25 de mayo de 2020

SACAR A LOS OBJETOS DE PASEO


Todos podemos salir de paseo, pero ¿ha pensado alguien en los objetos? ¿no hay nadie que les saque a que se aireen?
De hacerlo reconoceríamos máquinas de coser juguetonas, radios y televisores que prácticamente se olisquean o ladran cuando se encuentran con otras, batidoras en brazos de algún setentón y prismas grandes como san Bernardos que cabría identificar con neveras o lavadoras... El resto serían meros bichos extraños. Y a esos, como serpientes, iguanas o loros, sacarles fuera daría más problemas que otra cosa.
Los objetos tienen una rara capacidad de permanecer y arraigarse en nuestra vida doméstica. Y por eso tienen tendencia a no salir, salvo en caso de mudanza o limpieza. A diario, se quedan tranquilamente en casa y nos reciben con algo de buen humor cuando volvemos. Han nacido para quedarse incrustados en alguna encimera, en las esquinas de los cuartos y en los armarios, sin embargo, se comportan como unos habitantes más y tienen sus humores y sus propios gustos. Algunos se ensucian por sistema, como niños pequeños, otros son caprichosos y se estropean cuando más se los necesita... Por eso, y por mucho que su programada obsolescencia sea parte de una política capitalista salvaje que los condena al ostracismo cuando han cumplido su tiempo útil, un poco como sucede con los animales abandonados, son verdaderos en-seres de compañía. Nos escoltan y ofrecen casi el mismo consuelo que algunos seres vivos.
Esas cosas son extensiones nuestras, y por eso, tal vez merezcan airearse. Igual que nosotros.

18 de mayo de 2020

AIRE PASTEURIZADO


En lugar de habitaciones de aire, la arquitectura puede brindar también aire pasteurizado, como los tetrabricks de la leche. Aunque su riqueza y sabor son más pobres, y tristemente solo ha sabido hacerlo con dos materiales: plástico y más plástico. Habitar arquitectura hinchable, gracias a ese aire fresco y desinfectado, ofrece las mismas virtudes que hacerlo en un quirófano: en sus tripas todo parece siempre muy limpio y luminoso, pero en realidad no se puede criar a una familia dentro de plexiglás (casi literalmente eso decía Reyner Banham). 
Los trajes espaciales portadores de una mezcla perfecta de aire en una mochila, eran su cliché. Hoy su progenie se ha vuelto súbitamente contemporánea. La cadena de imágenes nacidas de las escafandras de los astronautas pasó pronto a la ciencia ficción, luego a las vestimentas sobrepresionadas de los científicos que trabajan con virus, para acabar, no sé si degeneradas, en arquitecturas igualmente envueltas en el mismo ambiente lechoso y artificial. 
Habitar las tripas de un grandioso muñeco de Michelín puede ser divertido, como también lo es saltar sobre los castillos hinchables infantiles, pero difícilmente, esos artefactos pueden pasar a la historia por su pura e idéntica forma y su mudez significante. En el fondo, la arquitectura hinchable ofreció siempre las mismas variaciones formales y el mismo mensaje que esos profesionales de los globos, que con sus retorcidas burbujas de látex igual hacen un entretenido sable rojo, que un perro verde. Todo muy festivo, pero todo muy efímero y todo muy igual. Con un leve aroma a retrofuturo, tras el que luego no hay nada
La metáfora perfecta de esa arquitectura de burbujas culmina cuando se apaga el motor. Y su repentina flacidez, asusta. En ese instante, la erección no hay quien la sostenga, literal y figuradamente. Es entonces cuando, como sucedía con esas canciones lentas que se empleaban para desalojar a los adolescentes de las discotecas y los guateques, se acaba la fiesta. Y en el suelo queda un montón de restos blandos, casi como medusas fuera del agua. 
Como puede comprenderse, entre las habitaciones del aire y esa arquitectura de aire pasteurizado, media un abismo.

