas, the biodiversity of architectural meaning loses yet another species. Ugly, indeed, but like all species, valuable.

14 de noviembre de 2022

UN METRO CÚBICO DE HORMIGÓN ES MÁS HORMIGÓN QUE MEDIO METRO CÚBICO DE HORMIGÓN


En arquitectura, y para maldición de los más pragmáticos, que todo lo miden, pesan y apuntan en una tabla de Excel, los universos de lo cuantitativo y de lo cualitativo no son estancos. Separados por una finísima membrana, uno y otro se influyen y permean en ambas direcciones hasta fundir sus fuertes y firmes fronteras.
La cantidad, indudablemente, influye en la cualidad. Cézanne, decía, con razón, que un kilo de pintura verde es más verde que medio kilo. Desde luego, en arquitectura, cien metros cúbicos de hormigón son más que un metro cúbico. En términos de puro peso, esto resulta de perogrullo. Salvo que esto también se da en su psicología: el peso o el color se sienten en la arquitectura más allá del peso real. En este sentido, el hormigón puede ser más hormigón que el hormigón mismo. Precisamente cuando el hormigón se vuelve hormigón humano. Porque su peso y su color se imaginan e intuyen más allá del propio material. El camino inverso es igual de cierto: el gris del hormigón, su textura y sus juntas, lo transforman - en la mente del habitante al menos- en algo más de lo que, físicamente es. Esta cuestión "sensacional" resulta, al menos para mí, sensacional. 
En arquitectura las cosas son más de lo que son. Y lo son por lo que ofrecen a la imaginación antes que a los ojos.

31 de octubre de 2022

VANIDOSA TRANSPARENCIA


En uno de los mejores relatos de Juan Rodolfo Wilkock, "el vanidoso", su protagonista luce una extraña mutación que ha vuelto su piel y sus músculos transparentes. Y presume de ello. Se exhibe sin pudor delante de sus congéneres mostrando sus órganos como en una vitrina. Sin recato, exhibe sus pastosos procesos digestivos, el movimiento azulado de su hígado o la contracción esponjosa de sus pulmones a la luz del día. Pasea en bañador su cuerpo vuelto espectáculo o exhibe su torso desnudo desde la ventana de su casa. Nadie lo soporta. En realidad, todo el mundo tiene sus mismos pulmones, corazón y glándulas, aunque permanezcan ocultos. No se trata de envidia sino de algo muy diferente. Hasta sus más íntimos allegados esperan que esa transparencia se vuelva una pesadilla: "Llegará el día, así al menos lo esperan sus amigos, en que alguien dirá: “Oye, ¿qué es esta mancha blanca que tienes aquí, debajo de la tetilla? Antes no estaba”. Y entonces se verá adónde van a parar sus desagradables exhibiciones."
Apenas hace una década, el doctor Richard White en el Hospital Pediátrico de Boston, logró modificar los genes del "pez cebra" con la misma intención que la del cuento de Wilckock. Gracias a su transparencia en los primeros meses de vida, esta especie es invisible ante los depredadores. Luego esta cualidad se pierde. Pero con una ligera modificación genética se lograron especímenes transparentes de larga duración. Convertidos en escaparates de sus procesos internos, eso permitió ver el crecimiento de un tumor en tiempo real y el modo en que se producía el nunca visto proceso de la metástasis en vivo... 
El debate de la arquitectura con las diferentes formas de la transparencia contemporánea está más vigente que nunca y las imágenes de Fanil el vanidoso y del pez cebra constituyen más que una parábola. Hoy la transparencia y sus simulacros han desplazado a aquellas formas emanadas del cubismo que parecían ofrecer la simultánea contemplación del haz y el envés de las cosas (y tan bien relatadas por Rowe y Slutzsky a finales de los años cincuenta). Hoy el tumor tal vez sea la misma transparencia. 
Curiosamente ante las connotaciones plenamente positivas que tenía esta idea en el siglo pasado, hoy la transparencia posee oscuras facetas. La arquitectura se encuentra en pleno debate en torno a esta idea. Es fácil apreciar una fuerte tendencia a la re-masificación de la arquitectura, o por el contrario, un intento por descarnar hasta sus más íntimos huesos. Caminamos entre obras que luchan por hacer palpable las distancias y los umbrales, y otras que apuntan todo su esfuerzo técnico, social y  transpolítico (el prefijo trans- constituye hoy el secreto "alias" de lo transparente) hacia el logro de una hipertransparencia absoluta... Todo esto sucede a la vez que el mundo en red sigue ordeñando más y más interioridades sin que la arquitectura sea capaz de contener esa creciente succión. 
No hay respuestas seguras sobre cómo acabará este debate. Pero al menos parece claro que el futuro nos obligará a redefinir el qué ver y el modo arquitectónico de hacerlo.

