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16 de noviembre de 2020

REFLEJOS INESPERADOS


Si desde que existen como objetos, los espejos tienden a situarse sobre las paredes, y por tanto son un eco de nuestra presencia, el situarlos en lugares inesperados ofrece vistas a nuevas significaciones y abismos. Por eso y puestos a hacer cosas que nos saquen de los estrechos márgenes por donde circula la vida, dedicarse a colocar espejos en lugares inusuales permite agrandar las casas una barbaridad. Aldo Van Eyck y Achille Castiglioni lo sabían bien. Y ni que decir los arquitectos de las albercas árabes. 
Todo niño en su infancia descubre que un charco tras la lluvia abre un abismo al que uno se asoma como a una ventana. Ese espacio puede ser un hueco misterioso o un trozo del cielo caído. Un espejo en el suelo de una casa se convierte en un balcón que no requiere de barandillas. Entonces podemos imaginar el debajo de las casas como si cada forjado tuviese sótanos ocultos. TEd'A Arquitectes han rodeado un pilar con un espejo en su contacto con el suelo, liberando su pie y haciendo que parezca colgado, libre de ataduras en un crecimiento sin fin. 
Narciso sabe bien que el agua refleja horizontalmente y hacia arriba. En dirección contraria el espejo se vuelve algo amenazador. Los espejos dispuestos en el techo, en realidad, no son objetos que abran ventanas o abismos sino que se limitan a ser el signo de una vulgar perversión. (Y no solo los dispuestos en un espacio donde haya una cama bajo ellos). Su monstruosidad radica en que nos colocan en un boca abajo interminable, pero sobre todo, en que no paran de derribar cada una de las miradas lanzadas hacia lo alto, ofreciendo solamente en su rebote, suelos, suelos y más suelos
Ni siquiera con los espejos escapamos a esa ancestral memoria de la gravedad que todos llevamos arraigada en algún lóbulo del cerebro o algún recóndito cromosoma. Puede que en realidad todo esto suceda porque algo de la magia de los espejos va con nosotros mismos.

19 de octubre de 2020

LUZ RASANTE


La luz rasante es un tormento para todo albañil descuidado. Como la prueba del nueve que deja al desnudo su pericia a la hora de levantar una pared o tender un paño de yeso, la luz que llega en paralelo al muro destaca sus saltos, abollonaduras y defectos. Por eso las armas principales de todo pintor, oficio posterior al del albañil, no son solamente las brochas o los cubos de pintura sino el egregio foco de pista de tenis, un potente reflector colocado a pie del paramento, siempre sucio de gotas de pintura y escayola, que permite ver las faltas y por tanto pulir y aplanar las irregularidades del tabicón o el ladrillo amurallado a destajo. Sin embargo sería injusto constreñir los efectos de la luz rasante sobre la arquitectura a ese prosaico instrumental de obra y a esos momentos previos a que la edificación sea habitada. La luz rasante no solo desvela las faltas del muro, también destaca sus más leves incisiones haciendo que el más bajo de los relieves y las juntas cobren una vida inesperada. 
La luz rasante aparece furtivamente en la arquitectura y se pasea como un animal apresurado ofreciendo un efecto misterioso y solemne. En las casas aparece lamiendo las paredes al amanecer, deslizándose perezosa hasta solidificarse al medio día. O por el contrario, al atardecer, teñida ya de ocre y arrastrándose cansada sobre el suelo de la habitación. 
Otras luces rasantes, distintas e inhabituales, son las que se derraman desde los lucernarios y las ventanas en alto. Mediado el día entran pegadas al muro como cuchillos y entonces obligan a éste a hablar, a lanzar sus minúsculos mensajes. Esos resaltos que pasan desapercibidos a diario, se vuelven los habitantes del muro y lo convierte en escultura. Hasta un clavo, una junta o los poros del propio material toman cuerpo, como si fuesen convocados por una extraña fuerza. Esa luz rasante, fugaz pero poderosa, convierte en sólido todo lo que toca, llegando, poco después, a desaparecer o convertirse en chorro que no necesita ni del muro ni casi de la misma arquitectura.

21 de septiembre de 2020

EL CERCADO ESENCIAL


El seto es suficientemente alto como para interrumpir el horizonte. Gracias a él la casa se hace invisible y su interior se transforma en un lugar señalado, específico e irrepetible. El rectángulo, como las antiguas empalizadas, marca un dentro y un fuera mejor de lo que lo hace la propia construcción de su interior. Le Corbusier dibujó un templo primitivo protegido por una empalizada no muy diferente a este seto de árboles. Lo maravilloso es que lo hizo como si lo sagrado surgiese precisamente no gracias al templo interior sino al espacio surgido por el simple cercado rectangular.
Adán y Eva fueron expulsados fuera del "cercado", es decir y en su etimología original, del Paraíso. La historia de la humanidad dice que aquel que queda fuera de la empalizada no es ciudadano ni habitante, sino bárbaro o extranjero. La ciudad, el invento de Caín, surge precisamente de ese espacio entre la empalizada y las cosas, las casas. Esta empalizada por mucho que se haga muralla, tapia o límite es la raíz de la polis. Como los círculos que forma una piedra lanzada a un estanque, ese límite esencial se repite luego como un eco dentro de la ciudad o se irradia hacia el exterior formando países y continentes.
Gracias a esos cercados primarios, sean psicológicos, olfativos o legales, hasta los animales reconocen su propio territorio y a sus congéneres. En ese lugar fronterizo y dependiendo de su grado de civilización, a los seres humanos les basta, en ocasiones, no con sembrar setos sino con dejar de segar el césped.
Tras ese cercado comienza la política. Y no antes.

