En el colmo se da un resumen y una densidad diferentes que en otras partes de una obra o de una trayectoria profesional. El colmo goza de la categoría de punctum y se sitúa en un extremo sobresignificante, sea por complejidad, por riqueza, por renuncia o por exceso. En ese lugar se produce una forma de condensación única. No es casualidad que, en su origen, el colmo provenga de la misma palabra que se emplea para definir esa familia de nubes masivas y exuberantes denominada cumulus. El colmo es, ciertamente, una masa, pero una que sobresale de un recipiente. Consecuentemente, para llegar al colmo, es necesario un sistema de referencia del que se produce un desbordamiento, a la vez que ese exceso acaba convertido en una categoría diferente del resto. El colmo necesita de una “idea”, de una frontera o de un canon. En arquitectura, el colmo puede ser un detalle transformado en emblema de toda la obra, una obra en sí misma convertida en algo ejemplar dentro de un conjunto, o incluso un arquitecto en relación con un maestro. Lo único seguro es que se encuentra situado sobre el límite permitido no solo por el sentido común de la forma y la economía.
El minimalismo es uno de los colmos más famosos, como también lo es el rococó. En el encuentro de una arista de vidrio con un exquisito perfil de acero cromado de Mies puede encontrarse el mismo tipo de colmo que en la pata de una silla Luis XV. El colmo roza sistemáticamente los extremos, sean del drama o del chiste. Dicho todo esto, y como puede comprenderse, hoy no hay colmo posible para la posmodernidad, sea la canónica o la reactualizada, porque siempre puede ir más allá de sí misma. Tras un colmo siempre puede encontrarse otro y otro más. Lo que recuerda que, desgraciadamente, el colmo posee no solo estas potencias, sino una intrínseca connotación negativa. Porque, tras mucho visitar esos lugares extremos, uno acaba, como en los chistes, hasta el colmo de los colmos.
In the culmination one finds a summary and a density different from those found in other parts of a work or a professional trajectory. The culmination enjoys the status of punctum and occupies an over-signifying extreme, whether through complexity, richness, renunciation, or excess. In that place a unique form of condensation occurs. It is no coincidence that, in its origin, the word culmination derives from the same root used to name that family of massive, exuberant clouds called cumulus. The culmination is, certainly, a mass, but one that protrudes from its container. Consequently, to reach the culmination, a system of reference is needed—one that is overflowed, while that very excess becomes a category distinct from the rest. The culmination requires an “idea”, a boundary, or a canon. In architecture, the culmination can be a detail transformed into the emblem of an entire work, a work in itself made exemplary within a whole, or even an architect in relation to a master. The only certainty is that it lies beyond the limit allowed not only by the common sense of form but also by economy itself.
Minimalism is one of the most famous culminations, as is rococo. In the meeting of a glass edge with an exquisite chrome steel profile by Mies one may find the same kind of culmination as in the leg of a Louis XV chair. The culmination systematically brushes against extremes, whether of drama or of joke. That said, and as can be understood, today there is no possible culmination for postmodernism, canonical or renewed, because it can always go beyond itself. After one culmination there can always be another, and another still. This reminds us that, unfortunately, the culmination possesses not only these powers but also an intrinsic negative connotation. Because after spending too much time visiting such extreme places, one ends up, as in the jokes, up to the culmination of culminations.
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