11 de mayo de 2020

LA HABITACIÓN DEL AIRE


Se dedica menos atención de la que merece a ese cuarto doméstico que aparece y desaparece, un poco como los vecinos queridos o los primos lejanos, que es la habitación del aire.
Por lo general, en la vida cotidiana, esa habitación permanece escondida y apenas es un leve rescoldo con olor a guiso cuando las casas no tienen ventilación cruzada. No la prestamos atención, decía, porque no contiene una cama, ni armarios, ni una mesa. Porque en ella no puede ponerse el rótulo de una actividad, ni venderse. Pero cuando la casa está en calma, (o nosotros mucho tiempo dentro de ella) y nos hacemos sensibles a sus misterios, bien de mañana aparece y se infla hasta ser más grande incluso que los salones. Abrir las ventanas es como abrir sus puertas. Entonces arquea sus paredes invisibles como un gato su espalda e incluso ronronea. 
La habitación del aire amplía la casa cuando ésta se encuentra desposeída de balcones o porches y contiene algo de la ciudad o del campo. Recoge aromas de lugares insospechados, mezclados con olor a tabaco, de lluvia o de verano. Podría parecer, por lo dicho hasta el momento, que la habitación del aire es una entelequia fantasmagórica, pues a veces las únicas huellas visibles que aparecen de ella son los movimientos de las cortinas o un incómodo chiflete de aire entre las puertas, pero se trata de una presencia real. Tangible, incluso. Para disfrutar de sus paisajes, pues es una habitación que puede extenderse hasta más allá del norte del horizonte, solo hay que esperar al atardecer o al amanecer. Es entonces cuando de verdad toma cuerpo. Literalmente. 
Sin ellas, las casas serían peores. Invivibles, de hecho. Tener una casa sin habitación del aire es vivir en una cárcel. Porque las habitaciones del aire, además de aire contienen el paisaje muy humano.

4 de mayo de 2020

LA DISTANCIA ENTRE DOS ...


La cosmología se ocupa con entusiasmo ilimitado de la distancia entre galaxias, estrellas y planetas. La física y la química lo hacen de las distancias infinitesimales. La óptica y la sociología de las métricas del funcionamiento del ojo y de las sociedades. El protocolo y la policía de fronteras son organismos cuya existencia está consagrada a la imposición de distancias entre personas. El atletismo, como gran parte de las ingenierías, basan su trabajo en la resistencia frente a una distancia a batir. Hasta hace poco, incluso el árbitro deportivo se ocupaba de que las faltas fueran lanzadas a la distancia justa… 
El listado de los cancerberos de las distancias es amplio y su trabajo esforzado. Pocas de esas disciplinas, entre las que hay que incluir también a la de los especialistas de tráfico, carteros y programadores de apps de contactos, han logrado trascender la distancia hasta convertirla en arte. Sin embargo y entre todas, sólo una se encarga a la vez de la precisa distancia entre las cosas, de la estabilidad e incluso del arte de la distancia en el interior de nuestras casas, ciudades, plazas y calles. Adivinen. 
Hoy que nos vemos obligados a permanecer a la obligada distancia de dos metros, impuesta de modo grueso y más nemotécnico que estrictamente científico, me temo, no está de más recordar que existe una íntima correlación entre nuestros órganos sensibles, empezando por el de la vista, y el modo en que se organizan las cosas a nuestro alrededor. Que la distancia de una conversación está dictaminada por nuestros oídos y nuestro aparato fonador, tanto como por nuestra propia cultura. Y que la más simple de las mesas en las que nos juntábamos a comer eran un muestrario físico, palpable y hoy nostálgico de ese arte de la separación precisa que brinda la arquitectura. 
No hemos sido conscientes de la importancia de las distancias hasta que nos han obligado a forzarlas, a permanecer lejos del alcance de un abrazo. Otra cosa más que permanecía invisible y es hermosa…