29 de junio de 2020

VALORES DE LA LEJANÍA


Tanto el Renacimiento como la óptica dicen que ese punto donde todo confluye y se condensa no está lejos de nosotros. Lo llevamos dentro y se teje y desteje en el fondo de nuestro cerebro. Pero lo cierto es que sabemos, por muchas patrañas que nos expliquen los fisiologistas, que se trata de algo tan profundo e inalcanzable como el horizonte. (En realidad el horizonte es la línea trazada por ese punto dicharachero al ir de un lado para otro). Sin embargo ¿de dónde procede el poder magnético que hace que todas las líneas confluyan en él? ¿De dónde mana su poder? Al igual que los cósmicos agujeros negros y las estrellas, ese punto donde se condensa la mirada debe su extraordinario poder atractor no a la gravedad, sino a la minusvalorada fuerza de la lejanía. 
La lejanía es una fuerza ligera y silenciosa cuando nos encontramos en la proximidad de las cosas deseadas. Pero su poder crece con la distancia hasta anegar el pensamiento e impedirlo. Cantos en la lejanía son los proferidos desde el bosque de Walden y la cabaña de Heidegger. Desde lejos, la vida de la ciudad se ve con perspectiva. (Nunca mejor dicho). La lejanía es una fuerza poderosa porque provee, además de paz y tranquilidad, sus propias enfermedades y anhelos: la nostalgia y la morriña son algunos de sus nombres. Ulises viaja impulsado por el poder que le brinda el deseo de regresar a su lejana Ítaca. 
En la lejanía la arquitectura cambia enormemente. La lejanía es distancia convertida en tiempo. O mejor, tiempo hecho memoria. En él las obras crecen: San Carlino o el Tempietto de Bramante en Roma se vuelven tan grandes como el Panteón. La lejanía distorsiona el tamaño y a la vez destaca y rellena sus huecos congruentemente. Fruto de la lejanía la arquitectura se incorpora a la ciudad y al tiempo. Gracias a ella se produce una especial planeidad que diluye todo exceso de formas. A esa distancia solo los grandes arquitectos saben trabajar porque hay que rebajarse mucho, ser muy modesto, para renunciar a la forma. Palladio sabe bien de este efecto en la Iglesia veneciana del Redentore. La lejanía es una cura de humildad. 
La lejanía es la casa donde habita el punto hacia el que se dirigen todas las líneas de fuga.

22 de junio de 2020

PAISAJES VIRALES


Un apocalíptico mundo de camas equidistantes, mamparas de plexiglás, astronautas (o trajes que apenas se diferencian sustancialmente de ellos), una montaña rusa de curvas, y plástico, mucho plástico, incluso intubado, parece haberse adueñado de nuestras retinas. (¿Conseguiremos olvidarlo o pasará a lo más hondo de nuestra memoria como sucedió con la caída de las torres gemelas?) 
Sin embargo el sufrimiento no es soportable mucho tiempo ante la vista sin sentir hastío y cambiar de canal. Y menos si es televisado. La sucesión de imágenes en diversos puntos del planeta muta a mayor velocidad que el propio motivo que la provoca. Pronto el paisaje se trasformará en uno más amable, relegando al anterior a un tramposo segundo plano. Es inevitable que camas, hospitales improvisados y túmulos, den paso a un panorama casi amable, hecho de círculos de dos metros de radio y parcelas del tamaño de un salón cutre. Las playas, parques y espacios abiertos adquieren así la repentina imagen de grandes cultivos e inmensos tableros de juego, donde parece trascurrir una partida secreta e inexplicable cuyas reglas han sido impuestas por un círculo abullonado de milésimas de micra. Un juego diabólico. Por eso no puede olvidarse que ese paisaje de casillas inertes, rellenas en ocasiones con seres humanos castrados para abrazar a sus congéneres, es un reflejo del anterior, una capa más de él, por muy leve o ligera parezca. Los paisajes tienen estratos y simas, son hojaldres, y este que vemos ahora, por pintoresco que resulte, no es sino uno de sus valles de tranquilidad antes de llegar a abismales cascadas y espantosos precipicios. 
Pero ¡que poca humanidad contienen! Tal vez la nostalgia de un paisaje humano, verdaderamente invisible, sea un recordatorio de que nuestra especie genera el suyo propio. Un paisaje congestionado, denso y cargado, independientemente de que sus accidentes sean coches, hormigón o bicicletas. El ser humano lleva consigo un territorio, social y cultural, incluso de distancias, de seres humanos interactuando, pero solo cuando nos es arrebatado percibimos su importancia. Como cuando nos quitan el aire, o nuestra casa. O la belleza.

9 de marzo de 2020

EL PELDAÑO FANTASMA


La experiencia es casi invisible y privada, pero se repite ocasionalmente. Al subir o bajar por una escalera en penumbra, el cuerpo avanza a tanteos ciegos. La mirada es inútil y ensayamos con los pies como con un bastón, apoyando las puntas y confiando en el ritmo previo. Es entonces, en el último e invisible peldaño cuando todo sucede. (Porque en realidad no sabemos que ese que ya hemos abandonado era el último peldaño). En ese instante la pierna se lanza sobre el paso siguiente, sin descubrirlo, produciéndose un ligero, o no tan ligero, traspié. 
Ese peldaño soñado es tan fantasmagórico como cierto. Su realidad está firmemente construida en nuestro cerebro, y aunque se trata de una huella y una contrahuella basada en la experiencia anterior, fundada en un acto de fe, tiene consecuencias en nosotros. Vaya que las tiene.
Ese peldaño fantasma no es ni duro ni blando, es decir, no es una función de la materia sino del tiempo. Al principio, en el primer milisegundo, creemos poder alcanzarlo y su ausencia solo se interpreta como un error de distancia, pero según el peso se deposita y el pie se hunde, sabemos que todo esfuerzo por corregir el gesto resultará inútil. Finalmente el tropezón es inevitable, no necesariamente dramático, pero si algo cómico. Y nos acusamos a nosotros mismos de torpes. Luego, la vida sigue… 
Nos alejamos de la escalera, sin embargo el peldaño fantasma, travieso, se ríe de nosotros a hurtadillas, escondido ahora bajo la zanca de la escalera.

