15 de septiembre de 2014

LA FELICIDAD DEL HABITANTE


En la arquitectura decadente existe algo que la separa de la pura ruina. Como una generosidad escondida en búsqueda de agotarse en su último aliento en favor del habitante. Algo parecido a una prórroga de existencia.El día que el hombre sea feliz la arquitectura dejará de ser necesaria, dijo un maestro hace tiempo. Todos los esfuerzos de la arquitectura se dirigen, por tanto, en una sola y poderosa dirección: antes que la felicidad su sujeto, ese habitante.
La arquitectura se muestra bien dispuesta a cada transformación con ese objetivo. Aunque el nuevo morador deshaga aparentemente su lógica la arquitectura se adaptará hasta darle cabida. Tanto es así que esto sucede por mucho que se arruine lo edificado en su integridad o su coherencia, porque la vida es, también aquí, soberana. La arquitectura entonces se somete, pierde congruencia y sentido en aras de ser acogedora hasta el extremo. Aunque en apariencia se muestre hostil, fría o gris, por mucho que reniegue y se queje, la arquitectura es capaz de dejarse habitar más allá de sus propios límites; más allá de la razón, de sus capacidades y de sus goteras.
Si vienen mal dadas, si pintan bastos, la arquitectura acogerá como una madre protectora al habitante brindándole hasta su maderamen para que éste se caliente o sus rincones para que se cobije. Si vienen mal dadas y de formas impensables, se convertirá en una cuadra, un almacén u una oficina por mucho que antes fuera museo, iglesia o gasolinera. Aun vieja y transformada, la arquitectura no dejará de sorprendernos por esa extraña capacidad de dar cabida a cada habitante inesperado, por singular que éste sea.
Ningún otro invento del ser humano se ha mostrado hasta ahora capaz de tan grandes transformaciones. Por eso la arquitectura no dejará de ser necesaria, aunque el hombre llegue a ser feliz.

8 de septiembre de 2014

SAGRADOS PÓRTICOS


Los antiguos pórticos de las iglesias góticas eran capaces de dar natural acogida a los feligreses, fuera un día de lluvia o de sol. La portada, repetida, ojival y salmódica, construía un umbral poderoso desde el punto de vista icónico y práctico. Por un lado ese espacio dotaba de carácter al templo ya que las imágenes que contenía servían para la advocación de sus santos particulares. Por otro lado, servía de antesala y primera habitación externa de la edificación: un profano exonarthex. (Y se dice `profano´ en su sentido literal: fuera del templo). 
En este portalón blanco y abstracto se invocan dos símbolos del mismo modo a como se veneraban las imágenes en un altar o un nicho medieval. Una campana y una escalera se protegen bajo el mismo techo. Todo el templo queda pues bajo la advocación sagrada de esos objetos, igual que en el pasado lo hacían las imágenes de los evangelistas o de un Pantocrator. Mientras, los fieles pueden esperar el comienzo de los oficios, recoger sus paraguas y comentar las inclemencias de la semana, resguardados
El arquitecto alemán Dominikus Böhm construyó este altar a la campana y la escalera en el acceso de la iglesia de Stella Maris, en 1931. Las acciones de escuchar y subir son símbolos poderosos para la religión, también para la religión de la arquitectura. Un símbolo no menor para ambas es el de la puerta.

