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14 de agosto de 2023

INTELIGENCIA ARTIFICIAL, ARQUITECTURA Y DISTOPÍAS

Cuando la inteligencia artificial comenzó a ofrecer soluciones a los programas, a los presupuestos y a los plazos demandados en el mundo de la construcción, nadie sospechaba que el resultado de esas viviendas resultase tan poco humano. El disparatado consumo de energía implícito en el uso de la inteligencia artificial, la desaparición de la responsabilidad asociada al hecho de construir para otros, el control de los datos de lo que sucede en el ambiente más íntimo de la casa, la desigualdad en el acceso a una vivienda, los sesgos y la discriminación en que cayó el mundo inmobiliario, resultó una presión tan intolerable, como inevitable.
Aunque las casas actuales aseguren el cumplimiento de la normativa, el aumento de precio de las antiguas viviendas no hace más que incrementarse. El mercado inmobiliario no ha sido capaz de explicar este raro fenómeno. Ni el emplazamiento ni el precio justifican la vuelta a la vivienda erigida por ese oficio desaparecido de los arquitectos.
La actual casa sin matices que produce hoy la inteligencia artificial acarrea dolencias mentales insostenibles. El número de suicidios y trastornos psíquicos no cesa de aumentar pero la inteligencia artificial no es capaz de averiguar, a pesar del tratamiento de zettabites de datos, su origen. Otro tanto sucede con la ciudad, que según dicen los estudios, también ha cambiado mucho. Ciertamente todo se ha optimizado, es más cercano y uniforme. Pero la vida misma, y su vieja belleza casual, lo inesperado, extrañamente, ha dejado de ser posible. Paradójicamente, eso parece haber contribuido a un peligroso aletargamiento sensorial.
Solo en algunos países pobres sobrevive un puñado de viejas ciudades y de arquitectos. Se trata de un oficio en extinción como en su momento lo fueron los deshollinadores, los marmolistas lapidarios y los pregoneros. Solo los muy ricos se lo pueden permitir. Los mismos que aun pueden darse el lujo de tomar mermelada de fresa.
When artificial intelligence began offering solutions to construction programs, budgets, and timelines in the world of building, nobody suspected that the outcome of these homes would be so devoid of humanity. The absurd energy consumption implied in the use of artificial intelligence, the disappearance of responsibility associated with building for others, the control of data in the most intimate environment of the house, the inequality in access to housing, the biases, and the discrimination that befell the real estate world, resulted in an intolerable pressure, yet seemingly inevitable.
Although current houses ensure compliance with regulations, the prices of older homes keep increasing. The real estate market has been unable to explain this strange phenomenon. Neither location nor price justifies a return to homes built by that vanished profession of architects.
The current AI-produced homes lack nuances and lead to unsustainable mental ailments. The number of suicides and mental disorders continues to rise, but artificial intelligence is unable to determine their origin, despite processing zettabytes of data. The same applies to the city, which according to studies, has also changed significantly. Everything has been optimized, it's more accessible and uniform. However, the essence of life itself, its old casual beauty, and the unexpected have strangely ceased to be possible. Paradoxically, this seems to have contributed to a dangerous sensory lethargy.
Only in some poor countries do a handful of old cities and architects survive. It is a dying profession, much like chimney sweeps, stonecutters, and town criers were in their time. Only the very wealthy can afford it. The same ones who can still indulge in strawberry jam.