17 de febrero de 2020

SOBRAS


Cualquier espacio de la ciudad puede tener una vida secreta. Lo cual es una buena metáfora de que en la ciudad no sobra nadie, ni nada. (Como mucho las basuras estorban y son un problema de salubridad, pero por lo que respecta a lo demás. Eso no).
El suelo es un bien precioso y en las ciudades cualquier rincón puede y debe reutilizarse. Gordon Matta-Clark ya se dio cuenta de esa orfandad que sufrían los jirones que sobraban en el planeamiento urbano de New York cuando se dedicó a comprarlos y a etiquetarlos como obras de arte. En el año 1973 denominó a la reconfortante actividad de resarcir a esos trozos olvidados con el artístico calificativo de “Reality Properties, Fake estates”. Se hizo con quince de esos pedazos. Pocos años después volvieron a ser de propiedad pública porque nadie se encargó de pagar los impuestos que correspondían a su inútil posesión. 
El caso es que no es necesario que ningún arquitecto alternativo venga a decirnos de la secreta utilidad de esas sobras entre edificios para que los vecinos inmediatos sepan de su valor. (Que no de su precio). Esos solares vacíos e informes fueron apreciados como espacios educativos en la posguerra holandesa por parte de Van Eyck. Y gracias a ellos se demostró que los jóvenes pueden adquirir sentido cívico. 
A veces son un lugar para instalar un columpio, para fumar a escondidas o para, incluso, instalar un campo de deportes. En ellos no siempre huele a urinario. En esos espacios ni siquiera la geometría es lo más importante. Porque al fútbol, como a ser ciudadano, (o como para ser arquitecto) se juega con las paredes y con los amigos.

27 de enero de 2020

EL SECRETO DE LA DECORACIÓN


Gracias a esa cama que asoma, puede presuponerse que el cuarto es un dormitorio. Sin embargo el conjunto ofrece atractivas disfunciones a todo posible descanso. Incluso el visual.
Lo sustancial del espacio se condensa en la rocas incorporadas al dormitorio y cuánto su forma determina el borde y el funcionamiento de todo el interior. A esa roca mayor se supedita todo. Pero la verdadera fuerza de la imagen se concentra en la diagonal formada por la inmensa roca y el anómalo recorte de la cortina. Tanto, que la llamativa diagonal de ese tejido colgado se vuelve en ese punto tan ridícula como aparentemente inevitable. ¿Para qué vale en realidad una cortina así? Desde luego la delicadeza de su corte no resuelve más que el problema de las vistas desde el exterior, porque a nadie se le escapa que por arriba, sobre el montante, seguirá introduciéndose la premiosa luz matinal.
Por todo ello, esta anormal cortina resulta una buena imagen de lo decorativo. Descomponiendo sus ecos y su significado vemos que en ese tejido resuena el plisado de chapa del propio techo del cuarto. Sin embargo y aunque a veces el color de esas cortinas ha sido el amarillo, y en otras este gris indiferente, la tonalidad no añade nada sustancial. En realidad su éxito como objeto se da por contraste con la geometría, dureza y material de la propia piedra cobriza. Si se piensa, las funciones de la tela en este espacio no son verdaderamente necesarias. Se trata, por decirlo de otro modo, de un elemento que, solo en apariencia tiene una función, pero que tras su análisis, trabaja principalmente sobre el plano de las puras sensaciones. Precisamente en eso reside el secreto de la decoración. Es algo que no afecta al valor pero sí al modo en que percibimos el valor. La decoración hace explicita la voluntad de valor.
Lo cual da muchas pistas a la hora de entender a toda una profesión, el campo del interiorismo, y hasta un mercado. Cada gesto de esas disciplinas quiere hacer palpable lo que valen las cosas. Más allá de su precio. Señalan las cosas, las subrayan y las enmarcan… Reclaman la atención en cada una: “¿te has fijado que valioso e importante soy...?” 

20 de enero de 2020

COSAS QUE SUCEDEN BAJO LA LÍNEA DE FLOTACIÓN



Parte del volumen asoma hasta la altura de las ruinas cercanas. El resto crece hacia la tierra, para dar cabida al edificio y sus usos. Entre esas dos tensiones puede más el peso, y el edificio se hunde. El foso a su alrededor es más que un gesto. Es arquitectura. 
Apenas hay forma en este sarcófago semienterrado que es la obra del Memorial del campo de concentración de Rivesaltes, en Francia. El proyecto de Rudy Ricciotti y Passelac&Roques, un simple cajón de hormigón ocre, no parece esconder muchos matices sin embargo su valor, que cualquiera que se tome el trabajo que merece estudiarlo verá recompensado, está en saber situarse en relación al horizonte
La línea de flotación de una obra, como la de los barcos, representa una parte importante de su significado como forma. Cambiar la línea del horizonte está al alcance de muy pocas disciplinas. Tal vez la aeronáutica y la espeleología sean las más capacitadas para hacerlo. Sin embargo la arquitectura no necesita de la literalidad del vuelo o del enterramiento cavernario. Porque a la arquitectura le basta con colocarse sabiamente en relación a esa línea horizontal donde fugan las perspectivas de nuestra mirada. 
En este monumento el suelo se excava, y en esa relación con el terreno recuerda las obras de los arqueólogos del siglo XIX cuando descubrían figuras que luego se han mostrado inmensas, o a la de los artistas del landart... 
Por lo demás, el zócalo ni siquiera es accesible en su parte superior. No se asemeja en nada a esa famosa casa de Capri donde se puede incluso montar en bicicleta si se es un poco osado. El objetivo de esta terraza intransitable es la de construir una línea casi horizontal. No se subraya con eso unas vistas deliciosas como sucedería con la cubierta de un barco, sino algo más allá. Con esa masa y gracias a su posición, la mirada desciende. Y bajamos inconscientemente la cabeza. Lo cual es significativo y difícil de lograr en arquitectura.
Hay motivos para sugerir esa reverencia inconsciente. En ese lugar laten algunos de los recuerdos más dolorosos de la historia de Francia.

