2 de diciembre de 2013

LA FINGIDA SOLEDAD DEL ARQUITECTO


El arquitecto nunca está solo. “El arquitecto no hace él solo ni la caseta del perro”, decía Javier Carvajal. Ambas fórmulas encierran una verdad acuciante: por mucho que algunos de los protagonistas de la arquitectura de todos los tiempos hayan aparecido ligados a la historia con sus nombres bramantes y poderosos, erguidos frente al mundo como monumentos al genio creador, solos no habrían construido ni un refugio de podencos. Ni Palladio, ni Fischer von Erlach, ni Loos, ni Koolhaas, ni mucho menos, Le Corbusier.
Ahí, en la imagen anda precisamente Le Corbusier, perdido entre personas, cercano al centro, cercano a su primo y mano derecha, perdido entre todo el personal que colaboró en la construcción del edificio del Capitolio de la ciudad de Chandigarh. La fingida soledad del arquitecto, producto de una mentalidad renacentista que hacía de cada artesano alguien nacido bajo el signo de Saturno, está cada vez más lejana de aquel padre mitológico. Nuevos mitos han ido ocupando con el paso de las décadas esa incómoda paternidad. La tecnología, la normativa y la complejidad de la vida han puesto cada vez más de manifiesto que, el del arquitecto, es un trabajo cercano al del confesor, al del obrero de la fábrica de automoción, al del pastor de ganado y al del psiquiatra forense.
El papel del arquitecto se haya entre engranajes cada vez más complejos y hace depender su labor de una especial forma de diálogo. Nada está ya supeditado a su voluntad, ni acaso a la de su cliente o a la de los participantes en la obra, sino a la pura y simple consecución coherente de algo superior. Poco queda del arquitecto como general al mando de un ejército. Poco de aquel arquitecto-director de una cacareante orquesta. Poco depende ya la arquitectura de un arquitecto que mande, organice o dirija, porque al mando de todo se encuentra, siempre fue así, algo superior a él llamado Arquitectura. Y es sabido que de no obedecer sus órdenes calmas, por mucho que se la conjure a gritos, no hará acto de presencia.

5 comentarios:

Risco dijo...

... Y sin embargo, al arquitecto se le sigue conociendo por su nombre.

Es cierto que cada vez hay más gente a nuestro alrededor, que esta vida colectiva, global hasta en el detalle, diluye lo individual. Es posible que nuestra participación durante el proceso requiera de mucha gente, pero si miramos atrás, quizás no todo haya cambiado. Cuando pienso en el viejo "firmitas, utilitas, venustas", sigo creyendo que los tres conceptos aún nos pertenecen en exclusiva.

Santiago de Molina dijo...

Hola Risco,

Seguramente hay algo de verdad en lo que dices. Sin embargo me cuesta creer que la triada de Vitruvio tenga otro dueño que la Arquitectura. Y nadie más.
Esa herencia de Vitruvio es algo amenazado, coincido contigo, aunque no sé si por el trabajo en equipo, o más bien por la impericia y la ligereza en lo que en realidad significa la arquitectura.
Un abrazo y gracias por tu comentario

Rodion dijo...

El 3 de mayo se celebra el día del albañil en México, originalmente toda la gente del ramo de la construcción (ingenieros, arquitectos, hasta electricistas y plomeros) celebraban juntos ese día. Ahora hay un día del ingeniero y del arquitecto, como si fueran hechos separados.

Dice Christopher Alexander que la segregación es un síntoma de la esquizofrenia. Puede ser.

Santiago de Molina dijo...

Hola Ruben,

La segregación es síntoma y causa de pobrezas. Gracias y saludos

Anónimo dijo...

"La soledad del arquitecto"..es producto del conford que creamos dentro de nuestro entorno...RL