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29 de febrero de 2016

COMUNICAR HABITACIONES: EL PASILLO


Debemos al pasillo y a la enfilade dos de las formas de comunicar seres humanos más sofisticadas que ha dado la arquitectura a la civilización occidental: dos modos de colocar puertas entre estancias que esconden dos momentos históricos, pero también dos formas de relacionarse.
Del pasillo, triunfante modo de comunicación de la modernidad funcionalista, podemos decir que tiene su origen no en la voluntad de unir estancias con una circulación compartida, sino de separarlas para facilitar la privacidad y discriminar la circulación. El pasillo, de hecho, tiene su origen en el esfuerzo para evitar la interferencia entre los señores de una casa y su servicio (1). Una paradoja ésta, la de separar en lugar de comunicar, que aún hoy sigue siendo una poderosa fuente de posibilidades.
Quizás sea una obviedad decir que el pasillo es una habitación cuya función principal es la de contener puertas. Puede incluso que por ser tan poca cosa sean espacios despreciados: hasta el mismo nombre “pasillo” ha perdido su carácter nominal para pasar a ser un adjetivo despectivo si se asocia a otras estancias. Basta pensar que cuando alguien quiere insultar a alguna otra habitación con su estrechez se dice que se trata de una cocina-pasillo o de un dormitorio-pasillo. El mercado inmobiliario es reacio a computar al pasillo como superficie eficaz de la casa porque los habitantes se niegan, con razón, a gastar sus ahorros en habitaciones sin un uso serio como son esas otras del salón, la cocina o los baños. Tal vez por ese poco aprecio, el pasillo suele guardar buena relación con un espacio generalmente también ultrajado, pero donde la casa se juega mucho de su ser: la entrada, el vestíbulo. Allí, cercano al acceso de la arquitectura, nacen miles de pasillos por todo el mundo, como miles de ríos nacen de un manantial inagotable.
El pasillo es, por tanto, una auténtica máquina de escupir puertas, es un almacén de puertas, que son los únicos muebles, los únicos objetos móviles de esos tubos. Sin embargo si se diseña con atención un pasillo puede llegar a poseer una dignidad superior: puede ser la media habitación de más que completa la vida de la casa, sea como tendedero, espacio de carreras infantiles o biblioteca. O como aspiraba Jose Antonio Coderch de los suyos, pueden llegar a ser salones.
El pasillo destronó progresivamente a la enfilade cuando el sistema social de relaciones que lo sustentaba se vino abajo progresivamente hasta el siglo XIX. Desde entonces parece que no hay posible vuelta atrás. La hegemonía del pasillo es hoy tan incuestionable, como dudosos los motivos que lo mantienen…

(1) Para adentrarse en la magnífica historia de los pasillos cabe recomendar el relato del historiador y arquitecto Robin Evans, “Figures, Doors and Passages”, en Architectural Design, vol. 48, 4 abril de 1978. (Ahora en Evans. Traducciones. Valencia: Editorial Pre-Textos, 2005).

15 de febrero de 2016

SALIR


Tan importante como entrar bien en la arquitectura está el buen salir. Cuando se sale por la puerta de un edificio, es la arquitectura misma quien se despide de nosotros.
Las puertas se despiden por su reverso con una cortesía que desborda en muchas ocasiones la que tenemos los hombres entre nosotros mismos. Enfrentados al contraluz del exterior, dejamos nuestra sombra de espaldas, como si esa parte intangible fuese la última en salir del edificio, un poco desfasada de nuestro cuerpo que ya avanza hacia el exterior. Por eso las puertas son siempre diferentes en su envés, porque en el interior de la arquitectura dejamos algo nuestro, (igual que algo recibimos de ella), en un intercambio recíproco e inconcluso que nos transforma siquiera levemente a ambos.
Verdaderamente, entre el acto de entrar y el de salir atravesando la arquitectura, ya no somos los mismos. Lo allí vivido nos ocupa y es en la suma de esas mínimas cesiones mutuas donde se fabrica cada habitante y donde la arquitectura se vuelve intemporal. Es en el acto de salir cuando se completan esos ciclos infinitesimales. No hace falta entonces ya ver los primorosos detalles de la puerta que nos recibió. Al salir no cabe ya entretenerse más de la cuenta sino tan solo salir a buen ritmo. Presto.
Las puertas son las encargadas de cerrarse tras nuestro último paso. Fuera existe un “dromos” invisible hasta la próxima edificación. (Porque todas las obras de arquitectura están conectadas por un invisible y maravilloso cordón umbilical de entradas y salidas). La arquitectura mira entonces de espaldas y en silencio. El habitante mira al frente. Todo sigue igual pero no todo es igual.
En el futuro alguien debiera verificar la ley de la entrada y salida de las puertas - tan diferente de la ley de las puertas giratorias y de la ley de las alternativas puertas abiertas - y que sostendría que el número de veces que se entra y se sale por ellas en la vida es siempre impar. Como aquella ley útil para encontrar la salida de los laberintos. Igualmente debería enunciarse una ley del buen salir.
Mientras, benditas puertas que como navajas multiusos separan el dentro y el afuera y simbolizan un antes y un después en casi todo. En el envés de cada puerta está el pasado, de frente se extienden nuevas puertas por venir.