30 de diciembre de 2019

EL PELIGRO DE ESCONDERSE TRAS UNA PUERTA


La escena es tan inolvidable como terrorífica. Una puerta cae a golpe de hachazos a manos de Jack Torrance. La puerta no es suficientemente sólida para proteger a una madre y su hija. Una fragilidad que no deja de ser resonante. 
Stanley Kubrick, apoyado en Stephen King, puso al descubierto alguno de los miedos más contemporáneos, también de la arquitectura: confiamos en las puertas para que, suceda lo que suceda, nos protejan de las locuras del exterior. 
Afortunadamente la escena contraria es más habitual: el desengaño encuentra la primera protección al cerrar la puerta y convertirse ésta en refugio improvisado. Un rectángulo de madera apuntalado por nuestra espalda se convierte entonces en un rincón de emergencia. En ese instante tiene cabida el primer sollozo solitario. 
Las puertas interiores son signos vivos de las relaciones de la casa. Cerramos las puertas entre habitaciones y las abrimos, y esos gestos representan los cambios de humor, de edad y hasta de confianza entre sus miembros. La puerta adolescente a la que se llama con los nudillos sordos es el símbolo de una habitación que no es ya la de un niño, sino que se ha convertido en una auténtica “habitación propia”. El pestillo de un dormitorio simboliza el deseo de un tiempo privado. La puerta del baño se cierra por reclamo propio o ajeno, significándose con ello prisa, o intimidad. Los olores, los sonidos y las luces que se cuelan por las rendijas de las puertas  señalan su ocupación y la actividad de su interior. Con todo, las puertas de la casa siempre dejan pasar sonidos inapropiados. Sean adultos o juveniles, desengaños, risas, susurros o gritos. Cortázar nos recuerda que a su través se oye hasta “el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde”… 
Malditas puertas cuando se convierten en rectángulos permeables que no ofrecen seguridad alguna, incluso frente a la voz de Jack Nicholson.

2 de diciembre de 2019

BLANDAS PAREDES DE FELPA



Cuando las paredes pierden alguna de sus cualidades aparecen misteriosos seres a medio camino entre el mundo de los fantasmas y de la solidez de lo mineral. Afortunadamente para nuestra salud psíquica, no es muy habitual encontrarse en medio de semejantes monstruos. Desde que Freud se dedicara a inventar la cura para una enfermedad inexistente como es el psicoanálisis, se introdujo en el imaginario colectivo la sala con paredes acolchadas. Pero cuando las paredes dejan de ser paredes y se ablandan como cera derretida, el estatus de seguridad que ofrece todo acolchado se tambalea. 
Las paredes de felpa de Anne Holtrop del Felt Pavilion, en el Kunsthal de Rotterdam, trabajan en ese desagradable pero interesante terreno de ambigüedad sobre lo que son las paredes. Una pared de fieltro desde luego cumple con los requerimientos psicológicos del resto de las paredes. Separa y forma espacios independientes, pero carece de la necesaria estabilidad. 
Sus paredes necesitan estar colgadas como pesados cortinajes. Además, en una pared de felpa aparecen problemas añadidos al soportar perforaciones y huecos como puertas y ventanas. Debido a que una jamba o un dintel no pertenecen al mundo de las cortinas, su deformación habla simultáneamente de inestabilidad y de peso
Esas obras blandas de objetos aparentemente sólidos relaciona esa casa de felpa con las obras de Claes Oldenburg de los años sesenta (Soft Toilet, o Soft Light Switches). También con los trabajos de Beuys en cuanto a su coincidencia material, pero sobre todo con los de Robert Morris y sus piezas de fieltro cortadas. Sin embargo el trabajo de Morris, cuyo aparente material era el fieltro, en realidad estaba concentrado en la anti-forma resultante de las diversas rasgaduras en relación a la fuerza de la gravedad. Es decir, colgar trozos de fieltro en una pared inevitablemente formaba catenarias o un amasijo si llegan al suelo. Mientras que en las paredes de fieltro de Holtrop este material quiere ofrecer resguardo, ser paños todo lo verticales posible y, en fin, ser un componente físico, simbólico y formal de lo interior.  
El resultado es que la casa de Holtrop avanza un aspecto para las cortinas que no puede tampoco ser despreciado y es precisamente el territorio ambiguo entre la pared que está a punto de dejar de serlo o de la cortina que quiere solidificarse sin ser ni una cosa ni la otra. Y aunque indudablemente el resultado es inquietante también resulta iluminador: la diferencia entre cortinas y tabiques es antes que de densidad material, de su capacidad para mostrar o disimular, respectivamente, la fuerza de la gravedad con la excusa de la protección.

