17 de enero de 2010

DIBUJOS INFANTILES


Sobre una de las paredes del museo Castellvechio, de Scarpa, cuelga este cuadro de Giovanni Francesco Caroto, donde un niño extraño de sonrisa pelirroja blande su dibujo.
La pintura solo tendría el misterio que encierra un retrato atípico del renacimiento, si no fuese porque se extiende mise en abyme: una pintura que contiene una pintura. Historias que contiene historias como sucede en Hamlet, las Meninas, todo Borges o las mil y una noches.
El retrato corresponde a Caroto pero también el dibujo que sostiene el niño: Es el dibujo de un pintor que dibuja el dibujo de un niño. Si la pintura ya contiene una dosis de maestría, no es eso lo más comprometido. Lo difícil, lo virtuoso, lo violento, es el ejercicio de abandonar la sabiduría para dibujar como dibujaría un niño. Desprenderse para dibujar limpio. Leve. Inocente.
Y lograrlo.
Tan difíciles son esos trazos de Caroto como los de esas fachadas del proyecto de ampliación del IVAM, de Sanaa: Las líneas del suelo donde se apoyan, rectas sin pendiente, imposibles, inocentes.  Allí la puerta sin escala; aquí, sin motivos que avalen su posición. Allí la mancha defectuosa, como una nube, de quien no sabe aun colorear. El cierre de los contornos con rectángulos sin espesor, sin construcción, sin gravedad, sin peso...
Pero no, no hay nada de infantil en esos dibujos, puesto que un niño lo echaría todo a perder con la inclusión de más y más trazos, sin saber parar: Es un dibujo infantil arrebatado por un adulto, a medio dibujar. Tras esos trazos solo es posible imaginar un espacio, aéreo, ligero, leve. Donde el aire se sustituye, gracias a esa fingida inocencia, por esa sustancia respirable, ligera y lechosa que para Sanaa es la arquitectura.

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