30 de septiembre de 2013

TEOREMA DEL PEQUEÑO PUNTO BLANCO


Veermer hizo aparecer un pequeño punto blanco sobre una perla y sobre ese gesto y poco más, aún hoy se extiende su fama. Ese pequeño punto blanco no era ninguna novedad pero si una declaración estética. Fue costumbre durante el siglo XVI que los pintores flamencos colocaran esa pequeña pincelada de blanco sobre los jarrones y las frutas de sus pinturas. Derain lo recuerda emocionado y hace una brillante observación sobre su falta de veracidad. Ese punto blanco no sólo era innecesario, sino que en realidad no pudo ser percibido por ellos. No existe como tal ningún color ni una luminosidad semejante sobre ningún objeto. Esa pincelada era prescindible incluso desde el punto de vista de la composición. No obstante su importancia es capital.
André Bretón apostilla, “si enciendo una vela por la noche y la alejo de los ojos hasta que no pueda distinguir la llama, la forma de esa llama y la distancia que me separa de ella se me escapan. Sólo es un punto blanco. El objeto que pinto, el ser que está ante mí, sólo vive si hago aparecer en él ese punto blanco”.
Ese recurso del punto blanco fue rescatado conceptualmente por Barthes para la fotografía como el punctum: “ese azar que en ella me despunta” y que es capaz de hacer que una imagen adquiera suficiente consistencia como para clavarse como un dardo en nosotros. Ese mismo caso del pequeño punto blanco se da en literatura. “¡Acariciad los detalles! ¡Los divinos detalles!”, gritaba exhausto Nabokov a sus alumnos.
En arquitectura este punto blanco se concentra en labrar un pequeño detalle, en un gesto leve, en un giro o en un matiz suficientemente denso que hace que la obra, de improviso, cobre “vida”. Ese pequeño punto blanco puede encontrarse en las Termas de Peter Zumthor bajo una profunda grieta de luz inútil. En el leve giro de la casa Stennas de Asplund, en el primer peldaño de la casa de Frank Gehry en Santa Mónica o en un pilar aparentemente prescindible de Lewerentz. La casa japonesa concentra un minúsculo brillo en medio de la sombra con idéntica sensibilidad. Un reflejo dorado es capaz de introducir luz al fondo de la casa, un punto blanco que se constituye en un conocido “elogio de la sombra”.
Descender hasta esos detalles es lo importante. Hurgar en ellos como hurga un animal en una herida. Profundizar hasta que brille al fondo, efectivamente. En arquitectura no son los detalles lo que cuentan, sino ese maldito detalle que hace de punto blanco.  

6 comentarios:

Unknown dijo...

El problema de mucha de la arquitectura q se esta haciendo hoy, es que se ha cambiado el sentido artistico por uno comercial... se esta perdiendo la magia. El artículo me recordó que existe mucho mas que la función y la forma.

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Yul.
Creo, contigo, que hay mucho más que la función, la forma e incluso que el significado. Pero reivindicar esa "magia" que comentas es tanto como pedir cosas que no todo el mundo quiere comprar...
Gracias y saludos

Ana Mombiedro dijo...

Me ha encantado este post Santiago!!
Recordándome a los ojos de los personajes de El Greco... con ese puntito blanco que te llama, como un retrato comprimido del observador...

Me parece un post estupendo para reflexionar, desde el punto de la arquitectura, sobre dónde está el "punto blanco" en nuestros proyectos.

Un abrazo, Santiago!

Santiago de Molina dijo...

Se agradece mucho y de verdad, Ana.

Ese brillo que vivifica que difícil es de lograr.

Muchísimas gracias por tu seguimiento!

Luis Peirote, arquitecto dijo...

Estoy de acuerdo, la arquitectura tiene que tener duende, a través de la magia de los pequeños detalles, sobre todo de la luz y de las pequeñas cosas, para hacerla más entrañable y humana.

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por tu comentario Luis. Un saludo cordial.