2 de noviembre de 2015

TAPIAR


Cegar una puerta o una ventana en un muro hasta hacer que éste recupere su integridad se conoce como "tapiar". Se tapian los huecos porque dejan de ser eficaces, porque las interioridades de la forma de la arquitectura han cambiado y los han vuelto innecesarios, pero también por motivos de orden simbólico. Se tapia una puerta para que nadie más pase por ella, para cumplir una orden divina o por un imperativo ancestral
En arquitectura estas señales son curiosamente significativas porque, de modo semejante a como sucede con la pintura, las partes tapiadas son sus arrepentimientos: “pedimenti”. La arquitectura hace visibles al exterior los remordimientos funcionales en esos huecos tapiados. Por ello la acción de tapiar siempre emite dos lecturas solapadas: la primera, el inevitable cambio de materia, que a duras penas puede igualar los componentes del resto del muro con el hueco relleno, la convierte en una acción puramente aditiva; la segunda, que al ser el hueco tapiado un signo visible de la edad de toda obra, su acción queda emparentada en el imaginario con la reconstrucción y la ruina. 
Sin embargo y a pesar de su aspecto ruinoso en cada hueco ocluido es posible ver latir un alegato cargado de optimismo: “donde una puerta se cierra, otra se abre”. Un hueco tapiado representa un cambio entre las intenciones iniciales de una obra y las sobrevenidas, significando éste simple hecho un añadido de tiempo a la arquitectura, una prórroga. Por ello la obra con huecos tapiados, como los pantalones en relación a sus rotos, representan un especial tipo de vejez. Porque el hueco tapiado es un signo del paso del tiempo digno, no sólo de un cambio de uso. 
El hueco tapiado equivale, por tanto, a una arruga arquitectónica: es la trayectoria de un uso previsto que ha sido desviado. O dicho de otro modo, es la puesta en valor de la obra como objeto físico, puesto que ese cambio de uso no ha sido tan grave como para derribarlo todo y empezar de nuevas.
Por otro lado el hueco tapiado ejerce una de las funciones propias de la puerta: el cerrar. Aunque sin su reverso. Un hueco tapiado es media puerta o media ventana, pero nunca llega a ser parte del muro como tal por mucho que se traten de igualar sus materias, porque al tapiar aún perviven las marcas de la acción, porque aparecen fisuras en sus uniones, porque simplemente lo tapiado es un relleno que por economía no elimina el marco y las jambas del hueco sobre el que se efectúa. 
En fin, ¿qué es incluso el mismo acto de dibujar si no tapiar una hoja en blanco?.

13 de octubre de 2015

LOS RESQUICIOS


En la ciudad hay entidades que no vemos, pero nos rodean, abrazan y acarician cuando pasamos a su través con la misma voluptuosidad que los fantasmas y las corrientes de aire: son los resquicios. Espacios a los que no prestamos suficiente atención porque se encuentran a medio camino entre la arquitectura y la ciudad, pero que no llegan a pertenecer a ninguno de los dos mundos. Los resquicios no son arquitectura puesto que no se habitan, pero tampoco son urbanismo porque no entran en ningún plan de ordenación que se precie de tener algo de seriedad institucional. Por no ser, ni siquiera son dignos de aparecer entre los monumentos históricos ni en las guías turísticas. Los resquicios no se visitan, no se fotografían, ni siquiera se nombran, simplemente están ahí, como agazapados, sin un cuerpo cierto que los soporte.
Aunque el resquicio es literalmente el lugar que queda entre la puerta y su hueco, en la vida diaria de la ciudad ocupan lugares aún más variados, aunque no gozan de buena fama. Porque el resquicio es el espacio donde se esconden las sorpresas desagradables y los malhechores. El resquicio es amenazante cuando por él se cuela el viento frío, las alimañas o la humedad. En los resquicios huele a orines y podredumbre. Por eso se podría decir que el resquicio es en esencia un espacio malformado. O mejor dicho, la parte sobrante de la ciudad, en fin, un espacio incompleto: media calle. (Curiosamente esa connotación poco positiva del resquicio es sin embargo algo inexplicable, puesto que el este término también acarrea un significado diferente: los resquicios legales son actos de fe en poder lograr un noble objetivo. El resquicio para la esperanza aparece en momentos desesperados…)
 Aun así los resquicios son necesarios. Los resquicios ponen el valor la propia arquitectura, que de ese modo puede ser contemplada con algo de aire alrededor. El resquicio es el primer paso para lograr una edificación exenta. Los resquicios son las callejuelas, los espacios de menor dimensión que rodean los monumentos. Son los espacios que quedan a las espaldas de las catedrales medievales, los espacios que construyen Venecia por completo, los soportales, los bajos de las urbanizaciones de las periferias urbanas… Desde esos resquicios no percibimos aun la forma de la arquitectura pero si su presencia, su aliento.
Esos espacios son casi habitantes, seres con carácter propio que imprimen el tono de toda una ciudad. Son un híbrido entre los guardianes y los serenos.
Tras los resquicios las plazas y las calles si poseen la dignidad que cabe esperar de una ciudad que se precie de serlo. Pero sin los resquicios las ciudades no tendrían gatos, ni sombras ni pesadillas. Es decir nada que simbolizara la dureza de ser ciudadano, su reverso.

