26 de junio de 2023

EL AMANTE DE LAS CORNISAS

Pocos arquitectos modernos han estado tan enamorados de las cornisas como Paolo Portoghesi. Tan amantísimo era de este elemento aparentemente menor que no solo dedicó estudios completos a ellas, sino que se saltó una de las premisas de la modernidad: precisamente, el suprimirlas. La cornisa era el signo burgués por excelencia de la arquitectura a superar. La cornisa era el apéndice necesario del tejadito a dos aguas y tratar con ellas era declararse, como poco, posmoderno. Portoghesi se dedicó a pasear por Roma y documentar las hermosísimas cornisas de la arquitectura barroca y renacentista como si no hubiera un mañana. Y desde ahí a proyectar su arquitectura. Su amor por las cornisas, y por el pasado, le obligó a emplear sin fin las líneas de puntos para darles cuerpo. Aunque sea reduccionista, si piensa de este modo puede entenderse la práctica totalidad de su obra.
Su casa Baldi es un ejemplo inmejorable de la doble dimensión intelectual y de su finura como arquitecto. En un momento en que la modernidad no sabía ya cómo tratar con el pasado, la aportación de Portoghesi a la historia de la disciplina es lateral, si se quiere amanerada, pero explícita. Manteniendo las distancias, Zevi y Portoghesi en esto estuvieron conectados.
Los techos, las cornisas, fueron sus territorios preferidos. Creo que no precisamente por sus cualidades plásticas o constructivas, sino más bien porque eso significaba dirigir la mirada hacia lo alto. Metafóricamente al menos, eso sí que es un programa para ser arquitecto.      
Few modern architects have been as infatuated with cornices as Paolo Portoghesi. So enamoured was he with this minor element that he not only dedicated complete studies to them but also disregarded one of the premises of modernity: precisely the elimination of cornices. The cornice was the quintessential bourgeois sign of architecture to be overcome. The cornice was the necessary appendage to the gabled roof, and dealing with them meant, at the very least, declaring oneself postmodern. Portoghesi dedicated himself to strolling through Rome and documenting the exquisitely beautiful cornices of Baroque and Renaissance architecture as if there were no tomorrow. And from there, he projected his architecture. His love for cornices, and for the past, compelled him to endlessly employ dashed lines to give them substance. While it may be reductionist, thinking in this way can help us understand the vast majority of his work.
His Baldi House is an unparalleled example of the dual intellectual dimension and finesse as an architect. At a time when modernity no longer knew how to deal with the past, Portoghesi's contribution to the discipline's history is tangential, if somewhat affected, but explicit. Keeping their distance, Zevi and Portoghesi were connected in this regard.
Ceilings, cornices, were his preferred territories. I believe not necessarily because of their aesthetic or constructive qualities, but rather because that meant directing one's gaze upwards. Metaphorically at least, that's what it's like to be an architect.

19 de junio de 2023

DIFERENCIA Y REPETICIÓN Y REPETICIÓN Y REPETICIÓN

La sala hipóstila es un invento tan importante, primitivo e inmejorable como la bicicleta o el pan. En esencia, la repetición de un espacio idéntico se vuelve un juego de espejos, destruye todo sentido de orientación y nos coloca ante un "aquí" que es igual que el "allí". Por eso, toda sala hipóstila, sobre todo cuando concita ese abismo, juguetea con la esencia misma del yo y su vocación de situación.
Recurriendo a la etimología, la sala hipóstila, del griego "hypóstȳlos", no es ni más ni menos que el espacio "bajo columnas". Ese lugar isótropo, por definición, es el de la mezquita, el del depósito de agua, el del bosque y el de miles de aparcamientos subterráneos. El espacio modular que se extiende más allá de sí mismo ha servido para justificar, pues, desde espacios excelsos de la arquitectura de todos los tiempos a otros sin ningún valor. La religión y la industria emplean la sala hipóstila ancestralmente en virtud de su poder ideológico y espacial. La economía y lo trascendente nunca estuvieron tan próximos como en un campo de columnas. Ejemplos de lo primero los encontramos en las actuales fábricas, supermercados y grandes oficinas. De lo segundo en cientos de templos egipcios.
La proximidad de la sala hipóstila al espacio más moderno del Mat Building, inventado por Alison Smithson, no es casual. De hecho, el espacio de la sala hipóstila es su ancestro, una paleoforma de su origen y su destino. La sala columnada es el resultado directo de multiplicar esas columnas sin fin. La repetición de la sala hipóstila ha dado pie a ejemplos gloriosos también en la arquitectura peninsular: La iglesia de Almendrales, hermosísima obra de García de Paredes, y el pabellón de hexágonos de Corrales y Molezún son ejemplos excelsos.
Aparentemente, el problema de diseño de la sala hipóstila es el de la simple elección del módulo a repetir. Pero la cosa no es solo esa. Está el problema de saber de verdad cuál es el módulo constructivo, es decir, si se trata de un paraguas o de un problema de columnas y dintel. Más tarde está el asunto de los límites de la sala... En fin, todos problemas de oficio. Aunque aún hay otro mayor: ¿y si lo esencial de la sala hipóstila no fuese tanto la repetición de las columnas, sino la misma repetición? Y este no puede resolverse ya tan solo con oficio.  


The hypostyle hall is an invention as significant, primitive, and unmatched as the bicycle or bread. Essentially, the repetition of an identical space becomes a game of mirrors, destroying any sense of orientation and placing us before a "here" that is the same as "there." That is why every hypostyle hall, especially when it evokes that abyss, toys with the very essence of the self and its vocation for situation.
Referring to etymology, the hypostyle hall, from the Greek "hypóstȳlos," is nothing more or less than a "space under columns." That isotropic place, by definition, is found in the mosque, the water reservoir, the forest, and thousands of underground parking lots. The modular space that extends beyond itself has served to justify, therefore, spaces of great architectural value throughout history as well as those with no value at all. Religion and industry have ancestrally employed the hypostyle hall by virtue of its ideological and spatial power. Economy and transcendence were never so close as in a field of columns. Examples of the former can be found in current factories, supermarkets, and large offices, while the latter can be seen in hundreds of Egyptian temples.
The proximity of the hypostyle hall to the most modern space of the Mat Building, invented by Alison Smithson, is not coincidental. In fact, the space of the hypostyle hall is its ancestor, a paleoform of its origin and destiny. The columned hall is the direct result of multiplying those endless columns. The repetition of the hypostyle hall has also given rise to glorious examples in Peninsular architecture: the church of Almendrales, a beautiful work by García de Paredes, and the hexagonal pavilion by Corrales and Molezún are exceptional examples.
Apparently, the design problem of the hypostyle hall is simply choosing the module to repeat. But it's not just that. There is the issue of truly knowing what the constructive module is, whether it is an umbrella or a problem of columns and lintel. Later, there is the matter of the limits of the hall... Well, all these are professional problems. However, there is an even greater one: what if the essential aspect of the hypostyle hall is not so much the repetition of columns but repetition itself? And this cannot be resolved through mere craftsmanship.