2 de mayo de 2022

LA ARQUITECTURA IMPOSIBLE


¿En qué momento la arquitectura imposible dejó de serlo? Hoy lo imposible es un epíteto. Ya no es siquiera una añorada frontera a partir de la cual los arquitectos sabían que entraban en el provechoso mundo de la utopía. Sin embargo en la actualidad vemos como lo imposible ha renunciado incluso a uno de sus terrenos preferidos históricamente, el de la construcción en altura. En la erección de rascacielos, los límites se desbordan cada poco tiempo, y otro nuevo imposible vertical se rebasa olímpicamente cada mes. Lo imposible hacia arriba se ha vuelto algo difícil. Pero solo ligeramente difícil. 
Lo imposible se ha degradado hasta ponerse al alcance de cualquiera. Por muy forofo que se sea de las arquitecturas utópicas, por mucho que se sea fan de Filip Dujardin y lo que él califica como su familia de “arquitecturas imposibles”, por mucho que aun enamoren las distopías de Alexander Brodsky e Ilya Utkin, lo imposible apenas goza hoy de tan alta consideración como la que tuvo Piranesi gracias a imposibles que de verdad lo eran. 
En la actualidad la arquitectura imposible está confinada a los límites de la imagen y no como antaño, cuando aparecía gracias al arriesgado alarde estructural o a la intención de engendrar pesadillas por medio de sugerentes arquitecturas de papel. Hoy acariciar el ángel de lo imposible es un hecho popular y barato gracias al inquietante y creciente realismo que ofrecen las infografías. No obstante hay que señalar que esos imposibles de saldo, solo lo son por un segundo. Aparecen después de unos breves instantes, tras reenfocar la mirada, en dos tiempos. Justo cuando comenzamos a decirnos a nosotros mismos, un poco avergonzados por haber caído de nuevo en la trampa: "Eso no puede ser verdad". "Espera, un momento"... "¡Oh no!, otro maldito fotomontaje".

13 de marzo de 2017

DE LA SOSTENIBILIDAD A LA NATURALIDAD


El largo desierto por el que ha atravesado la arquitectura sostenible, transmutado gracias al marketing académico e industrial en atmosférica, y en ecológica de nuevo, no parece tener fin. Lo ecológico no ha finalizado, ni parece que lo hará próximamente, porque ninguna de estas necesarias sensibilidades se ha agotado, aunque esa conciencia no haya despertado al amodorramiento de la forma contemporánea. 
En realidad la debilidad o la falta de entusiasmo que han despertado las teorías "eco" se deben en gran parte a que no ha supuesto más que una filosofía o una moral, en el mejor de los casos, desligada de la forma.
Aun hoy con lo "eco" apenas se sabe qué hacer. Contemplamos las placas solares igual que un simio daba vueltas en sus manos a una piedra con forma de punta de flecha. 
Ni siquiera la estética de lo ecológico se ha logrado imponer porque hasta el momento sólo ha adquirido un carácter epitelial o meramente ornamental. Placas solares, molinos de viento, o muros "trombe", a pesar de su evidente utilidad y la innegable necesidad que sustenta su uso, no han logrado integrarse en la arquitectura transformando la forma de ésta de una manera tan profunda como lo fue el advenimiento del simple hormigón para la modernidad.
El discurso de lo verde, si bien es razonable y en realidad el único moralmente aceptable, no goza de la necesaria naturalidad que se requiere en la arquitectura para que algo llegue a arraigarse. Como si lo "eco" no hubiese aun sido aceptado como un constituyente esencial, libre de cierta sobreactuación. En este sentido la mayor acusación que pudiese sufrir lo ecológico estaría en su falta de naturalidad antes que su precio. (Naturalidad que fue en algún momento suplantada por una falsa oposición entre la propia naturaleza y lo artificial).
Sin embargo tal vez recuperar esa necesaria naturalidad parece un paso ineludible para poder hablar de lo sostenible en términos diferentes. Una naturalidad entendida como capacidad de superación de lo ornamental y de integración. De no vencerse el enfrentamiento entre lo verde y lo esencial de la arquitectura y entenderlo como parte de una disciplina que puede mejorar el lugar que toca, no puede darse esta ansiada naturalidad.
No hay gran actor sobre un escenario que no sea capaz de conciliar la contradicción que supone actuar como si no se actuara. Es en la superación de las fuerzas que no se contradicen, que desbordan esa confrontación simplista entre lo natural y lo artificial, donde tal vez aparezcan nuevos caminos en el futuro. Mientras tiñamos todo de verde salvador. 