16 de febrero de 2015

TODA PUERTA ES INFRANQUEABLE


Respiramos inconscientemente. Una parte recóndita del cerebro obliga a nuestros pulmones a hincharse y soltar el aire sin pensar. El acto es involuntario y sin embargo vital. Sin esa inconsciencia estaríamos destinados a expirar.
De modo semejante se percibe la arquitectura por la mayor parte de sus habitantes, cada día y a cada momento. La arquitectura permanece al fondo de la vida, salvo en instantes en los que nos exige algo vigorosamente voluntario, como la respiración antes de una zambullida. Esos son los instantes en que traspasamos cada umbral infranqueable. Sin la invisibilidad que lo cotidiano confiere a la arquitectura, toda puerta permanecería sellada.
“Estoy en el quicio, dispuesto a entrar en mi habitación. Es una empresa muy complicada. Ante todo, debo luchar contra la atmósfera, que presiona cada centímetro cuadrado. Luego deberé tomar tierra sobre un pavimento que viaja a la velocidad de treinta kilómetros por cada segundo alrededor del sol (...) verdaderamente es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que no un físico por el quicio de una puerta”(1).
Ante cada puerta debemos hacer el voluntario esfuerzo por vencer el paralizante vértigo del umbral. Porque traspasar una puerta exige tanto una firme voluntad como cierto desconocimiento.
En un relato de Kafka, Ante la ley, un campesino espera ante un umbral custodiado por un guardián inaccesible. Allí ve pasar su vida hasta que antes de expirar escucha la maldad ciega de su guardián: “Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré”.
La resistencia de las puertas sería insoportable de vencer si fuésemos conscientes de las dificultades que encierran. Para traspasar una puerta basta respirar y dar un paso al frente, antes de volver a la arquitectura invisible de cada día.

(1) Tafuri, Manfredo, Massimo Cacciari, and Francesco Dal Co. De la vanguardia a la metropoli: crítica radical a la arquitectura. Barcelona: Gustavo Gili, 1972, pp. 114.

26 de enero de 2015

HACER DETALLES, TENER DETALLES


La mirada que se echa de lejos a una obra de arquitectura es bien distinta a la que “pace”, como decía Paul Klee, en su cercanía. En los detalles hay algo que roza la intimidad con los problemas de la materia y del habitar. Cada detalle es un balcón abierto hacia la arquitectura.
Cada época ha tenido su especial sensibilidad hacia los puntos singulares de una obra. En la modernidad, obligados por el nuevo lenguaje de la pureza, el detalle fue diseñado centrando su energía principalmente en los encuentros de la materia y su puesta en valor. Luego el detalle fue entendido como un resumen o un emblema del proyecto. Una barandilla, una junta, el pomo de una puerta o el encuentro de diferentes materias, han sido sus lugares predilectos.
Por eso mismo no son pocas las ocasiones en que el detalle no ha sido otra cosa que el rastro del autor haciéndolo.
No obstante el verdadero detalle constructivo dista mucho de ser un mero dibujo a una escala entre el 1:1 y el 1:50.
El dibujo de detalle del acceso de Villa Mairea, nos descubre esa atención particular del arquitecto en un punto. Existe allí una concentración de gestos: además de un dosel apoyado mágicamente sobre columnas variadas de hormigón, listones de madera, corteza de árbol y postes atados, es un compendio de lo que una puerta significa a niveles no solo de forma y materia.
Aalto plantó a la izquierda de esa entrada arbustos de frambuesa (Rubus odoratus). La planta, especialmente olorosa, rica en colores, resistente a las heladas, contribuye a ese conjunto.
Sabemos que las casas, cada casa, huelen, con un olor particular producido por los años, los guisos y los habitantes. Por el olor sabemos de las familias numerosas, la vejez o los nacimientos que las habitan. El ambiente, el particular aire que rodea el cuerpo, también rodea la arquitectura. La primera impresión de la casa queda concentrada en la entrada y se diluye hasta que se vuelve imperceptible incluso para los propios habitantes.
La puerta es un conjunto complejo de situaciones: constructivas, formales, táctiles y, además, aromáticas. En esa entrada, la frambuesa da sus frutos a finales de verano, mientras sus flores silvestres, púrpuras, contribuyen a dar la bienvenida a la casa. Al menos para Alvar Aalto, hacer un detalle era tener un detalle.