12 de junio de 2023

ARQUITECTURA Y POSVERDAD

La cultura de la cancelación invade occidente como un cáncer. Este brazo armado de la corrección política, que hace que no pueda hablarse de casi nada por miedo a ofender, no puede ocupar, afortunadamente, amplias parcelas de la existencia. Por ejemplo y respecto a lo que aquí nos atañe, no existe una arquitectura capaz de ser cancelada. El coliseo romano no conserva ni rastro de los brutales asesinatos cometidos en su interior. En la casa del Fascio, maravillosa obra de Giuseppe Terragni, no quedan huellas reseñables del fascismo que le da nombre. Por mucho que se editen estudios sobre la inmensa contaminación producida por la construcción de la Torre Seagram, de Mies van der Rohe, el impacto de lo políticamente correcto no ha llegado retrospectivamente tan lejos como para afectar un ápice su carácter de obra maestra. Acaso a la arquitectura le está vedada dar cuerpo a la injusticia, ni a su reparación.
Si bien hoy hasta la propia Biblia está siendo cancelada como lugar donde se describen atrocidades, latrocinios, incestos y cosas no menores - ni Dios se libra de la estupidez humana -  la arquitectura permanece ante el mundo de la posverdad con una mudez insultante. Cuando la pintura de bodegones con chuletas y cadáveres de conejos se retira hoy ante la vista de comedores universitarios por resultar ofensiva para los veganos, ¿quién se siente interpelado por las obras erigidas en tiempos injustos por tiranos crueles y construidas sobre cadáveres?
Abandonadas en algún rincón las pancartas que antaño colgaban de sus fachadas con el rostro del dictador de turno, la arquitectura parece exenta de toda posible revisión desde el enfoque exclusivista de lo políticamente correcto. No derribamos las pirámides por mucho que sean un suculento terreno para el debate sobre la esclavitud o la explotación laboral. Al menos, porque su demolición ofendería a los ecologistas que verían en la montaña de escombros resultante un delito ambiental. Paradójicamente, solo un exiguo puñado de monumentos consigue ofender por su sola presencia. En este sentido, la escultura lo tiene más difícil. 
Curiosamente, la cancelación del arquitecto es posible, pero no la de la obra que éste haya erigido. Su obra permanece sola y dando la cara ante el futuro. Con una existencia plena y autónoma. Lo cual debiera bajar los humos a todo arquitecto y a su ególatra sentido de autoría.
La arquitectura, como el bailarín, tiene razón, aunque esté equivocada. Por sí misma. 
Cancel culture is spreading throughout the West like a cancer. This militant arm of political correctness, which stifles nearly all discussions for fear of causing offense, has fortunately not yet fully infiltrated every aspect of our lives. Take, for example, the realm of architecture, where cancel culture's influence is limited. The Roman Colosseum, despite its history of brutal killings, stands today devoid of any trace of those atrocities. Similarly, Giuseppe Terragni's magnificent Casa del Fascio no longer bears any connection to its namesake, fascism. No matter how many studies are published about the immense pollution caused by the construction of Mies van der Rohe's Seagram Building, the influence of political correctness has not retroactively reached far enough to taint even the slightest bit of its status as a masterpiece. It seems that architecture is immune to both the embodiment of injustice and its rectification.
While even the Bible is being censored as a repository of accounts detailing atrocities, thefts, incest, and other grave matters - no one, not even God, escapes the folly of human idiocy - architecture remains, with its deafening silence, unscathed in the age of post-truth. While still-life paintings depicting meat and rabbit corpses are being removed from university cafeterias today to avoid offending vegans, who among us feels compelled to question the structures erected in unjust times by cruel tyrants, structures built upon a foundation of human suffering?
Once the banners featuring the dictator's face that once adorned their facades have been abandoned, architecture seems to be exempt from the scrutiny imposed by the politically correct. We don't demolish the pyramids, despite their potential connection to slavery or labor exploitation, mainly because such an act would be deemed an environmental crime by ecologists, who would see the resulting mountain of rubble as an offense against nature. Paradoxically, only a few monuments succeed in offending through their mere presence. In this sense, sculpture faces a greater challenge.
Interestingly, an architect's cancellation is conceivable, but their creations are not. The architecture stands alone, representing itself. It exists independently and fully towards the future. This should serve as a humbling reminder to architects and their egotistical sense of authorship.
Architecture, much like a dancer, can be right even when it appears wrong on its own terms.

