25 de septiembre de 2010

LO SUPERFLUO



El mundo nos rodea y abruma con detalles irrelevantes. Una costra, un reino de lo gratuito, del que es imposible escapar porque todo lo recubre.
Por ello la literatura, a semejanza de la vida, emplea detalles inexplicables que no colman la narración ni dan sentido a los personajes pero que, como un resorte, logran dotar la obra de temporalidad y representar esa aparente insignificancia de la realidad.
Con algo de práctica es sencillo distinguir lo evidentemente superfluo, lo incongruente. Pero hay un tipo especial de añadidos que aunque no cuelgan de la idea principal ni afectan a su coherencia, muestran historias cruzadas como un palimpsesto. Estos detalles de más, al contrario que ripios y costuras, no contribuyen a la unidad ni al tejido del todo, no hablan de la historia del tiempo en que han crecido, ni del autor, ni de la formación de la obra, sino que lo hacen de un tipo especial de flaqueza: significan lo insignificante. Luminarias, despieces de materiales, pasamanos y cierto mobiliario de segundo orden, son sus lugares preferentes en la arquitectura.
En un mundo de lo necesario y de la economía, siempre cabe el remordimiento por lo construido de más, por el escombro de las cosas rebosantes, por lo innecesario. Sin embargo en esos detalles superfluos se encierra cierto tipo de imperfección que toda obra debe contener. Esa dosis de aspereza, dosis de debilidad, de caída de Ícaro, hace de la obra algo humano. Igual que en el cuadro del pintor amamos en la línea aparentemente recta el temblor del pincel, el accidente del granulado que lo hizo saltar, o la leve caída por el cansancio al final de su trazo. En esos detalles de la arquitectura debe sentirse al hombre y sus debilidades y torpezas. Porque no hay nada humano que no contenga una dosis de fracaso.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

La esencia de un obra, tiene una capacidad de perdurar, que trasciende esos detalles.
que a mi entender son tan necesarios conmo el alcohol en los perfumes.

Por seguir con la metáfora,la evolución del perfume, sacrifica en función de las condiciones externas, aquellos ingredientes que eran únicamente necesarios en una primera fase, y retiene las esencias del mismo.

Ese momento de ruina olfativa, de decadencia hacia la idea principal,nos permite en ocasiones un mayor disfrute, que se realza por oposición al perfume completo.

Jack Babiloni dijo...

Qué sería del arte sin el adorno urgente, el capricho de emergencia ultraemocional, el malabarismo de las torpezas que pasaron todos los cortes del criterio, fronteras de la única orografía que puede prescindir de tierra fértil con exquisita y elegante eficiencia; conviértase siempre el artista en erudito de las supresiones procesales tanto como de las supervivencias minusválidas.

Enhorabuena por otro de tus microensayos para inagitar después de usar, amigo Santiago.

Santiago de Molina dijo...

Creo, con vosotros, que como en el arte, los perfumes y la vida, el resorte secreto del placer es la sutileza.

Gracias por vuestros preciosos comentarios.

David Caralt dijo...

En la primera lámpara de John Ruskin, la del sacrificio, justamente, cuando habla de la distinción entre arquitectura y construcción, escribe: "Nadie calificará de arquitectónicas las leyes que determinan la altura de un parapeto o la disposición de un baluarte. Pero si al paramento de piedra del baluarte se le añadiera algo innecesario, como una moldura, por ejemplo, ahí habrá arquitectura".

No puedo estar más de acuerdo contigo en todo lo que dices Santiago, y especialmente me agrada y suscribo absolutamente que "esa dosis de debilidad -o superfluo, digámosle como queramos- hace de la obra algo humano". ¡No lo olvidemos nunca a la hora de proyectar!

Muchas gracias y un abrazo,

D.

Santiago de Molina dijo...

David,
Que gran rescate el de Ruskin. Gracias por traerlo.
Lo superfluo en pequeñas dosis y tanto mejor si lo es sin fingimientos, como por accidente.
Gracias por tu comentario!!!
Saludos!!