27 de julio de 2025

TACONES CERCANOS

Angela Kyriacou. Detalle de un mal diseño de las puertas correderas en los ascensores
Los tacones lejanos apelan, como hemos visto, al sonido y a la verdad material, sin embargo los tacones cercanos concentran sus propios peligros y símbolos.
Los tacones cercanos son más cotidianos y se enfrentan a una serie de amenazas que destituyen su supuesta elegancia o elevación. Uno de ellos fue retratado por Angela Kyriacou hace unos años: el tacón roto, mordido como por un chacal por la puerta de un ascensor, capaz de aniquilar la dignidad del caminar el resto del día.
Si el mundo de los tacones es, en apariencia, solo una historia de machismo o de fragilidad femenina, pues al caminar sobre ellos el bamboleo corporal se vuelve un signo delicado, lo cierto es que hoy los tacones se han vuelto un territorio de batalla ideológica. Salvo que se participe de ella, la arquitectura parece claro que no puede ir dando dentelladas a los zapatos gratuitamente.
Esos tacones cercanos simbolizan cada una de las trampas inesperadas que esconde un detalle de arquitectura mal pensado. El mordisco, como de una bestia enfurecida, puede encontrarse en el pequeño espacio que deja una silla entre la estructura y su asiento y que nos engancha los pantalones o el muslo; en la rejilla del metro que resbala más de la cuenta cuando llueve; en el tirón del pelo fruto de pegar la cabeza en la junta de un panelado y en las miles de secretas atrocidades que provoca la arquitectura en sus agujeros, uniones y espacios impensados.
Esos detalles desacreditan la arquitectura misma. Y por eso, estos tacones cercanos son una buena bandera. No sobre la igualdad de género, sino sobre la igualdad de buen trato que debe proveer la que debiera ser una servicial profesión. 
The high heels appeal, as we have seen, to sound and material truth; however, close heels carry their own dangers and symbols.
Close heels are more everyday and face a series of threats that undermine their supposed elegance or elevation. One of these was captured by Angela Kyriacou a few years ago: the broken heel, bitten as if by a jackal at the door of an elevator, capable of annihilating the dignity of walking for the rest of the day.
If the world of heels seems, at first glance, merely a story of machismo or feminine fragility, since walking on them makes the body sway into a delicate sign, the truth is that today heels have become a territory of ideological battle. Unless one takes part in it, it is clear that architecture should not be biting shoes without cause.
These close heels symbolize each of the unexpected traps hidden in a poorly thought-out architectural detail. The bite, like that of an enraged beast, can be found in the small gap left by a chair between its structure and seat that catches our pants or thigh; in the metro grate that slips more than it should when it rains; in the tug on hair caused by bumping one’s head on a panel joint; and in the thousands of secret atrocities provoked by architecture in its holes, joints, and unforeseen spaces.
These details discredit architecture itself. And that is why these close heels are a fitting banner. Not about gender equality, but about the equality of respectful treatment that should be provided by what ought to be a service-minded profession.

20 de julio de 2025

DEL TIRADOR A LA CIUDAD, Y MÁS ALLÁ

Para Mies van der Rohe, el margen de trabajo del arquitecto abarcaba “del tirador a la ciudad” (1). Esto es cierto, pero necesita una explicación más amplia. Abarca al menos desde los poros y las microfisuras, desde las capas de un grosor infinitesimal de algunos recubrimientos y el orden atómico de la materia, y llega hasta la luz lejanísima de Alfa Centauri.
Existen obras completas de arquitectura de un tamaño menor que el tirador de una puerta. Esquinas, encuentros y roblones depositados en cada rincón de las obras de Carlo Scarpa lo demuestran. Pero sin recurrir a los clásicos, los detalles minúsculos están a menudo tan cargados de sentido como los inmensos. El viento que entra por una rendija en alguna obra de Zumthor, proyectado como el de un instrumento de viento, o el rejuntado entre baldosas, realizado con trozos del tamaño de hormigas provenientes de solados previamente molidos en la obra de algún contemporáneo, son ejemplos de ello. Ciertamente, por debajo de la escala del tirador es difícil reconocer la "mano" del arquitecto, su huella o, si se quiere, su personal modo de ver el mundo, pero eso no es óbice para definir los límites de su tarea.
No hay límites. Por mucho que a Mies le resultase pedagógico ponérselos como explicación. Solo este ligero y traído por los pelos argumento debería bastar para afirmar que la arquitectura nunca puede ser un arte marginal, ni situarse en los márgenes. Porque no los tiene. Porque nada de lo humano le es ajeno. 

