21 de octubre de 2019

ADIOS, JENCKS, ADIOS


El 28 de abril de 2016, no hace tanto, la Casa Bavinger de Bruce Goff, fue demolida. Esa paradójica espiral informe había sido considerada una obra maestra por uno de los críticos más reputados de los despistados años ochenta, Charles Jencks, que llegó a denominar a su autor “el Miguel Ángel de la basura”. Y no lo decía como un insulto. La casa Bavinger se ha convertido en uno más de los fracasos de su crítica visionaria y tendenciosa. La lista de estos monumentales errores de juicio podría extenderse al trabajo de Erskine y tantos otros. 
Por eso la reciente muerte del crítico americano nos anima a preguntarnos, ¿qué sucede con las críticas que no sobreviven al juicio del futuro? Y más aún, ¿qué sucede cuando traen tan malas consecuencias? ¿quién es el responsable de las malas obras derivadas de una mala teoría? 
Hoy a la vista de los hechos, estas cuestiones deberían ponernos sobre aviso del destino de la crítica ejercida con mal ojo, malas intenciones o sólo vertida con el ánimo de crear un estado favorable de opinión. De hecho, el tardoposmodernismo pergeñado por Jencks supuso un auténtico desvarío respecto a las posibilidades reales de lo posmoderno, (que no era en absoluto el problema de puro estilo en que acabó convertido). Porque la idea del desarrollo de la posmodernidad como una consecuencia lógica de la modernidad, como evolución estilística en los términos planteados por Focillon, podría considerarse como un mero malentendido de lo teorizado en “Complejidad y Contradicción” o “Aprendiendo de las Vegas”, si no fuese porque el ejercicio oracular del trabajo de Jenck supuso una deformidad que acabó con enanitos de blancanieves a modo de Cariátides sobre la fachada de algún edificio. 
Podemos aceptar que su crítica resultara útil para un cambio de sensibilidad en la agotada época de los años setenta y ochenta, podemos valorar su famoso e influyente plano de las corrientes por las que fluía la arquitectura del siglo XX como viscosas manchas de petróleo, pero las consecuencias que aportaba su distinción del "Tardomodernismo" supusieron un completo desperdicio de energía para cualquier tipo de renovación. Las dos formas predilectas de la posmodernidad, la autopista de Venturi frente a la pastosa acidez de Charles Jenck, se pusieron en el mismo plano cuando en realidad aquella autopista, tras atravesar las Vegas, llegaba mucho más lejos. Casi hasta Koolhaas
Ahora que Jencks ha fallecido, su pérdida nos obliga a preguntarnos, ¿necesita la arquitectura este tipo de críticos para ir más allá de si misma, a pesar de su dañina influencia, a pesar de su encanto, su inteligencia o su mordacidad
El género del obituario no permite ofrecer una respuesta educada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por muy Kitsch que le pareciera, siempre me pareció que la casa Bavinger de Goff era una forma muy radical de transgredir con cómo se habita una casa; y romper con los esquemas "tipológico" que si bien han sido exitosos, me hacen pensar en un "¿y si la humanidad y la historia de la arquitectura hubiera desarrollado su forma de vivir en otras direcciones"?
Me imagino cómo sería reforma de la casa con la fórmula que parece muchos arquitectos en este 2019 están repitiendo: paredes blancas, luces continuas y suelos de porcelánico imitando madera.





Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por tu lectura.
La casa es un problema crítico. Pero desde el punto de vista de los planteamientos de forma y programa no creo que sea revolucionaria.
Kiesler, por ejemplo, es más ambicioso.
Con todo, la pregunta que dejas flotando no deja de ser un enigma.
Saludos