15 de marzo de 2010

CUESTION DE FORMA



Barthes recuerda claramente la respuesta de Valéry cuando le animaban a publicar los cursos del Colegio de Francia: “La forma cuesta cara”.
La forma exige un trabajo ingente en el sentido más artesanal de la palabra; trabajo de limpieza de las significaciones incrustadas y de pulido de las imprecisiones que causan peligrosos extravíos y esclavitudes.
La forma cuesta cara, y eso sin hablar siquiera de dinero.
Cuando la forma arquitectónica parece más libre que nunca de la necesidad de conservar la huella del trabajo que la moldeaba, que parece libre del lugar y de las dificultades de su construcción, incluso de la relación entre la obra y el autor, consolidando su condición de objeto individual y eliminando los lazos biográficos que mantenía con el arquitecto en términos de continuidad y pertenencia, la forma resulta más cara que nunca.
Libre de esas cadenas históricas, el conjunto de las formas ha pasado a constituirse en un sistema equivalente al de la moda o al del mercado automovilístico, donde la acumulación exponencial de objetos exclusivos apenas contribuye a percibir una imagen de lo realmente contemporáneo y aplaza la tarea crítica de hallar lo valioso al paso del tiempo.
Pero la forma cuesta cara, y al igual que los vástagos que uno arroja al mundo tienen derechos, existe un tipo especial de responsabilidad sobre las imágenes o las obras de arquitectura. Es un derecho que emana de lugares profundos y que se plasma, cuanto menos, en la voluntad de reconocimiento y prestigio que el arquitecto reclama a la sociedad por medio de la forma.

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