23 de abril de 2009

CONSTELACIÓN DE PINOS


Se trata de un dibujo que contiene todos los datos del problema arquitectónico. Un dibujo previo, analítico. Una constelación de pinos, sus medidas, sus distancias. Un terreno aun sin la topografía solo con la marca del punto más alto. Cuenta Coderch que tenía un topógrafo que le traía el terreno al estudio. No necesitaba verlo para llegar a apropiarse de él. Igual a un astrónomo que necesita solo un telescopio para descubrir planetas, sentado en su silla. Pero sentado mucho tiempo, porque la arquitectura es una profesión en la que se necesita, decía, “más culo” que cabeza.
Flechas que señalan direcciones y vistas. Como un pastor, Coderch  conoce los árboles y sus diámetros que son cuidadosamente nombrados y numerados. También el sur que dará el sol a la casa y las vistas. La casa crecerá después entre esos pinos y algún pequeño algarrobo. La casa tendrá “vistas estupendas”.
Será la casa Ugalde. Con ella, Coderch adquiere, fulgurante, proyección internacional.

21 de abril de 2009

DAÑOS COLATERALES

Se trata de una ilustración de los alrededores de la Casa de la Música en Oporto, de Rem Koolhaas.
No puede decirse que el contexto que se intuye en esta imagen sea hermoso. Quizá pueda encontrarse en él cierta poesía, mala, de arrabal.
Perpetrar piezas de arquitectura que funcionan como cebo para el desarrollo de la ciudad, como bien ha demostrado el Museo Guggemheim en Bilbao, puede trasformar en un brevísimo lapso de tiempo el contexto original en que la obra se asentaba y dejarla sin sentido. Hasta el punto de su autodestrucción.
El Guggenheim ha trasformado toda la vieja ría de Abandoibarra. La dulcificación de los alrededores, la profunda trivialización de ese espacio, ha hecho que el objeto del museo haya perdido todo sentido en relación al recuerdo industrial y fabril sobre el que crecía manteniendo una interesante conversación.
Y eso no es todo, el contexto se ha visto alterado a una velocidad tal, que las obras allí en marcha trabajan en realidad sobre un lugar que ya no existe y que se modifica a mayor ritmo que ellas mismas.
La constatación de este hecho debería ponernos en aviso sobre dos cuestiones: por un lado, entender el contexto como un hecho abierto, frágil y en constante trasformación. Por otro, la necesidad de hablar del contexto en un “campo expandido”, en términos semejantes a los que la literatura lo ve indisolublemente tejido al texto que lo alimenta y lo corrige, y la biología lo hace respecto a la biodiversidad. Conscientes de que la “urba-diversidad” es un valor para el desarrollo y pervivencia de la ciudad, (sin que eso suponga la conservación a ultranza de sus aspectos más degradantes).
La imagen de arriba, para bien o para mal, pronto desaparecerá.
Tal es la fragilidad de las relaciones de la arquitectura con el lugar.

