24 de marzo de 2010
COLISIONES
Al encontrarse con este
banco-barandilla, los habitantes de la Casa Chitarrini debieron sentir la misma
sorpresa que los griegos al toparse con el centauro Quirón.
Sin embargo el encuentro del banco
y la barandilla no es nítido, en absoluto. La frontera entre ambas se limita en
apariencia a una simple curvatura. Y si es así, ¿A quién pertenece la zona
intermedia?. Esas preguntas insidiosas no sirven para aclarar la esencia de
estas monstruosidades, igual que a una hidra o a una esfinge no se las acosa de
modo innecesario, no sea que acabemos partidos en dos, de un golpe y sin
contemplaciones.
De lo que no cabe duda es que el
resultado no pertenece a la casta de los objetos verdaderamente híbridos, ni a
los juegos de un auténtico collage. El híbrido busca las simpatías entre sus
fragmentos y lo hace empleando la estrategia del parasitismo y la simbiosis
como método de unión. Cada objeto proporciona características que otros no
poseen generando un objeto alternativo. Para el collage la superposición y el
pegamento entre sus fragmentos se mostraría como el tercer elemento
significante y la independencia de los objetos originales sería patente.
Quizás ni siquiera a Mario Ridolfi
cabe hacerle preguntas sobre el resultado o los motivos de esa conjunción. La
respuesta, de evidente, resulta ofensiva: La escalera, sin más, asciende
primorosa y el banco es la sugerencia del necesario respiro antes de
acometerla. Como si el ascenso fuese infinito, y el edificio de unas simples
viviendas fuese una verdadera torre. O simplemente fuese el lugar previsto para
la tertulia mañanera de los vecinos, trazado con la habilidad de quién conoce
la esencia de los espacios verdaderamente comunes.
El caso es que las barras de la
barandilla hacen del banco un ejército de personajes sentados, a la espera de
quién sabe que permiso para levantarse y echar a andar. Y el hueco insidioso y
siempre inútil bajo la zanca de la escalera ha quedado desviado del centro de
atención del espacio.
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AÑADIR,
COLLAGE
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22 de marzo de 2010
PROCESOS
Por un momento no estaría de más
entender el origen del proyecto como una narración. Pero, ¿De qué personajes?,
¿De qué historia?, ¿Con qué dirección?, ¿Con qué argumento?.
A partir de una arbitrariedad
inicial, la historia de cada proyecto asciende a la superficie del papel a base
de acumular y hacer chocar intuiciones, imágenes y datos; de ponerlos en
conflicto y hacerlos dialogar y convivir. Al empezar a proyectar se queda
poseído por algo semejante a un síndrome de Diógenes arquitectónico, donde nada
debe despreciarse y donde ese acumular basura, - basura solo en apariencia -,
dota de profundidad y sentido al proceso. La narración se forma en cada imagen
que se presenta a escena, en cada instante por el que el tema protagonista pasa
a un segundo plano o se ramifica; cuando la trama se desbarata y aparece la
situación incómoda y el error. Cuando todo necesita recomenzarse porque ha
perdido sentido o porque la forma pergeñada resulta vacía.
Todos esos instantes configuran
su historia. Estas historias no importan en realidad, puesto que solo la obra
cuenta, pero esa biografía del proyecto se entreteje secretamente con la del
autor y la misma arquitectura. El arquitecto guardará memoria de esos procesos,
y si no lo remedia, puede que acabe invadido por ellos y conviertan su hacer en
un método, o lo que es peor, en un estilo. Sin embargo, la arquitectura
dejará velada esa narración que la dio forma como algo valioso, al igual que
los auténticos manjares dejan ocultos bajo sabores delicados y memorables las
auténticas sustancias nutrientes.
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FORMATIVIDAD
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19 de marzo de 2010
TENSION MATERIAL
Puestos a tratar el tema de lo vertical en arquitectura, ningún elemento mejor que la columna. Puestos a elegir un orden arquitectónico para construir una sucesión de columnas a ras de suelo, ninguno mejor que el dórico. Puestos a elegir un material para todo ello, nada mejor que el mármol pentélico. Pero si por casualidad uno está en San Pedro en pleno siglo XVII, y los arquitectos precedentes han usado con profusión el mármol travertino, comienzan los conflictos.