16 de enero de 2017

LA HABITACION DE ENSEÑAR A PENSAR


El eminente y olvidado pedagogo, Christian Heinrich Wolke, profesor de la igualmente egregia institución del Philanthropinum, en Dessau, preocupado por la enseñanza de la inteligencia ideó una habitación llena de objetos, secretas mirillas y armarios con la deliciosa intención de constituirse en una eficaz herramienta para “enseñar a pensar”. La habitación modulada con una retícula que era ocupada por cajones, números, imágenes y un sinfín de otros estímulos era, según la creencia del siglo XVIII, una idea desde la que estimular a la juventud a salir de la abulia mental o de la ignorancia.
En aquella habitación sin afuera - aun a pesar de disponer de ventanales desde los que contemplar pájaros y especies vegetales - flotaban las personas y los muebles como puros objetos. Y se dice literalmente, porque en la retícula una persona y un dodecaedro son seres equivalentes.
En aquel interior latía una extraña utopía, aunque no se si precisamente sobre el enseñar a pensar sino más bien sobre la retícula misma. En realidad la retícula como espacio continuo e indiferenciado, supone una amenaza en si misma porque sitúa al hombre frente al laberinto de lo perpetuamente repetido. Una idea que asomó muchos años después y en un lugar muy distinto.
Curiosamente la modernidad de la retícula de esa habitación de enseñar a pensar coincide con la que empleó el estudio italiano Superstudio en los años 60 y 70 del siglo XX. Aunque para Superstudio la retícula no suponía incluir en su interior ningún objeto. Su maraña de líneas y ejes no tenían la intención de contener más que la propia retícula como sistema infraestructural y laberíntico. Aunque lo más fascinante de la coincidencia en ambos casos es que, como suele suceder en la naturaleza, toda semejanza de formas se deriva de objetivos funcionales semejantes.
Puede que por eso, en ambas utopías la idea de la ocupación de las mentes y territorios por medio de una retícula fuese de hecho el mejor objeto de pensamiento posible. En fin, muchas veces lo mejor de las habitaciones de enseñar a pensar es que enseñan a pensar sin la necesidad siquiera de las propias habitaciones…

18 de marzo de 2013

INSUPERABLE SUPERSTUDIO

La utopía arquitectónica ha supuesto siempre un potente motor a las aspiraciones de una sociedad. Sin embargo y a pesar de la proliferación de las utopías dentro del movimiento moderno, curiosamente las más notables formularon el futuro y la arquitectura de un modo positivo. Al menos en apariencia. 
A este respecto, además de sumergir ciudades y paisajes bajo monumentales artefactos reticulados y ofrecer cientos de imágenes nacidas bajo la herramienta del fotomontaje, Superstudio fue, antes que un estudio y antes que super, una idea. Una sola idea. Eso sí, exponencial e irreversible. 
Piero Frasinelli, Adolfo Natalini y Cristiano Torradlo lanzaron desde Florencia a mediados de los años 60 su idea como un obús hacia el centro de modernidad. Para colmo su utopía era sencilla: la retícula era el perfecto mecanismo arquitectónico de conquista y de futuro. La retícula de Superstudio, era una superficie desde la que proveer suministros a un mundo hippie en que la arquitectura tenía razón de ser por motivos cercanos al del vestido. Como si la esencia de la arquitectura fuese evitar las adversidades climatológicas. Como si civilización fuese sinónimo de geometría. 
Sin embargo en ese mundo de Superstudio, arácnido y aparentemente feliz, la retícula nunca fue un mecanismo inocente. Sobre su retícula, montañas, bultos y personas se cosificaban y perdían su peso y naturaleza. Cordilleras y familias flotan, alejados del peso y la gravedad y se convierten en objetos. Igual que sucede en una inundación. 
Añadido a eso, sobre la arquitectura, tramada y calmadamente lechosa, existía la amenaza del reflejo sin fin. Caminar pisando el cielo, o a uno mismo, sin sombras, sobre una materia sonora y resbaladiza como el hielo, no es el máximo nivel de hospitalidad que pueda ofrecer la arquitectura. Ni siquiera en un lugar llamado Utopía. 
A no ser que la modernidad estuviera dispuesta a aceptar la existencia de utopías en negativo en su seno. 
Como antes había hecho el mundo antiguo con Piranesi y sus cárceles.