19 de abril de 2009

SANDWICH INVISIBLE


Como un sándwich invisible, Cedric Price describe las cualidades del edificio de tres plantas más por las relaciones que aparecen entre ellas que por la suma individual de cada una.
No se trata de un tipo como tal. La planta baja tiene, de manera vocacional, relación con el suelo y no puede despreciar el contacto físico con un exterior indefinido. La planta intermedia ofrece igualdad de oportunidades frente al acceso a las plantas superior e inferior. La última, en contacto con el cielo, puede tener altura variable y una iluminación propia. Quizá lo más interesante de esas ideas es que Price es consciente de que el edificio de tres plantas no ofrece ventajas especialmente razonables para su uso sistemático, mostrando un escepticismo verdaderamente productivo hacia su propia teoría. Para generaciones ahí se encuentra precisamente el valor de Price como arquitecto: en su capacidad para producir, más que teorías o proyectos, ópticas subversivas. Ese mirar con ojos imaginativos, irónicos y laterales el panorama oficioso de la realidad y la propia arquitectura, hacen de su figura, aun hoy, un punto de referencia obligada. Por ello y como el mismo Price habría hecho, se hace necesario imaginar ese sándwich de modo alterado. Un proyecto como una sucesión sin fin de plantas de cubierta apiladas. Un orden desmantelado, donde la planta baja estuviese en la intermedia. (Por otro lado, y como gusta señalar al profesor Bermejo, precisamente el éxito de Villa Rotonda se encuentra en ser capaz de generar una planta baja que se localiza en la planta primera). Inventar una planta intermedia aislada, que no tuviese otras dos en los extremos que la diesen nombre y que conservase, no obstante, sus cualidades. O una planta intermedia que diese acceso a una planta baja, que a su vez diese a una planta intermedia, que a su vez diese a otra baja... sin fin. Como un vertiginoso club sándwich. No debemos olvidar que es propio de la arquitectura resolver esas contradicciones por medio del proyecto.

15 de abril de 2009

AZAR-TENDENCIA-CONEXION-ESTRUCTURA


Sorprende que para un ingeniero como Cecil Balmond la estructura sea una concentración que proviene del azar. Sobre el azar parecen operar ciertas energías, tendencias en su ordenación y su conexión, que generan la estructura. La estructura, pues, solo es una forma especial de condensación del azar.
Sorprende, decíamos, porque este concepto de estructura difiere enormemente del empleado por generaciones pasadas, donde el proceso inevitablemente debiera haber atravesado el camino de la optimización, la minimización, o la proporcionalidad.
Nada de eso aparece en los nuevos conceptos de estructura manejados hoy. La estructura es susceptible de ser objeto de diseño, al mismo nivel que lo son las fachadas o los detalles constructivos. De ese modo la atención de ingenieros y arquitectos, parece estar destinada al diseño de estructuras aparentemente azarosas. Pero solo aparentemente; puesto que el azar, como todo el mundo sabe, guarda malas relaciones con la estabilidad. El esfuerzo intelectual por desentrañarlas se encuentra parejo al trabajo del biólogo cuando luchaba por averiguar las leyes de crecimiento de una planta o un árbol, o de las células. De ahí que en los libros de Cecil Balmond exista el esfuerzo innegable por desentrañar las estructuras aparentemente azarosas de la naturaleza.
Sorprende, con todo, que lo más hermoso del dibujo sea lo que tiene de retrato del nacimiento de la estructura. Donde casi aparece volando, atravesando constelaciones, dejando tras de sí una estela de trocitos de azar. Semejante a un auténtico cometa.