Para reforzar la tensión vertical de la columna el orden dórico griego había empleado las acanaladuras: Las luces y las sombras, cambiantes y móviles, alojaban una sucesión de líneas afiladas en la misma dirección que el soporte. El diámetro variable y la aparición del éntasis reforzaban aun más la esbeltez. Sabemos que en la ejecución del templo dórico se producía el tallado de las acanaladuras in situ, una vez que el soporte ya estaba erigido, prácticamente como parte del trabajo escultórico.
En la columnata levantada por Gian Lorenzo Bernini en San Pedro de Roma, los conflictos nacen de su encuentro con el material. El travertino permite su tallado pero no puede librarse de los fuertes contrastes de tono en unas franjas que van del gris al pardo. Como material de una columna solo tiene sentido con la dirección de veta horizontal, paralelo al suelo y en la posición que se encontraba en su formación geológica primigenia. En el sentido contrario, el travertino se vuelve terriblemente frágil y quebradizo.
Si el orden venía impuesto por la tradición, y el material por el conjunto desarrollado desde Bramante, a Bernini solo le restaba generar cambios en las proporciones de ese orden para compensar la tendencia horizontalizante de la veta del mármol y cierta disposición de esas columnas. El resultado es una anomalía tan del gusto barroco, donde un orden dórico se presenta con unas proporciones de corintio. El conjunto se compensa a media distancia, donde aun se percibe la textura del material, gracias al escorzo constante debido a la elipse del trazado general la plaza que permite ver las columnas más esbeltas al ser siempre tapadas por las precedentes.
Junto al resto de los problemas a los que se enfrenta el proyecto de Bernini para la Plaza, problemas urbanos y proporcionales con la fachada de Maderno que harían palidecer al más templado, el gesto del abrazo solo parece un lema publicitario.
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15 de marzo de 2010
CUESTION DE FORMA
Barthes recuerda claramente la
respuesta de Valéry cuando le animaban a publicar los cursos del Colegio de
Francia: “La forma cuesta cara”.
La forma exige un trabajo ingente
en el sentido más artesanal de la palabra; trabajo de limpieza de las
significaciones incrustadas y de pulido de las imprecisiones que causan
peligrosos extravíos y esclavitudes.
La forma cuesta cara, y eso sin
hablar siquiera de dinero.
Cuando la forma arquitectónica
parece más libre que nunca de la necesidad de conservar la huella del trabajo
que la moldeaba, que parece libre del lugar y de las dificultades de su
construcción, incluso de la relación entre la obra y el autor, consolidando su
condición de objeto individual y eliminando los lazos biográficos que mantenía
con el arquitecto en términos de continuidad y pertenencia, la forma resulta
más cara que nunca.
Libre de esas cadenas históricas,
el conjunto de las formas ha pasado a constituirse en un sistema equivalente al
de la moda o al del mercado automovilístico, donde la acumulación exponencial
de objetos exclusivos apenas contribuye a percibir una imagen de lo realmente
contemporáneo y aplaza la tarea crítica de hallar lo valioso al paso del
tiempo.
Pero la forma cuesta cara, y al
igual que los vástagos que uno arroja al mundo tienen derechos, existe un tipo
especial de responsabilidad sobre las imágenes o las obras de arquitectura. Es
un derecho que emana de lugares profundos y que se plasma, cuanto menos, en la
voluntad de reconocimiento y prestigio que el arquitecto reclama a la sociedad
por medio de la forma.
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10 de marzo de 2010
INTERFERENCIAS
Le Corbusier, que presumía de
todo sin pudor, presumía sobre todo de tener buen ojo. Y lo hacía en cada
libro, en cada comentario y en cada palabra. Esto que puede resultar
extenuante, era, sin embargo, verdad. Atento a todo lo que le rodeaba, “alma
siempre en vigilia”, la aparición de cualquier situación era motivo para
demostrarlo. Que el contexto no fuera el adecuado es otra cuestión.