1 de septiembre de 2014

SOSPECHAR DE MIES


La última obra de Mies van der Rohe no fue la Galería Nacional de Berlín sino esta gasolinera en Montreal para la compañía petrolífera Esso, construida en 1969. (La Galería Nacional no llegó a verla concluida).Que la última obra de Mies estuviese dedicada al relleno de combustible y colesterol en medio de ningún sitio en Canadá, no es un demérito del uso ni de su talento. Grandes arquitectos han dedicado su buen hacer a proyectar gasolineras, porque no hay uso despreciable. Eso si, cada uno posee sus propias prerrogativas. 
Las dificultades que encierra el proyectar una gasolinera provienen de la adecuada posición de su estructura y de la necesaria compatibilidad de dos geometrías: la del coche y la del peatón. Por eso, en cierta medida, la problemática del diseño de una gasolinera está más cerca de la de una estación de tren que la de otros usos relacionados con los vehículos. 
Pero sin entrar en semejantes asuntos, y sin abandonar a Mies, esta obra “menor” permite pensar en otras cuestiones. Si una estación de servicio, más que una universidad o un museo, están llamados a la simetría del uso, ¿cómo no sospechar de esta obra precisamente porque no existe tal simetría cuando parecía no solo lo evidente sino lo razonable?. ¿Cómo no sospechar del teorema de la correcta altura de los techos de Mies cuando estos están rellenos aquí de líneas de luz fluorescente que cruzan una estructura marcada en negro?, ¿acaso ha visto alguien hacer antes a Mies un techo de luz, una claraboya o un lucernario para un espacio principal?. La respuesta a todas esas cuestiones es: sólo en obras menores de último momento. 
Por eso Mies parece aquí sospechoso de algo...
Prácticamente abandonada y en desuso, la comunidad de vecinos de la localidad cercana, decidió transformarla en un centro cívico para mayores hace no mucho. La rehabilitación llevada a cabo con éxito es la demostración no sólo de que Mies es un arquitecto del siglo pasado, sino de que sus obras, por mucho que se empeñe en rebajarse, siempre acaban siendo museos.

25 de agosto de 2014

TRASPASAR


Una puerta cerrada cuatro mil años no se convierte en muro por mucho que nos pese, por mucho que pese. Una puerta lo es siempre, por mucho que no se abran sus hojas. 
Cada una de sus piezas, cada gozne, bisagra, tablero o cerradura, es parte de un mecanismo dispuesto a desvelar una intimidad y un mundo trasero. Por eso la puerta planta cara a quien se enfrenta a ella. Por eso cada puerta tiene, a pesar de todo, algo de muro y algo de mueble.
La cerradura, con su orden extraño a la arquitectura, con una condensación elevada de materia en un punto, es el signo de lo que no debe ser traspasado. Lo resguardado por la clave, la llave o el sello no debe ser desvelado, bajo pena de amenazas ya perdidas o el riesgo de trasgredir una intimidad irrecuperable.
Cada llave y cada cerradura deben significarlo. En ciertas cerraduras, pues, importa más que desvelen si han sido abiertas que la mera dificultad de su apertura por manos extrañas. Por esa razón cada cerradura puede hacer de la puerta un mecanismo irreversible.
Aquí, gracias a la cerradura es posible imaginar aun la ceremonia de unas antiguas manos tejiendo nudos sagrados. Esos nudos y sus sellos preservaban inviolada la puerta que guardaba la resurrección del faraón Tutankhamon.

18 de agosto de 2014

EL VACIO


Ese espacio vacío entre marcos y alcayatas corresponde al hueco dejado por el robo de la Mona Lisa en el Louvre, una semana de verano como esta, el 21 de Agosto de 1911. Un suceso del que Apollinaire y Picasso resultaron acusados sin fundamento. Pero con motivos. 
El hueco dejado por aquel famoso hurto era visitado con la misma pasión con que lo era la propia Gioconda. Miles de visitantes paseaban ante esa ausencia a menor velocidad que ante el propio lienzo. Un fenómeno que aun hoy da que pensar. Algo tienen esos huecos producto de las ausencias, algo conservan, que los hace poderosamente atractivos. Y si es un hecho cierto para la vida, no lo es menos en arquitectura y especialmente en la ciudad. 
Determinados vacíos de la ciudad puede resultar escandalosos. Cada hueco, más que un espacio disponible, más que un solar, es el signo de una pérdida y posee por más que se niegue, una extraordinaria capacidad magnética. El hueco dejado por una edificación de valor en cualquier ciudad nunca será suplido. Tan solo se llenará de edificación sin nombre con menos valor que el montón de escombros que generó la demolición de la obra existente. La lista  de esos huecos se extiende hacia atrás hasta el nacimiento de cada ciudad. Incluyendo las destrucciones accidentales. (Tanto es así que podría entenderse la ciudad como el retrato de esas ausencias habitualmente mal rellenadas). Pocas son las ocasiones donde algo mejor surge pero son en esos instantes donde se percibe la necesidad de esos profesionales llamados arquitectos para la sociedad.
Lo cual hace, visto con perspectiva, que aquel otro retrato ausente del comienzo, la Gioconda recuperada, acabara siendo un rapto “menor” en comparación con esas otras piezas irrecuperables de la arquitectura.
A fin de cuentas, la ciudad no es sino un muestrario vivo de esos vacíos y sus rellenos cabales. 