3 de noviembre de 2014

UNA VENTANA DE PERROS


Apenas a medio metro del suelo, un hueco sobre una tapia que cierra una propiedad en Suiza, no ha dejado de provocar sorpresas a los paseantes. 
Ese hueco es una simple ventana para un perro. Al otro lado del muro unos peldaños de hormigón, sirven para que el animal se pueda encaramar y contemplar la vida pasar. Tal vez incluso disfrutar de un ladrido y el consiguiente respingo de aquel incauto que pasee sus cercanos tobillos. 
Desde el interior el hueco se abocina y el conjunto, con esos peldaños, forman una anómala escultura. Bajo esta breve escalera en realidad hay espacio como para que el perro pueda resguardarse. Toda la tapia en su cara interior protege con un alero el recorrido de ese particular habitante a lo largo del muro. 
Al otro lado de la propiedad, casi a eje con ese hueco, existe una ventana construida con proporciones semejantes, aunque de diferente tamaño, para contemplar el lago que se extiende en su frente.
En realidad una ventana para un perro es una operación muy sencilla desde el punto de vista de la arquitectura, pero nada desde la complejidad de la vida. El conjunto del perro y la tapia forman un completo sistema de intimidad. El muro está protegido por un ladrido amenazante y a su vez éste cobija al animal. El mecanismo combinado representa un muro en su sentido más profundo. Este muro protege, doblemente. 
Se encuentra en la casa que Le Corbusier erigió para su madre al borde del lago Leman.

8 de septiembre de 2014

SAGRADOS PÓRTICOS


Los antiguos pórticos de las iglesias góticas eran capaces de dar natural acogida a los feligreses, fuera un día de lluvia o de sol. La portada, repetida, ojival y salmódica, construía un umbral poderoso desde el punto de vista icónico y práctico. Por un lado ese espacio dotaba de carácter al templo ya que las imágenes que contenía servían para la advocación de sus santos particulares. Por otro lado, servía de antesala y primera habitación externa de la edificación: un profano exonarthex. (Y se dice `profano´ en su sentido literal: fuera del templo). 
En este portalón blanco y abstracto se invocan dos símbolos del mismo modo a como se veneraban las imágenes en un altar o un nicho medieval. Una campana y una escalera se protegen bajo el mismo techo. Todo el templo queda pues bajo la advocación sagrada de esos objetos, igual que en el pasado lo hacían las imágenes de los evangelistas o de un Pantocrator. Mientras, los fieles pueden esperar el comienzo de los oficios, recoger sus paraguas y comentar las inclemencias de la semana, resguardados
El arquitecto alemán Dominikus Böhm construyó este altar a la campana y la escalera en el acceso de la iglesia de Stella Maris, en 1931. Las acciones de escuchar y subir son símbolos poderosos para la religión, también para la religión de la arquitectura. Un símbolo no menor para ambas es el de la puerta.

25 de agosto de 2014

TRASPASAR


Una puerta cerrada cuatro mil años no se convierte en muro por mucho que nos pese, por mucho que pese. Una puerta lo es siempre, por mucho que no se abran sus hojas. 
Cada una de sus piezas, cada gozne, bisagra, tablero o cerradura, es parte de un mecanismo dispuesto a desvelar una intimidad y un mundo trasero. Por eso la puerta planta cara a quien se enfrenta a ella. Por eso cada puerta tiene, a pesar de todo, algo de muro y algo de mueble.
La cerradura, con su orden extraño a la arquitectura, con una condensación elevada de materia en un punto, es el signo de lo que no debe ser traspasado. Lo resguardado por la clave, la llave o el sello no debe ser desvelado, bajo pena de amenazas ya perdidas o el riesgo de trasgredir una intimidad irrecuperable.
Cada llave y cada cerradura deben significarlo. En ciertas cerraduras, pues, importa más que desvelen si han sido abiertas que la mera dificultad de su apertura por manos extrañas. Por esa razón cada cerradura puede hacer de la puerta un mecanismo irreversible.
Aquí, gracias a la cerradura es posible imaginar aun la ceremonia de unas antiguas manos tejiendo nudos sagrados. Esos nudos y sus sellos preservaban inviolada la puerta que guardaba la resurrección del faraón Tutankhamon.

23 de junio de 2014

EL PAISAJE NO SE TOCA


El paisaje comienza a doscientos metros de nuestros ojos. En realidad el paisaje es ese defecto ocular que aplana la distancia y destruye el relieve de las cosas. A partir de ese momento la sensación de profundidad empieza a perder sentido y todo se convierte en bidimensional.(1) 
Porque dadas las limitaciones de la óptica humana, el paisaje es una cuestión, antes que nada, de distancia. De hecho, tanto es así que se trata del único elemento plano y no artificial de que dispone el ser humano desde su cuna como especie. Ese y la inconstante superficie del agua.
José María Sostres dejó dicho que el plano horizontal del suelo proveyó del pensamiento al hombre. El poder evitar ir andando con la vista atenta a sus tropiezos, al poder levantar la vista del suelo, pudo caminar y reflexionar a la vez y dar comienzo al pensamiento abstracto. Sin embargo gracias al paisaje sabemos que aquella lección era una falacia docente, por más que fuera hermosa. Y lo era porque todo plano horizontal es un plano anti-natura, y como tal debió ser replanteado y construido. Consecuentemente y en verdad, fue su hacedor el primer ser humano pensante, ya que nivelar un plano es exigente desde el punto de vista intelectual.
Sin embargo y por contra, de esa geometría de lo plano que es el paisaje si tuvo conocimiento el hombre aun antes de serlo. Ese plano de cuadro que aplasta, desde el aire acumulado hasta la retina, al mismo horizonte, permitió al hombre pensar en abstracto, libre de la prisión que es el tacto y la manipulación de los objetos cercanos. He ahí, verdaderamente, el comienzo de la historia del homo como sapiens.
“El paisaje no construye la casa Malaparte, sino la casa el paisaje”.
Eso si, para la aparición del paisaje el hombre tuvo que poderse configurar una geometría determinada: un aparato que aun hoy llamamos arquitectura. (Arquitectura que alguien a su vez pensaría para su construcción, deshaciendo de nuevo toda historia que vincula filosofía, antropología y arquitectura).  