(1) Anatxu Zabalbeascoa mantiene, sobre ese hermoso lema desde el año 2009, un imprescindible espacio de referencia de actualidad en arquitectura en las páginas del diario el País.
For Mies van der Rohe, the architect’s field of work extended “from the door handle to the city” (1). This is true, but it requires an expansion of its boundaries. It spans at least from pores and microfissures, from the infinitesimal thickness of certain coatings and the atomic order of matter, all the way to the distant light of Alpha Centauri.
There are entire architectural works smaller than a door handle. Corners, joints, and rivets placed in every nook of Carlo Scarpa’s works prove this. But even without resorting to the classics, tiny details are often just as full of meaning as the massive ones. The wind that enters through a crack in one of Zumthor’s works, projected like the sound of a wind instrument, or the grouting between tiles, made with ant-sized pieces from previously crushed flooring in the work of some contemporary architect, are examples of this. Certainly, below the scale of the door handle it’s hard to recognize the architect’s “hand,” their signature or, if you will, their personal way of seeing the world—but that is no obstacle to defining the limits of their task.
There are no limits. No matter how pedagogical it might have seemed to Mies to impose them as an explanation. This slight and somewhat tenuous argument alone should suffice to affirm that architecture can never be a marginal art, nor should it position itself on the margins. Because it simply has none. Because nothing human is alien to it.

(1) Since 2009, Anatxu Zabalbeascoa has maintained an essential and up-to-date reference space in architecture under this beautiful motto in the pages of the newspaper El País.

13 de julio de 2025

TACONES LEJANOS

Colonel Mahlon Haines, The Shoe House, Hallam, Pennsylvania, 1949
Aunque solo sea por su título, de las películas de Pedro Almodóvar, "Tacones lejanos" resulta especialmente resonante para la arquitectura. Los tacones lejanos, evocación del tenso caminar en un espacio, son capaces de condensar la película mejor que su tráiler. El retumbar en la distancia apela, simultáneamente a su dimensión narrativa, a la vez que al carácter del espacio y sus dimensiones. El sonido de unos tacones sobre el suelo imprime una atmósfera, a la vez que este se comporta como una caja de resonancia de un desapercibido acto humano.
A menudo se pasa por alto que, del mismo modo que funciona un instrumento afinado en una orquesta, el eco de los pasos en una gran sala sugiere más el poder, dramatismo o autoridad que el poder, el drama o la autoridad mismos. Por contraste, el atenuado sonido de las pisadas en una moqueta de hotel hace aún más llamativo el barullo borracho de la medianoche. Hay arquitectos que saben que el ruido que produce un pavimento puede atenuar la velocidad con la que se entra a un espacio. Conozco una iglesia, hermosa, en la que el suelo de grava y guijarros se emplea para que los feligreses, al llegar tarde, entren con un cuidado extremo para no molestar a sus correligionarios. El ruido avergüenza.
El suelo "bien temperado" influye en la cantidad de verdad contenida en una obra. A menudo, a la hora de pensar en los acabados de un pavimento, sea o no el de un espacio público, valoramos antes su apariencia, temperatura, precio o color que su sonido. Pero al igual que la poesía no está hecha de palabras sino de sonidos, seguramente con la elección de la materia del suelo debe prestarse atención a la construcción también apoyando la intención del conjunto como una unidad auditiva. La arquitectura hace del sonido un sexto sentido. Por eso resulta tan raro el éxito de los pavimentos que parecen y suenan como lo que no son, desde los laminados plásticos a las imitaciones ceramicas de la madera. El hecho de que los tacones lejanos se graben como una experiencia profunda y simbólica en el cerebro a la hora de describir personajes en el cine, debiera ser suficiente para hacernos pensar sobre estas cosas aparentemente imperceptibles en la vida diaria. No esperen encontrar grandes obras cuyo sonido sea el del falso latón. 
Even if only for its title, among Pedro Almodóvar’s films, High Heels resonates in a special way with architecture. High heels—the evocative sound of a tense walk through space—manage to distill the essence of the film better than any trailer. The echo of those distant heels appeals, simultaneously, to narrative tension and to the very character and scale of the space. The sound of high heels striking the floor casts an atmosphere, while the space itself behaves like a resonance box for that barely noticed human act.
It is often overlooked that, just as a finely tuned instrument functions in an orchestra, the echo of footsteps in a large hall can suggest power, drama, or authority more effectively than power, drama, or authority themselves. In contrast, the muffled sound of footsteps on hotel carpet only amplifies the drunken commotion of midnight. Some architects understand that the sound of a floor can slow the pace of entry into a space. I know a beautiful church where the gravel and pebble floor compels latecomers to walk with utmost care, so as not to disturb the congregation. Noise shames.
A “well-tempered” floor influences the degree of truth embedded in a work. Often, when choosing the finish of a pavement—public or private—we consider its appearance, temperature, cost, or color before its sound. But just as poetry is not made of words but of sounds, perhaps floor materials should be chosen with attention to how they support the intended atmosphere as an auditory whole. Architecture turns sound into a sixth sense. That’s why it’s so strange that floors which look and sound like what they are not—plastic laminates, ceramic imitations of wood—have found such success. The fact that the sound of distant heels is so deeply and symbolically imprinted in the cinematic imagination should be enough to remind us not to overlook these seemingly imperceptible things in daily life. Don’t expect to find great works whose sound is that of false brass.