11 de agosto de 2014

LOS SECRETOS DE LO COTIDIANO


Un ejercicio: levantar la vista. Seguramente nada es inhabitual. Sin embargo, sin descender hasta el microscopio y descubrir un mundo de ácaros y pelusas repulsivos, todo lo que está ante los ojos en una vivienda cualquiera supone un territorio de batallas y conquistas de miles de años y de personas.
La silla, el suelo que pisas, la mesa, el techo, la luz y la lámpara, la estructura y la ventana, la cortina y su material y su color, todos y cada uno de esos elementos suponen un inmenso esfuerzo colectivo. Cada una de esas cotidianeidades, cada uno de esas materias, cada uno de esos diseños, sean o no anónimos, suponen descubrimientos largamente trabajados y técnicas depuradas.
Curtir el cuero, talar la madera, el milagro del vidrio de nuestras ventanas, o el mero tejido sintético de nuestra indumentaria supone sólo uno de los peldaños elementales de lo cotidiano. Tras ellos el que una silla se encuentre a la altura precisa y que sea capaz de contener la propia historia de la silla y el sentarse; la mesa y lo que de altar, mesa sacrificial o lugar de comer tiene; las paredes como invento primitivo que ayudaron a la separación entre seres vivos y así sucesivamente... Junto con tantos otros, son un muestrario vivo de cómo el pasado nos vigila.
No pasar frío es una herencia, también la luz artificial, la tecnología en el lavado y la limpieza del hogar, lo reducido del esfuerzo para poder hoy cocinar, o limpiar esa vajilla… Un vaso, un grifo o un perchero son instrumentos extraordinariamente sofisticados pero de una sofisticación ya imperceptible.
Mil ojos se esconden en lo cotidiano.
Mil ojos más nos observan desde el futuro esperando nuestra aportación a ese sustrato de lo invisible diario.

4 de agosto de 2014

LA ESPONTANEIDAD CONQUISTADA



La voz del arquitecto viejo es ronca. Tarde o temprano, cuando el autor madura y pierde la espontaneidad y la frescura de los comienzos, gran parte de su labor está en difuminar y hacer invisible esa pérdida. Se adivina en ese momento el conocimiento, la experiencia, los recursos, los apoyos y entonces se ve la trastienda del trabajo y se hace doblemente difícil disimular las huellas del esfuerzo cierto que supone hacer arquitectura.
Ser espontáneo toda la vida está sólo al alcance de unas cuantas almas angélicas o de algunos redomados farsantes. Esa pérdida de frescura sólo puede tener como contrapartida el trabajo. O dicho de otro modo, solo la generosidad sin límites del trabajo justifica la complicación.
Si la primera espontaneidad es la de la construcción intuitiva y quizás hasta un poco evidente, en esa segunda espontaneidad hay una conquista dolorosa. Una lenta decantación, tratando de borrar los signos de la idea perseguida. La espontaneidad es pues una conquista. Esa es la espontaneidad del Japón de la ceremonia del te y de Katsura. Por eso sobre lo liso, lo brillante, lo pulido y lo refinado se hace impensable hacer pervivir esa especial inocencia. No hay espontaneidad posible en lo refinado ni en lo extremadamente exquisito ni lo resplandeciente. Nunca. Salvo en Jacobsen.
Ahí le tienen. Frente al frío irregular de la naturaleza: esbelto, sereno. Una excepción. Una muestra de la recién conquistada segunda espontaneidad.

