21 de noviembre de 2016

RASTRILLA HASTA QUE NO SIENTAS LOS RIÑONES


Las piedras ancladas al suelo de este jardín de Rioan-ji desde tiempos inmemoriales permanecen agrupadas e imperturbables como constelaciones de estrellas. Recubiertas de musgo como bosques en miniatura, el espacio entre ellas se tensa como la cuerda de un arco y se hace posible pensar que en un mundo de liliputienses se podría cruzar a nado entre esos archipiélagos que no están ni muy cerca ni excesivamente lejos. Tras un par de horas de meditación se puede concluir, más tranquilo, que el vacío es un espacio mejor configurado y más real que las propias piedras... 
¡Ay Japón! Con sus cerezos en flor, sus templos sintoístas, la meditación zen y sus jardines de gravilla que reflejan la luna... 
Y hete aquí que en medio de esta tranquila meditación, en ese jardín que legendariamente no deja ver sus quince piedras a la vez, y donde cada una tiene sus nombres y apellidos, como las montañas de un paisaje familiar, uno se encuentra al monje de turno con la cerviz vencida por el rastrillo. Pisando un poco como sobre las puntas de los pies, como una bailarina, marchando hacia atrás casi sin ver, con la amenaza de que "lo fregado" se vaya a malograr... 
Y dale que dale cada mañana antes de que lleguen los turistas, rastrillando una gravilla que en algún momento debe llegar a odiarse...Y dale al rastrillo diario que recoge las hojas secas que caen del otro lado de la tapia milenaria... Y uno, utilitarista incorregible y ya distraído, se pregunta si no sería mejor la vida del monje en cuestión con un palo del rastrillo un poco más largo y un sopla hojas de esos, vespertinos y ruidosos... Y luego te arrepientes y te llamas a ti mismo borrico e insensible. Para concluir que el único consuelo de este trabajo diario es que las cosas bonitas cuestan. (Al menos lo mismo que las feas). Y que ya puestos, qué hermosa ocupación esa de rastrillar grava como las olas del mar o las estaciones o las nubes. Y que la naturaleza imita al arte. Y que sin esa gravilla que es la arquitectura que difícil sería ver las nubes, o las estaciones o ser sensibles al diario oleaje marino…

2 comentarios:

Victor dijo...

Hola Santiago, soy un ex-alumno, leo todos tus artículos aunque creo que esta es la primera vez que dejo un comentario.

Hace poco estuve de viaje por Japón y me pasé por la Villa Katsura gracias a al post que dejaste hace tiempo sobre ella, fue una auténtica revelación.

En este otro artículo has conseguido poner en palabras algunas de las cosas que me pasaron por la cabeza observando este jardín del templo Ryōan-ji, y que ni yo mismo puedo explicar cuando me preguntan por qué es un lugar tan especial.

Gracias por tus pequeñas reflexiones, siempre das mucho que pensar con muy pocas palabras, y esto no es nada fácil.

Santiago de Molina dijo...

Hola Victor,
Muchísimas gracias por tu comentario. Más aún por leerlo sin guardar mal recuerdo por haberme sufrido como profesor.
Ese jardín es verdaderamente una cosa misteriosa y llena de belleza.
Me alegra además que llegases a ver Katsura porque es un momento muy emocionante.
Un afectuoso saludo y gracias de nuevo.