6 de julio de 2025

BERENJENOS Y OTRAS VERDURAS DE LA CONSTRUCCIÓN

En una famosa entrevista realizada a un ladrillo, este respondió: “quiero ser un muro”. El hormigón, por su parte, no concede entrevistas, pero gobierna el mundo de la construcción en la sombra como una inmensa mano gris. A pesar de su omnipresencia, no responde con la misma rotundidad a nada que se le pregunte. Material fundacional de lo moderno y del brutalismo, ha terminado siendo el perfecto chivo expiatorio de la masiva producción de dióxido de carbono mundial (a la vez que, curiosamente, resulta el artífice de la ecológica densidad urbana).
Tal vez su pastosidad indefinida, entre lo líquido, lo gelatinoso y lo sólido, no ofrezca prestigio suficiente como materia para constituirse en el origen de una fenomenología seria. O tal vez su falta de buena fama sea fruto de vivir de una forma prestada llamada encofrado.
Es justamente en el acto de ser vertido cuando el hormigón se revela y muestra, pienso, el centro de su verdadero ser. Como una fiera blanda dispuesta a escaparse por los huecos más inverosímiles, los constructores tratan de menearla para que no deje huecos entre su grava, arena y cemento; tratan de controlar sus juntas y tongadas para que el resultado pétreo sea respetable, pero no resulta nunca sencillo y, la mayoría de las veces, acaba siendo algo viejo y churretoso aun recién acabado.
En el hormigón incontrolable hay una lucha de pericia semejante a la del domador de caballos salvajes. La mejor brida que se emplea para esa doma es la geometría. Y es en ese momento cuando aparece la fusta que la construcción denomina como junta de hormigonado.
Para evitar que aparezcan de forma aleatoria y dañina, se hacen unas ranuras especiales con formas de “V” o de “U” que guían dónde se formarán esas fisuras. Las juntas tienen esas formas, como es sabido, porque luego hay que sacar de allí la pieza que forma la junta sin romper las delicadas aristas del hormigón, (salvo Louis Kahn, que contra el sentido común las hace asomar). Estas ranuras, que se conocen coloquialmente como berenjenos, marcan límites: de las tongadas o de capacidad de la hormigonera.
Ignoro el porqué del hermoso nombre: berenjeno. Seguro que se trata de un localismo. Me divierte esa huerta de berenjenos plantada en el gris de un muro. Eso sí son huertos urbanos.    
In a famous interview, a brick once said: “I want to be a wall.” Concrete, on the other hand, gives no interviews, yet rules the world of construction from the shadows like an immense grey hand. Despite its omnipresence, it never offers a clear answer to anything it's asked. A foundational material of modernity and brutalism, it has ended up as the perfect scapegoat for global carbon dioxide emissions (while, curiously enough, being the very reason for the eco-friendly density of urban life).
Perhaps its undefined viscosity—somewhere between liquid, gelatinous and solid—lacks the prestige to serve as the basis for any serious phenomenology. Or perhaps its poor reputation comes from living a borrowed life known as formwork.
It is precisely at the moment of being poured that concrete reveals itself and, I think, shows the core of its true nature. Like a soft beast ready to escape through the most improbable gaps, builders try to shake it into place so it doesn’t leave voids among the gravel, sand and cement. They try to control the joints and the pours to make the final stony result respectable, but it’s never easy—and more often than not it ends up looking tired and grimy even when freshly finished.
There is a craftsmanship in taming unruly concrete that resembles the training of wild horses. The best bridle used for this taming is geometry. And it is precisely then that the whip appears—what the construction trade calls the contraction joint.
To prevent random and damaging cracks, special grooves in the shape of a “V” or a “U” are cut to guide where those fissures will form. The joints have these shapes, as is well known, because later the piece that forms the joint must be removed without breaking the delicate edges of the concrete (except for Louis Kahn, who, against common sense, lets them show). These grooves, colloquially known as berenjenos, mark boundaries: either of the concrete pours or the mixer’s capacity.
I have no idea where this beautiful name comes from: berenjeno. Surely it’s a regionalism. I enjoy the image of that little patch of berenjenos planted in the grey of a wall. Now that’s urban gardening.