4 de junio de 2010

ENTRE LA BANALIDAD Y EL CAOS



Eckhard Schulze-Fielitz sería un perfecto desconocido si no fuera porque los signos de los tiempos tienen reservados rincones de gloria inesperados para ciertos temperamentos. Sus realizaciones apenas tuvieron el vigor o la destreza como para alimentar ninguna pléyade de seguidores. Su obra construida apenas podría considerarse un remedo aceptable de Mies van der Rohe sin su energía ni su garbo.
Pero algo sucedió en su carrera a todo punto inesperado; por medio de un amigo común, Daniel Spoerri, conoció a Yona Friedman y desde ese instante, fue capaz de saltar sobre si mismo y proponer una arquitectura absolutamente ambiciosa, viva y utópica.
La rigidez de sus propuestas anteriores fue trasformada en riqueza espacial gracias a adiciones de módulos tridimensionales que colonizaban el aire hasta el paroxismo. La propuesta Raumstadt, de 1959, es un intento plástico y urbano de una calidad indiscutible y se postuló como una de las megaestructuras más sugerentes de toda una generación que sintió en sus propias carnes el fracaso del urbanismo moderno.
Su vínculo innegable con Friedman o con las propuestas de Constant no le resta el mérito de saberse inmerso en un tiempo en que la respuesta utópica era, si no la única, si la más eficaz manera de trasformar la realidad.
Pero si algo de milagroso fue su encuentro con Friedman, en arquitectura no existen los milagros. Ese cambio inesperado se sustentaba sobre una infinidad de estudios de todo orden, desde lo psicológico, a lo social, pasando por la antropología y lo ecológico que ahora se encuentran recogidos y publicados en una obra magna editada con el suntuoso título de Metalenguaje del Espacio y que da idea del marco de ambiciones latentes que se ocultan tras su figura.
Entre la infinidad de esquemas y esbozos que aparecen, estos del comienzo, sin ser ni mucho menos los más significativos, ponen de relieve el lugar de aproximación de Schulze-Fielitz y de toda esa generación a las megaestructuras y las propuestas urbanas. El problema de la ciudad es un problema de forma. Pese a las inmensas connotaciones políticas y su cercanía al situacionismo, el problema a resolver solo era posible abordarlo por medio de la forma arquitectónica. Entre la banalidad de la retícula y el caos de lo informe se encuentran las posibilidades de lo armónico y de lo fascinante. Conocer el lugar ocupado en esos planos era aceptar que la utopía tampoco podía librarse siquiera del contexto en que navegaban, algo erráticas, eso si, las arquitecturas de su tiempo.

