31 de agosto de 2020

ENCUENTROS ANIMADOS


Átomos de carbono, algo de agua, y apenas un puñado de minerales combinados, forman proteínas y hélices que conducen, mágicamente, a la vida. Esa espiral no tiene fin. El ser humano, emulando esas combinaciones internas, se esfuerza por organizar otras nuevas a su alrededor para vivir mejor. Muele gramíneas, las hornea y las mezcla con encimas para su alimento. Combina arcilla y la cubre con tintes hasta formar recipientes en los que aparecen retratados mitos y héroes. Desliza hollín diluido en agua sobre una ligerísima pasta hecha de madera para recordar sus historias... A la hora de fabricarse un refugio tampoco se detiene. Paredes, suelos y techos son las piezas elementales en esa sucesión de mezclas, pero yendo más abajo, primero hay que ensamblar piezas y tejer sus partes con una ancestral sabiduría basada en la prueba y el error. 
En todo arte combinatoria de la materia deben cumplirse sencillas reglas de juego: la suma de las partes debe mejorar lo que ofrecen por separado, sea eso la funcionalidad, la estabilidad, la duración o su significado. Sin embargo a veces se produce algo mágico que desborda la suma de los elementos y que en su extrema sencillez resuelve todos los problemas de una tacada. En esas pocas ocasiones se emula el primigenio milagro de la vida. Sucede, por ejemplo, con el arte o cuando una construcción pasa a ser arquitectura. Como aquí. Cuando la piedra y la madera parecen haber nacido juntas. Dando lo mejor de cada una.

24 de agosto de 2020

EL SUEÑO DE TODO NIÑO


¿Cuál es la raíz psicológica desde la que brota el persistente sueño infantil de tener un refugio en un árbol? Tal vez sea la necesidad de aire, o de un descanso lejos del suelo. Sin embargo esas energías no tienen forma, ni acaso necesidad de un árbol. Al menos para Bruno Munari.
Para él basta con pensar en un árbol y sus cualidades esenciales de habitáculo. Entre sus ramas puede darse un vivir ligero como en un nido ¿Cómo hacerlo? Es obligación no solo brindar ese refugio sino completar el resto de los requerimientos funcionales de toda habitación: las escaleras, que sirven de acceso y de soporte; el somier cerchado que hace las veces de dintel y un conjunto que se convierte en un pórtico ligero, como un dosel de aire del que colgar los cachivaches necesarios para un niño. Incluso la bicicleta. Además hay objetos que son capaces de “educar” sin ser tontamente educativos.
Ese nuevo habitáculo, en el que resuena el “studiolo” de Antonello de Messina, es infantil y hermoso y no ha borrado por completo el regusto que tiene todo el trabajo de Munari de repensar todo como lo haría un niño. Esa energía pervive en pocas ocasiones. Y hay que homenajearla porque es desde donde provienen las mejores arquitecturas. Hay cosas que parecen fáciles de hacer, pero solo es evidente su facilidad una vez que están hechas. Lograr esa inocencia, fingida, está al alcance de muy pocos.

17 de agosto de 2020

O RAMAS O RAÍCES


Es un viejo cliché que son las raíces quienes sustentan los árboles. A ellas les atribuimos virtudes que tienen que ver con el servicio a lo que asoma por encima del suelo. Por eso el protagonismo del mundo vegetal se ha concentrado históricamente en las flores y los frutos. Salvo la agricultura de patatas, zanahorias y otros tubérculos, pocos son los verdaderos amantes de las raíces y los suelos. Sin embargo en ese mundo de capilaridades invisibles por las que las más pequeñas plantas se hunden hasta encontrar sustento, existe una minoría de admiradores del barro y las raíces que han descubierto que la relación entre la diferente fisonomía de la planta no es de mero servicio. De hecho, esas galerías de raíces, minas desde la que extraen minerales más valiosos que el oro para los humanos, perforan el terreno hasta profundidades impensables hasta encontrar suficiente agua y nutrientes, no son menos hermosas que la parte aérea de la planta. En ocasiones esa desproporción habla de la dureza del clima y del extraordinario esfuerzo que supone sobrevivir. También hace cuestionarnos quien sustenta a quien
“Somos árboles al revés, que arraigan por sus frutos” dijo, clarividente, Todorov. En arquitectura y a este respecto hay que decidirse pronto. Y la doble cosmovisión que ponen ante nosotros las plantas supone una extraordinaria imagen. Porque asentar el trabajo sobre el aire o la tierra ofrece solamente dos modos de ser arquitecto. Y solo dos. Más precisa que la distinción entre zorros o erizos de Isaiah Berlin, los arquitectos eligen, consciente o inconscientemente, ser ramas o ser raíces. 
Las obras de cada uno crecen de maneras muy diferentes, por mucho que ramas y raíces se parezcan como misteriosos seres siameses…