13 de junio de 2022

EL TEATRO DIARIO

La historia de Vivian Maier, niñera y fotógrafa, es un gran misterio. Desconocida, tras su muerte y por casualidad, aparecieron miles de fotografías capturadas en las calles de Chicago y Nueva York durante cincuenta años. Lo maravilloso, el vértigo, proviene de saber que no estaban reveladas. Maier disparaba sin fin, sin descanso, y sin la posibilidad de ver el resultado. Sin dinero para descubrir el contenido de sus rollos de película, lo importante para ella era el acto mismo de disparar, la captura, el haber puesto la mirada en un momento y en un lugar irrepetible.
A pesar de no llegar a ver desveladas esas imágenes en vida, su legado y su talla como fotógrafa es monumental. Mientras paseaba al cuidado de niños ajenos, disparaba a lo cotidiano y a sus rarezas con todo su ser. Una de las cosas más llamativas es que en todas aquellas imágenes existe un invariante: el fondo, constituido por la ciudad y la arquitectura. 
La mirada ansiosa por descubrir lo invisible y su forma de conexión con lo que le rodeaba es plena, y ofrece un aprendizaje que no debiera pasar por alto nadie que aspire, no solo a ser fotógrafo, sino arquitecto. La ciudad y la arquitectura son el teatro de esa obra que se representa a diario y que permanece oculta a la vista de casi todo el mundo. Solo unos pocos privilegiados tienen ojos para ver lo invisible con tanta nitidez. Sin embargo todos y cada uno de quien precie llamarse arquitecto debiera ser consciente que fabrica con su trabajo el teatro para que esa representación diaria se de en plenitud. 
Mucho cuidado con olvidar que el arquitecto solo es el encargado del atrezzo de la vida... Y no más. 
Ni menos. 
"Tenemos que dejar sitio a los demás. Esto es una rueda, te subes y llegas al final, alguien más tiene tu misma oportunidad y ocupa tu lugar, hasta el final, una vez más, siempre igual. Nada nuevo bajo el sol".

