25 de julio de 2016

CLAVARSE ASTILLAS


Acariciando el lomo de un animal inmenso pero tranquilo y pacífico, así anda Paul Rudolph, con ese encofrado de tablas de madera. 
La figura de aquel viejo arquitecto heroico paseando sus manos desnudas por el inmenso entablado se muestra con un goce indisimulado. El molde de hormigón que iban a ser esas maderas dejarían indudables huellas en la obra, por eso, como si fueran los lomos de un animal portador de grandes cargas, reciben ese cariñoso y glotón halago. Aunque indudablemente también tiene algo de simbólico sobre la relación del arquitecto con la materia. 
Mientras, esa bestia doméstica de listones permanece tranquila, aunque como todo animal poderoso, tal vez suelte alguna coz, en forma de astillas entre las uñas del confiado arquitecto o cosas peores. No puede olvidarse que todo encofrado tiene algo de sudario. 
Bajo esas tablas quedarán esas caricias y hasta la madera misma. Esa piel en negativo del hormigón que es el encofrado guardará muchas historias tras de sí. Historias de árboles en bosques perdidos, de madera flotando y luego aserrada, de afanados carpinteros, de arquitectos golosos con sus obras y de obreros arrancando con furia ese envoltorio, para ver aflorar al fin, el gris sucio e indestructible del muro de hormigón. Hasta que suceda aquello el arquitecto sigue ahí, acariciando a la bestia para que permanezca en calma antes de recibir su carga. 

6 comentarios:

ChusdB dijo...

Es verdad, Santiago.
Los encofrados de tablas de madera son preciosísimos... Como fotografías de algo vivo que nunca deja de morir.

Santiago de Molina dijo...

Algo vivo queda en ellos. Muchas gracias, Chus!

Eduardo Solana dijo...

Un amigo arquitecto me contó cómo aprendió de un oficial la forma de construir una escalera de caracol doméstica de hormigón con un acabado perfecto.
El problema es, en este caso, también de la materia, o mejor, de la lucha de un material formáceo (el hormigón) con uno claramente anisótropo (la madera). Como ésta admite mal la curvatura en elementos tan pequeños, el oficial construía el encofrado y luego lo enfoscaba de yeso; quedaba así una superficie perfecta.
En este caso, la huella de la madera en el hormigón dejaba paso al encuentro entre dos superficies teóricas, lisas.
P.S. otro día cabría hablar de los andamios, que a su manera también son un negativo de la arquitectura que cubren.

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por tu lectura y el comentario, Eduardo. Habrá que hablar de los andamios como funda de la arqutiectura, claro que si. Gracias!

Paco Casas dijo...

Qué curioso el amor de Rudolph por el hormigón a pesar de su experiencia con la industria naval y su aprecio por la construcción de barcos con acero, de la que dice (ahí se parece a Le Corbusier, como quizá en tantas otras cosas) que está mucho más avanzada que la arquitectura.
Precioso texto, Santiago. (Como siempre).
Un fuerte abrazo.

Santiago de Molina dijo...

Muchas gracias por tu lectura Paco.
Rudolph es un gran olvidado por su relato heroico de la modernidad.
Y la comparación con le Corbusier está muy bien traída.
Un abrazo y gracias de nuevo!