Debido a esta fuerza extraña y no bien explicada aún por la física -puesto que los gravitones son todavía el equivalente de un flogisto inagotable- se han escrito los episodios más notables de la historia de la arquitectura. Los devaneos del hombre con esta línea vertical e invisible permiten reconstruir su grado de civilización más allá de cuestiones meramente estructurales o formales.
Desde una óptica concentrada en la fuerza de la gravedad, hasta los ordenes de la arquitectura clásica podrían ser considerados poco más que una compleja colección de desagües de esa sustancia transparente e inagotable. Cada columna es y ha sido un sumidero de la gravedad. Cada capitel, sea dórico o corintio, debe su forma a la recogida de una carga desde una altura superior. El abombamiento en el último tercio del fuste de la columna que llamamos éntasis, significa el esfuerzo de ese canalón por resistir como resiste un saco cargado. Cada plinto, escocia y toro, más que molduras son anillos que embridan los golpes de sifón de esa sustancia al aterrizar contra el estilóbato.
La arquitectura es el embudo civilizatorio de la fuerza de la gravedad, también su símbolo: la más sofisticada y exquisita plomada descubierta por el hombre.
La arquitectura es el tributo del ser humano a la gravedad. Un tributo que esta fuerza, constante, ciega e impertérrita, acaba tarde o temprano derribando, sin esfuerzo y sin percatarse, para gloria de la naturaleza y humildad del arquitecto.