28 de febrero de 2022

ARQUITECTURA BIOCLIMÁTICA (PERO DE VERDAD)

Se oye el aire y sus corrientes en esta planta de tubos y conductos antes que de meros cuartos y estancias. Puede leerse entre estas líneas a una cultura sensible a la temperatura adecuada y al bienestar del interior. Si su simetría habla del pasado, más aún lo hace el grosor de los muros. Las salas, grandes y amplias en una de las fachadas, y angostas en la otra, hablan claramente de un dispositivo bioclimático antes siquiera de que existiese la palabra "bioclimático".  
Entre las líneas de esta planta uno podría pasar un verano mirando a un horizonte seguramente bien construido y hermoso. Es posible imaginar el peso de sus sombras, y deslizarse entre sus muros radiantes de frescor en medio de la calima estival, sin detenerse en un cuarto como tal, sino entre ellos. En umbrales, que son estancias en sí mismas...
En Sicilia sigue en pie esta obra conocida como "castillo de Zisa". Ir allí significa descubrir cómo, efectivamente, el viento del cercano Mediterráneo es guiado hasta un interior construido con generosas bóvedas islámicas y orientado hacia el noreste. Y ver que, a su vez, podemos encontrar en su frente un gran estanque y una fuente que brinda el refresco sugerido por el dibujo de esa residencia de verano construida en el siglo XII. 
Benditos los proyectos que ya con sus meros trazos son capaces de hablar del clima, del buen vivir, de la cultura en que se erigieron y del exterior a ellos mismos.

21 de febrero de 2022

EL PRINCIPIO KISS


El "principio KISS" y la fórmula de "menos es más" son primos hermanos. Uno, popularizado por un arquitecto alemán y extendido como la pólvora, y el otro guardado casi como una secreta fórmula del éxito entre ingenieros, enraízan su fundamento en una común base ontológica orientada hacia la búsqueda de la sencillez. 
Sin embargo y entre los dos, el principio KISS, acrónimo de "Keep It Simple, Stupid" (hazlo sencillo, idiota), mucho más directo y claro - porque los ingenieros no se andan con ambigüedades esteticistas - debiera haber sido adoptado por los arquitectos con mucho más furor que el lacónico dictum miesiano. En primer lugar, porque invita a la acción. (Y de no hacerlo, a ser llamado idiota)
El fundamento de este amoroso y bello principio, se origina de una observación del ingeniero de la armada, Kelly Johnson, en los años 60, y viene a decir que todo mecanismo funciona mejor si es sencillo que si es complicado. Aunque su nacimiento proviene de la exigencia de reparación del motor de un avión sin herramientas especializadas en un campo de batalla, lo cierto es que se trata de una filosofía de vida. Si no podía ser arreglado fácilmente, la culpa era del diseñador, idiota. 
Nunca fue más fácil de entender que lo sencillo sobrevive. Lo sencillo es hermoso. Por si no fuese suficiente, el "menos es más" es más farragoso y ambiguo que KISS y está destinado a ser malinterpretado. El "menos es más" no alude a los sujetos que lo usan, disfrutan o aplican. Y, además y por si no bastase con todo lo anterior, resulta menos memorable y jugoso.   