13 de abril de 2009

LA PRINCESA ES MODESTA


Del 31 de Octubre al 11 Noviembre de 1955, por primera y última vez en su vida, Le Corbusier visita Japón. El viaje es dedicado principalmente a cuestiones relacionadas con el encargo del Museo de Arte Occidental en Tokio. Al contrario que otros arquitectos europeos maravillados con la arquitectura tradicional, él apenas parece descubrir allí nada emocionante.
En un apunte del viaje, seguido de un lacónico texto, anota sobre el umbral de la casa japonesa: “una piedra amplia sirve de escalera”.
Sin embargo, ese umbral condensa para el observador interesado, matices sobre los que conviene detenerse. El paso del espacio exterior al interior, se da con ausencia de la puerta como nosotros la entendemos. Solo por medio de una lenta sucesión de pequeños eventos se anticipa el paso de un universo a otro.
Al principio, se trata solo de unas piedras irregulares en el camino. Se haría difícil distinguir si forman parte o no de la naturaleza si no fuera por cierta cadencia en su colocación. Son piedras apenas tratadas. Apenas son rugosas, aunque hay que caminar con cuidado sobre ellas. Con todo, las últimas son diferentes; se alejan del suelo, aumentan su tamaño o cambian de color. Aunque no se han tallado, se convierten en esa escalera amplia de la que hablaba, casi sin atención, le Corbusier.
Exactamente antes de esa penúltima piedra que ya podemos decir que es una “piedra civilizada” -puesto que se ha pulimentado su superficie horizontal-, el alero de la casa sale a nuestro encuentro, protegiéndonos de la lluvia y el sol.
Antes de llegar al nivel de la casa, aparece un peldaño de madera. El último escalón. Se ha superpuesto ligeramente al anterior de piedra. La madera suena diferente, es un peldaño perteneciente a otro mundo, donde las cosas están manipuladas y existe la construcción. Allí, el habitante se sienta para descalzarse. No es un suelo frío. Puede dejar su calzado sobre el anterior espacio de piedra pulida.
Aparece tras ese último peldaño, lejos del suelo, la plataforma de entrada; espacio cubierto pero exterior; prácticamente un híbrido entre la galería y el porche occidental. Tras él un ligero panel de madera y papel. Esos paneles son deslizantes, sin otro sonido que un sordo roce de la madera que protege el espacio de los tatamis. Sucesivos paneles y estancias van construyendo un universo de sombras hasta las piezas centrales de la casa. Tanizaki hace un elogio de ese espacio central de estancia, donde la sombra es la constituyente primordial del espacio.
Toko no ma, Shōji y tantas otras palabras ajenas a nuestra cultura, no hacen sino alejarnos de la profunda sabiduría que una entrada así, encierra.



12 de abril de 2009

ELOGIO DEL SUELO


Josep María Sostres daba una lección sobre la importancia del plano horizontal en la arquitectura cuando decía que a lo largo de la evolución, el hombre solo había podido caminar concentrado en una sola cosa: sus pies. Andaba evitando caer y tropezar sobre las piedras y el suelo irregulares que salían a su paso. No podía reflexionar, no era sapiens, debido a la ausencia de ese plano fundamental. Solo con la aparición de esa superficie plana extraordinaria el hombre puede levantar la vista, contemplar el horizonte y, por fin, pensar.
Esta ligazón entre arquitectura y pensamiento, que con bastante seguridad desmontaría cualquier antropólogo solvente, no carece, sin embargo, de cierta capacidad de sugerencia.
Pero solo una cultura como la de Japón, podría darle la vuelta a ese planteamiento y enriquecer aun más esa relación por medio del mecanismo del suelo.
Recorrer la arquitectura nipona es pensar en los pies, el cuerpo y el contacto entre éste y la arquitectura. Bruno Taut, que dedicó atención al estudio de esa arquitectura, habla con apasionamiento sobre la relación entre la fisonomía del pie japonés, ciertos tipos de calzado, y el suelo irregular: “Los pies japoneses se deslizan por el suelo; el pie recibe su fuerza del suelo”(1).
El empleo de gravas sin apisonar, pedruscos y guijarros en el camino dificultan el paso a pies no entrenados pero consiguen simultáneamente una percepción diferente del paisaje, ¿Dónde fijar los ojos si no es en esas dificultades?.
Se trata de una sabiduría del cuerpo diferente en la que los pies, ven.
Ver la arquitectura con los pies significa que los ojos deben contemplar el paisaje pero de una manera desviada, es decir, con una temporalidad alterada respecto a la concepción occidental. El paisaje se percibe a una velocidad diferente, y no solo por cierta esencialidad ligada al pensamiento zen. Se trata de algo similar a lo que sucede con la práctica de ciertos instrumentos musicales; para alguien que no toca el piano resulta impensable imaginar dos manos coordinadas sobre un teclado a cierta velocidad. No así para el pianista, que ve en ello un ejercicio natural donde las manos han adquirido cierta sabiduría propia, casi externa a la vista. Esta percepción del paisaje simultáneo, tanto en su aspecto táctil como en el óptico es una fuente de aproximación a una arquitectura libre de las dicotomías occidentales que estos conceptos representan.