10 de agosto de 2020

ARQUITECTURA MALENTENDIDA


Vivimos un malentendido permanente. El cósmico margen de ambigüedad contenido en un “buenos días” da la dimensión del problema. Existe un acto creativo mayúsculo en la interpretación de la más simple frase, por muy cordial y bienintencionada que sea la emisión y recepción de la misma. Por muy dotados que sean los participantes, las segundas voces e intenciones del lenguaje son un abismo. Y ni que decir tiene si ese lenguaje no es el de las palabras. La arquitectura no es que navegue en las procelosas aguas de la interpretación sino que se maneja con una jerga voluntariamente excluyente. El binarismo de ceros y unos de las computadoras, es asimilable a los juicios de “me gusta” o “no me gusta” con el que se lee una obra por parte del público no entendido. A nadie se le escapa que hablar de “no entendidos” es reconocer la implícita y extrema codificación del mundo de formas en que se comunican los edificios con el mundo. Por eso mismo, ¿Hacia quien se dirigen sus mensajes? ¿Está obligada la arquitectura, como también le sucede a la música culta, a apelar solamente a una comunicación que tenga como centro receptor las tripas? 
Por si no fuese suficiente, el tiempo añade extrañas y ricas capas de significado a cada piedra. A pesar de la coincidencia formal, entre el capitel corintio de la Linterna de Lisícrates y el empleado por Palladio en la Loggia del Capitaniato media una distancia mayor que la existente entre un dialecto bereber y el lenguaje de Dante. No es una cuestión de mera escolástica o de oscura presunción académica. Hasta la obra más silenciosa y neutra debe recurrir a una interpretación que acaba expresándose en vacua palabrería. En el mejor de los casos, las obras hablan entre ellas. La casa de Cristal de Johnson responde antes de tiempo, igual a como lo haría un engreído adolescente ante el sabio de la tribu, ante la oscura y escueta sentencia de la Casa Farnsworth. La casa Robie se ve contestada por el Pabellón de Barcelona como harían dos intérpretes de jazz ante una misma melodía. Flota un cruce de diálogos entre edificios que no coincide con el que mantienen en un nivel mucho más pedrestre sus propios autores. Como si los caballos discutiesen de las intenciones de los jinetes que los montan, las obras avanzan hacia un horizonte mucho más lejano y con un lenguaje del que solo percibimos una ligera parte de la dosis de verdad que contienen. 
El resultado de este carrusel de malentendidos no tiene cura y está implícito en la propia gramática de la arquitectura. Pretender escribir un diccionario de las formas resulta tan banal como concebir su misma posibilidad por medio del lenguaje hablado. La historia de la arquitectura responde gustosa a la pregunta: ¿Qué significa tal forma?, pero no lo hace a la cuestión inversa: ¿Cuál es la forma que significa tal cosa? Porque la historia es un diccionario de traducciones directas pero no inversas. Del mismo modo, tampoco resulta muy útil preguntar a un buscador en red cómo hacer un proyecto de guardería en Macondo, en un solar en pendiente, ligeramente romboidal y con orientación sudeste. Porque lo específico de cada proyecto deshace el ansiado diccionario de recetas posibles. Se encuentra en el centro del ser arquitecto la renuncia a encontrar ese diccionario, e incluso su mera posibilidad. 
Desde el momento en que pensamos la arquitectura por medio del lenguaje hablado estamos condenados a no poder ampliar sus límites. Solo la propia poética de la arquitectura fuerza esos bordes cuando aparece una obra que empuja un poco “más allá”. Cuando las formas se disponen con un algo de magia inesperada, la interpretación se ve obligada a emplear un nuevo vocabulario, a inventar su propia poética de desciframiento, una nueva crítica. De inventar una nueva mirada. 
Los vínculos entre el lenguaje hablado y el de la arquitectura oscilan como dos péndulos imposibles de coordinar. Solo en pocas ocasiones el "periodo" coincide y se produce el espejismo de un entendimiento. De una explicación posible. Mientras la arquitectura será un enigma. Para algunos albatros de biblioteca o amantes de lo secreto, con la misma importancia que posee el averiguar el origen del universo.
El verano da para pensar en todas estas cosas. Culpen a la arena de la playa. 

3 de agosto de 2020

CUANDO LA CASA SE HACE PEQUEÑA


No es precisamente de ontología de lo que trata la película Downsizing (Una vida a lo grande) de Alexander Payne. Sin embargo no puede decirse que la pregunta que pone sobre la mesa sea insignificante: tanto desde un enfoque medioambiental como de recursos, el ser humano sería menos dañino si fuese más pequeño. La ciencia ficción puede permitirse esas fantasías. Sin embargo la idea no es mala. Y a falta de la tecnología para reducirnos, por ahora podemos encoger las cosas. 
La reducción de tamaño aumenta el rendimiento, sin embargo se trata de una operación en la que flota algo de secreta violencia. Y como prueba basta mirar la incomodidad que suscita la reducción de tamaño entre asientos ejercida por las astutas compañías aéreas desde hace décadas. La propia arquitectura no ha sido ajena a la cruenta batalla del tamaño de las cosas: el encogimiento del espacio de preparación de alimentos dio lugar a la cocina Frankfurt en 1926. Por mucho que Kahn llegara a decir que toda cocina tiene la secreta vocación de ser un salón, en aquella diseñada por Margarete Schütte-Lihotzky la sobremesa o la conversación a la hora de recoger los platos no tenía cabida. Hoy incluso basta con un número de teléfono o un clic. En poco más de cien años la optimización de recorridos, materias y espacios han hecho de la casa algo tremendamente pequeño. Los dormitorios y salones se redujeron en la vivienda de Klein como si hubiesen pasado por aquella otra máquina encogedora inventada por Wayne Szalinski. Hoy tendederos y pasillos se encuentran amenazados por el mismo progresivo encogimiento. Y hasta existe un mercado empecinado en decir que una casa cabe en una mísera quincena de metros cuadrados… 
Mientras las casas encogen, dentro, parece que nosotros crecemos. Un poco como Alicia en el país de las Maravillas. Entre que las llenamos de trastos y que se hacen pequeñas por pasar inesperadamente mucho tiempo en su interior, creo que por fin se han convertido en trajes. Y no muy holgados.