7 de febrero de 2022

UN FRÍO DE MUERTE ME RECORRE


A menudo se acusa a la arquitectura moderna de ser “fría”. Los arquitectos ante esa observación suben las cejas con displicencia o se encogen de hombros, sea como estúpido gesto de superioridad o como débil signo de incomprensión. Aun a sabiendas de que “el acero puede ser tan cálido como la madera”, nadie se preocupa de explicarlo y  menos de pensar sobre esa verdad psicológica. Sin embargo mientras no sean capaces de abrir su pensamiento a esa capa ocluida de realidad no podrán comprender siquiera la profunda aportación al campo de la temperatura ofrecido por la modernidad, y menos aun por parte Mies Van der Rohe. 
Si bien la modernidad no tuvo nunca por qué ser fría como tal, el pabellón de Barcelona o la casa Farnsworth por ejemplo, su simiente y su epílogo, son la encarnación y el manantial de esa heladora sensación. Una frialdad contagiosa, convertida en logo, y perseguida con el mismo ansia que pusieron Amundsen, Ellsworth y Nobile para contemplar por vez primera el polo Norte. 
Ni la casa Farnsworth ni acaso el pabellón de Barcelona superaron nunca la condición térmica de obra inacabada. Por mucho que se terminaran los trabajos de sus respectivos interiores, ambas obras estuvieron siempre sujetas a la constante amenaza de las temperaturas extremas. Aun hoy el frío que soportan sus vigilantes no se puede atemperar. El problema no es el de un insuficiente aporte de calorías o aislamiento sino que se encuentra en su mismo centro. La arquitectura de Mies Van der Rohe es una máquina térmica, una cámara frigorífica destinada a helar a sus visitantes. Para lograrlo, cada uno de sus componentes, cada una de sus piezas está diseñada para eliminar el calor consustancial a la sensación de abrigo que puedan ofrecer tanto techos y muros como la propia interioridad de la materia. Walter Benjamin dijo de las cosas (casas) modernas: “el hombre tiene que compensar con su calor la frialdad de las cosas”. Si el calor de las manos que trabajan la materia se transfiere a su ser, Mies es el descubridor del mecanismo por el que esas huellas han sido eliminadas hasta lograr una arquitectura repelente al calor. Al igual que Willis Haviland Carrier, inventor del aire acondicionado, Mies construye pozos térmicos. 
La historia de frialdad acumulada en sus obras es patológica y llega a expulsar toda posibilidad de habitación e interioridad. La falta de calorías en estas obras es consustancial a su concepción y construcción y su capacidad virulenta sobre toda la modernidad, un hecho. Un exceso premonitorio. 
No se puede habitar un cubo de hielo, pero sí, admirarlo. Por mucho que no haya madera suficiente capaz de caldear los grados bajo cero fenomenológicos de esa arquitectura, al menos si puede uno deleitarse con su belleza.

6 de diciembre de 2021

VÉRTIGO


Pocos elementos en arquitectura tienen sus propias patologías. Pero las escaleras y los balcones comparten la suya propia: la acrofobia, es decir, el miedo a las alturas
Para producir ese miedo específico, el vértigo, Alfred Hitchcock necesitó de una torre con una escalera en su interior y un detective retirado con miedo a lo vertical. De la película "Vértigo" sabemos que el miedo a lo alto apenas necesita de otros ingredientes que de un habitante y de un hueco por el que asomarse. Esa combinación resulta letal y suficientemente poderosa para sustentar una tensión que no ocurre en el caminar ordinario. Aunque hay que destacar que en realidad el vértigo no depende de una altura concreta, sino de ser capaz de brindar la sensación de altura.
Cualquiera que lo padece sabe que el vértigo no surge de la presencia de un hueco de escalera ni de la propia distancia al suelo como tal. El nudo en el estómago que provoca esa sensación inimitable arranca en el centro del propio habitante. Nace de una escalera injertada en algún recóndito pliegue del cerebro que toma cuerpo gracias a unos pocos chispazos entre neuronas. 
Ese estremecimiento es la prueba más palpable de que existe una escalera genérica, una idea de escalera, que ocupa alguna zona primitiva de nosotros mismos. Es esa idea la que encuentra en el vértigo una salida y un modo de expresión. Aunque nadie duda que esa sensación de perpetua amenaza de caída es tan real como la propia realidad. Ese modo de sentir las escaleras es semejante a tener un tatuaje de lo vertical incrustado en nosotros mismos o a tener un telescopio del vacío y la sensación es parecida a la pesadilla de un tren imposible de esquivar*.

* Puedes encontrar este y otros textos sobre las escaleras en el libro: “Todas las escaleras del mundo”, Ediciones Asimétricas, Madrid, 2021.

11 de octubre de 2021

DESVELARNOS


Con esta imagen se actualiza una vieja disputa. Una disputa por la supremacía, por la habilidad, por mostrarse mejor que el otro. En un antiguo relato, Zeuxis y Parrasio competían por ver quién era capaz de pintar la realidad con mayor verosimilitud. Al igual que este equívoco entre un mantel y una abeja, Zeuxis pintó un bodegón con unas uvas tan real que engañó a unos pájaros que acudieron a picotearlas. Sin embargo Parrasio fue más lejos. Para probar su habilidad no pintó la naturaleza. No redujo su obra a un problema de imitación. Pintó la idea de arte: pintó un velo. Zeuxis, seguro de ganar, invita a su rival a descorrerlo para poder ver el cuadro. Pero la tela era la pintura. (1)
Lo artificial puede engañar a una bandada de pájaros o a un insecto, pero la reflexión sobre la mirada misma es la meta. Precisamente siempre se trató, fuese en la pintura o en la arquitectura, de tomar consciencia de la mirada. Igual que con esta imagen de Ignacio Borrego, llegados a un punto, nos descubrimos pegados a ella tratando de descorrer su velo, su fondo. Esta imagen es otro mantel para nuestros ojos y nosotros tratamos de libar su jugo, como esa abeja...
Por eso en este tipo de representaciones reconocemos, antes que la confrontación entre lo natural y lo artificial, el universo arquitectónico específico de la mirada y, consecuentemente, de la ventana. Solo entonces descubrimos que esos rectángulos no sirven para ver solamente hacia el exterior, sino para vernos a nosotros mismos mirando. Que para lo que de verdad sirven es para desvelarnos.