11 de noviembre de 2019

DE CORTINAS Y FANTASMAS


En arquitectura no es fácil hacer espiritismo. Pero a veces es posible convocar energías perdidas con la simple operación de escuchar los restos del habitar en lugar de engañosas psicofonías. 
Un buen ejemplo es lo sucedido en la casa VDL. Sus dos versiones, construidas sucesivamente por Richard Neutra en el borde del lago Silver Lake Reservoir, eran una declaración de sus principios como arquitecto, un laboratorio donde experimentar soluciones constructivas novedosas y un íntimo retrato familiar. Pero desde que los Neutra abandonaran sus cuartos, todo cambió. Aunque no en apariencia: la casa sigue siendo ese hermoso conjunto de plataformas, enormes cristaleras, voladizos y superficies de agua que hablan de la ligera modernidad californiana del arquitecto austriaco. 
Hoy en el inmueble se realizan diferentes actividades relacionadas con la universidad responsable de conservar su legado. Una de ellas es el montaje de diferentes eventos e intervenciones que pretenden captar fondos a la vez que ser un acicate cultural. Desde su “musealización” la casa ha sido restaurada y cuidada con una delicadeza casi arqueológica, pero sin prestar atención a sus fantasmas.
Solo el arquitecto colombiano Luis Callejas, junto con la artista Charlotte Hansson han sido sensibles a esas presencias que vagaban por los cuartos, cuando en una intervención detectaron una llamativa disonancia entre la realidad construida de la casa y las fotografías conservadas en los archivos de Neutra.
La casa se había mantenido impecablemente, salvo por algún detalle casi menor: en la restauración se habían suprimido las cortinas. La falta de velos hacía que el habitar de la casa y su memoria fuesen irreales. Los reflejos de las superficies de agua e incluso el viento pasando tras las superficies acristaladas llegaban a significar algo completamente distinto a las intenciones originales de Neutra. Con "Horizontes húmedos/ Wet Horizons", Callejas planteó algo tan sencillo como recolocar a la casa sus visillos. Incluso el acto de planchar y coser “in situ” los quince metros de seda que formaban parte de la intervención suponían la reconstrucción de una actividad que no se había visto en la casa en décadas... 
Sacar una casa, al menos momentáneamente, de su estatus de museo es recuperar de ella su verdadera esencia. Esos velos reconstruyen una intimidad perdida y rememoran la sombra del matrimonio Neutra. Las cortinas de seda blanca hacen las veces de presencias casi fantasmales, agitadas por el viento del lago…
Que importantes son las cortinas y que poca atención reciben. 

30 de septiembre de 2019

SOBRE EL EGO, LOS PATINAZOS Y LA ARQUITECTURA


La modernidad, de tan pulida y brillante, patinaba. Sí, todo era muy limpio e higiénico pero los modernos se olvidaban mencionar que con sus nuevos descubrimientos ponían en juego la salud de los habitantes por medio de las caídas que propiciaban sus pavimentos pulidos y sin juntas. 
Aunque como descargo cabe decir que la modernidad traía consigo la autoconsciencia de sus limitaciones, y, pronto, mil reglamentos protegieron el ego y el culo de los habitantes introduciendo terapéuticos coeficientes de resbaladicidad. A lo largo del siglo pasado puede verse como progresivamente los suelos han llegado a resbalar cada vez menos hasta perder ese carácter tragicómico. Hoy nadie en su sano juicio puede permitir que se le caigan los clientes patinando por un salón o cruzando la más trasparente pasarela de vidrio. De lo contrario, se aparece y con razón, en las portadas de la prensa como un profesional descuidado o caprichoso. 
La historia del suelo resbaladizo es tan vieja como el propio hombre y comienza con el caminar ancestral sobre el hielo que solo pudo emularse, de modo imperfecto y artificial, en el pulido marmóreo de los grandes palacios. Aún pueden oírse las risas propiciadas por las caídas de una servidumbre apresurada en los amplios espacios del barroco. 
El suelo sin fin y sin juntas es peligroso para el ego pero, a la vez, es uno de los mayores inventos de la modernidad. En ese reino de las pinturas epoxídicas y autonivelantes, y de los barnices sobre tarimas exquisitamente pulidas, han salido ganando las pistas deportivas, las boleras, las salas de baile y la industria. Hoy los patinazos del pasado se imitan como una forma de arte urbano en el breakdance y en el paso del "moonwalk" popularizado por ese príncipe de lo resbaladizo que era Michael Jackson.
Curiosamente esa capacidad de los suelos resbaladizos se ha vuelto a convertir en una ventaja. Las actuales empresas de logística y la industria, con sus robots automatizados, encuentran en el suelo deslizante una maravillosa ventaja, ya que los desgastes, la precisión y la energía encuentran de ese modo un equilibrio óptimo. Suelos para máquinas de los que están excluidos los torpes humanos. ¿Quién lo iba a decir? Incluso los defectos del pasado, en arquitectura, pueden volverse virtudes. Y eso sin siquiera hablar de estética.