5 de junio de 2023

BLANCO PURO BLANCO

El blanco es más que un color. Es una idea. De hecho es un corpus filosófico por si mismo (y si se apura, hasta una religión). Asociado al vacío y a la pureza, el blanco representa lo nuevo y lo frágil. La leche, la luna y la nieve son más que un alimento primigenio, que el signo nocturno por excelencia, y que el totem del frío invernal gracias a su color. Ciertamente, lo blanco alimenta más que la lactosa. 
La página en blanco, o el lienzo, tanto da, precisamente por su blancura, engendra sus miedos. Malevich y su "cuadrado blanco sobre fondo blanco" trató de bordearlos jugando sobre el límite de su abismo. El "blanco manchado" que allí se desplegaba, no era por tanto un color sino un delicado oxímoron a la altura de "inteligencia militar" o "realidad virtual". El plomo sustentó la química del blanco en la historia del la pintura hasta la llegada a escena del óxido de titanio. Lawrence Herbert creó la guía Pantone para entrar en matices y en ella hasta se inventó un "blanco esperma", pero fue incapaz de distinguir en su carta cromática ni la mitad de matices del blanco que posee para el pueblo Inuit. El mundo cotidiano conoce bien esas sutilezas aunque sean de difícil definición. Sin el "blanco roto" el diseño de interiores seguramente no existiría como disciplina. (Del mismo modo, el universo ideológico de todo "libro blanco" sostiene la moral de instituciones que, de otro modo, difícilmente podrían justificar su utilidad pública). 
De los colores manejados en la arquitectura el blanco es el más neutro y sin embargo el más cargado de historia. "El blanco, ese color que no pesa", decía Alejando de la Sota. No solo no pesa, incluso hace levitar las cosas y las casas. Que se lo digan a Mies Van der Rohe y a toda la arquitectura blanca de Japón. El blanco de la cal ha brindado más unidad y congruencia a las ciudades y los pueblos que todos los planes urbanos juntos. Ese blanco hirviente es abrasivo y depurador. La higiene, durante siglos, dependió antes del uso del color blanco de la cal, que del jabón.
El blanco nostálgico de Le Corbusier cuando cantaba a un pasado donde las catedrales eran de ese color no era otra cosa que un programa fundacional de la modernidad antes que un alegato a la realidad. Entre los blancos más hermosos de la historia de la arquitectura están los de Brunelleschi, que precisamente por estar acompañados de grises adquirían mayor brillo. Los del mármol Pentélico, blancos como la luz gracias a la lejanía del mar. Los de Palladio y Alberti y sus piedras calcáreas. Los de los interiores rococó, empleados para hacer destacar lo demás...
Sin embargo el siglo del blanco es el XX. Desde allí Van Doesburg decía: "El Blanco es el color espiritual de nuestra era, la limpieza que dirige todas nuestras acciones. No es blanco manchado ni blanco marfil, sino blanco puro". Antes que un color, para la modernidad lo blanco fue una bandera (algo impura, ya que ni el mismo Le Corbusier hizo nunca un edificio completamente blanco). Lo blanco era el futuro. Era una promesa. Inclumplida, bien es cierto.
En relación a lo blanco, cada uno tiene sus preferencias pero hay un blanco del que uno no se puede olvidar. Uno que permanece grabado en el cerebro. En mi caso, es el blanco de las nubes que flotan como corderos sobre el tambor de la Biblioteca de Estocolmo de Asplund. Si hay unicornios blancos es por ese tipo de blanco recordado. 
White is more than just a color. It is an idea. In fact, it is a philosophical corpus in and of itself (and if pushed, even a religion). Associated with emptiness and purity, white represents the new and the fragile. Milk, the moon, and snow are more than just primal sustenance, the quintessential nocturnal symbol, and the totem of winter cold thanks to their color. Indeed, white nourishes more than lactose does.
The blank page, or the canvas, it doesn't matter, precisely because of its whiteness, engenders its fears. Malevich and his "white square on a white background" tried to skirt them, playing on the edge of their abyss. The "stained white" that unfolded there was not a color but a delicate oxymoron on par with "military intelligence" or "virtual reality." Lead supported the chemistry of white in the history of painting until titanium dioxide took the stage. Lawrence Herbert created the Pantone guide to delve into nuances, even inventing a "sperm white," yet he was unable to distinguish half of the white shades possessed by the Inuit people in his color chart. The everyday world is familiar with these nuances, albeit challenging to define. Without "off-white," interior design would likely not exist as a discipline. (Similarly, the ideological universe of every "white paper" upholds the morals of institutions that, otherwise, would struggle to justify their public utility.)
Of all the colors used in architecture, white is the most neutral and yet the most laden with history. "White, that color that carries no weight," said Alejandro de la Sota. Not only does it carry no weight, it even makes things and houses levitate. Just ask Mies Van der Rohe and all the white architecture of Japan. Lime white has brought more unity and coherence to cities and towns than all urban plans combined. That scorching white is abrasive and purifying. Hygiene, for centuries, depended more on the use of lime white than on soap.
The nostalgic white of Le Corbusier when he sang of a past where cathedrals were of that color was nothing more than a foundational program of modernity rather than a plea for reality. Among the most beautiful whites in architectural history are those of Brunelleschi, which acquired greater brilliance precisely because they were accompanied by grays. The Pentelic marble, white as light thanks to its distance from the sea. The limestone of Palladio and Alberti. The Rococo interiors, used to make everything else stand out...
However, the century of white is the 20th. From there, Van Doesburg said, "White is the spiritual color of our era, the cleanliness that guides all our actions. It is not stained white or ivory white, but pure white." For modernity, white was more than just a color; it was a flag (albeit impure, as not even Le Corbusier ever built a completely white building). White was the future. It was a promise. Unfulfilled, it is true.
Regarding white, everyone will have their preferences, but there is one white that one cannot forget because is engraved into the mind. In my case, the white of the clouds floating like lambs over Asplund's Stockholm Public Library. If there are white unicorns, it is because of that kind of remembered white.

29 de mayo de 2023

EL SILENCIO DE LAS ANTENAS

Las antenas son hoy, además de amasijos de hierro oxidado en las cubiertas de los edificios, especies amenazadas de extinción. Incluso la subespecie de las antenas parabólicas han ido desapareciendo de las cubiertas y terrazas urbanas a mayor velocidad que los gorriones y los vencejos. El mundo del wifi y de las ondas transmitidas por fibras invisibles se ha impuesto. Al final el punto G ha resultado ser el 5G.
Con la desaparición de las antenas cae uno de los elementos más sutiles de las instalaciones en arquitectura. Antes, las antenas, como orejas arquitectónicas, eran capaces de ser mucho más que los pináculos de la arquitectura moderna: hablaban de una conexión con lo invisible y lo celeste hoy enterrada.
Robert Venturi, arquitecto del que pocos se acuerdan fuera de la academia, colocó una antena dorada en el eje de la fachada del bloque de apartamentos de la Guild House en los años sesenta. Esa antena, antes que recibir ondas, servía como símbolo de los viejos que allí vivían “que se pasan mucho tiempo mirando la TV”. Un poco más atrás, estaba la antena de verdad, esa que permitía recibir los programas de televisión a los ancianitos. Lo cierto es que como el cliente de aquel edificio era cuáquero, Venturi no pudo colocar allí una Madonna policromada como hubiese sido de su agrado. Proféticamente, aquella inútil antena pronto desapareció de la fachada. En las imágenes de una década después la antena había sido retirada sin contemplaciones.
A comienzos del siglo XX, las antenas sirvieron para aumentar en último momento la altura de las torres cuando la competición de lo vertical era uno de los mayores motivos de lucha disciplinar. Junto a los pararrayos, las diferentes cadenas de televisión y radio han competido por ese exiguo solar de hierro colocado en el pico de las torres de Chicago y Nueva York desde los años 30 hasta finales del siglo.
Hoy, como decíamos, las antenas son de otro orden, más bien del orden colectivo y pertenecen mayoritariamente a las compañías de datos. Sus redes, ofrecen todo en uno. Y han dejado de significar nada. Salvo para los que temen que sus ondas les afecten los ganglios…
Con la pérdida del simbolismo de las antenas la biodiversidad de significado arquitectónico pierde una especie más. Fea, ciertamente, pero como todas, valiosa.
 