 (1) Plinio. Historia natural. (Ed. Consultada Josefa Cantó (trad). Madrid: Cátedra, 2007)

Gracias a Ignacio Borrego por el generoso préstamo de esta imagen. Puede encontrarse en: Ignacio Borrego, Materia Informada, Ed. Fundación Arquia, col. Arquitesis 42, 2019.

6 de septiembre de 2021

NUEVAS FORMAS DE TRANSPARENCIA


"La ilusión del tenedor y el cuchillo", bien conocida por la psicología de la percepción y que consiste en aprovechar el reflejo de la superficie plana del cuchillo para mostrar la parte ausente del tenedor, ofrece una distorsión de la realidad semejante a otra que aparece ocasionalmente en la arquitectura. El reflejo hace que un vulgar muro cortina provoque el maravilloso efecto de una inesperada falta de materia. Como en esas superficies de ciencia ficción en las que puede introducirse la mano, parece que pueda pasarse a otro mundo a través de estos edificios, por lo general carentes de muchos otros valores... Y sin embargo...
Frente a las transparencias, literales y fenomenales, en las que estuvo inmersa la arquitectura de la modernidad, es decir, frente al cubismo y la arquitectura del vidrio y la ligereza iniciada por Gropius y Mies van der Rohe, esta experiencia inaugura una vía alternativa. Un camino que no consiste ya en ver el interior desnudo como si la arquitectura fuese expuesta a la mirada de los rayos X. En esta forma de transparencia, no importan los huesos de la arquitectura ni su disposición, sino una forma de continuidad fundada en la pura ilusión. No sobra subrayar que apenas se ha trabajado en este campo por parte de los arquitectos más capaces de este siglo, y que cuando ha aparecido esta especial desmaterialización ha sido en edificios a menudo inconscientes de lograr ese efecto. Es decir, se trata de una trasparencia involuntaria y comercial, que anida en el mercado inmobiliario lejos del mundo de las teorías, y que sin embargo ahora empieza a apreciarse con otros ojos. ¿Por qué? Tal vez porque exhausta la modernidad y su supuesta sinceridad constructiva el ilusionismo hoy resulta, significativamente, ilusionante.

23 de agosto de 2021

UNA TEORÍA PARA LA DECORACIÓN DE INTERIORES


Un verso que vale más que un tratado de decoración: “Como un inmóvil jarrón chino. Se mueve perpetuamente en su quietud.” dice T.S. Eliot de una ornamentada pieza cerámica en medio de un cuarto. La magia de sus palabras hace que, súbitamente, esa vasija se convierta en un barco navegando por una habitación embravecida y oceánica. Para el poeta los jarrones no son simplones objetos decorativos. La vasija depositada, ensimismada en su redondez, aporta calma al interior. He ahí un secreto que a menudo olvida el arte de la decoración de interiores. Un jarrón, un objeto en un cuarto, es más que el buen gusto de su forma o sus colores. 
Colocados sobre estantes, mesas o baldas, la habitación parece centrada y en orden gracias a esas presencias. A nadie se le escapa que esta manera de dar sentido a un cuarto gracias a estos "objetos centradores" (y que éstos no sean la tradicional chimenea o la televisión) deja en mal lugar a quienes piensan que para tener éxito como interiorista o arquitecto basta con trazar adecuadamente las proporciones de un recinto y disponer bien sus puertas y ventanas, para luego, pasar a rellenarlo con trastos conjuntados a la moda. Lo cierto es que, al menos con ese enfoque, cada habitación es un sistema orbital. 
Puede que eso sea precisamente lo que el mejor interiorismo aporta al conocimiento psicológico de la habitación: antes que un espacio entre cuatro paredes, un cuarto es un sistema gravitacional en perpetua busca de centro: lo cual constituye toda una teoría.