22 de julio de 2019

MALDITA PRECISIÓN


Siento un inmenso respeto por Buster Keaton. Porque con la excusa de una sonrisa, arriesgaba todo en cada escena, y porque para lograr ese objetivo no despreciaba ni siquiera una disciplina tan alejada de los intereses de la comedia como es la geometría.
La ventana es muy pequeña. Todo puede fallar. Pero el efecto de sorpresa y el miedo a ser aplastado deja pegado a cualquiera ante la imagen. Desde luego que el acople de un cohete en el espacio parece  más difícil. Pero hay en esa imagen de la fachada cayendo sin daños, un tipo de precisión plenamente relacionada con la arquitectura.
¿Cómo expresarlo? 
Cuando Paul Valéry aceptó el encargo de escribir “Eupalinos o el Arquitecto” el número de páginas y de palabras exigidas por los editores estaba dado. Haciendo de la necesidad virtud, entre ellas incluyó la frase "la mayor libertad nace del mayor rigor", que sería solo un aforismo ingenioso si no fuera porque Valéry parió el texto que le daba cobijo dando ejemplo. Sin desviarse una sola palabra del encargo. Sin concesiones. Y sin exhibición virtuosa de esa precisión.
Podría haberse admitido algo de tolerancia. Es decir, un grado de error. De hecho la tolerancia es un buen concepto para aproximarse a lo que significa la precisión en campos como la ingeniería o la estadística. La tolerancia es el error soportable. Se da por supuesto que el error cero es imposible y por eso los intervalos de tolerancia tratan de ajustar el resultado. Para la ingeniería la precisión absoluta del ingenuo Valéry es una quimera, una absurda utopía. De ella proviene la raíz de la ineficiencia. El mundo de las máquinas entiende que el especificar el mayor valor posible de tolerancia es una extraordinaria práctica siempre que el componente en cuestión mantenga su funcionalidad. La tolerancia cero constituye un fracaso. Sin embargo, al igual que con Keaton o con Valéry, la arquitectura, inexplicadamente trabaja con esa absurda precisión. Sin esa precisión extrema, que supera la burda aproximación a los milímetros y que pertenece a otro orden, apenas podríamos celebrar la idea misma de precisión.
La arquitectura nos permite aspirar a un mundo preciso sin estar sometidos al cruento universo de una precisión perpetuamente aplazada con el que trabajan otras disciplinas. Porque la idea de precisión insoportablemente retrasada, sin fin, no hay quien la aguante.

24 de junio de 2019

LA DENIGRADA ZONA DE CONFORT



Cuando los vendedores de felicidad espiritual nos animan a salir de nuestra zona de confort, porque lo más valioso está fuera, porque las experiencias más estremecedoras y ricas se encuentran más allá de sus límites, el único remedio es resistir y rezar, y mucho, para no caer en esa tentación.
Con lo que ha costado a la humanidad construir eso que ahora se desprecia: la zona de confort. ¡Menudo inventazo!. Mucho más importante que la patata o la penicilina. Porque la denigrada zona de confort ha salvado más vidas que el tubérculo y Alexander Fleming juntos. 
Una casa caliente, bien ventilada, una casa donde no se hacinen sus habitantes. Una casa separada de la humedad del suelo, con paredes secas y sin mohos. Una casa limpia y con puertas que protejan su interior... Como para que ahora nos digan que la zona de confort es el mayor de nuestros males… 
Plegarias sin fin a quienes contribuyen a conservar las amenazadas zonas de confort, es lo que deberíamos hacer. Y junto a esas manifestaciones públicas de fe, debiéramos cultivar las jaculatorias privadas a los radiadores, a los pasillos, a los felpudos y a las cortinas. Rogad por nosotros, objetos de culto que construís las valiosas zonas de confort que son las casas. Porque sin ellas dedicaríamos nuestra vida diaria a sobrevivir de mala manera. ¿Saben por qué? 
Porque las zonas de confort son los lugares de partida, porque en ellos no existe la tensión del teatro público, y porque nos permiten ahorrar energías para otras cosas. Quizás más importantes. Por ejemplo, soñar.

25 de febrero de 2019

LA DECADENCIA DEL PASILLO


Aunque vivimos rodeados de ellos, poco a poco, los pasillos se han ido relegando al catálogo de las habitaciones del pasado. ¿Quién añora los sustos y sorpresas que escondían? ¿Acaso el mercado inmobiliario es capaz de preservar un espacio que no aloja más que puertas? 
Si el pasillo fue un invento muy apreciado en el pasado para separar el maremagnun social que deambulaba por casas donde invitados, niños, habitantes y servicio se cruzaban sin orden ni concierto, llegados al siglo XIX tuvo su momento de mayor esplendor(1). Fue entonces cuando en los pasillos se empezaron a guardar los objetos de la casa desplazados de las habitaciones, funcionando casi como almacenes, a la vez que los cuartos empezaron a ser “habitaciones para uno mismo”. Gracias a esos tubos con puertas, durante mucho tiempo las habitaciones se enganchaban al resto de la casa como hacen las ramas de un árbol con su tronco. Tras esas puertas se escondían ya no antecámaras y alcobas, sino dormitorios, despachos, baños y adolescentes. 
Sin embargo y desde entonces el pasillo ha sufrido una lenta pero evidente regresión. Cada vez más estrechos, cada vez más oscuros, al final se han vuelto incapaces de ofrecer experiencias sustanciosas para un habitar doméstico irremediablemente empequeñecido. Por eso, desde mediados del siglo XX, en casas cada vez más pequeñas, ese lugar, desproporcionado como un apéndice, parecía destinado a extinguirse. O al menos, a evolucionar hacia nuevas formas. 
Georg Simmel dejó alguna de las claves para descubrirnos su esencia y por tanto su posible futuro. En su texto "puentes y puertas" distinguía en éstas últimas la misteriosa multidirecionalidad que contenían. Tras cada puerta se abría un abanico de direcciones a seguir. Sin embargo y si bien con el pasillo ocurría algo semejante, durante mucho tiempo se ha obviado esa evidente relación de consanguineidad entre ambos elementos. Solo ante los rescoldos del pasillo hemos descubierto que no pertenecen al mundo de las habitaciones, sino al de las puertas
El pasillo, en su ensoñación, es hoy una puerta alargada y profunda; una puerta a cámara lenta. Y ahí precisamente tenemos una señal de su posible evolución. Imagino que el cuello de las jirafas o los picos de algunas aves comenzaron en algún momento a cambiar de forma por motivos parecidos. Lo cual es otra prueba más de la destacable pero poco atendida ciencia del darwinismo espacial. 

