21 de enero de 2011

ESTAFADORES



Está aun por escribir una historia verídica de las estafas de la arquitectura universal. Una historia abundante y contraria a las costumbres de la crítica y en la que la modernidad ocuparía buena parte del copioso volumen.
En tan fabulosa edición, de seguro debieran aparecer egregios personajes entre los que la figura de Jean-Jacques Lequeu (1757-1826) sería una de las más prominentes.
El conjunto de los dibujos atribuidos a Lequeu son un muestrario de ocurrencias, pornografía, charadas, obviedades y trabajos de parvulario beaux artiano, de tan diferente factura que apenas es posible imaginar como un intelectual medianamente solvente, y menos Kaufmann, pudo colocarlo al lado de una lista encabezada por Boullée y Ledoux sin una criba seria de su trabajo. (A no ser porque desde el punto de vista editorial resulta siempre más fácil titular libros con tríos que con duetos).
Si a Kauffman no le resultaba  evidente que “LC” y “Lequeu” compartían maravillosas afinidades como nombre de guerra, al menos el autorretrato de Lequeu con bombín, amén de su evidente anacronismo, también parecía la malsana burla al mismo personaje y motivo de sospecha extensivo al resto de su obra. Por si no fuese poco, bajo ese bombín se dibujaba a alguien desquiciado y vociferante.
La mascarada, puesta en escena por un círculo cercano a los surrealistas y al dadaísmo, era fruto de la palpable animadversión de Duchamp y sus compinches por Le Corbusier.
El conjunto de los dibujos de Lequeu, que permaneció durante mucho tiempo en el infierno de la Biblioteca Nacional Francesa, es hoy accesible para comprobar su notable falta de unidad. La sombras de la sospecha son alargadas y el divertimento de averiguar el verdadero padre de algunas está aun pendiente.
No obstante la calidad de dibujante del Lequeu real ha dejado combinaciones imaginativas cercanas al collage moderno, con fantasías y delirios propios de lo mejor del surrealismo.
Es creo del surrealismo y no de la arquitectura moderna, de quien si podría considerarse, con razón, un verdadero visionario.

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