24 de mayo de 2021

TRENZADO MÁGICO


Los pintores saben bien que cada objeto está cargado de los reflejos de los objetos vecinos. A su alrededor cada uno engendra un campo de similitudes, enredos, contrastes y complementos. Ese campo de posibilidades armónicas de varias dimensiones se despliega también entre el objeto y el lugar donde se encuentra. Desarrollar la conciencia de esas posibilidades, estimar su valor al más alto nivel supone una especial sensibilización que se abre dentro del arquitecto como un modo de mirar el mundo fuera de la idolatría hacia el objeto-edificio como tal y de todo interés que emane de su sentido práctico. Entonces, es como si un ojo de una sensibilidad inaudita viera en cada edificio la imagen de los edificios vecinos y pasase de unos a otros en una suerte de nueva continuidad, reconociendo en cada uno la ciudad entera. 
Esa forma de mirar es lo que se conoce como ser arquitecto. Ese trenzado mágico es lo que se conoce como arquitectura. De todo esto sabía bien Paulo Mendes da Rocha. 

22 de marzo de 2021

SECRETOS QUE LAS HABITACIONES ESCONDEN


En su afán utilitarista, la arquitectura moderna se olvidó hacer habitaciones secretas. De hecho, puede fácilmente detectarse cuando estamos ante una obra de arquitectura moderna, precisamente, cuando no tiene una habitación secreta. (Aunque esto solo sea cierto en las casas de los pobres. Los muy ricos se han inventado el término de “habitación del pánico” cuando quieren hablar de ellas…)
La principal misión de las habitaciones secretas fue siempre permanecer de ese modo, invisibles. Gracias a eso salvaron la vida a multitud de personas. Miguel Ángel sobrevivió a la furia de los Médicis gracias al escondrijo que le brindó una de ellas. María Antonieta pudo huir de la turbamulta que acosaba Versalles una mañana de 1789 por el escape que le propició otra. Durante las persecuciones y las guerras, las habitaciones secretas sirvieron de refugio a los llamados “topos”. Personas desaparecidas de la vista gracias a los espacios trasdosados de las viejas casas. Desde allí veían el mundo sin ventanas que pudiesen descubrirles. Porque desde una habitación secreta se mira sin ser mirado. Se trata de espacios ojo, aunque de una sola dirección. 
En la modernidad, decíamos, esos espacios secretos nunca se proyectaron y por tanto un arquitecto moderno que se precie no sabría siquiera cómo dibujarlos. (Como mucho trazarían en su lugar manchas oscuras y les volverían a dar, malamente, el gastado nombre de espacio poché). 
Sin embargo y a pesar de todo, esas madrigueras no son espacios de los que no se pueda aun aprender. En primer lugar hay que destacar que las habitaciones secretas no tienen decoración. Siembre estuvieron, por así decirlo, crudas. Su ornamento natural es el trasdós de los muros sin enfoscar, las humedades y las tuberías vistas… Por otro lado, las habitaciones secretas poseyeron desde su origen un carácter dual y solo dual: o son escondite o son estancias de huida. Es decir, no hay salones secretos, ni cocinas, ni recibidores secretos. O dicho de otro modo, son espacios pre-tipológicos. Por último necesitan, y es una condición inexcusable para su existencia, de una puerta que pase desapercibida, de un acceso al menos tan secreto como la misma habitación. De él depende su pervivencia… 
En nuestra vida cotidiana podemos comprobar que se trata de un espécimen extinto. Y sin embargo en su esencialidad, en su invisibilidad y en su pureza interior se esconde algo más que un habitante amenazado. Tal vez, de hecho y gracias a todo ello, constituya el prototipo esencial de la habitación. ¿Y si el secreto que guardan las habitaciones secretas fuese el esconder el secreto de todas las habitaciones, es decir, el afán por proteger a su inquilino sobre todas las cosas?