(1) Robin Evans, “Figures, Doors and Passages”, en Architectural Design, vol. 48, 4 abril de 1978. (Ahora en Evans. Traducciones. Valencia: Editorial Pre-Textos, 2005).

4 de febrero de 2019

EL AMARGO REGUSTO DE LO PRIMITIVO

Entre estos dibujos sólo median cuatro mil años. A la vista de los hechos, la arquitectura doméstica no parece haber avanzado mucho en este periodo. O lo que es más vertiginoso: lo sucedido entre ese paréntesis no parece haber supuesto más que un rodeo despreciable.
Sin embargo entre la vieja planta trazada sobre terracota y la planta contemporánea – que puede considerarse genérica por la multitud de proyectos actuales que tocan el mismo tema-, se hace evidente un entendimiento de la habitación como núcleo estructurante de la casa. Bueno, de la habitación y de su primitivo modo de unión. 
Porque si la habitación parece no haber pasado de moda como centro del habitar, ¿por qué volver, sin embargo, a una disposición de cuartos encadenados, cuando el pasillo era una solución óptima desde todo punto de vista? Precisamente en el gusto por la planta de habitaciones sin pasillo parece intuirse algo más que un mero problema compositivo en la arquitectura contemporánea. De hecho puede que sea un síntoma, un viraje, en el significado del habitar. 
Efectivamente si estudiamos las diferencias entre ambos dibujos podemos ver hay varios matices diferenciales, y no sólo por la colocación de sus puertas y el uso del espacio central. Las más notables tratan sobre el tamaño de las salas y sus modos de relación. Con todo, es posible su lectura en paralelo, lo que remite a un regusto actual por lo anacrónico. Las proporciones, los pasos y las relaciones entre cuartos permiten entrever seres humanos habitando rincones y una jerarquía de las privacidades. O dicho de otro modo, en esta arquitectura de habitaciones podemos intuir un gusto primitivo por lo funcional antes de que lo funcional existiese. 
En la planta contemporánea de habitaciones encadenadas, cada una se enhebra con la siguiente, pero en esa célula elemental, curiosamente, no se aspira a la jerarquía. Cada estancia vale para todo dependiendo de su posición respecto a las demás. En el discurso de una arquitectura de cuartos, cada uno es intercambiable a pesar del dibujo de sus muebles y sus usos. No es que sean habitaciones sin función sino que son estancias cuya disposición aspira a ofrecer privacidades alternativas. Es decir, la casa de habitaciones manifiesta un esfuerzo dirigido a fabricar espacios de reguardo, quizás porque se intuye una forma de vida en la que el habitante está sobre expuesto, sin posibilidad alguna de protección. 
Este fenómeno resulta clave para el entendimiento de multitud de casas que vemos en este comienzo del siglo XXI. Aunque lo importante de este fenómeno es que delata un cambio de sensibilidad: construimos rincones que simbolicen el ansia de resguardo, a la vez que exhibimos nuestra privacidad, sin pudor. Tiempos esquizofrénicos que tienen la casa como campo de batalla.

3 de diciembre de 2018

CONFORMARSE CON LAS PAREDES


Nos conformamos con las paredes. Y sin embargo, ¡son tan poca cosa! 
Las paredes son como los muros, pero no llegan a serlo. Son, de hecho, sus parientes pobres. Su versión low cost. En realidad las paredes no soportan nada, porque han perdido su masa y su capacidad portante. Las paredes solo separan y, la verdad sea dicha, no lo hacen bien del todo. Gracias a la pérdida de materia, inevitablemente dejan pasar algo de la vida del otro lado. Es decir, son una especie de membranas osmóticas de la privacidad. Una membrana imperfecta pero tolerable. 
Desde que el movimiento moderno tuvo la sagacidad y la capacidad técnica de exfoliar el muro en sus diversos componentes, dejando que la estructura se convirtiese en pilares y el cierre se decapara en aislamientos de todo tipo, cámaras de aire, cierres, barreras de vapor y filtros varios, lo cierto es que su antigua capacidad unitaria se ha perdido irremediablemente. Pero no hay nostalgia posible hacia el muro como elemento separador integral. Entre otros motivos porque ya no hay quien pague uno o porque ha adquirido connotaciones nada positivas. Sin embargo, junto con la desaparición del muro se ha dado la desaparición de una de sus fuerzas psicológicas más poderosas que lo sostenían: su capacidad de construir un “fuera”, de excluir lo que quedaba al otro lado. Los únicos muros que se erigen hoy en día se refuerzan miserablemente con alambradas de espino, soldadesca y cámaras de vigilancia. Porque los muros hoy son fronteras, y principalmente contra la pobreza. Ajena, me refiero. El muro representa lo infranqueable y traspasarlo es saltar a otro universo psicológicamente diferente.  
Por eso mismo y si tradicionalmente el muro era una estructura fuerte, la pared, como decíamos, se ha convertido en un filtro menor. Las paredes no aíslan completamente, y solo sirven para separar algo las cosas. Al otro lado de la pared se escuchan conversaciones y gemidos. Al otro lado de la pared no está, pues, un enemigo, sino alguien molesto, que da fiestas hasta altas horas de la madrugada, que se pelea a gritos con su futura expareja, pero que hay que saludar en el ascensor como si no hubiésemos sido testigos ciegos de su vida. Las paredes, por tanto, permiten la convivencia entre animales humanizados sin que el otro sea un enemigo declarado. 
Sabemos que existen los vecinos, les oímos, pero al menos nos queda el consuelo de no verles. Su olor no nos llega completamente, sino solo de modo ocasional, cuando los guisos se cuelan por las rendijas de las puertas o entran por el patio. Pero mientras y al menos, la pared impide la amenaza de que nos rocen o nos toquen. Por todo ello, la pared es el emblema de la ciudad y el símbolo de la civilización: vivimos juntos gracias a las paredes, no a los muros
Hasta que encontremos como reconstruir la intimidad perdida, las paredes son su bandera. La divisa de una intimidad amenazada, pero no hundida.

