21 de abril de 2014

EL MUSEO COMO ESTRATEGIA


Desde el punto de vista urbano, el siglo XX puede ser resumido mediante dos imágenes en cada una de sus mitades. La primera podría condensarse en torno a las posibilidades de configuración de la vivienda como espacio urbano; la segunda toma cuerpo en el objeto arquitectónico como generador de ciudad. La tosquedad de esta simplificación no le resta veracidad. Más si cabe si se identifica al museo como el mecanismo arquitectónico paradigmático de ese tipo de "urbanismo objetual". 
Sin embargo con el comienzo del siglo XXI el museo como última posibilidad de producir ciudad ha quedado tan obsoleto como inhabitada aquella casa de las musas de dónde procedía. De hecho las musas hace tiempo que emigraron de esos cuidados aposentos hoy llenos de todo menos de elevación, elegancia y entusiasmo.
El museo, como tipología, (o si se quiere como forma en búsqueda de mejora desde el Renacimiento), ha mostrado una de las mayores paradojas de la arquitectura occidental: si en un origen no tenía forma y era más bien solo un lugar de depósito de la memoria y de la rapiña de antigüedades, con el paso de los siglos se ha convertido en el lugar del depósito de la forma de su época. Un repaso a los objetos-museos del siglo XX basta para contemplar una historia de la forma de una manera exponencial. 
En el diseño del museo se han volcado gran parte de los esfuerzos formales pero también ideológicos de esa segunda mitad del siglo XX. No así los meramente funcionales. La Galería Nacional de Berlín, de Mies Van der Rohe es un lugar de mal funcionamiento pero es una exquisita idea de lo que idea de pureza miesiana podía aspirar a lograr. El Museo Guggenheim de Frank Lloyd Wright, supone un absurdo en cuanto a la disposición de sus cuadros en una pared y un suelo doblemente inclinado, pero es un dechado de poderosa espacialidad moderna. Otro tanto cabe hacer de Kahn, Venturi, Stirling, Piano o Gehry. 
Después de los maestros, la tematización de los contenidos del museo ha acabado por trivializarlo sin remisión. Apenas es posible ya tener un encuentro con la verdadera cara de las musas en espacios en los que el imprescindible acto de la contemplación es negado por el ritmo de visitas, o la disolución de todo individuo en una masa burbujeante y voraz. Las Meninas no son ya las Meninas, como la Gioconda no es ya ese cuadro pintado por Leonardo al no poder ser contempladas sin un contexto de suficiente calma. 
El museo, inundado de formas exuberantes, de turismo y de un mercado ocioso, vacío de musas, ya es solo la imagen del urbanismo del pasado: el museo se ha vuelto objeto de museo. 
Aunque precisamente por eso y pensado con más precisión: tal vez sea la ciudad el último museo vivo posible.

2 comentarios:

Rábago dijo...

Tal vez,como bien dices, en el siglo XX muchos museos fueran diseñados desde y para la experimentación de la propia personalidad,y circunstancia de estos ilustres arquitectos.Aún así no dejo de maravillarme de las soluciones constructivo-formales que proveen, como es ese maravilloso forjado de Louis Kahn en esa obsesión suya,permanente y recurrente,en la integración y conducción de las instalaciones.Sobre los agobios que rodean a una obra de arte...que bueno sería trabajar una temporada de guardia jurado en el museo y poder contemplarlas con silencio y paz en algún momento!(el dolor de pies ya puede merecer la pena por disfrutar de una Gioconda sin los flashes de una entusiasta masa asiática).Un afectuoso saludo profesor

Santiago de Molina dijo...

Gracias a ti!!.
Ser vigilante en un museo no es mala manera de contemplar de verdad un cuadro.
Otro saludo cordial de vuelta!