15 de febrero de 2021

UN PEQUEÑO DESVIO

Cultivar un campo tiene su misterio. Cada vez que el agricultor se enfrenta al momento de la siega tiene que conducirse para no perder ni una gavilla mientras evita los accidentes del terreno. En esa tarea puede que el desvío provocado por un seto de árboles o una piedra no sean una gran molestia, sin embargo el esfuerzo por no perder la línea recta libra ese trabajo de todo posible rastro de automatismo. En este caso además ese obstáculo facetado y denso dispuesto artificialmente en mitad del campo supone un poderoso recordatorio biográfico. 
La capilla dispuesta entre el cultivo como un exvoto recuerda a su propietario el íntimo motivo de su construcción. Erigida como acto de fe y agradecimiento del campesino a San Niklaus von Flüe (conocido localmente como Hermano Klaus) al haber superado una difícil enfermedad cardiaca, el ligero giro del volante a la hora de recoger el forraje puede que sea una jaculatoria mejor que la propia capilla proyectada por Peter Zumthor
Mientras y para los demás, esa pieza interrumpe con su verticalidad la línea del horizonte. Como si su fin no fuese otro que el desviar la normal marcha de la vida de cualquiera que pase por allí.

25 de enero de 2021

LA VOCACION DE LA MATERIA

El ascensor desea ser ardilla que sin esfuerzo trepa al árbol” dice ese gran inventor de conexiones que es Agustín Fernández-Mallo. Hace mucho Louis I. Kahn, se pronunció en términos semejantes en relación a los ladrillos, y hasta mantuvo una conocida y provechosa entrevista con ellos en la que confesaban su propensión a formar arcos y muros. Kahn también había sonsacado a la cocina su voluntad de ser un cuarto de estar y al dormitorio la suya de “ser una casita en si misma”(1)… 
¿Por qué quieren las cosas ser algo distinto de lo que son? ¿Es por ellas o son un espejo del hombre? 
Las cosas sueñan ser. Tienen trasdós.
Y en eso la arquitectura puede ser de ayuda. 
La vocación de la materia es “cobrar vida gracias a la belleza”. La del cedro crecido al sol de la montaña es ser viga del templo. La del acero es mostrar su ligereza y energía... La del hormigón ser el molde que le prestó su forma… Las grandes figuras de la historia han ahondado en esos territorios cuando aparecían ante sus manos nuevas técnicas o materias. Sin embargo aun quedan continentes inexplorados.
¿Quién se ha ocupado del la otra cara de esos elementos secundarios, los más desconocidos o menores? ¿Cuál es la vocación de un felpudo, el dintel de una puerta, de una encimera de cocina o de un simple bordillo? Es ahí donde puede ayudar hoy cada arquitecto. La tarea es, aun, ingente. No es menor hacer que los sueños de las cosas tomen su verdadera forma.

(1) Latour, Alessandra. Louis I. Kahn. Escritos, conferencias y entrevistas, Ed. El croquis, El Escorial, 2003, pp. 66.