28 de julio de 2014

CONTACTO FÍSICO


Pasar la mano por la arquitectura, como acariciar a un animal agazapado y expectante, hace percibir esa doble materialidad de que está compuesta.
Tras el paso por la puerta ese tal vez sea el único lugar dispuesto para la mano y sus caricias de todo edificio. Interruptores, manivelas y pomos de puertas y ventanas no son lugares donde se concentre igual intensidad. En verdad, el lomo del animal de la arquitectura se arquea en los pasamanos.
Aquí, como también en otras ocasiones, la caricia se detiene en el paso al siguiente tramo de escaleras y se descubre la falta de continuidad y la sección de la pieza queda expuesta. Como desnuda. Y se ven allí los grosores de la sección y el fondo, y como ha sido construida. Justo en ese instante, dejamos de tocar la arquitectura hasta que la vista nos guía hasta el siguiente tramo, donde se cambia de materia, ahora más cálida y menos hostil aunque de la misma dimensión. De acero a madera.
Todo ha consistido en una caricia fugaz. Sin embargo en el pasamanos, como en las escaleras de un modo menos visible, existe un acuerdo entre un cuerpo ausente del habitante y la arquitectura. El pasamanos es un lugar de encuentro, de contacto físico, entre el mobiliario y el recipiente general de la arquitectura. Del pasamanos hacemos depender la seguridad del habitante al cambiar de piso, pero también si el seno de la arquitectura que recorremos se ofrece a nosotros dura, hostil, o amable.
El pasamanos es una verdad tangible que no se percibe estáticamente sino en movimiento. Un pasamanos implica un cuerpo dinámico. También una mente que lo diseña sabiendo que se trata de un detalle que siempre se resiste. Es siempre el detalle difícil. Y a veces crucial.
Por ello es símbolo de todo buen “barandillero”.

PE: Con este escrito de hoy celebramos 400 entradas en este espacio. Gracias a todos por vuestro cariño y paciencia en este tiempo. Gracias por vuestra lectura.

21 de julio de 2014

LOS INTERSTICIOS


Entre las dos cúpulas de la Catedral de San Pablo, en Londres, el aire intermedio no es un espacio desperdiciado y prescindible. Más bien al contrario, una cáscara sujeta a la otra al compensar sus esfuerzos y empujes. 
Si bien esta duplicidad estructural no es en absoluto intuitiva, y si bien el ingenio del que procede se remonta a idéntico problema al que existe en la cúpula de Santa María de las Flores, de Brunelleschi, o San Pedro, el valor de ese espacio intermedio ideado por Sir Cristopher Wren es tan innegable como el dedicado al asiento de público unas decenas de metros más abajo, o al de la sacristía, o al del trono de la realeza. 
La imagen de este espacio intermedio caracterizado como un “espacio fantasma”, aparentemente convierte ese aire en nada. Sin embargo ese aire es el que lo sujeta todo. Es un aire gravitacional, denso y constructivo, y entre las dos cáscaras se produce la tensión de la distancia precisa. La imagen se convierte por ello en una especie de catedral de todos los "falsos techos" que pueblan hoy nuestras viviendas, oficinas y hospitales. Este aire es un gran monumento al falso techo. Un sagrario al espacio, más que servidor, complementario.
Por eso esas dos ventanas son como dos ojos que vigilan de cerca su valor, como una cara miope asombrada por ese intersticio.

14 de julio de 2014

RAZONES PARA UNA DELGADA LINEA NEGRA


Sabemos que una línea negra, delgada y de pequeñas teselas vitrificadas en negro, recorre horizontalmente la fachada del Pabellón Carlos Ramos en Oporto, de Álvaro Siza. A primera vista inexplicable y hermosa. Una línea que no corresponde con forjados, ni con despieces, ni cambios de materia, ni resaltos. Una delgada línea que cabe atribuir a un error y sobre la que conviene, por tanto, trazar una teoría del azar y una teoría de la suerte. (Aunque a fin de cuentas eso sean teorías sobre las razones desconocidas). 
Una línea negra, hermosa e inexplicable, es una línea con un motivo invisible hasta que Siza, o el tiempo lo aclare: “Al tocar el suelo, las paredes blancas limitan, con trazo negro, la superficie abierta a la humedad, a la contaminación verde” (1). 
Así pues no es una linea que prueba que los grandes arquitectos tienen suerte o que todo lo dibujado se construye hasta en sus errores, sino que se trata de una línea donde detener el ascenso de la humedad.
Sólo eso.
Una línea desde la que poder repintar la fachada aunque no por completo. Una línea de mantenimiento y economía. Una línea ahora algo fastidiosa. Porque no es mejor explicación que esa otra que versaba sobre el azar y hacía de esa línea negra una excepción a la espera de motivos.
A veces los motivos en espera son mejores que la explicación de los propios motivos.

