14 de abril de 2014

EL RIGOR Y LA LIBERTAD


Dado que el rigor es adusto, antipático, excesivo y severo; dado que un clima riguroso es un clima inhabitable, decir que “la mayor libertad nace del mayor rigor”(1) es tanto como decir que para pasar verdadero calor nada hay mejor que sumergirse feliz en puro hielo.
Esa sentencia de Paul Valéry, que tiene el peso de un imperativo moral, persigue el quehacer de aquellos aun dedicados a un oficio sujeto ya de por sí a otro tipo de rigores. Aunque ahondando en dicho enunciado queda claro que la libertad de la arquitectura se conquista, no es un don gratuito y tiene un origen reconocible; en su reverso, el rigor parece ser el único instrumento para lograrlo. Igual que una escalera sirve para recoger fruta de un árbol, o un puente se emplea para cruzar un paso infranqueable, el rigor parece ser el peaje inevitable para lograr la conquista de la ansiada libertad.
Sin embargo y frente a otras disciplinas, en arquitectura el rigor no arranca de iguales limitaciones que la poesía cuando ésta se decanta por el verso alejandrino entre todos los versos posibles, o de la restricción autoimpuesta del pintor cuando se decide a trabajar sobre un lienzo de tela y no sobre un muro. En arquitectura las restricciones vienen dictadas desde el territorio de la pura realidad: si el rigor se refiere a la realidad de la economía, la obra podrá ser libre gracias a su austeridad; si lo es por las condiciones del lugar, podrá gozar de la libertad de recibir de ella sentido para su forma; si es del programa, podrá nacer una obra con la esencial libertad que provee la función bien dispuesta, etcétera... (Lo cual no es ninguna garantía de éxito). Puede concluirse, pues, diciendo que el enunciado de Valéry no representa en realidad los términos de una ocurrente oposición, que es el modo en que habitualmente se interpreta, sino que establece las partes de una maravillosa e invisible continuidad y equivalencia: la prórroga del rigor es la libertad.
El rigor es el abrigo de la libertad y su primer resguardo. Si libertad y rigor son equivalentes, aun en estadios distintos de desarrollo de la arquitectura, cabe entonces entender el último con menor antipatía: a fin de cuentas se soporta al gusano por la futura crisálida. A fin de cuentas el arquitecto tiene depositadas las esperanzas de la arquitectura en un tiempo futuro y por eso mismo es capaz de proyectar. A fin de cuentas, asumir, interiorizar y disfrutar con ello supone pertenecer a una cada vez más rara casta de arquitectos. (2)

(1) De las millares de palabras que juntó Paul Valéry en su vida resulta llamativo que emplease precisamente esa ocurrencia para referirse a la arquitectura.
(2) Para el resto “el orden y el rigor conducen a la banalidad, cuando no a la superchería; que el gran campo de cultivo está en lo azaroso, en lo impensado, en lo sorprendente”, en BENET GOITIA, Juan, Del pozo y del Numa. Editorial La Gaya Ciencia, Barcelona, 1978

3 comentarios:

Ignacio dijo...

Mario Benedetti, poeta simpatico pero insignificante respacto a Valery, se permitió burlarse del rigor del soneto (en buena lid, eso sí, midiendo y rimando).

Tal vez haya un rigor para encontrarte
el corazón de rosa rigurosa
ya que hablando en rigor no es poca cosa
que tu rigor de rosa no te harte.

Rosa que estás aquí o en cualquier parte
con tu rigor de pétalos, qué sosa
es tu fórmula intacta, tan hermosa
que ya es de rigor desprestigiarte.

Así que abandonándote en tus ramos
o dejándote al borde del camino
aplicarte el rigor es lo mejor.

Y el rigor no permite que te hagamos
liras ni odas cual floreros, sino
apenas el soneto de rigor.


Por más que se empeñe MB, hay jaulas que encierran a los mediocres pero dan alas a los buenos.

Santiago de Molina dijo...

Mil gracias por el soneto. No lo conocía y viene al caso.
Es quevedesco e ingenioso. Y eso no es poca cosa. Un abrazo

Albert B. dijo...

Para un gran defensor, seguidor y valedor del rigor en sus proyectos como yo este ha sido uno de mis posts favoritos. Es un tema que me interesa muchísimo. Como a mis "amigos" a Perec, Queneau, Calvino por ejemplo...
Un abrazo