Today, antennas are more than just clusters of rusty iron on building rooftops; they are endangered species on the brink of extinction. Even the subspecies of parabolic antennas have been disappearing from urban rooftops and terraces at a faster pace than sparrows and swifts. The world of WiFi and waves transmitted through invisible fibers has taken over. In the end, the elusive point G turned out to be 5G.
With the disappearance of antennas, one of the most subtle elements in architectural installations is lost. Antennas, as architectural ears, used to be much more than mere pinnacles of modern architecture; they spoke of a connection with the invisible and the celestial, a connection now buried.
In the 1960s, Robert Venturi, an architect whose name is seldom remembered outside academia, placed a golden antenna on the façade axis of the Guild House apartment block. That antenna, rather than receiving waves, symbolized the elderly residents who spent much time watching TV. A little further back, there was the actual antenna that allowed the elderly to tune into television programs. However, since the building's client was a Quaker, Venturi couldn't place a polychromatic Madonna there, as he would have liked. Prophetically, that useless antenna quickly vanished from the façade. In images taken a decade later, the antenna had been ruthlessly removed.
In the early 20th century, antennas served to add height at the last moment when the competition for verticality was a major disciplinary challenge. Alongside lightning rods, different television and radio networks vied for that tiny piece of iron atop the towers of Chicago and New York from the 1930s until the end of the century.
Today, as we mentioned, antennas represent a different order, primarily belonging to data companies. Their networks offer an all-in-one solution. And they have ceased to hold any significance, except for those who fear their waves affecting their ganglia...
With the loss of symbolism in antennas, the biodiversity of architectural meaning loses yet another species. Ugly, indeed, but like all species, valuable.

22 de mayo de 2023

AL NIVEL DEL SUELO

La ciudad está llamada a encontrarse con su soporte. Es decir, a caer hasta esparcirse por el suelo como un juguete roto. La tierra, nuestra última casa, tarde o temprano, acogerá con un abrazo cálido y húmedo a todo lo que se erige sobre ella. Incluida la arquitectura y a nosotros mismos. Todo termina allí. No es gratuito que ese contacto posea, pues, un precioso valor. En esa franja, en la que se da el depósito de todos los sedimentos - comenzando por el polvo de los días - se teje la vida con el pasado. En esos centímetros se dan, a su vez, los verdaderos actos ciudadanos.
En la cualidad de los primeros veinte centímetros construidos de la ciudad, decía Enric Miralles, radica la calidad de la ciudad misma. Antes que en la condición de sus edificios o la particularidad de su emplazamiento importa ese palmo de altura (1). La sucia y salpicada belleza que se da allí es la de los sedimentos, también la del arranque de la arquitectura. Esos veinte sagrados centímetros acumulan el pasado y sustentan a los ciudadanos y a las democracias, al mercado y la vida. Esos veinte centímetros de zócalos, de humedades y de piedra, son el espacio del encuentro, del debate y del acuerdo de la civilización. Ciertamente ese margen exíguo se llena de aceras, peldaños y colillas, pero, no olvidemos que son mucho más que eso, son el alma viva de las ciudades y de la arquitectura al llegar a encontrase con el lugar donde inevitablemente terminarán sus días.

(1) Citado por Teodoro Fernández, en "Paseo Centenario", revista ARQ Santiago de Chile, nº 52, diciembre de 2002, p. 30.
The city is destined to meet its support. That is to say, to fall and scatter on the ground like a broken toy. The earth, our final home, will eventually embrace everything that stands upon it with a warm, damp embrace. This includes architecture and ourselves. Everything will end up on there. It is not without reason that this contact holds precious value. In that strip, where all sediments are deposited - starting with the dust of days - life is woven with the past. In those centimeters, true acts of citizenship take place as well.
According to Enric Miralles, the quality of the city lies in the quality of its first twenty built centimetres. More than the condition of its buildings or the uniqueness of its location, that span matters (1). The dirty and splattered beauty found there belongs to the sediments, as well as to the beginning of architecture. Those twenty sacred centimetres support not just the past but citizens and democracies, markets, and life itself. Those twenty centimetres of baseboards, dampness, and stone are the space for encounters, debates, and agreements among its citizens. Certainly, that narrow margin is filled with sidewalks, steps, and cigarette butts, but let us not forget that they are much more than that; they are the living soul of cities and architecture as they come into contact with the place where their days will inevitably end.

15 de mayo de 2023

ESCALERAS PARA CUERPOS INVISIBLES

Cada escalera es el molde de un cuerpo ausente, (al menos del mismo modo a como una caja de pino es la funda de un cuerpo yaciente). Cada uno de sus peldaños conforman la secreta funda de un pie, (de modo semejante a como lo hacen los zapatos aunque sin envolverlos). Puede que por eso mismo, porque en las escaleras reconocemos a alguien ausente, las excepciones nos descubren algunas de sus cosas invisibles.
Construir escaleras con lo que se tenga a mano, como es el caso, hace que las proporciones, el sistema constructivo y hasta su propia lógica se encuentre dislocada. Entre unas pisas precarias no cabe un pie porque el ladrillo está simplemente acumulado y es provisional. El ascenso por unas escaleras de ese orden resulta aun más peligroso que el ya de por si peligroso ascenso por unas bien paridas. Por mucho que a veces las escaleras tengan forma de escalera, por mucho que incluso sirvan para ascender o descender por ellas, cuando su objetivo no es acompasarse con el cuerpo del usuario sino algo turbio, quizás debieran llamarse de otro modo.
Las escaleras entonces hablan de pura inseguridad, de abusos y, sobre todo, de lo poco que importan las personas que las usan. Estas escaleras no son entonces fundas de un cuerpo, sino colmillos. Y huelen a explotación y a cosas peores. Son mandíbulas que trituran cuerpos y almas.
Each staircase is the mold of an absent body, (at least in the same way that a pine box is the sheath of a lying body). Each of its steps conforms to the secret casing of a foot, (similar to how shoes do it without enclosing them). Perhaps for that very reason, because we recognize the absence of someone on the stairs, the exceptions reveal some of their invisible things.
Building stairs with whatever is at hand, as in this case, causes the proportions, construction system, and even their own logic to be dislocated. Between the precarious steps, a foot cannot fit because the brick is simply piled up and provisional. Climbing stairs of this kind is even more dangerous than the already dangerous ascent on well-made ones. Despite the fact that sometimes the stairs have the shape of stairs and even serve to ascend or descend them, when their objective is not to sync with the user's body but something murky, they should perhaps be called something else.
The stairs then speak of pure insecurity, abuse, and above all, how little the people who use them matter. These stairs are not covers of a body but fangs. And they smell of exploitation and worse things. They are jaws that crush bodies and souls. 

