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1 de agosto de 2022

ALDO ROSSI QUE ESTÁS EN LOS CIELOS


Aldo Rossi, arquitecto que permanece en el cajón de la historia por parte de las nuevas generaciones, no está tan muerto y enterrado como parece. De hecho, su fantasma sobrevuela por tantos y tantos proyectos de la actualidad que simplemente hoy es casi un trendintopic invisible. 
Al igual que hace apenas un lustro la arquitectura tecnopolítica y cachivachera era dependiente del inagotado manantial de Hejduk, hoy no podría existir la arquitectura de Office (Kersten Geers, David Van Severen) ni de Pier Vittorio Aureli, ni de tantos cazadores de tendencias, sin otro padre que Rossi. 
Esto bastaría para probar que se hacen necesarios veinticinco años, para poder resucitar y revalorar el trabajo de los ancestros. En ese tiempo el olvido ha limpiado las connotaciones en que el homenajeado desarrolló su trabajo, y a la vez permite su malinterpretación y su actualización. Son necesarios veinticinco años para que el lavaplatos del tiempo nos permita reivindicar el pasado. O lo que viene siendo lo mismo en términos orteguianos, una generación. 
Resumiendo, si quieren copiar, miren bien el calendario. 
Asegúrense de que el homenajeado esté muerto.
Y que merece ser copiado.
 

29 de noviembre de 2021

EL ÚLTIMO MAT BUILDING POSIBLE


El edificio alfombra, (o "Mat-building" si se quiere), puesto sobre el tapete en los años 60 y acotado con brillantez por Alison Smithson en Architectural Design en septiembre de 1974, fue asimilado por esa generación como una forma deseable, interconectada y abierta al crecimiento (o decrecimiento). Su éxito como prototipología - puesto que fue empleada como universidad, orfanato, hospital y centro de mayores -  se fue diluyendo con el paso de los años hasta pasar al olvido a pesar de las bondades sociopolíticas que encarnaba. Ocasionalmente, y años después, recuperó algo de su brillo bajo programas ligados principalmente a la vivienda... 
Dicho esto y a estas alturas, Rem Koolhaas sabe que todos sabemos en qué consiste un Mat-Building. Él mismo intentó parcialmente lidiar con el edificio tapiz en alguna de sus obras de los años 90, (en la ocupación en planta de las viviendas en Fukuoka o en el hotel en Agadir resuenan ecos de esa influencia). Sin embargo nadie, ni el mismo, había hecho hasta el momento un "edificio alfombra" como tal. Alfombra persa, me refiero. 
¿Se  trata de otra de sus conocidas bromas posmodernas?...
La sentencia "no hacemos sino glosarnos unos a otros" fue pronunciada hace siglos. Desde entonces el "todo está dicho" se ha dicho en exceso. Cada cita, cada copia en arquitectura pertenece a ese mundo de la ablación de un pedazo ajeno. Koolhaas, mejor que nadie, sabe que proyectamos por medio de nuestros fantasmas. La arquitectura habla por medio de la arquitectura. Para el arquitecto holandés, se trata de un hecho irrefutable: las formas, lo queramos o no, se repiten. La consecuencia es clara: solo un indocumentado o un estafador pueden defender su trabajo con el argumento de la novedad. (Además, solo un tonto les creería). Las obras dialogan con el pasado antes que con sus contemporáneas. Cada obra copia y responde a ese acto con su propio maldecir. "Copiar está mal visto, aunque si te fijas todo el mundo copia, solo que algunos son astutos" dijo Aragon.
Koolhaas ha cumplido setentaisiete años. Una edad para no andarse con bromitas. Un momento desde el que hacer balance o, en el caso de no sentirse exhausto, intentar cobrarse la última pieza de su particular colección.

