Hay que entender el contexto en que se desarrolla la labor de la arquitectura para comprender muchos de sus productos. Y si esta afirmación tiene carácter universal aun lo es más en el caso de uno de los más importantes estudios de arquitectura de la actualidad. Tal es el caso de Herzog y de Meuron.
Podría rastrearse el origen de sus trabajos vinculados a Rossi, también podría hablarse de su desarrollo como estudio desde su puesta en escena mediática a través de la fantástica obra de los almacenes Ricola a mediados de los años 80, de los flirteos entre arte y arquitectura y del renovado poder de la imagen, pero de lo que no podría no hablarse es de la presencia en su trabajo de una investigación sobre lo que la materia es capaz de dar de si.
Por encima de su paso por etapas formales, claras hasta el cambio de siglo, -desde un gusto por el contenedor neutro hasta la exhuberancia tipológica y formal-, la materia para ellos ha transitado por todas sus fases y estados posibles: desde lo más primitivo a lo más barroco, aunque siempre en un proceso extraordinariamente elaborado. A este respecto su interés por la materia siempre ha estado fundado sobre dos aspectos: la escala de la materia y su capacidad de evocación.
Para Herzog y de Meuron la materia nunca ha sido materia en bruto. Siempre ha existido para ellos una historia de sus aplicaciones, de sus fracasos y de sus posibilidades tanto como un espectador capaz de percibirla y contemplarla en relación a su distancia, corporeidad y una especial fisiología humana del ojo y la mirada. La percepción óptica de la escala de la materia ha primado en el juego de su arquitectura como una estrategia visual determinante y lo ha hecho por encima del tacto. O dicho de otro modo, para Herzog y De Meuron la materia siempre ha sido importante en cuanto que es capaz de destapar y poner en cuestión, como hacen los magos e ilusionistas, un sistema de percepción del que cabe aprovecharse para producir sorpresas: materia visual.
Por otro lado, la materia para esta oficina, es siempre susceptible de ser llevada a un nuevo límite gracias a los avances de la industria. La materia para Herzog y de Meuron es materia industrializada y lo es, no tanto por el modo en que la arquitectura desarrolla hoy su labor, sino por un convencimiento en la fusión de lo artesanal y lo industrial cercana, digamos, al pensamiento de un William Morris. Es decir, para Herzog y de Meuron la industria es la única hoy capaz de ofrecer auténtica artesanía.
Dicho esto es interesante observar como la materia ha ido recuperando en su obra y con el paso de los años espesor, barroquismo y “sofisticación”, (es decir, el vínculo con el primitivo trabajo que ejercían sobre la palabra los viejos sofistas). Sus intereses han transitado desde el entendimiento de la materia como imagen pura, a que ésta adquiriera volumen, o a entender, paradójicamente, incluso la forma como materia. Y podemos ver ejemplos de todo lo anterior en las serigrafías sobre hormigón o vidrio de los años 90, en el
edificio de Prada, en la piel de las
bodegas Dominus, o en el más reciente
museo para Vitra donde la tipología es "rossiana" materia apilada como troncos de leña.
Todas sus obras, una vez convertidos en uno de los despachos más musculosos de nuestro tiempo, tienen, y creo que es especialmente gracias a su trabajo sobre esta especial faceta material, el especial tono, húmedo y esforzado, del atleta triunfante tras batir, incesantemente, un nuevo record.
En una antología de las obras más influyentes de los últimos veinticinco años, estarían muchas de sus obras. En una antología de obras maestras quizás podría concluirse que ninguna. Esto solo significa que el trabajo de Herzog y de Meuron tal vez no deba ser juzgado por los logros de cada obra, sino por su conjunto.