27 de marzo de 2017

ENTRAR, DEJARSE SEDUCIR


Un oficinista empuja la puerta para acceder al recibidor de su diario lugar de trabajo. Aunque la entrada a la torre donde acude se produce desde más lejos. La plaza previa al edificio de oficinas, espacio regalado a la ciudad, constituía ya el verdadero primer paso. Para conquistar el mismo plano de suelo de la torre, había ascendido tres peldaños desde las calles de Nueva York y luego había cruzado entre dos estanques rotos por chorros de agua, que como esculturas, le habían escoltado hacia la entrada. 
Justo antes de ese suave empujar la puerta, una pérgola le había ofrecido un techo que no era el de la propia torre, puesto que era más oscuro, grueso y pesado de lo imaginable, aunque le permitía plegar el paraguas los días de lluvia. En ese instante, bajo el voladizo de la entrada, podía verse como la fachada de vidrio del hall había reducido sus proporciones hasta convertirse en la pequeña puerta giratoria que ahora empuja. 
El empleado se aproxima cada día a ese paño de vidrio bajo la torre por su eje, sin embargo, aunque lo intente, nunca puede atravesarlo. La puerta giratoria aun siendo de vidrio no le regala siquiera la posibilidad de un último reflejo donde acicalarse antes de entrar al trabajo debido a su curvatura deformante. Tendrá que posponer ese gesto, como poco, al interior del ascensor
Hay arquitecturas a las que se llega arreglado desde casa. 
Mies Van der Rohe sigue ofreciendo en el acceso del Seagram Building una lección inagotada sobre lo que es una puerta y sobre el sentido que toda entrada tiene como mecanismo de seducción. Cada entrada en la arquitectura de Mies ofrece la misma atracción que un ritual de flirteo. Todo está dispuesto sobre un eje que no permite nunca que sea accesible, que no se puede cruzar. Disminuye y acerca el tamaño de la arquitectura hasta hacerla tangible, sin embargo, y siempre en el último momento, no deja a nadie penetrar por el mismísimo eje. Aquí, a modo de parteluz, se encuentra el eje de rotación de la puerta. Tal vez, porque como en las antiguas iglesias, el eje para Mies se dedica a algo sagrado. E innombrable.

5 comentarios:

Esteban Fernández-Cobián dijo...

En las iglesias, tanto las antiguas como las más recientes, el eje (el longitudinal) puede ser recorrido. No ocurre lo mismo en las mezquitas. Al menos Fisac se solía referir a este hecho al comentar su arquitectura religiosa.

Néstor Casanova Berna dijo...

¡Excelente!
Parafraseando al gran Julio Cortázar, se puede decir que una puerta es un hombre atravesando una puerta. (El escritor afirmaba algo similar acerca de los puentes)
Saludos desde Montevideo

Santiago de Molina dijo...

Gracias Néstor, Cortazar siempre dando instrucciones preciosas sobre como ver la vida. Gracias!!!

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por el comentario y la referencia a Fisac, Esteban. Un saludo

Anónimo dijo...

Discrepo, Esteban. No soy un experto en arquitectura religiosa, pero son multitud las Catedrales e Iglesias cuyo eje longitudinal se encuentra interrumpido por el Coro, en muchos casos cerrados con su propia "fachada hacia el acceso. Y aunque no haya coro, tampoco se puede "recorrer": el feligrés nunca podía subir al alta. El eje existe, pero tampoco es transitable:se ve, pero no se toca :)