Josep María Sostres daba una lección sobre la importancia
del plano horizontal en la arquitectura cuando decía que a lo largo de la
evolución, el hombre solo había podido caminar concentrado en una sola cosa:
sus pies. Andaba evitando caer y tropezar sobre las piedras y el suelo
irregulares que salían a su paso. No podía reflexionar, no era sapiens,
debido a la ausencia de ese plano fundamental. Solo con la aparición de esa
superficie plana extraordinaria el hombre puede levantar la vista, contemplar
el horizonte y, por fin, pensar.
Esta ligazón entre arquitectura y
pensamiento, que con bastante seguridad desmontaría cualquier antropólogo
solvente, no carece, sin embargo, de cierta capacidad de sugerencia.
Pero solo una cultura como la de Japón, podría darle la vuelta a ese
planteamiento y enriquecer aun más esa relación por medio del mecanismo del
suelo.
Recorrer la arquitectura nipona es pensar en los pies, el cuerpo y el contacto
entre éste y la arquitectura. Bruno Taut, que dedicó atención al estudio de esa
arquitectura, habla con apasionamiento sobre la relación entre la fisonomía del
pie japonés, ciertos tipos de calzado, y el suelo irregular: “Los pies
japoneses se deslizan por el suelo; el pie recibe su fuerza del suelo”(1).
El empleo de gravas sin apisonar, pedruscos y guijarros en el camino dificultan
el paso a pies no entrenados pero consiguen simultáneamente una percepción
diferente del paisaje, ¿Dónde fijar los ojos si no es en esas dificultades?.
Se trata de una sabiduría del cuerpo diferente en la que los pies, ven.
Ver la arquitectura con los pies significa que los ojos deben contemplar el
paisaje pero de una manera desviada, es decir, con una temporalidad alterada
respecto a la concepción occidental. El paisaje se percibe a una velocidad
diferente, y no solo por cierta esencialidad ligada al pensamiento zen. Se
trata de algo similar a lo que sucede con la práctica de ciertos instrumentos
musicales; para alguien que no toca el piano resulta impensable imaginar dos
manos coordinadas sobre un teclado a cierta velocidad. No así para el pianista,
que ve en ello un ejercicio natural donde las manos han adquirido cierta
sabiduría propia, casi externa a la vista. Esta percepción del paisaje
simultáneo, tanto en su aspecto táctil como en el óptico es una fuente de
aproximación a una arquitectura libre de las dicotomías occidentales que estos
conceptos representan.
(1) TAUT, BRUNO, La casa y la vida japonesas, Editorial Fundación Caja
de Arquitectos, Barcelona, 2007, pp 81 ( Tit Or. Das Japanische Haus und sein Leben, Ed. Gebr. Mann. Berlin)