6 de julio de 2015

LA FIRMA DEL ARQUITECTO


Durante los periodos heroicos de la modernidad puede que el primer proyecto de un arquitecto fuera la acción constitutiva de uno mismo: su firma. En algún momento de su carrera, como si fuese un verdadero primer proyecto, Le Corbusier o Mies van der Rohe hicieron lo propio con esos nombres y garabatos. La firma de un arquitecto significó entonces, además del establecimiento de un nombre, algo bien diferente. Tal vez no más complejo que lo que significa para un notario. Tal vez no tan insondable como lo es para un artista o un artesano. 
Sin embargo el sentido de la firma de aquel arquitecto recién nacido moderno no era precisamente el mismo que tenía para Picasso o Velázquez. El artista con cada rúbrica depositada sobre la obra, certifica su autenticidad. De hecho, falsificar el estilo o los temas de un artista no es aun hoy un delito, aunque si lo sea falsear su firma. Gracias a la firma, la obra de arte nos envía un mensaje doble: primeramente que la obra aspira a reconocerse como obra, y obra de arte; en segundo lugar, afirma que sobre ella estuvo el cuerpo y el talento depositados allí por el artista. Por eso, y de alguna manera, con cada firma el artista vende su cuerpo. Cada firma es, en el arte, una especial manera de “prostitución” ha dicho Barthes con algo de malicia. 
Sin embargo, y ya que el arquitecto no puede vender la huella que su cuerpo dejó sobre la obra, dado que no construye por sí mismo la arquitectura, ¿qué significó pues la firma de esos pioneros?. Melodramáticamente con su firma el arquitecto no vendía otra cosa que su derecho a la libertad, su responsabilidad y su prestigio. En fin, con su firma el arquitecto no vendía un cuerpo, sino quizás algo peor. 
La firma del arquitecto, aun hoy, es un signo de la responsabilidad que asume. Firma, y con ese acto asume la carga no de su obra, ya que ésta no es de su propiedad, sino la de haber contribuido, mal que bien, a ella. La firma significaba asumir una responsabilidad, semejante a la que se asume respecto a una progenie...
Una línea extraordinariamente recta, bajo el nombre de Le Corbusier. Una R sobradamente mayúscula en el apellido de Mies… No cabe ver hoy en esos trazos las firmas de unos meros artistas, sino los enigmáticos signos de una extraña pero valiosa forma de compromiso con lo ejecutado. Seguramente lo que representan esos signos, esos leves rasguños, fuera uno de los pocos motivos a los que aquellos arquitectos debían su pervivencia... 
Cabía esperar que tras la firma, tras ese primer proyecto de un arquitecto moderno, vendría el resto. Empezando por el proyecto de una silla y luego el de una casa (1). 

(1) COLOMINA, Beatriz, “A Name, then a Chair, then a House. How an Architect Was Made in the 20th Century”. Harvard Design Magazine, nº 15, 2001.

16 de junio de 2014

COPIAR HASTA EL EXTREMO


Copiar es un derecho. Un derecho aun de mayor antigüedad y peso que el copyright fundamentalista y mojigato de Occidente para preservar de modo encubierto un sentido de la autoría y su grandiosidad.
En este sentido, los seres vivos son una copia prácticamente indistinguible de su ADN precedente. El aprendizaje de los pintores desde tiempos inmemoriales proviene de la copia de directa de los modelos anteriores. Existe entre las estrellas, los planetas y las propias galaxias menos variedad que variedad de magdalenas en un supermercado medio europeo. El mundo de lo digital es el mundo donde la copia está instaurada en su propia razón de ser. Cortar y pegar, copiar archivos, duplicar y descargar son acciones que atacan de lleno y sin remedio el lacerante tema de los derechos intelectuales y de la patente. La copia en el arte goza de prestigio no solamente desde Duchamp y su urinario, o el Pop art, sino desde Laxcaux, donde ciervos y caballos se repiten sin fin. Incluso la propia cueva de Laxcaux se duplicará para su preservación, como ya sucedió en Altamira. La copia siempre ha sido garantía de preservación.
En otras palabras, nada queda ya que sea original. La clonación de la clonación es la realidad. La propia palabra original ha perdido sentido. Demasiado lejos de los orígenes, demasiado gastada la noción de autenticidad, ya solo la copia es posible. Salvo por un único problema, tal vez menor: el de su imposibilidad real. En el extremo, siempre los matices hacen la copia irrealizable.
Una infinitesimal e insignificante cadena de ADN diferencia en realidad unos seres vivos de otros hasta hacer parecer especies diferentes un padre de su progenie. El intento de copia, de falsificación y de plagio son vanos porque la materia, el tiempo y la vida se adhiere de modo distinto a cada objeto.
Copiar la Gioconda es imposible, porque la copia no estará nunca en el cuarto de baño de Napoleón. Porque la copia nunca será robada por Vincenzo Perugia del Louvre. Y acaso y también, aunque menos importante, porque incluso no existe ya aquel Da Vinci. Copiar el Pierre Menard que copiaba el Quijote, que copiaba Borges ha hecho de cada una, obras diferentes.
Copiar un templo griego, y tras el, otro, con diferencias aparentemente insustanciales hace que la cadena acabe variando levemente. Y que en esa variación se reconozcan diferentes generaciones y su tiempo. Copiar Grecia es lo que hacen Schinkel o Von Klenze. Sin esas copias no existiría Mies van der Rohe y las variaciones que el hizo de su propia obra…
La copia instaura una cadena de defectos, de errores, que hace que nada de las Vegas, o de China cuando se trata allí de fusilar en cartón piedra Roma, New York, París o un pueblo Suizo sea posible asemejarlo a lo precedente. Copiar, pues, Ronchamp, es tan imposible como imposible era copiar el Quijote o la Gioconda.
La copia puede ser un chiste, sin embargo será siempre diferente, (que no necesariamente valiosa).