(1) TAUT, BRUNO, La casa y la vida japonesas, Editorial Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2007, pp 81 ( Tit Or. Das Japanische Haus und sein Leben
, Ed. Gebr. Mann. Berlin)

9 de abril de 2009

SENCILLOS TRAZOS


Paulo Mendes da Rocha realiza este breve esquema para la Fundación Getulio Vargas, en Sao Paulo, el año 1995. Apenas son unas líneas de igual grosor. La línea de mayor longitud representa un plano extenso.
La operación más evidente se logra por un sencillo mecanismo de contraste: lo artificial de ese plano hace más dramática y accidentada la topografía.
No obstante, ese plano tiene la voluntad de llegar a la luna. Casi parece ser construido para tocarla con la mano.
Simultáneamente habla de un secreto estado de equilibrios. Ese plano es una balanza arquitectónica; por medio del contrapeso de la arquitectura, y el fulcro que es el territorio, se alcanza en el extremo, un objetivo. Aunque se conozca inalcanzable; como un trampolín de salto infinito.
Ese plano es tan extenso, que pasa incluso bajo la luna hasta volverse a asomar, finalmente, a la topografía con un movimiento descendente, de reencuentro, en un paisaje visual trazado desde el comienzo como un arco.

6 de abril de 2009

SOBRE LA SILLA



Pocos objetos como la silla son capaces de ser un fiel relato de la época en que se diseñaron. Son una buena instantánea porque de alguna manera una silla es siempre una sociedad. Basta mirar de nuevo los muebles de Mies, para descubrir cuál crea a partir de ellos. Y hay que recordar que Mies nunca habló mucho de eso en sus escritos.
Una silla es la posición de un cuerpo en el espacio. Ese es el descubrimiento de Rietveld con su silla roja y azul: donde el usuario se sitúa en una posición y el resto de las piezas construyen la necesidad de trasladar esas fuerzas al suelo.
También las sillas han sido siempre los objetos precursores de los cambios arquitectónicos. La avanzadilla.
Enigmática pero luminosa resulta una afirmación de los Smithson sobre las sillas de los Eames al hilo de la fuerte inclinación de su asiento: decían que sentado en cualquiera de ellas parecía que ibas a saltar de un bote hacia delante. Sillas para abalanzarse sobre la mesa o levantarse y ponerse a bailar.
Si solo quedaran para el futuro las sillas de los Eames podría deducirse que su arquitectura respiraba alegre velocidad. Si quedaran solo los muebles de Mies, que su arquitectura fue pulcra y seria. Si quedaran las de Rietveld, la cosa no es tan sencilla. A fin de cuentas, tampoco su arquitectura lo es.

3 de abril de 2009

ESTAR EN LAS NUBES (V)


“¿A qué se parece aquella nube? Esa es una pregunta que todos recordamos en alguna ocasión y que no altera , por tanto, la consistencia de nuestra imaginación. Es mejor invertir la pregunta. Porque existe un arte -el preferido por el príncipe de la melancolía y por algún personaje de Baudelaire- de reconocer figuras en las nubes: figuras evanescentes, consumidas, huidizas: figuras de lo moderno. Es cierto. Pero hay otro arte, análogo e inverso, más misterioso, más pervertido, que no deja el consuelo de la memoria, sino que mantiene siempre abierta la punzada de la sorpresa: el arte de reconocer la nubosidad de lo quieto, el arte de saber ver, no lo estable en lo huidizo, sino lo huidizo en lo estable: saber ver un desvanecimiento, un envejecimiento, una transición, un cambio – que asoma ya emborronando la imagen-. ¿Qué de nube hay en ese camello, en esa comadreja, en aquella ballena? ¿Cuánta nube es esta ciudad, esa arquitectura, aquel rostro?.”(1)