8 de mayo de 2023

CUATRO PIEDRAS BIEN PUESTAS

Dibujar piedras no es una tarea fácil. Ni pintores ni dibujantes expertos logran dotarlas de la debida verosimilitud. Y menos aun los arquitectos. De hecho, estos se tropiezan con esta dificultad cada vez que trabajan en acantilados y terrenos escarpados y se ven obligados a representar su irregularidad y dureza junto a sus edificios. El problema, común por lo demás, es el de la naturalidad. A la mínima salen unos contornos irreconocibles o unos moluscos de lo menos sólido. A la mínima sale un edificio apoyado en una castaña.
La famosísima casa de la Cascada, que se apoya en roca antes que en un chorro de agua al menos representaba esas rocas como tales. Pero la casa que Niemeyer construyó sobre una roca como un altar, más que una roca era un rectángulo gordo con forma de habitación. Y eso por no decir nada de los dibujos de Adalberto Libera para la casa Malaparte, que ni son acantilados ni nada que se le parezca... En fin. El listado de tantos y tantos ejemplos son la prueba palpable de esta dificultad invisible.
Los dibujantes habilidosos de rocas son los menos, y pasan, como decíamos, por Wright, también por Alvar Aalto, que como todos los amantes de la naturaleza, también lo eran de sus peñascos. De hecho, a Aalto le bastaban cuatro cosas para lograrlo. Y como muestra estas cuatro rocas que servían de cimentación a la cabaña de su casa en Muraatsalo. Estas cuatro piedras, apenas un contorno y una cota, forman un archipiélago resonante. Y recuerdan, mucho, a otro archipiélago de quince rocas erigido en el templo de Ryōan-ji, en Kyoto, en el que no es posible contemplar las quince a la vez porque siempre una de ellas se convierte en un obstáculo visual de otra. Misterioso ejemplo, las rocas son metáforas de montañas, de la vida y de las propias metáforas. Por eso su manera de representarlas debiera avanzar el proyecto que vendrá sobre ellas. 
Drawing stones is not an easy task. Neither painters nor expert draftsmen manage to give them the necessary realism. And even less so for architects. In fact, they stumble upon this difficulty every time they work on cliffs and steep terrain and are forced to represent their irregularity and hardness alongside their buildings. The problem, which is common, is that of naturalness. At the slightest mistake, unrecognizable contours or the least solid mollusks come out. At the slightest mistake, a building resting on a chestnut comes out.
The famous Fallingwater house, which rests on a rock more than a waterfall, at least represented those rocks as such. But the house that Niemeyer built on a rock like an altar, rather than a rock, was the drawing of a fat rectangle shaped like a room. And that's not to mention the drawings of Adalberto Libera for the Malaparte house, which are neither cliffs nor anything like them... In short, the list of so many examples is tangible proof of this invisible difficulty.
Skilled rock drawers are few and far between, and as we said, they include Wright and also Alvar Aalto, who, like all nature lovers, also loved his boulders. In fact, Aalto only needed four things to achieve it. And as an example, these four rocks that served as the foundation for the cabin of his house in Muraatsalo. These four stones, barely a contour and a height, form a resonant archipelago. And it is reminiscent, a lot, of another archipelago of fifteen rocks erected in the temple of Ryōan-ji, in Kyoto, in which it is not possible to contemplate all fifteen at once because one of them always becomes a visual obstacle to another. A mysterious example, rocks are metaphors for mountains, life, and the very metaphors themselves.
That is why their way of representing them should advance the project that will come over them.

1 de mayo de 2023

MINERÍA URBANA (PERO EN SERIO)

Cada ciudad es una mina. Las posibilidades de extracción de materia prima de la propia ciudad existen desde que la ciudad lo es. Un capitel griego es el tapial perfecto cuando se encuentra a mano. Del Coliseo se emplearon su marmol travertino y su bronce para hacer obras por toda Roma. Kilómetros de cable de cobre se extraen con la misma bárbara nocturnidad con que lo fue el bronce de las puertas del Panteón a manos de los Barberini. Ese canibalismo no tiene fin. Efectivamente la ciudad se recicla a si misma. Se devora. Hoy el negocio y la imagen de una ciudad convertida en mina se hace visible en cada contenedor de basuras de variados colores que hay depositados en las esquinas de cada calle y plaza.
Con todo, la minería urbana, además de ser un negocio, de esconder una injusta cadena de precariedades anidadas, y de ser el futuro, aun no ha fabricado el contenedor de reciclaje capaz de contener el bien más preciado de todos: el de sus propios edificios. Ese material en bruto, perfectamente reciclable y costoso, sumado al suelo que ocupa, constituye el bien más preciado. De él se pueden extraer materia de todo orden, no solo físicas también de identidad, memoria y tiempo. Todas ellas, valiosas como el oro, por mucho que sean ignoradas a menudo. Porque la minería urbana lo es cuando lo hace a lo grande.
Every city is a mine. The possibilities of extracting raw materials from the city itself have existed since ancient times. A Greek capital becomes the perfect rammed earth when it is at hand. The travertine marble and bronze of the Colosseum were used for works all over Rome. Kilometers of copper cable are extracted with the same barbarous stealth as the bronze from the doors of the Pantheon was taken by the Barberini. This cannibalism has no end. Indeed, the city recycles itself. It devours itself. Today, the business and image of a city turned into a mine is visible in every garbage container of varied colors deposited on the corners of every street and square.
However, urban mining, besides being a business, hiding an unfair chain of nested precariousness, and being the future, has not yet produced the recycling container capable of containing the most important one of all: that of the buildings themselves. This raw material, perfectly recyclable and costly, along with the ground it occupies, constitutes an extremely valuable asset. From it can be extracted matter of all kinds, not only physical, but also of identity, memory and time. All these materials are as valuable as gold, even though they are often ignored. Urban mining only counts when it's done on a large scale. 