(1) A 50 metros distinguimos diferencias de profundidad de 1 o 2 metros como máximo. A 500 metros no se pueden percibir distancias menores de 100 metros. Como puede comprenderse el paisaje así entendido dista mucho de ese exterior cercano y siempre verde que es el "landscape" anglosajón. Sobre la distancia a que comienza el paisaje y su discusión Dolores Palacios ha hecho interesantes descubrimientos. 

17 de marzo de 2014

LA HABITACIÓN EXTERIOR


Existe en toda obra de arquitectura una habitación que no se encarga, una parte del programa que apenas algún cliente solicitaba, pero que todos ellos pagan, aun sin saberlo, aun sin estar incluida en partida alguna del presupuesto: la habitación exterior.
La habitación exterior es la causante de que se produzca la progresiva ligazón del aire, sea de la ciudad o del paisaje, con la materia de la arquitectura. Es el lugar donde comienza la condensación del espacio; es el lugar que en propiedad podemos denominar ya “espacio” de una obra.
Esa habitación contiene lo necesario para que se produzca lo que en al sur de España se conoce como “salir a la fresca”. Se sale “a la fresca” en una habitación exterior que no necesariamente coincide con el espacio de la propia calle, pero si con la capacidad de los muros de una casa de resguardar en su extradós. Alvar Aalto hizo de su patio de Muraatsalo un habitación exterior donde se atrevió a poner la chimenea de la casa para significarla. La habitación exterior de la que hablamos es el fondo sobre el que Fra Angélico supo representar la belleza de su Anunciación.
En la habitación exterior suele haber dos puertas, una invisible, con forma de sombra o aire, y otra, tangible, que coincide con la puerta de entrada a la arquitectura. Esta habitación en ocasiones se identifica con el umbral de la casa, en otras se asemeja a un jardín, en otras a un patio, a una terraza, o a una azotea, como en la casa Malaparte.
No tengo noticia -y seguramente se deba más a mi desconocimiento que a la realidad- de que nunca la ingeniería erigiera conscientemente una habitación exterior de este calado, (el espacio “debajo de un puente” no es más que una habitación precaria y casualmente exterior, pero no un habitación exterior como tal).
La habitación exterior es universal porque en ella se da mucho de lo que un habitante identifica con “la buena vida” de una casa.

23 de diciembre de 2013

ARQUITECTURA DE RISA

En una conocida afirmación de Alejandro de la Sota hay un enigma, al menos para mi, de un calibre persistente e insondable: “La emoción de la Arquitectura hace sonreír, da risa. La vida no”.
Cualquiera que haya tenido la dicha de experimentarlo sabe que la arquitectura, como la música, o el cine, es capaz de provocar algo semejante a una sonrisa. Pero afirmar abiertamente que se trata de risa, a la vista de lo poco que los ciudadanos se ríen con la arquitectura, es una provocación.
Sin embargo y a este respecto, si hubo un instante en que la risa de la arquitectura llegó a dar nombre a un interesante mecanismo: el “Ha-Ha”.
El Ha-Ha es un murete que servía de cerca a las grandes extensiones de césped inglés. Un desnivel que terminaba en uno de sus lados en un muro e impedía que el ganado escapase y sin embargo proveía a los dueños del terreno de una continuidad de vistas sin obstáculos. Con el Ha-Ha todo el territorio estaba disponible a la mirada y bajo control.
Aunque se trata de un viejo invento defensivo, el paisajismo inglés, muy dado a este tipo de sutilezas, lo empleó con placer en el siglo XIX. El cambio de nombre, del originario “salto del lobo” al de “Ha-Ha”, es discutible pero fidedigno. Unas fuentes atribuyen su origen a una legendaria onomatopeya pronunciada por un descendiente de Luis XIV. Aunque según La theorie et la pratique du jardinage, el nombre proviene de la sorpresa que provocaba en los visitantes según se acercaban a tan inesperada zanja. El caso es que en el Ha-Ha hay una carcajada verdaderamente arquitectónica. Tal vez esa admiración del ingenio sea la risa de la arquitectura a la que se refería de la Sota. Y poco tiene que ver con las sorpresas sin gracia, o con las carcajadas debidas a la falta de profundidad de algunas obras.
“Aquí se invierte la función de la risa, se la eleva a arte, se le abren las puertas del mundo de los doctos, se la convierte en objeto de filosofía.”(1)  

 (1) ECO, Umberto: El nombre de la Rosa, Editorial Lumen. 1987.

