13 de febrero de 2012

CONTRA EL LUGAR



Como si fuese posible insultar a las montañas, o a la ciudad, o al clima, el gesto contra ellos tiene la inocencia y la provocación de quien se sabe ante unas deidades inaccesibles y tiránicas. Clamar al cielo, contra un estado y su gobierno, o despotricar contra el lugar a través de aspavientos, no es el sistema. Para ir contra el lugar, para destruirlo, para criticarlo, hay métodos mejores que los extremos de lo incendiario y lo inocente: la todopoderosa arquitectura.
Cuando el lugar ha degenerado en algo malvado, cruel o indeseable. Cuando hay que denunciar todo lo rancio que allí se ha instalado, todo lo vacío o todo lo monstruosamente ineficaz, la arquitectura se convierte en un extraordinario bisturí, capaz de extirpar lo decadente y muerto para cerrar heridas y restallar nuevos sentidos y futuro.
Así lo ha demostrado Machuca en el palacio de Carlos V, Santa Sofía, el Ayuntamiento de Göteborg, Le Corbusier con el Plan Voisin y el hospital de Venecia, y todos aquellos que con arquitectura han construido sobre lo construido. “No hay arquitectura sin destrucción, como no hay carpintero sin leñador ni cocinero sin matarife, y en esa condición violenta reside su grandeza culpable”(1).

(1) Dice el periodista y académico Fernández-Galiano en, “Una historia de violencia”, Arquitectura Viva, nº 110, Madrid, 2006.

2 comentarios:

Jack Babiloni dijo...

Cierto, querido Santiago; resulta extrañamente aparadójico que en cualquier creación artística el porcentaje de propuesta constructiva sea SIEMPRE cuantificablemente infinitesimal en relación con las disciplinas destructivas necesarias para ponerlo en pie; verbigracia, las siete Romas construidas sobre la Roma actual son sedimento enriquecedor en tanto que pasaron a mejor vida. No en vano, toda tierra fértil, también SIEMPRE, sólo puede abonarse a base de excrecencias.

Felicidades, de nuevo, por tu valiente impulso debatidor, amigo, y feliz semana.

Santiago de Molina dijo...

Crecemos sobre ese sedimento y a su vez seremos sedimento del porvenir. Es decir, no hay pasado que no resulte fructífero, como no hay presente que no lo sea. Por malo que sea.
Lo has dejado todo dicho.
Gracias, Jack!