24 de abril de 2023

LA MUERTE DEL ÚLTIMO UNICORNIO BLANCO

No hay que buscar mucho para encontrar las palabras repetidas en los siguientes titulares: "El minimalismo radical del arquitecto John Pawson", "La renovación minimalista de una histórica granja francesa por John Pawson", "La colección de muebles ultra-minimalista de John Pawson canaliza 'la esencia de las cosas'”, "El nuevo libro de John Pawson 'A Visual Inventory' muestra el diseño minimalista del arquitecto", "John Pawson diseña interiores minimalistas para un hotel boutique en Tel Aviv"… La aleación entre John Pawson y el minimalismo es tan sólida como la que existe entre las palabras cielo azul o alfombra roja. Desde muy pronto, su obra se caracterizó por un irreprochable esfuerzo por depurar hasta el extremo cada elemento de la arquitectura. La supresión franciscana de todo, desde los rodapiés, a toda junta, al blanco infinito de sus muros era algo más que un lema o una marca. Se identificaba con una filosofía de vida. Pero por lo visto todo fundamentalismo tiene su fecha de caducidad. Lo hemos visto con Marie Kondo, otrora maestra del orden, que tras vivir en carne propia el torbellino de tener en casa tres hijos ha abandonado, exhausta, su religión pseudo-sintoista vinculada con poner en orden las camisetas, despedir libros con una reverencia agradecida, hasta acabar su día con la esperanza noctámbula de emparejar calcetines cuando en su casa todos duerman.
Pero el caso de John Pawson, el último unicornio del minimalismo, pilla al blanco occidente blanco a trasmano. Que tras tanta renuncia, renuncie también al propio minimalismo es como el tirar la escalera tras haber ascendido por ella. No puede entenderse de otro modo su viraje hacia el exceso incontrolado que muestra esta imagen.
El suicidio, la apostasía, el volantazo son meras figuras retóricas comparadas con el maximalismo que parece haber asumido. Decorar con muebles que podrían haber sido diseñados por Rossi o Tusquets, pintar vigas, suelos o paredes con colores propios de un estudiante de Columbia (de sus últimos cursos) y sumir el espacio en un exceso de ornamento digno del siglo XIX, es más que una simple evolución. Sus setenta y tres primaveras no le obligaban a entrar en un periodo gagá. El certificado de defunción del último unicornio está al caer...
Si es evolución, bienvenida sea. Si es otra cosa, solo puede ser una broma. De hecho, lo es. Una que gastó a los lectores de Dezeen, Studio Merlin paras celebrar "April fool" (algo así como el día de los inocentes, en anglosajón).
Lo que no es una broma, en estas cosas nunca lo es, es el porqué de los sujetos elegidos. Por orden: la coherencia y el minimalismo (y, por último, Pawson)... Esos son los verdaderos unicornios amenazados.
You don't have to look far to find the repeated words in the following headlines: "Architect John Pawson's Radical Minimalism," "John Pawson's Minimalist Renovation of a Historic French Farmhouse," "John Pawson's Ultra-Minimalist Furniture Collection Channels 'the Essence of Things'," "Architect John Pawson's New Book 'A Visual Inventory' Showcases His Minimalist Design," and "John Pawson Designs Minimalist Interiors for a Boutique Hotel in Tel Aviv." The combination of John Pawson and minimalism is as solid as the combination of the words blue sky or red carpet. Early on, his work was characterized by an impeccable effort to purify each element of architecture to the extreme. The Franciscan elimination of everything from baseboards to any joint to the infinite white of his walls was more than just a motto or a brand. It was identified with a philosophy of life. But apparently, all fundamentalism has its expiration date. We've seen it with Marie Kondo, once a master of order, who after experiencing the whirlwind of having three children at home, has exhaustedly abandoned her pseudo-Shintoist religion associated with putting t-shirts in order, bidding farewell to books with a grateful bow, and ending her day with the nocturnal hope of pairing socks while everyone in her house sleeps.
But in the case of John Pawson, the last unicorn of minimalism, his departure from minimalism catches the white West off guard. After so much renunciation, to renounce minimalism itself is like throwing away the ladder after climbing it. 

His turn towards uncontrolled excess is compared to suicide, apostasy, or a sudden swerve, but it's much more than a simple evolution. Decorating with furniture that could have been designed by Rossi or Tusquets, painting beams, floors, or walls with colors from a student's last courses at Columbia, and plunging the space into an excess of ornamentation worthy of the 19th century is more than just an evolution. His seventy-three springs did not force him into a dacay period. The death certificate of the last unicorn is close... 

If it's evolution, welcome it. If it's something else, it can only be a joke. In fact, it is. One that fooled Dezeen readers, Studio Merlin for the April Fool celebration.
What's not a joke, in these things it never is, is the reason behind the chosen subjects. In order: coherence and minimalism (and lastly, Pawson)... Those are the real threatened unicorns. 