Por ello resulta sorprendente que
en el Modulor, - libro, conviene recordar, que trata principalmente sobre el
tema de la “divina proportione”-, apareciese una observación sobre el invento
de unas pegatinas, “zip-a-tone”, empleadas con abundancia para tramar
superficies del dibujo hasta la irrupción del sombreado de los programas de ordenador:
“El “zip-a-tone”, es un
producto puesto recientemente a disposición de los talleres de dibujo, los
fotograbadores y los empresarios de publicidad. Son hojas de celofán
trasparente recubiertas de tramas variadas impresas en negro [...] Para entrar
en el juego (inesperado) que os propongo, basta con tomar el primer fragmento
de “zip-a-tone”, que os caiga en mano, colocarlo sobre su pareja y, haciéndolo
girar imperceptiblemente de izquierda a derecha o viceversa, se echará de ver
que se han determinado, en el tiempo de un cuarto de rotación, siete distintos
dibujos de hexágono. Esto sucede bajo nuestros ojos: en un segundo, habéis
visto nacer y desarrollarse un fenómeno geométrico impresionante. Más si, en
vuestra rotación, no os habéis detenido en las etapas convenientes, la
geometría no existirá. Os quedaréis delante de la puerta, ¡en lo
inconsistente!.
Este fenómeno de
interferencia, lo mismo delata el hiato que muestra la perfección. Todo aquí
depende de vosotros o de las circunstancias de vuestra lectura o de vuestra
inatención, o de un ínfimo desplazamiento del objeto. La riqueza del mundo se
encuentra precisamente en esos matices exactos que el vulgo se olvida de ver
porque imagina una riqueza espectacular, ruidosa, torrencial, etc.... que sólo
frecuenta terrenos privilegiados, inaccesibles para los modestos... ¡Bastó con
observar!...” (1)
A nosotros nos queda, además,
imaginar los proyectos a los que debieron pertenecer los restos de esas de
pegatinas, como los retales de un sastre que indirectamente hablan del traje
original, (y que seguramente un estudioso sería capaz, tras años y minuciosas
pesquisas, de identificar). Nos queda imaginar lo difícil de su publicación,
donde el tramado de la imprenta superpuesto a esos, haría todo aun más complejo.
Y queda admirar la incansable vocación plástica de le Corbusier, que no pierde
la oportunidad de componer un cuadro con el conjunto de esos trozos
superpuestos. La geometría y su interferencia, como siempre, es una excusa.
(1) LE CORBUSIER, El Modulor,
Editorial Poseidón, Buenos Aires, 1980, (1953), pp. 150-154
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8 de marzo de 2010
LA LECCION
La lección de arquitectura aparece como algo
espontáneo. El proyecto resuena en el aula y todos se convierten, súbitamente,
en jugadores de ese magnífico juego. Entonces la lección, por mucho que tenga
aspecto de algo severo y afirmativo, se desborda como una nueva pregunta, más
precisa y ágil, que esa cuestión inicial que es el proyecto.
La lección aparece como un "leer en
común", como un desvelar lo que allí permanece oculto y consiste en
señalar las conexiones y los desarrollos de esos dibujos, en establecer las
relaciones que unas cosas guardan con otras y entre si, y tiene como raíz el
hecho de explicar, de aclarar y descubrir los orígenes recónditos de la forma.
Para la lección poco importa que el proyecto sea
bueno o malo. Nada que ver con la crítica, con el discurso o el monólogo. La
lección de proyectos comparte vocación con el coloquio y con el arte epistolar,
donde el receptor de la carta está presente en cada línea y en cada silencio.
Porque el profesor dicta la lección de proyectos
para dos oyentes: el alumno y el mismo. Para uno será una lección más, a la
espera de la lección definitiva que ilumine el resto de su hacer; para él, cada
lección actualiza esa especie de juramento hipocrático del docente: el juramento
de la esperanza.
