“A pesar de los nombres de pastor griego (Poliestireno,
Fenoplasto, Polivinilo, Polietileno), el plástico es esencialmente una
sustancia alquímica”.(1)
Los materiales si acaso no llegan a tener alma, -ya nadie
presume de semejantes pertenencias-, tienen al menos su propia metafísica y
hasta su propia psicología. La materia da paso a un centro energético solo
accesible al conjurar sus esencias. Es decir, hay una poética de la materia,
como hay una idea de arquitectura en el acero, el plástico, el hormigón, la
madera, o el vidrio...
Barthes ha descubierto como en el plástico, por ejemplo, se
da la idea misma de la trasformación infinita. “El plástico resulta un
espectáculo a descifrar”, seguramente gracias a ser el material que asume en
plenitud el mito de la imitación. A partir de ese material se lamina la idea de
imitación que trataba de emular la apariencia de sustancias excepcionales. El
plástico es una sustancia antilujosa, doméstica, y su valor se concentra
en la "usabilidad". Sin embargo como sustancia, aunque
resistente, es insatisfactoria "siempre le traiciona su sonido: hueco y
opaco a la vez”
La madera, por contra, conserva en su interior la dureza de
la tierra que la dio forma. Conserva ese foco del que brota el signo cultural
del calor. La madera encierra el tiempo y el clima en sus mismas entrañas. Y
como puede verse es la materia puramente “interior”. Hasta tiene parásitos que
la habitan. Baudrillard dice, resumiendo, que es un ser.
Por su parte, el acero encarna lo verdaderamente artificial.
Es, de hecho, el artificial primigenio antes que el plástico. Si el calor de la
madera es puro signo, el del acero tiene fundamento en el calor que lo dio
forma y lo volvió útil. Una utilidad dominante, eso sí, operativa, del orden de
lo flexible, de lo ligero y de lo enérgico. Sin embargo su ser artificial no le
despoja de viveza: Se oxida y envejece. Se retuerce y aúlla bajo el esfuerzo o
el calor desmesurado, y ese sufrimiento, al contrario que el de la madera, es
monstruoso e insoportable.
En el hormigón, por otro lado, encontramos la encarnación de
un material-proceso. Es el material entrópico por antonomasia. Irreversible a
su estado inicial, su forma en desarrollo es unidireccional desde un pasado en
que una forma interna, ya perdida, le sirvió de molde. Para el hormigón, el
futuro apenas importa, su retracción es intrascendente y sin embargo, al igual
que la piedra, es el material de la inmutabilidad. Si la piedra se gasta pero
no se descompone, el hormigón se desmorona y deja al descubierto un alma de
acero privada de atributos.
En lo que respecta al vidrio, es el material del futuro. No
se dice como un augurio, simplemente es el material que encarna el tiempo
futuro. El presente es vulgar e impregna del gusto de la época cada cosa que
toca. Todas menos el vidrio, que es el recipiente casi perfecto. “En el fondo
no es un recipiente, es un aislante, es el milagro de un fluido fijo, y por
consiguiente, de un contenido que es un continente y que da fundamento, por
eso, a la trasparencia tanto del uno como del otro (...) Lo que el vacío es al
aire, el vidrio es a la materia”, dice Baudrillard. Es, dice Barthes, “una
sustancia más entomológica que mineral”...
Se podría pensar en subespecies dentro de cada materia: el
hierro, el oro o el titanio, dentro de los metales; el roble, las maderas
tropicales o el bambú, dentro de la especie madera, y continuar hasta obtener
una gramática material.
Ver en esas sustancias profundidades metafísicas es ampliar
las fuentes desde donde un arquitecto puede encontrar el origen o la
congruencia del proyecto, aunque su trabajo bordee un doble abismo: el de la
prisión homicida del que comete contra la materia vacuos crímenes ornamentales,
o el del manicomio, -cada vez más inhabitado, eso sí-, en que tarde o temprano
acaba todo purista.
(1) BARTHES, Roland, Mitologías, Ed. S. XXI, 1999
(1957), pp. 175 y ss. Respecto al vidrio o la madera, véase el conocido
BAUDRILLARD, Jean, El sistema de los objetos, Siglo XXI editores,
Madrid, 1994, (1969), pp. 43.