Estas líneas de Quetglas arrastran, poco después, una importante cuestión: ”¿Cómo la figura de las nubes ha podido anunciar, presidir y seguir todo el desarrollo de lo que ha sido la arquitectura moderna?”.
La nube, desde este punto de vista, es símbolo clarificador entre la firme voluntad de forma de la modernidad y la disolución de sus intenciones. Pero podemos concretar aun más la cuestión: ¿Cuánto de nubes hay en la arquitectura de Le Corbusier, o de Zumthor, o de Herzog y de Meuron, o de Chales y Ray Eames, o de Mies van der Rohe?.
La respuesta es variable pero siempre está presente y es posible. Las formas huidizas siempre se manifiestan como dudas o como ambigüedades en el proceso. También se manifiestan por medio de los trazos borrosos o por una suma de partes excesivas.
Así aparecen esa clase de nebulosas en los croquis de grafito de las torres de Mies. También en la sucesión de brillos, reflejos y chispazos que se dan en el Pabellón de Barcelona. Efecto similar se consigue en la casa de los Eames, donde la materia por medio de los reflejos se convierte en algo veloz como las mejores escenas de acción de una película de guerra.
En los croquis de Zumthor para las termas de Vals, donde son agua y piedra nebulizados, como si del mismo material se tratase. En todas esas pieles agujereadas por la carcoma, o como gasas de fantasma, que son las chapas perforadas de Herzog y de Meuron . En la sala de la Asamblea de Chandigarh plagada de formas contradictorias y colores, donde su esencia de ripio y de nube, mágicamente, coinciden...

“De John Ruskin - mirador de nubes- a Coop Himmelblau – que pinta nubes cenitales contra el azul celeste- ; de Louis Sullivan- que cruza el continente americano como una nube, para llover sobre Chicago incendiada- a El Lisstskij (sic) – que tiende sus trampas estribanubes alrededor de Moscú- ; de Otto Wagner – que fecunda Viena desde un globo nuboso de lluvia dorada- a Bruno Taut – con nubes de sombra polícroma sobre Magdeburgo coloreada. Llueve sobre los altares de Firminy. Hay una nube de hormigón gris con el arco iris sobre Ronchamp...”

(1) QUETGLAS, Josep, Escritos Colegiales, Actar, Barcelona, 1997, pp. 190

31 de marzo de 2009

DONDE NACEN LAS IDEAS


Sin duda, las ideas de arquitectura a Utzon le salen de la cabeza. Una cabeza que es como un tintero. Y unos brazos largos y móviles como los de Shiva, que le sirven para desplazar la mano de ese tintero negro a un lugar donde dibujarlas.
Los proyectos se hacen mojando en la tinta de la memoria y dibujando, por medio de una traslación directa, sin más obstáculos. Mano y cabeza, si. Pero también unos ojos que miran y ven y vigilan el resultado.
El dibujo es hermoso también porque es la caricatura del propio Utzon, espigado como una caña-tintero y con unos brazos largos, como de goma, que a todos lados llegan.

29 de marzo de 2009

CALDO DE CULTIVO


“En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música. ¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y aureolarla, tal el limbo trémulo que rodea un punto luminoso. Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su ala palpitante las notas cristalinas y puras de la melodía.”(1) 
Me he preguntado muchas veces cuando empezaron a ver, con esos "ojos que ven", Le Corbusier o Kahn o Palladio. Cúales fueron, verdaderamente, esos instantes mágicos. Seguramente a Le Corbusier le ocurrió en su viaje interior a Oriente. Kahn tal vez en Roma, por mucho que antes ejerciese como profesor. Palladio tal vez golpeando piedra o una tarde, después de muchas otras de conversación con Trissino. Ese instante de iluminación puede cambiar una vida. Puede hacernos poetas o arquitectos. Pero ese instante requiere de una caldo. Es decir, requiere calor y sustancia que lo hagan posible. Esa debiera ser la única tarea en un aula: ser cocina. Pero no de proyectos recalentados sino de ese caldo substancial y nutritivo que da pie a lo absoluto.

(1) LUIS CERNUDA, “La poesía”, 1942, Ocnos, El País, Madrid, 2003.