6 de agosto de 2012

SIMETRÍA FEROZ

La simetría persigue a la arquitectura occidental como un perro de presa a un animal herido.
La modernidad trató, bajo todas sus formas, de huir de toda composición que recordara al pasado, y por ello cambió la simetría por un sistema de equilibrios no menos fiero. La simetría volvió a hostigar a la arquitectura en la posmodernidad, y ésta incluso asumió que tal vez no estaba tan mal morir bajo sus fauces encantadoras.
La simetría aparece, como un fantasma, incluso entre lo más aparentemente desordenado, porque es una secreta necesidad antropológica. El hombre aguarda su consuelo, y en cuanto haya ocasión, construye un universo mentalmente simétrico porque, para su tranquilidad, todo debe aspirar al equilibrio.
Pero si la arquitectura ansía la simetría como objeto lúdico, lo hace no solo por motivos metafísicos, sino de pura economía. Porque la simetría simplifica, y porque gracias a su presencia se construye y equilibra sin necesidad de costosa materia y con la mitad de esfuerzo mental.
La simetría aparece comprensiblemente en Venturi, en Rossi y en Kahn, pero también, como aquí e incómodamente, en Hertzberger. O en Mies, en quien, por cierto, se ha logrado obviar siquiera hablar de ella, como una visión extirpada en la que ya ni se percibe su presencia. Porque si la simetría es una bestia depredadora, hay quien ha creído domesticarla con algo de carnaza y de celo.
Pero, ¿de donde proviene su violencia oculta?, ¿gracias a que mecanismos nos amenaza?. La respuesta se encuentra en el mismo lugar que hace de los espejos máquinas inquietantes: del miedo a lo doble, a la copia y a lo falso. Del miedo a pensar que existe un lugar exacto, solo un poco más allá, en el que habita un doble nuestro. O del miedo a que seamos nosotros su doble falsificado y prescindible.
La simetría siempre retorna, siempre aflora,- como por otro lado la asimetría-, y no es ni vieja ni nueva. Simplemente está ahí, esperando para jugar, a la mínima ocasión, su juego preferido, la arquitectura.

27 de junio de 2011

CASAS DE PAPEL

Hace ya más de 20 años, en una exposición casi insustancial se congregaron cerca de cuarenta trabajos, bajo un único tema: “la casita de papel”. El elenco de arquitectos presentados fue tan amplio e irregular como los trabajos que éstos produjeron. Seguramente la época, pleno julio, el lugar, Málaga y la proximidad de las vacaciones, intervino de alguna manera en el resultado. (No obstante, como siempre, parece que  ni el clima ni el calendario resultó exculpatorio para los mejores).
El asunto no tenía nada de trascendente y se brindaba al juego y al chiste ingenioso. La colección de desfachateces resultó muy acorde a los signos de unos tiempos en que aún coleaba la ironía sórdida de la posmodernidad.
Entre semejante producción de papel maché en 30 por 30, caben destacar pajareras, casas a las que se adosaron tetas, columnas o hachazos, o aquellas que con aire afectado trataron de hacer poesía donde no solo resultaba imposible, sino quizás hasta inapropiado. Hay que contemplar las propuestas de Mendez da Rocha, de Campo Baeza, de Antonio Miranda, Luis Fernández Galiano, o Joan Busquets... para darse cuenta de estos extremos.
De entre todos aquellos juguetes hay pocos que con el paso del tiempo no hayan envejecido. El de Oíza es una de esas raras excepciones. Su propuesta, casi metafísica, casa contenedora de casas, mise en abyme, como una matrioska infinita, tiene ese difícil encanto de lo inmediato y de lo profundo. Homenaje a Borges o a las puertas de las catedrales románicas donde el arco se adentra en otro, sin descanso ni fin, como una escalera infinita de objetos que contienen objetos. No cabe por tanto en 30 por 30. Sabemos que tarde o temprano esa casa saltará por encima nuestro.
Por haber tocado temas medulares hay juegos que quizá no envejezcan. Y tal vez por eso mismo, cuando aparecen novedades que nos cautivan, siempre alguien se ha adelantado, al menos, veinte años.
En el mejor de los casos y respecto a los inventos, la arquitectura es una carrera siempre de segundos puestos y más vale estar prevenido ante la frase, por mentirosa y llena de vanidad de:“yo fui el primero”.