17 de abril de 2023

ALFOMBRAS: HISTORIA, CULTURA Y MAGIA

La etimología de la palabra alfombra es árabe, proviene de “hanbal” y se refiere a una cubierta hecha de pedazos de pieles con forma de tapiz. La de su vocablo inglés (carpet) proviene del francés, y antes del latín, y está relacionada con la lana cardada. Como puede verse, ambas se refieren a la materia antes que a ninguna otra cosa.
El uso de las alfombras se remonta a las poblaciones nómadas, que llevaban consigo un suelo civilizado y provisional. La alfombra en culturas sedentarias se asoció desde muy temprano al lujo. Un suelo de tela, hecho de nudos y de materias delicadas es un derroche. Las alfombras fueron parte de la habitación ideal del siglo XIX. En la modernidad las alfombras no eran bien vistas debido, principalmente, a su fuerte significado ornamental. En pocos lugares el número de horas empleadas para su confección se hace más visible que en esas superficies destinadas a ser pisadas.
El único modo en que la modernidad pudo permitirse seguir empleando alfombras  fue suprimiendo su caracter de ornamento. La de seda negra que se tendía en el suelo del Pabellón de Barcelona diseñada por Reich o la que se convertía en peluda cama en el dormitorio de la mujer de Aldof Loos son una buena muestra. Es decir, alfombras sin arabescos pero más que sobrecargadas psicológicamente.
Si bien las alfombras aislan del ruido entre pisos y amortiguan el taconeo del vecino de arriba, no está en ese efecto silenciador su mayor virtud sino en ser uno de los pocos muebles capaces de señalar habitaciones dentro de las habitaciones. Así subrayan comedores al situarse bajo la mesa de comer, o habilitan una pequeña habitación al dejarnos salir del baño chorreantes (bien es cierto que degradando su ser al de simple “alfombrilla” de baño). Con todo, no pasemos por alto su secreto servicio diario. Son los sillones de nuestros pies. Nos evitan el frio directo del terrazo. Y hasta dignifican las entregas de premios.
The etymology of the word "alfombra" is Arabic, derived from "hanbal," and refers to a cover made of pieces of animal skin in the shape of a carpet. The word "carpet" itself comes from French, and before that, Latin, and is related to carded wool. As can be seen, both refer to the material before anything else.
The use of carpets dates back to nomadic populations, who carried with them a civilized and temporary flooring. In sedentary cultures, carpets were associated with luxury from an early age. A floor made of cloth, made of knots and delicate materials, is a waste. Carpets were part of the ideal room of the 19th century. In modernity, carpets were not well regarded due primarily to their strong ornamental meaning. In few places are the number of hours spent making them more visible than in those surfaces intended to be walked on.
The only way in which modernity could afford to continue using carpets was by eliminating their ornamental character. The black silk carpet that was laid on the floor of the Barcelona Pavilion designed by Reich or the one that became a furry bed in Adolf Loos's wife's bedroom are good examples. That is, carpets without arabesques but psychologically more overloaded.
While carpets isolate from noise between floors and cushion the sound of the neighbor upstairs' footsteps, their greatest virtue is not in that silencing effect but in being one of the few pieces of furniture capable of indicating rooms within rooms. Thus, they emphasize dining rooms when placed under the dining table, or enable a small room when we leave the bathroom dripping wet (although it is true that this degrades their existence to that of a simple bathroom "mat"). However, let us not overlook their secret daily service. They are the armchairs of our feet. They save us from the direct cold of the terrazzo floor. And even dignify award ceremonies.

10 de abril de 2023

ARQUITECTURA VERDE, EL LADO OSCURO

Lo verde siempre fue lo rico, fértil y vivo. La naturaleza se identifica con el color verde. Por motivos más evolutivos que culturales, el ojo humano distingue más matices del verde que de ningún otro color. Las células situadas al fondo de nuestra retina y encargadas de discriminar el color verde, los conos M, son las más numerosas. Tal es su protagonismo que para muchas culturas, sobre todo orientales, el azul es solamente un matiz del verde y no un color específico.
Lo verde lo inunda todo. El medioambienalismo tiñe de verde cada acto humano como un desinfectante. Por algo el jabón con el que limpiamos nuestros platos después de comer es, mayoritariamente, de ese color. También la arquitectura se transmuta cuando lo verde se adhiere a su ser como un musgo metastásico. La imagen de lo verde parasita este viejo arte a cambio de una inmerecida indulgencia ecológica. La arquitectura verde, convertida en una marca o una religión se vuelve entonces un oxímoron. Una religión donde solo los daltónicos son los verdaderos apóstatas. 
Como puede comprenderse, lo verde esconde un poder nada tranquilizador. Se convierte entonces en un perfecto sistema moral capaz de ocultar y volver espectáculo cada cosa que toca. De mismo modo, la pantalla croma falsifica lo que se ve en el escenario de las redes y el mundo digital, el blandiblú y su mocosa plasticidad y el increíble Hulk fundan su verdor los diferentes matices de una insoportable anormalidad. El perro verde es, por definición, una rareza. El cine ha imaginado la mayor parte de los seres alienígenas recubiertos con una lustrosa y húmeda piel verdosa por algún sensato motivo...
Como para no sentir un cierto escalofrío con ese inocente color asociado a la arquitectura…
Green has always been associated with richness, fertility, and life. Nature is identified with the color green. For more evolutionary reasons than cultural, the human eye distinguishes more shades of green than any other color. The cells located at the back of our retina that are responsible for discriminating green, the M cones, are the most numerous. Such is their prominence that for many cultures, especially Oriental, blue is only a shade of green and not a specific color.
Green is a flood. Environmentalism colors every human act with green like a disinfectant. That is why the soap we use to clean our dishes after eating is mostly of that color. Architecture also transforms when green adheres to it like a metastatic moss. The image of green parasitizes this old art in exchange for undeserved ecological indulgence. Green architecture, turned into a brand or a religion, then becomes an oxymoron. A religion where only the colorblind are the true apostates.
As can be understood, green conceals a power that is far from reassuring. It becomes a perfect moral system capable of hiding and turning everything it touches into a spectacle. Likewise, the green screen falsifies what is seen on the stage of social media and the digital world, the slime and its mucous plasticity, and the incredible Hulk base their greenness on the different shades of an unbearable abnormality. The "green dog" is, by definition, a rarity. Cinema has imagined most alien beings covered in a shiny and moist green skin for some sensible reason...
We all feel a certain chill with that innocent color associated with architecture...

3 de abril de 2023

EXCAVADORES DE SI MISMOS


Al principio solo aparece una superficie dura y pulida. Al retirar la tierra lentamente descubrimos que se trata de una cabeza. Al quitar las primeras capas de suelo aparecen los ojos, la parte superior de las orejas y luego todo el rostro. La excavación, de tan delicada, obliga entonces a abandonar el cincel y la brocha para raspar la tierra con las uñas...
Escarbamos para encontrarnos a nosotros mismos.
Lo mismo sucede en cada proyecto por mucho que se trate de un hospital, un merendero o una casa. La arquitectura es un espejo de quien la busca. Es nosotros sin nosotros. La arquitectura posee esta rara cualidad de hacer de la sociedad que la forma su sólido recordatorio. El proyecto es un ello, que refleja misteriosamente el sumatorio del yo del que proyecta, construye y habita, en un objeto que es un reflejo compartido y fiel de todos.
Escarbamos a dentelladas la arquitectura y, tras tanto hozar, aparecen los mismos excavadores excavados.