15 de octubre de 2012

PUERTAS IRREVERSIBLES


Existen, aunque sea contrario al espíritu de la puerta, puertas de entrada, y también de salida. Pero irreversiblemente.
Esta, que tal vez sea una de las observaciones más paradójicas que ofrece la arquitectura, también es de las más nimias y ordinarias. Se pueden encontrar cada día millares de estas puertas especializadas en dejar entrar, pero no salir, en tiendas, superficies comerciales y bancos, y todas sin un ápice de interés. A pesar de su extravagancia, pasamos por ellas sin ningún estupor, (salvo de llevar escondidos los frutos de un saqueo). Y sin embargo no puede negarse que se trata de puertas terribles. Puertas-ojo y cancelas que filtran y dirigen nuestros pasos sin ningún signo de bondad.
Los situacionistas soñaron puertas irreversibles. Dados al juego y a lo transitorio, imaginaron una ciudad lúdica e inestable, cuyas localizaciones y urbanismo serían tan volátiles, que al volver a cada hogar no sería posible saber si era el propio, a falta de referencias que permitiesen identificarlo como tal. Así la misma idea de casa, y principalmente la de la puerta como mecanismo de entrada y salida confiable, quedaban en entredicho.
Puestos a precisar, no hay mejor puerta de entrada, y solo entrada, que la del laberinto. El laberinto es la puerta de un solo sentido por antonomasia ya que en su interior solo cabe la muerte y no la salida. Ni siquiera dando muerte de su habitante maldito, minotauro, se permite a nadie escapar de esa cárcel.
Si no se dedican el mismo entusiasmo a las puertas de salida es porque su historia carece de la misma poesía, ni de sus mismos gloriosos antecedentes que las de entrada. Piénsese en las despreciadas salidas de emergencias y otros lugares irrevocables y solo preventivos, la ordinariez de sus mecanismos, su grosera y sospechosa apertura, sus luces compañeras, tenues y mortecinas...
De hecho, Teseo acabó con el laberinto y sus secretos por medio de la ruin salida de emergencia que fue el hilo de Ariadna. De ese tramposo modo se acaba todo arquetipo, de bruces, en una calle siempre inesperada y oscura.
Para pensar una puerta irreversible, mejor creer que de los laberintos, noble y peligrosamente, solo se sale volando, como Ícaro. Porque toda puerta irreversible debe tener una inesperada y digna salida.
Como los arquitectos, ahora que lo pienso.

30 de enero de 2012

PUERTAS Y CONTORSIONISMO



Desde tiempos inmemoriales las puertas obligan a los cuerpos de sus habitantes a posiciones inverosímiles. Este sistema de contorsiones y equilibrios está generalmente orquestado por un motivo oculto que en muchas ocasiones ya hemos perdido, pero que sin embargo no deja de ser eficaz.
Las puertas de las antiguas iglesias románicas con sus puertas encadenadas y sucesivas, donde la última obliga a una religiosa y arquitectónica genuflexión. La puerta del templo sintoista, que gracias a los peldaños anteriores a la hoja invita a bajar la mirada un breve instante. El estilobato para acceder al templo griego que da escala de la fortaleza de los dioses olímpicos...
Todos los actos a que la puerta conlleva son singulares, puesto que toda puerta tiene algo de parto y algo de ceremonia. De hecho, la puerta es la señal física de una singularidad, y como toda señal, debe repercutir en el que la atraviesa y cambiar en algo su percepción, su movimiento o su ritmo de paso. Allí es necesario un especial contorsionismo, ya sea de la mirada, de la musculatura o del espíritu. De lo contrario no se trata ni de un límite ni de una verdadera puerta.
Como en todo nacimiento difícil, como si uno llegara de nalgas a la arquitectura, la puerta se encarga de hacer con nosotros, en ocasiones de suave matrona, y en otras, de fórceps inmisericorde.

23 de enero de 2012

CONTORNOS


En arquitectura no hay recetas. La arquitectura no se resuelve como se resuelven los problemas en una farmacia. El que piense,-con toda razón y como demuestra la historia y la mayor parte de los casos-, que un simple contorno no es arquitectura, para su deleite, ahí tiene tres figuras que lo contradicen.
No hay distribución, apenas hay dibujo, no hay muebles, ni usos. Ni siquiera unas míseras curvas de nivel, por si se quisiera sucumbir a la tentación simplista de identificar esas sinuosidades ficticias con el lugar...
Esa casa de esteras y paja apenas fueron tres breves contornos a las orillas del Níger hace treinta años.
Aunque en apariencia el rectángulo solo fuera un techo, también era un salón, una sala de espera para las visitas, un patio, un porche, un vestíbulo y un mirador.“Por la noche, frente a Niamey, las luces de la ciudad eran lo suficientemente brillantes como para conseguir orientarse”.
El primer contorno, opaco y cilíndrico, con apenas una hendidura, era sala de estar y zona de juegos. Su muro de paja aislaba del mundo y hacía las veces de patio interior. Esa muralla, ofrecía sombra en función del movimiento del sol y una zona donde ver las estrellas libre del horizonte infinito de África. Su construcción dejaba pasar el aire fresco que ascendía desde el río hasta esa duna extrañamente bien ventilada.
El último era el cenáculo y el dormitorio y se comunicaba con el exterior mediante una puerta abierta a las otras dos geometrías. Era la zona protegida, lugar donde escuchar el viento y donde sentir el suelo brevemente civilizado. Aunque el último cilindro, a fin de cuentas, no fuera más que una simple cabaña.
Sus arquitectos fueron unos por entonces jovencísimos Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal.
“Buscar y decidir el lugar de la construcción llevó seis meses, las obras dos días. El viento tardó dos años en destruirla”.
A veces lo mucho, para escándalo de cada pesado dogma, se esconde, ligeramente.