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5 de marzo de 2010
PERSONAJES (2)
Del mismo modo que el ser humano no puede escapar de si
mismo, a la arquitectura le es negado escapar del habitante. Como un eco, como
una prótesis, la arquitectura parece no poder sustraerse a esa cadena
inexorable. Ese es el motivo por que toda columna, en su disposición vertical y
erguida, se asemeja al espectador que la contempla; y por el que una puerta es
también una boca; y unos ojos, ventanas.
La tensión entre un arte por definición abstracto y su
dimensión antropomórfica es una fuente de conflictos insoslayables. La relación
entre la obra de arquitectura y el cuerpo que la contempla genera de modo
natural la oportunidad de la escala, pero cuando esos compromisos se tornan
figurativos aparecen rarezas con diferente calado.
El palazzo Zuccari y el monstruo del jardín de Bomarzo con
sus bocas-puertas amenazantes, o la escena de “Mon Oncle”, donde las ventanas
son ojos que vigilan a Monsieur Hulot, son solo algunas de sus imágenes más
populares.
Aparentemente, los compromisos figurativos son guiños que no
añaden sino cierta sorpresa. Pocos arquitectos como Álvaro Siza disfrutan tanto
con ese tipo de travesuras. En el pabellón Carlos Ramos, por ejemplo, se
descubre la presencia de un rostro en una de sus fachadas solo cuando el
espectador se aleja de ella. Mientras, se trata solo de una puerta y unas
juiciosas ventanas. Pero el juego tiene consecuencias: Si en ese punto existe
una cara que nos observa, el otro extremo es el final del organismo y se
introduce un conflicto con la disposición natural en C de la planta. Igual que
si en una serpiente quisiera engullir a un elefante por la mitad de su figura.
Sin embargo si la puerta rostro no ordena la planta ni establece el acceso,
todo resulta ser un simple alboroto. Un simple juego, que solo desvela esa
secreta esclavitud del ser humano, que en todo lugar ve ecos de si mismo.
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3 de marzo de 2010
INTERCAMBIOS
A pesar de los esfuerzos de la última década del siglo XX
los intercambios entre disciplinas han sido más bien escasos. No puede culparse
a nadie. La filosofía, la sociología o la biología no han sido más que sugerencias
que apenas han logrado traspasar la gruesa piel disciplinar de la arquitectura.Por mucho esfuerzo que se ha hecho, el ladrillo se resiste a
Derridá y a la deconstrucción, (no así la tortilla).
Mucho es de temer que el camino inverso ha resultado igual de infructuoso. Cada disciplina dispone de sus propias herramientas, y a lo máximo que puede aspirar es al artificial paralelo de la analogía o la metáfora. Una de las causas más probables de esa profilaxis disciplinar sea la extrema especialización del siglo XX. Cuando la sabiduría aun era posible, los trasvases entre disciplinas eran moneda de cambio habitual. La hibridación disciplinar es cosa del pasado. Basta una prueba.
Sir Christopher Wren fue uno de esos extraños casos entre un temperamento científico y la vocación arquitectónica. Newton, que no era muy proclive a los piropos, lo consideraba uno de los escasos genios de su tiempo. Sus investigaciones sobre astronomía y medicina son leyenda. Los avances en medicina no son menores. Además de ser el autor del moderno hospital de Greenwich, Sir Christopher Wren fue el responsable del invento de la aguja hipodérmica al inyectar vino con el cañón hueco de una pluma de ave a un animal, y probar después con opio en un ser humano. Gracias a ese invento, que más tarde se iría sustituyendo por acero, hoy es considerado uno de los fundadores de la moderna anestesia.
En justa reciprocidad, eran necesarios doscientos años hasta la llegada del Doctor John Snow para ver herramientas de arquitectura en manos de la medicina.
John Snow, además de médico era un profundo conocedor de la topografía y la geografía, aficiones por aquel entonces prácticamente inocuas salvo para militares y arquitectos. Sin embargo gracias a esa afición extraña, en 1854 elaboró un mapa de Londres donde señalaba los casos de cólera. Por medio de ese mapa fue capaz de localizar la fuente de agua contaminada que generaba la enfermedad y sentó las bases de la moderna epidemología al derrocar las teorías miasmáticas imperantes. Desde entonces el empleo de la topografía es necesario para la medicina.