(1) SIZA, Álvaro, Escritos, editorial Abada, Madrid, 2014, pp. 378.

7 de julio de 2014

USOS CHOCANTES


Las alteraciones de la arquitectura más dramáticas no son totalizadoras ni fulminantes. Se producen de modo disimulado, como de tapadillo. Lenta e inexorablemente.
Primero alguien deja una bolsa o un bulto fuera de sitio que tarda en ser recogido, luego un leve movimiento del mobiliario, un banco o una silla. Luego el confesionario anticuado se sustituye por otro de materia menos noble. Más tarde con el crucifijo, las imágenes o el altar ocurre lo mismo... Luego y ante el fallecimiento del párroco, ante la ruina de un testero irreparable de la vieja parroquia, por la deslealtad del administrador, o por la ausencia de feligreses, tanto da, nada mejor que la venta.
Todo se vuelve luego incomprensible y los atributos del anterior espacio sagrado perviven en el nuevo taller de coches. El uso se ha trastocado, la relación con la función muestra un abismo. El abismo del uso perdido, como el que tienen arqueólogos frente a los cachivaches desenterrados.
No obstante, hay algo de la arquitectura que reclama su pasado. A pesar de los cables eléctricos colgados, la iluminación de fluorescentes y la plataforma elevadora, los mecánicos caminan, de seguro, despacio y ceremoniosos, pausados y en silencio. Las llaves inglesas no caen al suelo con el mismo ruido que en el resto de los talleres, sino que por siempre suenan igual que las campanillas de consagración...
Algo se conserva que hace que los coches se eleven como una ofrenda en un altar. La huella de la arquitectura imprime a los usos una dignidad difícil de trastocar. Como si existiese una religión de la forma. Quizás por eso la obra de arquitectura siempre permanece abierta al futuro. Por eso la arquitectura es la verdadera "opera abierta".

30 de junio de 2014

JUGÁRSELA


Antes, a veces, los arquitectos se la jugaban.
Encontrarse con semejante desprecio por la vida a Fernando Higueras allá cuando era una promesa de talento recién cumplido, es quizás un signo de lo que para la arquitectura es el riesgo.
Puede comprenderse una imagen equivalente en aquella otra de Charles y Ray Eames, como dos pájaros felices, posados sobre una viga en la Eames House en obras. Tal vez sospechaban con ese juego de equilibrio que nunca más volverían a construir otra cosa. También pueden recordarse también las imágenes en obra de los rascacielos de Chicago o Nueva York, donde inconscientes obreros se arriesgaban a falta de otra alternativa que la del roblonado como modo de supervivencia, sin embargo si en éstas últimas flota el hambre, en la de Higueras o de los Eames, lo hace la alegría del funambulista de circo.
En ese trampolín provisional en el que posaba Fernando Higueras cuando construía la casa del artista Lucio Muñoz, manos en los bolsillos, y sin llegar a asomarte al precipicio, está en juego otra cosa. Es el retrato de quien posa ante algo conquistado: entre la bravuconada, la inocencia y el ansia de posteridad, pero por encima de todo en esa imagen el riesgo y el símbolo están concentrados en otro lugar: en esas dos vigas en paralelo de la obra que todo sostienen.
El riesgo de la arquitectura no es otra cosa que buscar lo adecuado más allá de las propias capacidades. El riesgo para un arquitecto está en trabajar ligeramente fuera de su zona de confort antes que en la de los demás. "El riesgo aspira al deseo impersonal y al anonimato, mediante la fusión de subjetividad y objetividad. En última instancia, distanciándose progresivamente del Yo", dice Siza. Es ese el equilibrio a guardar y no otro. 
Como los toreros, al salir exitosos de cada lance, se debiera escuchar con alivio y entre murmullos también del arquitecto: “verdaderamente, se la ha jugado”. 