27 de marzo de 2009

“PEQUEÑOS PLACERES DE LA VIDA”


Esta imagen acompañaba el texto de 1957: “Los pequeños placeres de la vida” de los Smithson. Allí se hablaba de las pequeñas cosas de la arquitectura con la seguridad de encontrar, en un momento de excesos, placer en lo sencillo. “Trabajar o escribir ante una ventana cubierta de enredaderas. Ver la luz del sol extenderse sobre el suelo. Estar de pie mirando a través de la ventana sin deslumbrarse. Poder ver el paisaje, la vegetación o los árboles mientras se está sentado. Poder ver el exterior desde el baño, o quizás, estar doblemente cerrado. Acceder fácilmente a nuestras pertenencias sin advertir su presencia constantemente. Leer en la cama. Sentarse cómodamente y poder hablar una tarde. Disfrutar de un buen nivel de ventilación en verano. Bajar unas persianas de madera en invierno.” 
Esas pequeñas cosas hacen que el habitar sea posible. Su ausencia tiene un reverso. Su carencia hace que la vida pueda ser odiosa e infeliz. Así lo demuestra cada mañana, la puerta cuyo sentido de apertura se nos muestra equivocado. El descuidado interruptor en el rincón de la pared. La imposibilidad de guardar la aspiradora sin descolocar mil otros cacharros. O la ventana que mira a un vecino siempre demasiado cercano. La atención a esas pequeñas cosas hacen la vida más placentera. Cuántas no están en las manos del arquitecto. 
El proyectar esconde también la satisfacción de encontrar esos placeres, anticipándolos, habitando la casa por medio del dibujo.

24 de marzo de 2009

"¿QUE ES UNA CASA?"



En Julio de 1944, Charles Eames escribe para la revista Arts & Architecture un artículo titulado, “What is a house?”.
La arquitectura debía proveer una visión aplicada a la vivienda donde la técnica desarrollada por la industria de la guerra pudiera ser empleada con fines más altos. Uno de los dibujos que allí aparecían es éste. Sorprende el optimismo irrefrenable que desprende. La vivienda se describe desde el punto de vista de las tareas secundarias que debe dar cabida.
Una vivienda deber permitir, necesariamente, que se pueda hacer el pino en ella. Debe permitir tocar una pieza de Bach, (que sea de Bach está implícito a que aparezca un violonchelo, pero eso es, como es obvio, solo una conjetura). También, que se pueda escuchar esa pieza musical. Que los niños jueguen a los indios y los vaqueros. Que los adultos puedan hacerlo a las cartas. Que se pueda bailar, proyectar una película, abrazarse o serrar un tablón. Que se pueda pintar sobre un caballete, que una planta crezca en su interior o que se pueda dormir la siesta. Y por supuesto, que el habitante pueda preparar un cóctel o desarrollar sus habilidades como aeromodelista. Ignoro si Chales Eames pretendía que se pudiesen hacer varias de estas cosas simultáneamente.
El dibujo evita el continuar la lista con un habitante atándose los cordones de los zapatos, o guardando un sombrero. También cosiendo una cremallera, o dejando la compra, o abriendo un plano de la ciudad.
Puede que ese dibujo sea, en realidad, una metáfora de todas las tareas secundarias que deba dar cabida cualquier casa. O una descripción de la casa como una sucesión enhebrada de todas esas tareas que es el habitar. Que sería, por tanto, la única tarea principal.

