27 de junio de 2022

"SI TU SOFÁ ESTÁ PEGADO A LA PARED ERES POBRE"



Este dictum, sabio, pertenece a uno de los filósofos ocasionales que produce el mundo online y esconde una verdad palpable: existe una relación entre el espacio y la condición social. Solo el rico puede permitirse no empujar sus muebles contra la pared. Solo el rico puede rodearse de muebles que puedan desperdiciar espacio. De hecho, solo el rico puede adquirir esos muebles. (Y no pienso en la silla Barcelona exclusivamente).  
Contemplado desde esta óptica, el pobre aprovecha el espacio porque no tiene otra. Busca la flexibilidad de las cosas y el multiuso, se devana los sesos tratando de no desperdiciar nada. (A nadie se le escapa que el sofá-cama es de pobres). 
Bajo este pensamiento fluyen muchas energías que trascienden la decoración de interiores y la austeridad franciscana y que afectan al orden social. El sofá de ricos dispone de espacio a su alrededor y constituye una ideología política. Engullidos por su justa dureza, desde allí las conversaciones se elevan y adquieren un nivel que no es el de la plebe. Desde el sofá espaciado, -con total seguridad de cuero marrón o negro -, el tono hay que elevarlo, aunque no por una cuestión cultural o de orden espiritual, sino puramente pragmática: hay que hablar más alto porque, de lo contrario, los del otro lejano sofá de enfrente no te oyen. El sofá de los pobres acarrea problemas de traumatología, el de los ricos, de foniatría. 
Así las cosas, el sofá sigue siendo uno de los muebles más difíciles de diseñar. Porque sea de ricos o de pobres es siempre demasiado pesado. Porque su tapicería recibe mal las manchas. Porque siempre se desgastan por sus aristas. Y porque, por mucho que sirvan para una siesta, no hacen más que recordarnos que existen las clases y los malditos clasistas...

(Apenas un puñado de sofás, y valga el de la imagen como ejemplo, escapa a esta sociología de salón -nunca mejor dicho- y abren su universo a otra dimensión).

20 de junio de 2022

¿QUÉ FUE DEL TERRAIN VAGUE?


El exitoso término de Terrain Vague, acuñado por Solá-Morales a mediados de los años noventa, y referido a un conjunto de espacios expectantes pero a la vez improductivos y obsoletos de las ciudades, se fue diluyendo a comienzos del siglo hasta desaparecer del discurso mainstream. Hoy pueden considerarse una reliquia de estudiosos si no fuese porque los terrain vague siguen pastando a lo ancho y largo de las ciudades, reproduciéndose como conejos inquietos y creando una urdimbre que ha acabado devorando el ecosistema de otros tipos de lugares. Sin ir más lejos, los antiguos no-lugares, que gozaron del favor de los estudiantes y profesionales como espacios preferidos, por cuanto que estaban libres de la posibilidad de arquitectura (salvo la de Koolhaas) han sido devorados por esa especie invasora mucho más agresiva a pesar de su tranquila apariencia. 
Su éxito depredador está fundado en su casi infinita posibilidad de camuflaje. Cualidad que los hace indistinguibles del fondo. Hoy los terrain vague son la especie dominante en el ecosistema de la ciudad y sobre todo de sus periferias. Para encontrarlos basta suprimir el edificio protagonista de la imagen. Basta quitar el edificio lustroso, recién construido y contemplar lo que queda: ese resto, ese espacio urbano uniforme y libre de identidad es el violento terrain vague. La fotografía sigue siendo su instrumento semántico predilecto y solo a su través descubrimos que todos ellos son un poco iguales... 
Los terrain vague pululan por el borde de los fotomontajes y las imágenes renderizadas cuidadosamente compuestas para convencer al jurado de turno, donde, bajo el mismo atardecer dorado, se injertan niños jugando a la pelota, señores paseando con carritos de bebés o familias felices pedaleando sobre una calle que siempre es del mismo verdor y falso civismo.

