5 de octubre de 2020

LA ESCALERA HOSTIL


Por mucho que las afueras de las ciudades sean inhóspitas, sus interioridades pueden serlo aún más. La prueba más palpable es su resistencia a ofrecer lugares donde caer rendido. Una superficie artificialmente abullonada, un alfeizar lleno de pinchos o un asiento donde no es posible recostarse hablan de su extrema e íntima falta de hospitalidad y dejan en muy mal lugar a la arquitectura y a sus propietarios. Entonces quien busca descanso no tiene más remedio que explorar contorsionismos e imaginación inesperados.
La forma de una escalera expulsa a todo cuerpo depositado sobre ella. Ni siquiera cuando unos periódicos hacen las veces de almohada, una escalera resulta un lugar apto para dormir. Entre huellas y contrahuellas las aristas se clavan en los costados como las garras de un animal callejero convirtiendo a sus usuarios en faquires involuntarios. 
La condición inhóspita de la ciudad se concentra en esa imagen y la doble agresión que contiene: física y social. Acostumbrados como estamos a intentar dormir en los incómodos asientos de aviones, hospitales y aulas, seguramente no resulte difícil maldecir a las escaleras cuando se comportan con una saña semejante. Su tranquilo zig-zag puede llegar a convertirse en una feroz dentadura que hace de las ciudades seres indeseables. Conviene que recordemos que las escaleras pueden propinar frías dentelladas. 
Por mucho que al día siguiente una multitud baje y suba por ellas como si tal cosa.

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