At first, there is only a hard and polished surface. Slowly removing the soil, we discover that it is a head. Removing the first layers of soil reveals the eyes, the top of the ears, and then the entire face. The delicate excavation then requires abandoning the chisel and brush to scrape the earth with our nails... We dig to find ourselves.
The same happens in every project, whether it be a hospital, a picnic area, or a house. Architecture is a mirror of the seeker. It is us without us. Architecture has this rare quality of making the society that forms it a solid reminder of itself. The project is an "it," which mysteriously reflects the sum of the self of the one who designs, builds, and inhabits it, in an object that is a shared and faithful reflection of all.
We dig into architecture with biting force, and after so much digging, the same excavators are excavated.

27 de marzo de 2023

FORMAS DE ABLANDAR EL MURO

Los agujeros de un muro son más elocuentes que sus ladrillos o su mampuesto. Los espacios en blanco, aparentemente sin materia, poseen significado en su propia ausencia. El muro, todo gran muro, se vuelve significante precisamente cuando deja de serlo. Esto se extiende a cada uno de los muros de la historia: desde el muro de Villa Adriana, al de Berlín, o al de la muralla China.
David Hockney, pintor tramposo y perspicaz, alzó un gran muro para comprender la aparición de los instrumentos ópticos en el campo de la pintura. Si el número de zurdos se multiplicaba en determinadas épocas, se podía inferir que el pintor había comenzado a emplear una óptica de espejos para pintar (una técnica que a todo diestro volvió repentinamente siniestro). Su gran muro, era una sucesión cronológica (¿Cuál no lo es?), de pintura y más pintura hecha de ladrillos imperecederos.
Muros así no necesitan suelo. Al menos no uno que no sea el puramente visual, o ideológico. Muros como esos no separan sus dos caras. No construyen fronteras ni bordes. Se limitan a conformar vacíos elocuentes y cambios de tendencias. Es decir, se trata de un muro sin sus habituales exigencias y por tanto suficientemente excepcional para cuestionar el mismo concepto de muro.
¿Y si los muros no estuviesen constituidos por un haz y un envés, sino de otro modo? ¿Y si la fuerza de la gravedad no estuviese en su centro psicológico y sensorial? ¿Y si en realidad el verdadero material de todo muro no fuese el hormigón, o el ladrillo sino el tiempo?





The holes in a wall are more eloquent than its bricks or masonry. The blank spaces, seemingly devoid of matter, possess meaning in their own absence. The wall, every great wall, becomes significant precisely when it ceases to be so. This extends to every wall in history: from Hadrian's Wall to the Berlin Wall to the Great Wall of China.
David Hockney, a cunning and insightful painter, erected a great wall to understand the emergence of optical instruments in the field of painting. If the number of left-handed people multiplied in certain periods, one could infer that the painter had begun to use a mirror-optic to paint (a technique that suddenly made every right-hander sinister). His great wall was a chronological succession (what isn't?), of painting and more painting made of imperishable bricks.
Walls like these do not need a floor. At least not one that is not purely visual or ideological. Walls like these do not separate their two faces. They do not construct borders or edges. They merely shape eloquent voids and changes in trends. In other words, this is a wall without its usual demands and therefore sufficiently exceptional to question the very concept of a wall.
What if walls were not constituted by a front and a back, but in another way? What if the force of gravity were not at its psychological and sensory center? What if the true material of every wall were not concrete or brick but time?

20 de marzo de 2023

LA ESCALERA COMO RELICARIO


Las escaleras, esos inventos maravillosos usualmente empleados para comunicar dos pisos a diferente altura, son mucho más que lo que se ve a simple vista. Por lo pronto, cada escalera acumula más tropiezos, desgaste y alfombras que peldaños. Cada escalera es un profundo depósito de vivencias y de tiempo. También es el mayor almacén de aristas y rincones de toda la casa.
Ese es el motivo de que entre las líneas de las escaleras se acumule el polvo desde tiempos ancestrales. Ni siquiera la aparición de la aspiradora ha logrado desprender del espacio entre sus pliegues centenares de pelusas agazapadas. De hecho y con el fin de evitar esos incómodos habitantes que delataban la falta de limpieza de toda la casa, en el siglo XIX se popularizaron, sobre todo en los países sajones, unas piezas triangulares que aún hoy siguen atrincheradas en muchas de sus esquinas. En su mayoría hechas de latón brillante, ofrecen desde ese resguardo un brillo atenuado que nos recuerda que las escaleras son inmejorables relicarios de espacios incompletos.
Entre sus huellas y tabicas existen rincones incapaces de generar una habitación, pero si su miniatura. En esos rincones-bonsais, el refugio humano no es posible, pero desde allí irradian algo de su potencia protectora cuando nos sentamos en sus peldaños a modo de asiento, cuando desde allí se produce el beso adolescente, o cuando el descenso por sus peldaños se ralentiza para escuchar furtivamente alguna conversación susurrada en el piso de abajo.
Mientras, ese banco de líneas salvaguarda su depósito de geometría, y hasta ofrece rentabilidades superiores a las de las más convencionales colecciones de sellos o monedas. 

Stairs, those wonderful inventions usually used to connect two floors at different heights, are much more than meets the eye. For starters, each staircase accumulates more trips, wear and tear, and carpets than steps. Each staircase is a deep deposit of experiences and time. It is also the largest repository of edges and corners in the entire house.
That is why dust has been accumulating between the lines of the stairs since ancient times. Not even the appearance of the vacuum cleaner has been able to remove the hidden dust bunnies from these small folds. In fact, in order to avoid these uncomfortable inhabitants that revealed the lack of cleanliness in the entire house, triangular pieces became popular in the 19th century, especially in Anglo-Saxon countries, and even today they are entrenched in many corners. Mostly made of shiny brass, they offer from their refuge a subdued shine that reminds us that stairs are unbeatable reliquaries of small, incomplete spaces.
However, it's not that there are corners among their footsteps and risers capable of generating a room, but only their miniature. In those tiny corners, almost bonsais, human refuge is not possible, but from there, they radiate some of their protective power when we sit on their steps as seats, when the teenage kiss happens there, or when the descent down their steps slows down to eavesdrop on a whispered conversation on the floor below.
Meanwhile, this banck of lines safeguards its geometry deposit, and even offers higher returns than the most conventional collections of stamps or coins.