11 de enero de 2021

EL RESPETO COMO EXCUSA


Nadie puede oponerse al totalitarismo de la palabra "respeto". Como sucede con la palabra, "amor", ambas se han vuelto una excusa para casi todo. “Historias de amor son todos los crímenes y no hay acto, por abyecto que sea, sin justificación amorosa” decía Félix de Azúa hace años sin que nadie le escuchara. Hoy en arquitectura, en aras del “respeto”, sea eso el edificio colindante, el sitio o el detalle, se proyectan y erigen todo tipo de atrocidades
"Respeto", el verdadero, el que proviene de “respectus”, de la ‘acción de mirar atrás’, afecta a los ojos y a la mirada antes que ser una mera sumisión formal. Por eso el respeto no se mantiene solo girando el cuello para ver qué hay a nuestras espaldas, sino usando los ojos con una determinada intensidad. El "respeto" no es, por tanto y tal como se entiende habitualmente, algo que tenga que ver con la imitación del vecino, sean eso sus huecos, la altura de su cornisa, su materia, sus colores o sus soluciones constructivas. El "respeto" a un entorno en nada se asemeja a rendir pleitesía o en someterse a lo existente, porque ese concepto no pertenece al universo del servicio ni del camuflaje, sino al del mirar las entrañas, por sucias o sanguinolentas que resulten.
“Hay el amor y el respeto por la materia” decía el escultor Fausto Melotti en un precioso librito de aforismos. “El amor es una pasión; puede convertirse en odio: drama vivificante para un artista artesano. El respeto es como una separación legal: la materia exige sus derechos y todo termina en una gélida relación. El verdadero artista no ama ni respeta la materia: la materia está siempre `a prueba´ y todo puede terminar siempre de la peor manera.”. Melotti, olvida decir que el respeto no es algo que se “mantiene” sino que se “logra”. Y que el único importante, al menos para el arquitecto, es el que brota en dirección contraria: desde el sitio, el vecino o el paisaje hacia la obra. Es decir, cuando la obra se "gana" su respeto. 

23 de noviembre de 2020

SOBRE EL CIELO RASO

 

Los terraplanistas, cuyo número crece últimamente como hongos, tarde o temprano tendrán que enfrentar sus creencias, no tanto con la ciencia y los hechos presentados por los que piensan que la tierra es redonda, sino con su única y verdadera contrareligión, la de los “cielorrasistas”. 
La potencia evangelizadora del “cielorraso” está en el hecho de su callada pero evidente extensión mundial. Es ese techo plano, liso y a menudo encalado, casi como una especie de budismo seglar de los cuartos, quien emite uno de los mensajes más elocuentes y serenos de la vida diaria. Con su silencio franciscano y austero el cielorraso nos dice que en la habitación, entre el bullicio de lo que sucede en su interior, siempre hay algo el calma. 
Aunque dicho esto, eso no significa que no esconda sus contradicciones. (Como por otra parte sucede con toda religión que se precie de ofrecer algo trascendente). Si estamos de acuerdo en que lo raso es lo despejado, lo que permanece libre de obstáculos, ¿por qué entonces cuando se dice que alguien duerme “al raso” se entiende que lo hace sin techo, es decir, a la pura y dura intemperie? ¿Acaso la bóveda celeste es igual de plana que un cielorraso? ¿Acaso no está suficientemente llena de cosas? 
El cielorraso es llamado por muchos falso techo, aludiendo con ello a la poca fiabilidad que merece. Pero se olvidan que el falso techo no tiene porqué ser sustancialmente algo liso y despejado. El falso techo puede adquirir formas de lo más ornamentadas. (De hecho el rococó no era otra cosa que un arte decorativo de falsos techos, pero no de cielorrasos). 
¿Es posible dormir al raso bajo un cielorraso? (Mantegna en la “Cámara degli Sposi” demostró que sí) ¿Es todo esto solo un tonto juego de palabras o se trata de algo más serio? 
¿Se acuerdan cuando Le Corbusier se inventó aquella diabólica estructura “dominó”? ¿No era perverso convertir el techo de una estructura de hormigón en un cielorraso? ¿No era retorcido y contranatural evitar que hubiese vigas a la vista? ¿Se debía todo ese esfuerzo por alisar sus techos en un capricho para luego poder colocar las paredes donde le diese la gana sin depender de tan incómodos descuelgues estructurales? Los cielorrasos, no se olvide, cuestan. Pero esa ansiada lisura algo de bueno tendrá que tanto se persigue en aras de la libertad de lo que sucede bajo ella. 
Aunque puede que le estemos dando tanta importancia a esto solamente porque de algún modo forma parte de nuestro ser diario. El cielorraso es el último paisaje que vemos justo antes de cerrar los ojos, desde lo más mullido de nuestras camas. Y sobre ese paisaje iluminador tomamos muchas más decisiones en nuestra vida de las que parece.
Puede que por eso, frente a la religión del cielorrasismo, ningún insomne terraplanista tiene nada que hacer.

