¿Resulta eficaz la estrategia de la cita en arquitectura?. Es más, ¿quién es capaz de percibir que se está ante una?, o dicho de otro modo, ¿hacia quién se dirigen?.
Citar supone aprender perfectamente los objetos de origen. “Leer bien es ser leído por lo que leemos” dice Steiner. De modo que para citar bien es necesario cierta reciprocidad para llegar a abrazar un intercambio total. Y sin embargo la cita también posee un sesgo inevitablemente hostil. Como un enemigo encubierto, quien la emplea puede llegar a malinterpretar, equivocar, e incluso hacer decir al autor lo contrario de lo que piensa. Quien cita, oblicuamente, puede querer apropiarse de algo que no le corresponde. Es, por tanto, un rival o un asesino en potencia.
"La terminología que rodea al plagio posee una reveladora forma bélica, y no en vano, en el lenguaje vulgar se emplea el verbo “fusilar” como sinónimo. “Fusilar” no es imitar, no es estar influido por: es robar intencionadamente algo pensado por otro para hacerlo pasar por propio. Por tanto en este género de robo, que es el de la identidad (...), subyace el deseo de que el otro muera, desaparezca. El que “fusila” odia sin duda al que ha expoliado"(2).
La cita oscila entre la búsqueda de objetos perfectos capaces de mostrar una idea de manera inmejorable, y el más grosero plagio. En un texto la diferencia puede estribar en unas simples comillas o en reconocer las fuentes originales. Pero en este punto, la arquitectura carece de algo fundamental: el espacio a pie de página. Un lugar capaz de saldar la deuda con el origen. ¿Qué objetos gozan de credibilidad como cita si no son capaces de remitir a la fuente, de pagar la deuda?.
Simultáneamente, la cita también es tiempo ajeno, tiempo invertido sobre una forma: Es vida condensada. Por lo tanto, algo que no puede ser desperdiciado. Dicho de otro modo, no puede olvidarse que citar mal también es practicar un tipo especial de asesinato puesto que se ha cometido un crimen impune contra el tiempo de otro. No se trata de algo nuevo. Hace cuatro siglos alguien con tanta destreza respecto a este hecho como Montaigne decía: ”Hay más quehacer en interpretar las interpretaciones que en interpretar las cosas, y más libros sobre los libros que sobre otro tema: no hacemos sino glosarnos unos a otros”. En arquitectura se dio de manera simultánea. Es a partir del siglo XVI cuando se hace más evidente descubrir arquitectura comentando arquitectura.
Si la cita arquitectónica es excesivamente opaca, sutil o indescifrable, se trata de un plagio. Por eso, en los casos de más hermético refinamiento, se confía, -para evitar ser acusado de ladrón-, en que las generaciones futuras tengan un ojo mucho más penetrante y afilado.
La cita está a la terca y constante espera de un agudo espectador. Siempre a la búsqueda temerosa de un especialista. O quizá tan solo al acecho de alguien sensible y paciente.
Cualquier habitante puede replicar a la arquitectura a partir de la articulada densidad de su propio acopio de referencias y recuerdos. Las exigencias características de la cita son la resonancia y la continuidad. La cita resulta inútil sin su objeto de referencia. Es decir, es un hecho inevitablemente doble. Sin original que lo respalde, no existe. Al igual que si la firma no puede repetirse no es válida. Solo a través de la copia adquiere su validez y su utilidad. Solo como hecho resonante y falsificado adquiere su riqueza y su valor. Por eso cuando se acuña un objeto explícitamente realizado para ser injertado en una cadena de citabilidad, permanece en el más oscuro rincón hasta no verse duplicado.
Le Corbusier es susceptible de ser fácilmente citado debido a la unión heterogénea de sus objetos. Mies van der Rohe con dificultad. Pero seguramente con Mendelhson, (por poner el caso de una continuidad extrema), es prácticamente imposible sin que parezca una inmensa copia fantasmagórica.
Por muy bien que se realice, la cita no puede escapar a esa dinámica. Maldice por necesidad. Esto es, dice mal. No acaba por pronunciar exactamente lo que el objeto original sugiere. Inevitablemente y en el mejor de los casos, la cita es un contra-decir. Una contradicción.
Sin embargo, citar es la única forma que nos queda para decir algo nuevo en un mundo tan condenadamente viejo.
(1)FERNÁN-GÓMEZ, Fernando, “Madre yo quiero un negro”, ABC, Miércoles, 14.2.2001, p. 3
(2)ANDREU, Blanca, “Nigra Sum”, ABC Cultural, 17.3.2001, p. 24.