22 de marzo de 2009

RIPIO


El ripio no cuenta con buena fama. No es la piedra fundamental del muro; ni siquiera es obligado que sea un material de su misma calidad o dureza. Bastan los restos, piezas sueltas o desechos. No obstante, contribuyen a la estabilidad de la obra.
En poesía se entiende por ripio el verso útil solo para lograr el metro o la rima necesaria pero que en realidad no aporta nada al tema principal. Es por definición el elemento secundario y prescindible. Desde el punto de vista del proceso de formatividad, en arquitectura también existen “ripios” en el hacerse del proyecto. Elementos innecesarios para la idea principal y que, sin embargo, aportan consistencia al conjunto. 
La tarea del ripio, por ello, es amable y honrada. Funciona como el lubricante en los motores. No generan el impulso, ni son piezas básicas, pero ayudan a que entre los engranajes del proyecto no aparezcan fricciones indeseadas, ni temperaturas extremas. Si el ripio es notorio, si en la obra se perciben con facilidad, se trata de obras consideradas habitualmente ”menores”. Su visibilidad es la prueba de que no se está ante una obra maestra. Lo cual no significa que no puedan ser conmovedoras como lo son las serenatas de Mozart o los poemas de Joyce. 
Le Corbusier muestra sus ripios sin pudor: la chimenea de La Unité de Marsella, las formas bulbosas en la entrada de la Tourette, la escalera trasera de Ronchamp o todo el interior de la sala de la Asamblea de Chandigarh. También lo es el pilar de bronce de Mies en el Seagram. Lo cual habla de una faceta del ripio que trata de proveer ciertos efectos aunque las formas que lo respaldan se vean desbordadas. Porque el ripio es forma desorbitada. Es decir, forma que se sale de la órbita de la idea. 
La estrategia del ripio ha invadido el sistema y la lógica constructiva contemporánea. Suelen ser ripios muchos de los detalles constructivos e incluso los materiales que aparecen hoy con autonomía de la forma. Lo cual descubre otra importante cuestión sobre la idea; y es que tiene límites escalares de influencia. Koolhaas hace años dejó meridianamente marcada la capacidad generatriz de la idea de proyecto en su margen superior con su texto “Bigness”, donde la idea principal se mostraba inútil o ilegible a partir de tamaños elevados. La estrategia del ripio descubre los límites inferiores de acción de la idea principal, por su incapacidad para generar la mayor parte de los detalles constructivos de la obra. 
Por otro lado, ripio y ornamento comparten una hermandad bastarda. Uno y otro son los parientes pobres y denostados de la idea regente. Con todo, la capacidad trasformativa del ornamento y el ripio sobre la obra es cosa más que probada. Cualquier parte puede reivindicar un papel distinto al que el arquitecto o la idea principal le pretende asignar. Entonces se revelan y pueden convertirse en algo inesperado. 
Desde luego, hay que tener mucho oído para saber escuchar los susurros de esas insignificancias.

19 de marzo de 2009

“UN ÁRBOL ES UNA HOJA, UNA HOJA ES UN ÁRBOL”



“Un árbol es una hoja, una hoja es un árbol. Una ciudad es una casa. Una casa es una ciudad, y la ciudad una casa. Un árbol es un árbol pero también una hoja enorme. Una hoja es una hoja pero también un árbol en miniatura. Una ciudad no es una ciudad a menos que sea también una casa inmensa. Una casa es una casa solo si es también una pequeña ciudad.” Estos croquis de Aldo van Eyck, nos ponen en sobreaviso de la complejidad que debe reunir la casa. Adelanta que una parte debe contener el todo, en los mismos términos que lo haría un objeto fractal, pero de manera trascendente y en una doble lectura. 
Por un lado, “la casa es una ciudad”. No es solo una casa, sino que remite, en cuanto a su complejidad, a las relaciones que se dan en la ciudad. No solo en cuanto a los conceptos de lo público y lo privado, o en cuanto sus usos, o sueños. Debe pensarse en un concepto de casa ampliado. Es decir, existe entre casa y ciudad identidad y no una simple metáfora. 
Por otro, Aldo van Eyck lo afirma como criterio de prueba arquitectónica: “Una casa es una casa solo si es también una pequeña ciudad”. Lo cual obliga a comprobar toda casa bajo esta premisa. Se trata de un croquis que esconde la misma satisfacción que tenía "la prueba del nueve" para verificar el éxito de alguna operación en la infancia.