17 de febrero de 2020

SOBRAS


Cualquier espacio de la ciudad puede tener una vida secreta. Lo cual es una buena metáfora de que en la ciudad no sobra nadie, ni nada. (Como mucho las basuras estorban y son un problema de salubridad, pero por lo que respecta a lo demás. Eso no).
El suelo es un bien precioso y en las ciudades cualquier rincón puede y debe reutilizarse. Gordon Matta-Clark ya se dio cuenta de esa orfandad que sufrían los jirones que sobraban en el planeamiento urbano de New York cuando se dedicó a comprarlos y a etiquetarlos como obras de arte. En el año 1973 denominó a la reconfortante actividad de resarcir a esos trozos olvidados con el artístico calificativo de “Reality Properties, Fake estates”. Se hizo con quince de esos pedazos. Pocos años después volvieron a ser de propiedad pública porque nadie se encargó de pagar los impuestos que correspondían a su inútil posesión. 
El caso es que no es necesario que ningún arquitecto alternativo venga a decirnos de la secreta utilidad de esas sobras entre edificios para que los vecinos inmediatos sepan de su valor. (Que no de su precio). Esos solares vacíos e informes fueron apreciados como espacios educativos en la posguerra holandesa por parte de Van Eyck. Y gracias a ellos se demostró que los jóvenes pueden adquirir sentido cívico. 
A veces son un lugar para instalar un columpio, para fumar a escondidas o para, incluso, instalar un campo de deportes. En ellos no siempre huele a urinario. En esos espacios ni siquiera la geometría es lo más importante. Porque al fútbol, como a ser ciudadano, (o como para ser arquitecto) se juega con las paredes y con los amigos.

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