2 de enero de 2010

MIMESIS


La figura de Philip Johnson es tan controvertida como necesaria para explicar la arquitectura del siglo pasado, empezando por el “estilo internacional” y acabando por el deconstructivismo. Su talento para leer los signos de los tiempos fue quizás más importante que el mostrado para producir arquitectura.
La obra de Johnson siempre ha funcionado como un espejo o una antena. A las sucesivas preguntas a ese espejo mágico, ha respondido con citas al lenguaje de Mies, de Hejduk, de Ventury, de Eisenman, etc.... -el et cetĕra es aquí más que justo porque su producción es extensa y las referencias usadas son verdaderamente innumerables-.
Pero si nada en su obra parece propio, no significa que no exista en ella algo valioso.
Su famosa casa de vidrio resulta un eco inteligente, aunque travestido, de la casa Farnsworth de Mies. Junto a ella y en una finca de 19 hectáreas, Johnson construyó a lo largo de los años una larga serie de pabellones que, a la vista de lo dicho, podemos considerar uno de los mejores museos de la arquitectura del siglo XX. No importa que todos sean proyectos-citas a otras arquitecturas, a fin de cuentas son los periodos por los que ha trascurrido su vida y esa finca también es su propia biografía.
Una de esas intervenciones es la Ghost House, una pequeña cabaña de malla de simple torsión y tubos de acero, erigida en 1984 sobre las ruinas de una construcción existente, con la finalidad de proteger una plantación de lirios de las enredaderas silvestres. Si bien Johnson habla de la obra de Gehry como su referencia material, se cruzan en su recorrido la pajarera de Price y los intereses artísticos de Dan Graham. 
“Ten cuidado: de tanto jugar a ser fantasma, uno acaba convirtiéndose en uno”, rezaba el aviso de Roger Caillois al comienzo de su artículo sobre el mimetismo para la revista Minotaure. El mimetismo entraña un riesgo de abolir el límite necesario que tiene todo ser vivo respecto a lo que le rodea. Es decir, de mantener su propia diferencia. El ser mimético destruye su borde y se funde con lo mimetizado. “Entonces el cuerpo se desolidariza del pensamiento, el individuo cruza la frontera de su piel y habita del otro lado de sus sentidos. [...] Es parecido a algo, pero solo parecido. E inventa espacios en los que él es la `posesión convulsiva´”.(1)
Tal vez ninguna obra sea mejor reflejo de los problemas que encarna Philip Johnson como esta insignificancia de alambre y acero. Tal vez ninguna palabra le define mejor que la de ser una personalidad con una vocación de “posesión convulsiva” hacia la arquitectura, y la suya una tarea de coleccionista.

(1) CAILLOIS, Roger, “Mimétisme et psychastenie legéndaire, Minotaure, 1935,  citado en KRAUSS, Rosalind, E.,”Corpus Delicti” en Lo fotográfico, por una teoría de los desplazamientos, GG, Barcelona, 2002, pp. 184

9 de diciembre de 2009

COPIAR


Copiar sin piedad, sin pudor, impunemente.
Sin miedo.
Afortunadamente para su vitalidad, la arquitectura siempre ha avanzado sobre esa vía dinamizadora. Pero no copiar como el que arrasa un territorio y lo esquilma. No copiar como un ladrón, sino de un modo generoso y en parte anónimo, con un doble compromiso hacia lo copiado y hacia el futuro.
Porque una vez ejecutada la obra, el arquitecto se convierte en donante, para que otros puedan a su vez adquirir los pequeños logros alcanzados. Para ello no basta copiar sin ton ni son, sino que es necesario conocer el origen y las intenciones de la copia,- incluso el espíritu que la anima-, no sea que a base de derivadas, estemos ante un clon degenerado e improductivo del que no se reconoce ni origen ni padre: una vía muerta. Ya el lugar, las costumbres constructivas, el clima y los materiales, ya las eventualidades, los accidentes y las dificultades de la obra, harán necesariamente que ésta se trasforme en algo distinto a su origen.
Sobre esa tierra concreta, ante unas dificultades específicas, el proyecto dejará de ser un vil plagio y empezará a murmurar su propia realidad.
Copiar como herramienta liberadora, con la naturalidad del que usa un desatascador en una cañería obstruida. O copiar como el que sabe que los inventos y las obras maestras corresponden a momentos diferentes a las actuales postrimerías.