No hay un intercambio disciplinar de la arquitectura semejante, en cuanto claridad y eficacia, en todo el siglo XX.
Mucho es de temer que el camino inverso ha resultado igual de infructuoso. Cada disciplina dispone de sus propias herramientas, y a lo máximo que puede aspirar es al artificial paralelo de la analogía o la metáfora. Una de las causas más probables de esa profilaxis disciplinar sea la extrema especialización del siglo XX. Cuando la sabiduría aun era posible, los trasvases entre disciplinas eran moneda de cambio habitual. La hibridación disciplinar es cosa del pasado. Basta una prueba.
Sir Christopher Wren fue uno de esos extraños casos entre un temperamento científico y la vocación arquitectónica. Newton, que no era muy proclive a los piropos, lo consideraba uno de los escasos genios de su tiempo. Sus investigaciones sobre astronomía y medicina son leyenda. Los avances en medicina no son menores. Además de ser el autor del moderno hospital de Greenwich, Sir Christopher Wren fue el responsable del invento de la aguja hipodérmica al inyectar vino con el cañón hueco de una pluma de ave a un animal, y probar después con opio en un ser humano. Gracias a ese invento, que más tarde se iría sustituyendo por acero, hoy es considerado uno de los fundadores de la moderna anestesia.
En justa reciprocidad, eran necesarios doscientos años hasta la llegada del Doctor John Snow para ver herramientas de arquitectura en manos de la medicina.
John Snow, además de médico era un profundo conocedor de la topografía y la geografía, aficiones por aquel entonces prácticamente inocuas salvo para militares y arquitectos. Sin embargo gracias a esa afición extraña, en 1854 elaboró un mapa de Londres donde señalaba los casos de cólera. Por medio de ese mapa fue capaz de localizar la fuente de agua contaminada que generaba la enfermedad y sentó las bases de la moderna epidemología al derrocar las teorías miasmáticas imperantes. Desde entonces el empleo de la topografía es necesario para la medicina.
No hay un intercambio disciplinar de la arquitectura semejante, en cuanto claridad y eficacia, en todo el siglo XX.
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28 de febrero de 2010
DISTINGUIR
Panofsky preguntaba abiertamente a sus alumnos:
“¿Les resulta familiar la Alexandra de Lycophron?, ¿Entienden el
significado de Virgilius Maro Gammaticus?, ¿El de los estudios Asirios
de Hiob Ludolph?, ¿El Somniun de Kepler?” y cuando éstos negaban,
moviendo con la cabeza, les respondía, “Caballeros, ustedes tienen aún que
descubrir el valor del conocimiento inútil”. (1)
Hoy, más que nunca, esas palabras resultan
subversivas. El pragmatismo que nos rodea hace de lo inútil una herejía de
diletantes. Sin embargo, cuántos libros malos son ineludibles para tomar
conciencia de los buenos. Cómo diferenciar dónde está el proyecto o la
información verdaderamente valiosa. Esa es la pregunta clave del mundo que nos
rodea. También la más necesaria.
La anécdota de Panofsky encierra además una
actitud insólita. Querer enfrentarse a la dificultad de encontrar lo
importante, - y no lo espectacular o lo novedoso-, requiere de la generosidad a
que está llamado todo temperamento intelectual, y por ende, todo arquitecto.