20 de abril de 2010

ARCHIGRAM´S DREAM



Archigram supuso una revolución tal, que generaciones enteras aun siguen pasmadas e inoperantes ante sus propuestas. Para el extraterrestre que no les conozca, una nota tranquilizadora: No se trata de un grupo de Rock si no de un primordial equipo de arquitectos ya extintos, aunque alguno siga vivito y vociferante. Y eso sin haber construido nada.
Las consecuencias de sus trabajos, allá por los años 60, fueron la proliferación de cápsulas, arquitecturas andantes y móviles y el origen de todo el tecno-pos en que aun vivimos inmersos de manera más o menos consciente.
Si Archigram fue capaz de crear y multiplicar exponencialmente su influencia fue a razón de un bien orquestado y emergente marketing arquitectónico, y sobre todo un talento gráfico sin igual. Todos los dibujos de sus miembros, Warren Chalk, Peter Cook, Dennis Crompton, David Greene, Ron Herron y Michael Webb, (y no se negará que bien podrían incorporarse en ese grupo  Ringo Starr y John Lennon), destilan lo mejor de la cultura pop, lo mejor de la ciencia ficción y lo mejor de lo que se puede obtener de un rotulador.
La simbiosis imposible entre tecnología y la aun no-nata posmodernidad se da en esta imagen del proyecto de Logplug y Rockplug, (Tronco-enchufe y Roca-enchufe). El diseño de unos conectores invisibles en un entorno natural digno de “preservarse” fue su desencadenante. Evidentemente a nadie debe extrañar que en tan sofisticado enchufe hubieran de faltar insectos y musgos, y acongoja la mezcla de inocencia e ironía que aun conserva. Hoy sabemos que la simple ocupación de un territorio, por idílico que éste sea, produce toneladas de basuras.
David Greene, muestra un capricho formal donde, gracias a los dispositivos de búsqueda incorporados en cada uno de estos enchufes, cada vehículo podía localizarlos en medio de la naturaleza y seleccionar los servicios específicos requeridos. Incluso pagarlos allí mismo con tarjetas de crédito. Apenas cinco años antes ya habían inventado la Plug-in-City (ciudad enchufable). Una vez inventada la ciudad-electrodoméstico, la invención del enchufe era cuestión de tiempo.
El falso aire ecológico-tecnológico de las propuestas de Archigram, incluso las perspectivas isométricas, aun perviven sin citar su procedencia entre las aulas de medio mundo, y es el  más contaminado e irresponsable que aun hoy se pueda respirar.

10 de noviembre de 2009

ELEVAR LA MIRADA



En la historia solo ciertos arquitectos se han hecho necesarios. Junto con los que han logrado obras delicadas, brillantes o memorables, también se hallan los que han hecho cambiar el enfoque de la arquitectura y han iluminado zonas que hasta entonces se hallaban en tinieblas. De los últimos, quizá alguna de sus producciones sean notables, pero su dimensión como catalizadores de arquitectura las desborda. Tal es el caso de Eisenman, Piranesi, Boullée, Serlio y Yona Friedman.
Es fácil vindicar hoy la figura de Friedman, tras la popularidad y el resurgir de toda la metafísica situacionista. Grandes exposiciones y fastos se han celebrado y hoy goza del reconocimiento que nunca tuvo en el momento de su mayor esplendor intelectual. Hoy todas las utopías de los años 70 quedan como símbolos perdidos y ni siquiera el trabajo de los metabolistas ha logrado cosechar los éxitos soñados, - lo poco que resta del trabajo de Kishō Kurokawa está siendo demolido sin contemplaciones- .
El peso de las propuestas de Friedman, y sus ciudades verdaderamente tridimensionales, apelando en parte a las propuestas de Hilberseimer y a la separación corbuseriana de las circulaciones, se constituye aun en una visión arquitectónica de valor.
La realidad de sus ilustraciones encierran toda una poética, no maquinal, de una ciudad cercana y posible. Sin embargo de todas las aportaciones de la ciudad de Friedman, desde mi punto de vista, la más importante  se concentra en el colocar un techo a las ciudades existentes. Ese techo y su altura son lo que aun hoy resulta tanto más excitante que la nueva ciudad en sí. La sabiduría de su altura variable según los montajes, permite hacer de zonas de París o Londres, auténticos salones, recibidores y dormitorios urbanos, y a su vez,  reinterpretar y rehacer sus existencias esclerotizadas desde hace siglos.
Junto a eso, los amables dibujos, expresados con la sencillez con que se hace un garabato en una servilleta de papel, no resultan sobrecogedores ni apabullantes. No es una ciudad antipática ni alienante sino una que pasa sobre lo existente como la sombra de los árboles lo hacen sobre un parque. El garbo de la forma de expresión a pesar de la amplitud de su desarrollo, no deja de sorprender y muestra a un arquitecto con una enorme ambición, sobre todo, humanística.
Habitar las ciudades de Friedman significa hoy hacerlo sobre la capacidad del arquitecto para soñar con otros mundos posibles. De ahí que su legado permanezca para generaciones que han crecido bajo el exclusivo mandato del material y la realidad, como una meta hacia los fines más altos a que la arquitectura debe aspirar.