16 de noviembre de 2020

REFLEJOS INESPERADOS


Si desde que existen como objetos, los espejos tienden a situarse sobre las paredes, y por tanto son un eco de nuestra presencia, el situarlos en lugares inesperados ofrece vistas a nuevas significaciones y abismos. Por eso y puestos a hacer cosas que nos saquen de los estrechos márgenes por donde circula la vida, dedicarse a colocar espejos en lugares inusuales permite agrandar las casas una barbaridad. Aldo Van Eyck y Achille Castiglioni lo sabían bien. Y ni que decir los arquitectos de las albercas árabes. 
Todo niño en su infancia descubre que un charco tras la lluvia abre un abismo al que uno se asoma como a una ventana. Ese espacio puede ser un hueco misterioso o un trozo del cielo caído. Un espejo en el suelo de una casa se convierte en un balcón que no requiere de barandillas. Entonces podemos imaginar el debajo de las casas como si cada forjado tuviese sótanos ocultos. TEd'A Arquitectes han rodeado un pilar con un espejo en su contacto con el suelo, liberando su pie y haciendo que parezca colgado, libre de ataduras en un crecimiento sin fin. 
Narciso sabe bien que el agua refleja horizontalmente y hacia arriba. En dirección contraria el espejo se vuelve algo amenazador. Los espejos dispuestos en el techo, en realidad, no son objetos que abran ventanas o abismos sino que se limitan a ser el signo de una vulgar perversión. (Y no solo los dispuestos en un espacio donde haya una cama bajo ellos). Su monstruosidad radica en que nos colocan en un boca abajo interminable, pero sobre todo, en que no paran de derribar cada una de las miradas lanzadas hacia lo alto, ofreciendo solamente en su rebote, suelos, suelos y más suelos
Ni siquiera con los espejos escapamos a esa ancestral memoria de la gravedad que todos llevamos arraigada en algún lóbulo del cerebro o algún recóndito cromosoma. Puede que en realidad todo esto suceda porque algo de la magia de los espejos va con nosotros mismos.

28 de septiembre de 2020

PELIGROS DEL "VER A TRAVÉS"


La magia de los rayos X puso al descubierto – y la palabra descubrir pocas veces tiene mejor uso – un mundo de interioridades libre de la agresividad de la disección o el desmontaje médico o mecánico. Beatriz Colomina ha postulado que los rayos X y la ultradesnudez que ofrecía está directamente relacionada con el despojamiento de la arquitectura moderna de Mies Van der Rohe y los esqueletos transparentes de sus torres. Aunque para la arquitectura de principios del siglo XX la radiografía se constituyese en una simple metáfora, el alcance del “ver a través” se convirtió en un impulso irrefrenable, en una idea fija, que como la propia radiación, impregnó el cerebro de cada arquitecto penetrando hasta sus últimos rincones
Desde entonces la idea de “ver a través” ha permanecido instalada en las entrañas de la modernidad, gracias, entre otras cosas, al vidrio, al cubismo y a disquisiciones como las de la “transparencia literal y fenomenal”. Para el arquitecto aquel mirar “a través” ofrecía una ligereza implícita, la separación sustancial de cerramiento y estructura y una forma de exhibición sin límites. Sin embargo ese modo de ver estaba cargado de peligros sobre su propia mirada y sus propios instrumentos. Las radiografías mostraban el limitado universo de la dureza de los tejidos, pero no la total complejidad de la vida oculta en el interior. Si para la medicina esto estuvo claro muy desde el principio, no sucedió lo mismo para la arquitectura. Pasados más de cien años aquel mito del “ver a través” que ofrecían los rayos X permanece arraigado en los ojos y los modos de trabajo de esta profesión ¿El ejemplo más palpable? Se sigue pensando en el proyectar como algo capaz de abarcar la complejidad del mundo. Continuamos soñando que con nuestros rigurosos planos, modelos y maquetas se resuelve la vida de los habitantes en su total complejidad. Sin embargo fuera del proyecto se queda, siempre e inevitablemente, tanta información, tanta existencia, como queda fuera de la más modesta radiografía. 
Por eso el día en que el arquitecto asuma la limitación de ese “ver a través” del proyectar supondrá una verdadera liberación. A fin de cuentas éste solo se ocupa de hacer recipientes para lo imprevisto.