(1) HECKSCHER, William S. “Erwin Panofsky: Un curriculum
vitae”, recogido en PANOFSKY, Erwin, Sobre el estilo. Tres ensayos inéditos,
Paidos estética, Barcelona, 2000, pp. 206
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24 de febrero de 2010
PERSONAJES (1)
A la vuelta de un viaje a la India, Alison y Peter Smithson
comentan maravillados el hallazgo de la lota, una sencilla vasija de uso
cotidiano. “¿Pero cómo se podría hoy diseñar una?”. Con la delicadeza terrible
de un cirujano desgranan sus cualidades: habría que prestar atención a la
cantidad óptima de líquido. Al tamaño, para su manipulación. A su transporte. A
su equilibrio. Tener presente el problema de la dinámica del fluido. Su forma
para adaptarse al cuerpo. El almacenaje. Su limpieza. Su textura. La
transmisión de calor. Su material. La suavidad visual de su contorno y su
sonido. Su coste. Sus desechos. Su venta. Sus valores estéticos y
antropológicos...(1)
Frente a esta vasija cuyo análisis preciso es requerido por
los Smithson, las empleadas por el arquitecto mejicano Luis Barragán en tantas
de sus casas no son menos admirables. Y eso que las tinajas de Barragán son inútiles. Es decir,
no deben su presencia a ninguna de las cualidades del exquisito análisis
forense de los Smithson.
Las de Barragán están libres de toda función. Ya no
responden a textura, forma o sonido. Sencillamente han trascendido su buen o
mal uso como objeto. Ni siquiera poseen ese amable carácter ornamental, con que
tantos otros viejos objetos se travisten en las revistas de decoración
semanales. Las de Barragán son solo personajes de color gris y tiempo. Pero
personajes que imprimen y completan el sentido de la obra donde actúan,
amplificando su olvidada función simbólica.
Son personajes y como tales, tremendas presencias reales,
capaces de cambiar el tono del espacio. No son metáforas sino habitantes, y los
otros habitantes, -nosotros-, cuando la arquitectura se puebla con ellos los
sentimos como amables fantasmas.
Solo el conjunto de esas dos facetas colman secretamente
nuestro encuentro diario con los objetos que nos rodean.
(1) SMITHSON, Alison y Peter, Cambiando el arte de habitar, editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2001, pp 133 y 134
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19 de febrero de 2010
LA PUERTA GIRATORIA
Desde Charlot, nadie duda de los aspectos cómicos de la
puerta giratoria. Devolver al usuario incesantemente al exterior es una jugosa
peripecia. Entre sus cualidades arquitectónicas está el tener una hoja que nos
muestra simultáneamente su haz y su envés, no saber su sentido de apertura
hasta el mismo instante en que se la empuja, y ser un trasbordador espacial
entre dos universos para un viaje que apenas dura media vuelta. Respecto a las
virtudes anteriores, casi es secundario el ahorro de espacio que supone frente
a un cortavientos.
La puerta giratoria es un invento de los bancos de Chicago
para evitar que los atracadores irrumpieran con las metralletas apuntando
directamente al personal. La puerta giratoria les obligaba a entrar con el arma
apuntando al techo o al suelo. Y de uno en uno. Esta boutade de
Fullaondo, cuyo conocimiento debo a un gran amigo, es seguramente falsa, pero
no por ello deja de ser el motivo más respetable para tan fabuloso objeto.
PD: Theophilus Van Kannel patentó en 1865 un ingenio para
deshuesar cerezas. Cuarenta y dos años más tarde fue el inventor y propietario
de una de las atracciones más famosas del Luna Park en Coney Island, “Witching
waves”; una pista de cochecitos que se deslizaban sobre un plano flexible que
se deformaba por un mecanismo de ruedas oculto bajo la superficie.
No interesa sólo intentar reflexionar sobre qué saltos da la imaginación de un inventor americano, sino saber que en 1889, es galardonado con la "John Scott Legacy Medal" por su contribución a la sociedad. Su mérito: haber patentado en 1888 la puerta giratoria.
La vida real a veces parece también una "boutade".
PD2: A nadie parece importarle que un pobre alemán (H. Bockhacker) ya hubiera patentado una puerta similar en 1881 ("tür ohne luftzug" o "puerta sin corrientes de aire"). Esta información se la debemos a María Arana.
No interesa sólo intentar reflexionar sobre qué saltos da la imaginación de un inventor americano, sino saber que en 1889, es galardonado con la "John Scott Legacy Medal" por su contribución a la sociedad. Su mérito: haber patentado en 1888 la puerta giratoria.
