4 de junio de 2010

ENTRE LA BANALIDAD Y EL CAOS



Eckhard Schulze-Fielitz sería un perfecto desconocido si no fuera porque los signos de los tiempos tienen reservados rincones de gloria inesperados para ciertos temperamentos. Sus realizaciones apenas tuvieron el vigor o la destreza como para alimentar ninguna pléyade de seguidores. Su obra construida apenas podría considerarse un remedo aceptable de Mies van der Rohe sin su energía ni su garbo.
Pero algo sucedió en su carrera a todo punto inesperado; por medio de un amigo común, Daniel Spoerri, conoció a Yona Friedman y desde ese instante, fue capaz de saltar sobre si mismo y proponer una arquitectura absolutamente ambiciosa, viva y utópica.
La rigidez de sus propuestas anteriores fue trasformada en riqueza espacial gracias a adiciones de módulos tridimensionales que colonizaban el aire hasta el paroxismo. La propuesta Raumstadt, de 1959, es un intento plástico y urbano de una calidad indiscutible y se postuló como una de las megaestructuras más sugerentes de toda una generación que sintió en sus propias carnes el fracaso del urbanismo moderno.
Su vínculo innegable con Friedman o con las propuestas de Constant no le resta el mérito de saberse inmerso en un tiempo en que la respuesta utópica era, si no la única, si la más eficaz manera de trasformar la realidad.
Pero si algo de milagroso fue su encuentro con Friedman, en arquitectura no existen los milagros. Ese cambio inesperado se sustentaba sobre una infinidad de estudios de todo orden, desde lo psicológico, a lo social, pasando por la antropología y lo ecológico que ahora se encuentran recogidos y publicados en una obra magna editada con el suntuoso título de Metalenguaje del Espacio y que da idea del marco de ambiciones latentes que se ocultan tras su figura.
Entre la infinidad de esquemas y esbozos que aparecen, estos del comienzo, sin ser ni mucho menos los más significativos, ponen de relieve el lugar de aproximación de Schulze-Fielitz y de toda esa generación a las megaestructuras y las propuestas urbanas. El problema de la ciudad es un problema de forma. Pese a las inmensas connotaciones políticas y su cercanía al situacionismo, el problema a resolver solo era posible abordarlo por medio de la forma arquitectónica. Entre la banalidad de la retícula y el caos de lo informe se encuentran las posibilidades de lo armónico y de lo fascinante. Conocer el lugar ocupado en esos planos era aceptar que la utopía tampoco podía librarse siquiera del contexto en que navegaban, algo erráticas, eso si, las arquitecturas de su tiempo.

7 comentarios:

Andrés dijo...

Gracias por visitar mi blog. Yo a cambio, he sindicado el tuyo.
Saludos.

Santiago de Molina dijo...

Gracias, Andrés. Tu blog es estupendo. Saludos

Unknown dijo...

vanalidad o banalidad?
Me ha chocado verlo, después de estar estos últimos días leyendo sobre el arte pop en que aparece esta palabra por todos lados. Lo he buscado en la página de R.A.E. según la cual no existe vanal, sino banal.

Santiago de Molina dijo...

Un error inexplicable!.
Perdón! y gracias por hacerlo notar

Amando dijo...

Gracias por seguir mi página.
La tuya, espléndida.
Éxitos

Santiago de Molina dijo...

Gracias, Amando. Igualmente.
Pintura fantástica la tuya.
Bienvenido.

Anónimo dijo...

totalmente de acuerdo con que el problema de la ciudad es un problema de forma.

Ayer mismo Luis Fernandez Galiano entrevistado por Iñaki Gabilondo CNN+, se explicaba mediante las formas de ciudad (ciudad vertical, mancha de aceite, almendra....)