19 de noviembre de 2018

FABRICANTES DE RINCONES



Ni filósofos, psicólogos ni la mayoría de los arquitectos aman los rincones, porque en ellos solo se percibe la simpleza conceptual de lo reservado, de lo cejijunto y de un primitivismo insustancial. Sin embargo Bacherlard, su gran teórico, ya recordaba que pensar en esos lugares no es una tarea inútil porque “el rincón es el casillero del ser”(1). La casilla de salida. 
Hoy, en la sociedad de sobreexposición y del mercadeo extremo del espacio, ya no es posible encontrar buenos rincones. Cuando no hay sombras donde protegernos de la red wifi que todo conecta, cuando nuestros gustos más profundos permanecen inevitablemente a la vista, cuando todo rincón tiene que ser optimizado para alquilar, el fabricar un nuevo tipo de rincones se ha vuelto necesario. Y un difícil deber profesional. Es cierto que el rincón se ha entendido a menudo de un modo negativo y algo pobre: el rincón vivido reniega del afuera, del universo, reclama la soledad y solo parece construir una dialéctica del dentro y del afuera. Sin embargo “los rincones están encantados.”(2) 
La primera dificultad para el arquitecto fabricante de rincones es que aparentemente éstos no se hacen, sino que se encuentran. Es el habitante el que los produce: “se construye una cámara imaginaria alrededor de nuestro cuerpo que se cree bien oculto cuando nos refugiamos en un rincón. Las sombras son ya muros, un mueble es una barrera, una cortina es un techo”(3). Hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX, para encontrar la generación de los grandes fabricantes de rincones de la arquitectura moderna, (En la primera mitad del siglo los maestros solo fueron grandes fabricantes de esquinas): Aldo Van Eyck fue muy sensible a esos mediocuartos y tal vez el gran maestro de ellos. Indudablemente existen tipologías donde es necesario trabajar el rincón como elemento constitutivo fundamental. Principalmente donde los habitantes sean seres frágiles o estén, de algún modo, quebrados. Refugios, lugares de acogida, orfanatos, colegios o residencias, deben atender a los rincones como si fuesen sus altares. 
Para un arquitecto detectar rincones a veces requiere de una especial perspicacia, pero existe un método infalible para encontrarlos: miren donde se refugia un niño triste o enfadado. Porque nadie ama los rincones tanto como los niños.
Laugier contó un chiste cuando dijo que la arquitectura nació en una cabaña primitiva hecha de palos, porque cualquier ser humano, hasta el niño más inocente, sabe, que la arquitectura comienza en un rincón. Y digo bien, la arquitectura “comienza” en un rincón, y no “comenzó”, porque en cada rincón empleado como tal, ésta se actualiza y rejuvenece.


(1) Bachelard, Gaston. La poética del espacio. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 173. (Ed. Or. La poétique de l´espace, París, 1957), (2) Ibídem, pp. 175, (3) Ibídem, pp. 175.


29 de octubre de 2018

HABITACIONES SIN ARISTAS PERO CON RINCONES


Heinrich Tessenow, maestro despreciado por la modernidad y los modernos, lo era, en gran medida, por la incierta ventaja saber hacer arquitectura de hermosas habitaciones. 
Tessenow  trazaba la vida diaria dentro de cuartos sin límites. Adivinaba en ellos una vida recién salida por la puerta. Mientras, él como dibujante, había permanecido dentro, ya sin sujeto aparente a quien hacer el retrato. Tessenow entonces nos acercaba a lo más elemental del espacio, y se recreaba en cuartos con rincones, pero sin aristas. Dibujaba muebles apoyados en paredes sin materia, colgaba cuadros y espejos sobre un blanco intachable, y usaba ese mismo blanco del papel como superficie delimitadora y neutra. Todo como si lo que le importase de verdad fuese precisamente la magia de lo que no estaba dibujado. 
Entre los objetos trazados destacan las ventanas, que son en sus manos más que un punto de fuga del paisaje. Con visillos, cortinas y plantas a su alrededor, la pared se perfora y se convierte allí en lugar. Pero conviene señalar que sus ventanas no son culpadas de dejar en sombra la pared donde se recortan, cosa que si hacía le Corbusier, sino que gracias a ellas la estancia vive bajo una luz universal, neutra y blanca, que todo parece limpiar
Hoy sus dibujos siguen siendo hipnóticos, además, porque las paredes y los techos que no alcanzamos a ver, sin embargo, están presentes. Porque percibimos en esas habitaciones cualidades materiales sin tenerlas. Porque vemos que los suelos brillan y que los objetos son útiles o significativos para sus habitantes. Y hasta porque los muebles ligeros se muestran precisamente de ese modo. Porque hasta el espacio está contenido y medido a pesar de no verlo por completo. En fin, porque reconocemos en esos cuartos a personas viviendo y como el espacio ha sido modelado según esa vida. 
Nada se esconde en las habitaciones de Tessenow. Todo está a la vista. Aparentemente no hay misterio y sin embargo parecen contarse allí el secreto arte de habitar dentro de una habitación, que no es moderna, ni lo contrario.