9 de enero de 2012

SAGRADA PUERTA



Una noche de invierno de hace más de dos mil años, un peregrino avanza por un camino polvoriento hacia el templo de un dios lejano. Arrastra trabajosamente una ofrenda que deposita en una pira cercana a la entrada del santuario. En la hoguera, las llamaradas ascienden hasta el cielo como si el dios aceptara gustoso el sacrificio. El templo permanecerá cerrado hasta el amanecer y el peregrino contempla el crepitar del fuego en la soledad de sus pensamientos. Al poco tiempo escucha un leve crujir que atribuye a su imaginación. Poco después, un chirrido que pone los pelos de punta, le hace girar la cabeza hacia la entrada y ve como la puerta del templo se abre sola y terrible para él. Esa noche, antes del alba, el peregrino pronunciará un juramento de fidelidad a un dios para nosotros ya olvidado.
Aquel milagro, inventado por Herón de Alejandría para la apertura de un templo y que es tan semejante a como se abren hoy las puertas de nuestros garajes, trataba de dar prestigio y boato a unos dioses necesitados de símbolos y sacramentos. El empleo del fuego para dilatar gases y desplazar una puerta mediante correas y émbolos, es digno de la sabiduría e ingenio de uno de los mayores inventores de la antigüedad.
Aunque pensado desde otra óptica, mayor era en realidad, y más misteriosa, la emoción que debiera provocar la propia arquitectura del templo griego sin otros artificios que el mármol pentélico, sus magníficas proporciones y una soberbia sucesión de acontecimientos.
De hecho, quien ante el milagro que supone estar en el Partenón, en Paestum, en Selinunte, no sintiera un erizarse de cabellos, ¿acaso iba a emocionarse con el truco vacío de un viejo matemático?.
Tal vez sea porque los milagros de los dioses son siempre más apreciados que los de los hombres.
O tal vez porque esa belleza de mano de los hombres no asusta, como no asusta respirar o vivir.

24 de octubre de 2011

“TENEMOS CASAS PERO SOMOS ZAGUANES”



Es por todos sabido que el zaguán del Oeste, el “porch”, está constituido por una techumbre de fondo cambiante, apoyada sobre una serie de pies derechos, que cubren una tarima generalmente crujiente y falta de barniz. Dicha superficie dista del suelo entre dos y siete escalones y sirve para dar acceso a la casa.
Desde el punto de vista de la arquitectura se trata de un desarrollo primitivo del tema de la fachada en que toda idea de composición es aun inexistente y el carácter y representatividad se logra por la acumulación de objetos en la entrada como signos de un lujo rudimentario. La misma función que en otro extremo y contexto desempeñaron los escudos heráldicos. El prodigio del espacio del zaguán es que no pertenece al interior y tampoco al exterior. No es sino la dilatación de un espacio de la casa que conserva la incertidumbre de la perpetua amenaza del afuera. Baricco dice que “es una zona franca en que la idea del lugar protegido, que toda casa testimonia y realiza, se asoma más allá de su propia definición, y se propugna, casi indefensa como póstuma resistencia a las pretensiones de lo abierto. En este sentido, pudiera parecer espacio débil por excelencia, mundo en precario equilibrio, idea en exilio. Y no hay que descartar que sea esta identidad débil suya la que provoque su fascinación, dada la inclinación del hombre a amar los lugares que parecen encarnar su propia precariedad, su propia condición de criatura a la intemperie, y de confín.(...) Resulta curioso, por otra parte como este estatuto de `espacio débil´ se disuelve en cuando el porche deja de ser inanimado objeto arquitectónico y es habitado por el hombre. En un porche, el hombre medio permanece de espaldas a la casa, sentado, y, por regla general, sentado sobre una silla provista del mecanismo pertinente que permite el balanceo”.
"Los hombres tienen casas pero son zaguanes”, dice allí como descubrimiento existencial un personaje. “Tal vez sea porque el hombre y su zaguán constituyen un icono laico, y sin embargo sagrado, en el que se celebra el derecho humano a la posesión de un lugar propio, hurtado al ser indiferenciado de lo que meramente existe. Toda condición humana se resume en esa imagen. Porque exactamente esta parece ser la dislocación del destino humano: estar frente al mundo, teniéndose a si mismo a sus espaldas.”(1).
El zaguán, como ningún otro elemento arquitectónico participa de la felicidad de lo combinado y del tránsito. De lo central y de lo superficial, de lo íntimo y de lo mundano. De un interior y un exterior combinado e indisoluble. Igual que existen esfinges, quimeras y centauros.