23 de junio de 2014

EL PAISAJE NO SE TOCA


El paisaje comienza a doscientos metros de nuestros ojos. En realidad el paisaje es ese defecto ocular que aplana la distancia y destruye el relieve de las cosas. A partir de ese momento la sensación de profundidad empieza a perder sentido y todo se convierte en bidimensional.(1) 
Porque dadas las limitaciones de la óptica humana, el paisaje es una cuestión, antes que nada, de distancia. De hecho, tanto es así que se trata del único elemento plano y no artificial de que dispone el ser humano desde su cuna como especie. Ese y la inconstante superficie del agua.
José María Sostres dejó dicho que el plano horizontal del suelo proveyó del pensamiento al hombre. El poder evitar ir andando con la vista atenta a sus tropiezos, al poder levantar la vista del suelo, pudo caminar y reflexionar a la vez y dar comienzo al pensamiento abstracto. Sin embargo gracias al paisaje sabemos que aquella lección era una falacia docente, por más que fuera hermosa. Y lo era porque todo plano horizontal es un plano anti-natura, y como tal debió ser replanteado y construido. Consecuentemente y en verdad, fue su hacedor el primer ser humano pensante, ya que nivelar un plano es exigente desde el punto de vista intelectual.
Sin embargo y por contra, de esa geometría de lo plano que es el paisaje si tuvo conocimiento el hombre aun antes de serlo. Ese plano de cuadro que aplasta, desde el aire acumulado hasta la retina, al mismo horizonte, permitió al hombre pensar en abstracto, libre de la prisión que es el tacto y la manipulación de los objetos cercanos. He ahí, verdaderamente, el comienzo de la historia del homo como sapiens.
“El paisaje no construye la casa Malaparte, sino la casa el paisaje”.
Eso si, para la aparición del paisaje el hombre tuvo que poderse configurar una geometría determinada: un aparato que aun hoy llamamos arquitectura. (Arquitectura que alguien a su vez pensaría para su construcción, deshaciendo de nuevo toda historia que vincula filosofía, antropología y arquitectura).  

(1) A 50 metros distinguimos diferencias de profundidad de 1 o 2 metros como máximo. A 500 metros no se pueden percibir distancias menores de 100 metros. Como puede comprenderse el paisaje así entendido dista mucho de ese exterior cercano y siempre verde que es el "landscape" anglosajón. Sobre la distancia a que comienza el paisaje y su discusión Dolores Palacios ha hecho interesantes descubrimientos. 

16 de junio de 2014

COPIAR HASTA EL EXTREMO


Copiar es un derecho. Un derecho aun de mayor antigüedad y peso que el copyright fundamentalista y mojigato de Occidente para preservar de modo encubierto un sentido de la autoría y su grandiosidad.
En este sentido, los seres vivos son una copia prácticamente indistinguible de su ADN precedente. El aprendizaje de los pintores desde tiempos inmemoriales proviene de la copia de directa de los modelos anteriores. Existe entre las estrellas, los planetas y las propias galaxias menos variedad que variedad de magdalenas en un supermercado medio europeo. El mundo de lo digital es el mundo donde la copia está instaurada en su propia razón de ser. Cortar y pegar, copiar archivos, duplicar y descargar son acciones que atacan de lleno y sin remedio el lacerante tema de los derechos intelectuales y de la patente. La copia en el arte goza de prestigio no solamente desde Duchamp y su urinario, o el Pop art, sino desde Laxcaux, donde ciervos y caballos se repiten sin fin. Incluso la propia cueva de Laxcaux se duplicará para su preservación, como ya sucedió en Altamira. La copia siempre ha sido garantía de preservación.
En otras palabras, nada queda ya que sea original. La clonación de la clonación es la realidad. La propia palabra original ha perdido sentido. Demasiado lejos de los orígenes, demasiado gastada la noción de autenticidad, ya solo la copia es posible. Salvo por un único problema, tal vez menor: el de su imposibilidad real. En el extremo, siempre los matices hacen la copia irrealizable.
Una infinitesimal e insignificante cadena de ADN diferencia en realidad unos seres vivos de otros hasta hacer parecer especies diferentes un padre de su progenie. El intento de copia, de falsificación y de plagio son vanos porque la materia, el tiempo y la vida se adhiere de modo distinto a cada objeto.
Copiar la Gioconda es imposible, porque la copia no estará nunca en el cuarto de baño de Napoleón. Porque la copia nunca será robada por Vincenzo Perugia del Louvre. Y acaso y también, aunque menos importante, porque incluso no existe ya aquel Da Vinci. Copiar el Pierre Menard que copiaba el Quijote, que copiaba Borges ha hecho de cada una, obras diferentes.
Copiar un templo griego, y tras el, otro, con diferencias aparentemente insustanciales hace que la cadena acabe variando levemente. Y que en esa variación se reconozcan diferentes generaciones y su tiempo. Copiar Grecia es lo que hacen Schinkel o Von Klenze. Sin esas copias no existiría Mies van der Rohe y las variaciones que el hizo de su propia obra…
La copia instaura una cadena de defectos, de errores, que hace que nada de las Vegas, o de China cuando se trata allí de fusilar en cartón piedra Roma, New York, París o un pueblo Suizo sea posible asemejarlo a lo precedente. Copiar, pues, Ronchamp, es tan imposible como imposible era copiar el Quijote o la Gioconda.
La copia puede ser un chiste, sin embargo será siempre diferente, (que no necesariamente valiosa).

