Existen obras completas de arquitectura de un tamaño menor que el tirador de una puerta. Esquinas, encuentros y roblones depositados en cada rincón de las obras de Carlo Scarpa lo demuestran. Pero sin recurrir a los clásicos, los detalles minúsculos están a menudo tan cargados de sentido como los inmensos. El viento que entra por una rendija en alguna obra de Zumthor, proyectado como el de un instrumento de viento, o el rejuntado entre baldosas, realizado con trozos del tamaño de hormigas provenientes de solados previamente molidos en la obra de algún contemporáneo, son ejemplos de ello. Ciertamente, por debajo de la escala del tirador es difícil reconocer la "mano" del arquitecto, su huella o, si se quiere, su personal modo de ver el mundo, pero eso no es óbice para definir los límites de su tarea.
No hay límites. Por mucho que a Mies le resultase pedagógico ponérselos como explicación. Solo este ligero y traído por los pelos argumento debería bastar para afirmar que la arquitectura nunca puede ser un arte marginal, ni situarse en los márgenes. Porque no los tiene. Porque nada de lo humano le es ajeno.
(1) Anatxu Zabalbeascoa mantiene, sobre ese hermoso lema desde el año 2009, un imprescindible espacio de referencia de actualidad en arquitectura en las páginas del diario el País.
There are entire architectural works smaller than a door handle. Corners, joints, and rivets placed in every nook of Carlo Scarpa’s works prove this. But even without resorting to the classics, tiny details are often just as full of meaning as the massive ones. The wind that enters through a crack in one of Zumthor’s works, projected like the sound of a wind instrument, or the grouting between tiles, made with ant-sized pieces from previously crushed flooring in the work of some contemporary architect, are examples of this. Certainly, below the scale of the door handle it’s hard to recognize the architect’s “hand,” their signature or, if you will, their personal way of seeing the world—but that is no obstacle to defining the limits of their task.
There are no limits. No matter how pedagogical it might have seemed to Mies to impose them as an explanation. This slight and somewhat tenuous argument alone should suffice to affirm that architecture can never be a marginal art, nor should it position itself on the margins. Because it simply has none. Because nothing human is alien to it.
(1) Since 2009, Anatxu Zabalbeascoa has maintained an essential and up-to-date reference space in architecture under this beautiful motto in the pages of the newspaper El País.
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