(1) BARICCO, Alessandro, City, Anagrama, Barcelona, 2002, pp.184 y ss.

2 de junio de 2011

VENTANEAR



Cuando la ventana se convierte en lugar, las fachadas empiezan a resolverse por si mismas. Entonces todo pasa a ser más fácil. La superficie y los huecos dejan de ser ornamento y se convierten en límite denso de la arquitectura.
No se emplean iguales horas de vida en otros umbrales de la casa. No se acarician las paredes con el mismo anhelo a pesar de ser límites equivalentes entre el mundo exterior y el interior. “Podría explotarse un archivo considerable de documentos literarios relativos a la poesía de la casa bajo el único signo de la lámpara que luce en la ventana... Por la luz de la casa lejana, la casa ve, vigila, espera... Es un ojo abierto a la noche” dice Bachelard.
Tiene mala prensa el adjetivo ventanero. Sin embargo cuando se asoma para mirar y ser mirada, cuando asume su papel contemplador, cuando la arquitectura se vuelve ventanera comienza a entenderse su relación con el mundo. 

19 de febrero de 2010

LA PUERTA GIRATORIA


Desde Charlot, nadie duda de los aspectos cómicos de la puerta giratoria. Devolver al usuario incesantemente al exterior es una jugosa peripecia. Entre sus cualidades arquitectónicas está el tener una hoja que nos muestra simultáneamente su haz y su envés, no saber su sentido de apertura hasta el mismo instante en que se la empuja, y ser un trasbordador espacial entre dos universos para un viaje que apenas dura media vuelta. Respecto a las virtudes anteriores, casi es secundario el ahorro de espacio que supone frente a un cortavientos.
La puerta giratoria es un invento de los bancos de Chicago para evitar que los atracadores irrumpieran con las metralletas apuntando directamente al personal. La puerta giratoria les obligaba a entrar con el arma apuntando al techo o al suelo. Y de uno en uno. Esta boutade de Fullaondo, cuyo conocimiento debo a un gran amigo, es seguramente falsa, pero no por ello deja de ser el motivo más respetable para tan fabuloso objeto.

PD: Theophilus Van Kannel patentó en 1865 un ingenio para deshuesar cerezas. Cuarenta y dos años más tarde fue el inventor y propietario de una de las atracciones más famosas del Luna Park en Coney Island, “Witching waves”; una pista de cochecitos que se deslizaban sobre un plano flexible que se deformaba por un mecanismo de ruedas oculto bajo la superficie.
No interesa sólo intentar reflexionar sobre qué saltos da la imaginación de un inventor americano, sino saber que en 1889, es galardonado con la "John Scott Legacy Medal" por su contribución a la sociedad. Su mérito: haber patentado en 1888 la puerta giratoria.

La vida real a veces parece también una "boutade".

PD2: A nadie parece importarle que un pobre alemán (H. Bockhacker) ya hubiera patentado una puerta similar en 1881 ("tür ohne luftzug" o "puerta sin corrientes de aire"). E
sta información se la debemos a María Arana.
 

14 de febrero de 2010

LOS RITOS DE PASO

 

El ser humano es el animal fronterizo por antonomasia. Pero a diferencia de otros seres vivos, el hombre, es consciente de los tránsitos, y los pone en valor mediante el mecanismo del rito. Arnold van Gennep se decidió abordar hace más de cien años y bajo el título “Los Ritos de Paso”, esa problemática. Tras un estudio que no ha perdido empuje, señala que desde el Renacimiento se está produciendo una eliminación progresiva de las ceremonias asociadas a esos límites.
Las murallas se sustituyeron por líneas invisibles trazadas sobre un mapa. Antiguamente la puerta era custodiada por guardianes, monstruos alados y grifos amenazantes. La civilización los ha ido relevando por llaves y cerraduras. Podemos añadir hoy que las llaves se han convertido en combinaciones sobre un teclado. Los guardianes se podían considerar como algo perteneciente a la puerta, indivisible. Y el umbral que contenía ese tránsito era percibido como espacio necesario e irrenunciable.
Esos ritos señalan las diferencias entre el interior y el exterior, pero también entre la vida y la muerte, entre la concepción y el parto, entre la pubertad y la madurez, entre el estado seglar y el sacerdotal. La despedida, el noviazgo, la aceptación en un grupo, en una sociedad, el divorcio, la expulsión, la siembra, la vendimia, la adopción, un cumpleaños, el repudio, la pertenencia a una profesión...
El mérito de Arnold van Gennep está en inventar uno de esos raros sistemas teóricos fundados en un sencillo concepto unificador, capaz de explicar todos los fenómenos humanos. Maravilla que sea un folclorista y etnógrafo quien haya producido una teoría general sobre los tránsitos y los umbrales. Lo que equivale a decir, confirmando su hipótesis, que incluso entre disciplinas lejanas también existen “ritos de paso” hacia la arquitectura.