9 de junio de 2014

TRASERO DE GAUDÍ


Gaudí es un enigma. Es un arquitecto  innacesible desde la razón y desde las mismas entrañas de lo romántico. Prueba de ello es la pasión que suscita entre el turismo oriental que ve en su obra y en el florecer de los cerezos en Extremadura dos ocasiones para justificar la sola existencia de todo un país.
Gaudí es un enigma por mucho que se haya empeñado la historiografía, los balbuceos académicos y gran parte de los concienzudos libros sobre su obra, porque nada logra traspasar el grueso recubrimiento que supone el derroche de su forma imaginativa.
Tal vez así esté bien. 
Tal vez incluso la supervivencia de mucha arquitectura se vincule a ese gazpacho que funde una especial incomprensión y cierta dosis de grandeza… El caso es que la obra de Gaudí obliga a cada generación a buscar una clave que permita posponer su interpretación hasta la llegada de la siguiente. Sin fin y sin descanso. Los estudios de Joan Bassegoda, de Ráfols y Folgera, de Carlos Flores o de George R. Collins más que aclararlo aplazaron nueva y sucesivamente el enigma… 
Gaudí es un enigma porque su obra es sabia e ingenua, porque es oriental, porque es posmoderna, “manierista y primitiva”. “Hay edificios que son verdaderos palacios encantados arrancados de un libro de cuentos, con rubias princesas, industriosos gnomos, feroces trasgos y un príncipe azul”, dice Chueca Goitia. En Gaudí convive la disneylandización y la sabiduría de lo que significa retorcer hasta el extremo una piedra que lo redime de la completa frivolidad. Gaudí nos deja pasmados ante lo inexplicable y obliga a preguntar si esa incomprensión es culpa nuestra o suya. Gaudí es un enigma porque es un espejo. 
Aplacemos pues nuevamente, como corresponde al deber del tiempo, la explicación de Gaudí. Empecemos a palpar sus formas a ciegas. Intentemos ver como bajo el trencadis aún se perpetúan parejas, sufren de celos jovencitas y desayunan familias empobrecidas. Corresponde hoy leer a Gaudí desde otros lugares, sin tocar su forma, desde sus elementos traseros y olvidados, donde persianas a medio subir, niños en balcones punzantes y una infinita variedad de ropa tendida dan fe de una obra que siempre tuvo la vocación de ser habitada. Corresponde leer a Gaudí superando la tentación de hablar de sus curvas imposibles, sus techos desvencijados, sus brillantes colores o su secreta lógica estructural. Corresponde hacerlo así porque tras ellos o en sus entrañas, habita antes que aquella “floreciente burguesía catalana”, simples perros, personas y geranios. Corresponde hablar de Gaudí no desde las tripas, sino desde el final de sus tripas.
Lo trasero en Gaudí nos espera para deleitarnos en fachadas donde aun se pueden leer salones y dormitorios, pisos en alquiler, siestas y desahucios. Donde hay pura vida.
Porque lo profundamente escatológico de Gaudí es esa vida. En eso si que era un maestro.