13 de junio de 2022

EL TEATRO DIARIO

La historia de Vivian Maier, niñera y fotógrafa, es un gran misterio. Desconocida, tras su muerte y por casualidad, aparecieron miles de fotografías capturadas en las calles de Chicago y Nueva York durante cincuenta años. Lo maravilloso, el vértigo, proviene de saber que no estaban reveladas. Maier disparaba sin fin, sin descanso, y sin la posibilidad de ver el resultado. Sin dinero para descubrir el contenido de sus rollos de película, lo importante para ella era el acto mismo de disparar, la captura, el haber puesto la mirada en un momento y en un lugar irrepetible.
A pesar de no llegar a ver desveladas esas imágenes en vida, su legado y su talla como fotógrafa es monumental. Mientras paseaba al cuidado de niños ajenos, disparaba a lo cotidiano y a sus rarezas con todo su ser. Una de las cosas más llamativas es que en todas aquellas imágenes existe un invariante: el fondo, constituido por la ciudad y la arquitectura. 
La mirada ansiosa por descubrir lo invisible y su forma de conexión con lo que le rodeaba es plena, y ofrece un aprendizaje que no debiera pasar por alto nadie que aspire, no solo a ser fotógrafo, sino arquitecto. La ciudad y la arquitectura son el teatro de esa obra que se representa a diario y que permanece oculta a la vista de casi todo el mundo. Solo unos pocos privilegiados tienen ojos para ver lo invisible con tanta nitidez. Sin embargo todos y cada uno de quien precie llamarse arquitecto debiera ser consciente que fabrica con su trabajo el teatro para que esa representación diaria se de en plenitud. 
Mucho cuidado con olvidar que el arquitecto solo es el encargado del atrezzo de la vida... Y no más. 
Ni menos. 
"Tenemos que dejar sitio a los demás. Esto es una rueda, te subes y llegas al final, alguien más tiene tu misma oportunidad y ocupa tu lugar, hasta el final, una vez más, siempre igual. Nada nuevo bajo el sol".

6 de junio de 2022

LO MUY ESTRECHO


Lo "muy estrecho" atenta contra el cuerpo. Por eso se vuelve una molestia, una aberración, un chiste o una patología con nombre propio: la claustrofobia. 
Lo muy estrecho nos enfrenta a las paredes y nos obliga a rozarnos contra sus suciedades o sentir su temperatura. Lo muy estrecho es intimidatorio y ofensivo porque no esperamos que la arquitectura nos emparede o aprisione por el mero hecho de no guardar una buena distancia.  Por eso el listado de espacios "muy estrechos" - que como puede comprenderse va más allá de los simplemente "estrechos" - comprende zulos, celdas de castigo, espacios de instalaciones y corredores de registro. 
Como puede verse, la categoría de lo muy estrecho no es que invalide un programa o no permita uso alguno, sino que posee un claro carácter coercitivo que se constituye en su principal argumento existencial. Es decir, en esos espacios que no pueden ser usados, no es que propiamente pueda decirse que desaparezca el uso. El espacio muy estrecho es punitivo y precisamente ese es su uso. Ocupar un lugar estrecho es incompatible con el descanso o el pensamiento. Es imposible, por tanto, el habitar en su interior. En lo muy estrecho solo cuenta la opresión. Una opresión, por cierto, sin sujeto opresor. En el espacio muy estrecho la arquitectura se muestra tan desagradable y hostil que no puede siquiera considerarse arquitectura.
Lo inquietante de esos espacios muy estrechos, con todo, no es cuando son cuidadosa y pérfidamente diseñados, sino cuando ocurren por accidente o falta de cálculo. Cuando se vuelven curiosidades, un resto o un espacio sobrante en el que no cabe una persona depositando una escoba, una silla o un mueble, por mucho que ese hueco acabe llamándose almacén...
Pero lo peor de lo muy estrecho sucede a diario, cuando no solo aparece en la arquitectura sino en la vida cotidiana, camuflado bajo la forma de un señor detenido ante un alcorque en mitad de la acera que nos impide el paso, como el espacio insuficiente entre el maletero del coche y la pared del aparcamiento, como una fisura infranqueable entre el carro del supermercado y un estante... Espacios muy estrechos, en fin, que nos obligan a caminar ridículamente como egipcios. Y a blasfemar en arameo cuando aparecen.