14 de febrero de 2022

EL ESPACIO PROFUNDO


El espacio profundo resulta vago a los usos y a las miradas. Imposible de vender o de publicitar como algo que añada valor comercial, se encuentra al fondo (y a veces, al fondo a la derecha). Por mucho que contenga resonancias positivas el espacio profundo no goza entre los arquitectos de buena o mala fama. Simplemente se encuentra situado fuera del discurso arquitectónico contemporáneo y de cualquier foco, porque se trata, sin más, de un resto mal proyectado. El espacio profundo no sale bien parado en Pinterest. 
Así como la arquitectura histórica estaba condenada a un rosario de crujías que acababa en cuartos mal ventilados y a los que apenas llegaba algo de claridad, la modernidad sometió al espacio a una demoledora limpieza de luz y ventilación en todos sus rincones. De ese modo y para descubrir un espacio profundo en una casa moderna hay que recurrir al inframundo donde reina la especulación inmobiliaria, la humedad de los sótanos y el polvo de las buhardillas. O a lugares donde incluso la misma modernidad ha sido esquilmada. 
Pero el espacio profundo existe, de siempre, y en él se desarrolla una vida placentera y tranquila. Se trata de un espacio en sombra, donde apenas llegan rumores sordos del exterior. El espacio profundo lo es siempre demasiado. Permanece intrínsecamente mal aprovechado y es de una modesta "segunda categoría". Pero a pesar de todo, y cuando se deja descubrir, nos ofrece un cierto tipo de vida separada de la otra, la visible y más transitada. En esos espacios de llegada, cul de sac domésticos, el aire está un poco sobrecargado y a menudo se encuentran viejos sillones o mesas llenas de trastos y papeles. Periféricos al mismo acto de pasar el polvo, en su sombra hay crujidos en el suelo y poco trasiego. Pero aun así, y pese a que todo en ellos parece estar connotado con cierto abandono, son de un valor incalculable para la construcción de uno mismo. En los espacios profundos toma forma, desde la soledad, el necesario aburrimiento que conduce a la reflexión.
Tanto, que a uno le gustaría pensar que son los espacios profundos los que acaban invitando a la profundidad de los pensamientos.

7 de febrero de 2022

UN FRÍO DE MUERTE ME RECORRE


A menudo se acusa a la arquitectura moderna de ser “fría”. Los arquitectos ante esa observación suben las cejas con displicencia o se encogen de hombros, sea como estúpido gesto de superioridad o como débil signo de incomprensión. Aun a sabiendas de que “el acero puede ser tan cálido como la madera”, nadie se preocupa de explicarlo y  menos de pensar sobre esa verdad psicológica. Sin embargo mientras no sean capaces de abrir su pensamiento a esa capa ocluida de realidad no podrán comprender siquiera la profunda aportación al campo de la temperatura ofrecido por la modernidad, y menos aun por parte Mies Van der Rohe. 
Si bien la modernidad no tuvo nunca por qué ser fría como tal, el pabellón de Barcelona o la casa Farnsworth por ejemplo, su simiente y su epílogo, son la encarnación y el manantial de esa heladora sensación. Una frialdad contagiosa, convertida en logo, y perseguida con el mismo ansia que pusieron Amundsen, Ellsworth y Nobile para contemplar por vez primera el polo Norte. 
Ni la casa Farnsworth ni acaso el pabellón de Barcelona superaron nunca la condición térmica de obra inacabada. Por mucho que se terminaran los trabajos de sus respectivos interiores, ambas obras estuvieron siempre sujetas a la constante amenaza de las temperaturas extremas. Aun hoy el frío que soportan sus vigilantes no se puede atemperar. El problema no es el de un insuficiente aporte de calorías o aislamiento sino que se encuentra en su mismo centro. La arquitectura de Mies Van der Rohe es una máquina térmica, una cámara frigorífica destinada a helar a sus visitantes. Para lograrlo, cada uno de sus componentes, cada una de sus piezas está diseñada para eliminar el calor consustancial a la sensación de abrigo que puedan ofrecer tanto techos y muros como la propia interioridad de la materia. Walter Benjamin dijo de las cosas (casas) modernas: “el hombre tiene que compensar con su calor la frialdad de las cosas”. Si el calor de las manos que trabajan la materia se transfiere a su ser, Mies es el descubridor del mecanismo por el que esas huellas han sido eliminadas hasta lograr una arquitectura repelente al calor. Al igual que Willis Haviland Carrier, inventor del aire acondicionado, Mies construye pozos térmicos. 
La historia de frialdad acumulada en sus obras es patológica y llega a expulsar toda posibilidad de habitación e interioridad. La falta de calorías en estas obras es consustancial a su concepción y construcción y su capacidad virulenta sobre toda la modernidad, un hecho. Un exceso premonitorio. 
No se puede habitar un cubo de hielo, pero sí, admirarlo. Por mucho que no haya madera suficiente capaz de caldear los grados bajo cero fenomenológicos de esa arquitectura, al menos si puede uno deleitarse con su belleza.