La vida real a veces parece también una "boutade".
PD2: A nadie parece importarle que un pobre alemán (H. Bockhacker) ya hubiera patentado una puerta similar en 1881 ("tür ohne luftzug" o "puerta sin corrientes de aire"). Esta información se la debemos a María Arana.
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17 de febrero de 2010
CONTRACIUDAD
Italo Calvino, a quien tanto debe la
arquitectura, observa en un fragmento de su Marcovaldo: “En la ciudad
vertical, en la ciudad comprimida donde todos los huecos tienden a llenarse y
cada bloque de cemento a compenetrarse con otros bloques de cemento, se abre
una especie de contraciudad, de ciudad en negativo, que consiste en tajadas
vacías entre muro y muro, distancias mínimas preescritas por las ordenanzas
municipales entre una construcción y otra, entre las traseras de los edificios;
es una ciudad de paredes medianeras, huecos de luz, canales de ventilación,
entradas cocheras, patios interiores, pasos a sótanos, como una red de canales
secos en un planeta de yeso y alquitrán”.(1)
Los huecos sin rellenar que nos descubre Calvino son una red de lugares inhabitables, de sobras de ciudad. Esos despojos que ni siquiera alcanzan la categoría de no-lugares, puesto que éstos no son territorios cuyo tránsito sea mudo como lo son las gasolineras o los supermercados de Augé. Los espacios de la contraciudad son los espacios que quedan entre paredes, las cámaras bufas, los restos medianeros y las parcelaciones. Los intersticios en los cuales el único habitante posible es el polvo.
Sin embargo esa ciudad en negativo es valiosa: Gracia a ella, lo habitable es límpido, ordenado y cargado de sentido. Esos espacios, que tan mala prensa tienen entre la modernidad y las aulas, y que se califican despectivamente como “residuales”, mantienen impresa una utilidad indirecta. La arquitectura los conoce bien: cúpulas y cubiertas diferencian entre el cierre exterior y el forro interior dejando intermedios invisibles. Igual sucede con los muros, que responden simultáneamente a las necesidades de la ciudad y su acomodo interior. Los ejemplos del óculo de Santa María de Brá o los lucernarios de Aalto en Imatra, recogidos por Venturi para hablar más de la complejidad que de la contradicción, debieran bastar como ejemplo. Esos espacios son también un fiel relato de la historia. La ciudad y la arquitectura ha crecido dejando islas y zonas que ya no se pueden destruir, ni utilizar. El pasado no se manifiesta tanto en los monumentos como en esos residuos.
Los huecos sin rellenar que nos descubre Calvino son una red de lugares inhabitables, de sobras de ciudad. Esos despojos que ni siquiera alcanzan la categoría de no-lugares, puesto que éstos no son territorios cuyo tránsito sea mudo como lo son las gasolineras o los supermercados de Augé. Los espacios de la contraciudad son los espacios que quedan entre paredes, las cámaras bufas, los restos medianeros y las parcelaciones. Los intersticios en los cuales el único habitante posible es el polvo.
Sin embargo esa ciudad en negativo es valiosa: Gracia a ella, lo habitable es límpido, ordenado y cargado de sentido. Esos espacios, que tan mala prensa tienen entre la modernidad y las aulas, y que se califican despectivamente como “residuales”, mantienen impresa una utilidad indirecta. La arquitectura los conoce bien: cúpulas y cubiertas diferencian entre el cierre exterior y el forro interior dejando intermedios invisibles. Igual sucede con los muros, que responden simultáneamente a las necesidades de la ciudad y su acomodo interior. Los ejemplos del óculo de Santa María de Brá o los lucernarios de Aalto en Imatra, recogidos por Venturi para hablar más de la complejidad que de la contradicción, debieran bastar como ejemplo. Esos espacios son también un fiel relato de la historia. La ciudad y la arquitectura ha crecido dejando islas y zonas que ya no se pueden destruir, ni utilizar. El pasado no se manifiesta tanto en los monumentos como en esos residuos.
Lo anterior no significa que todo
espacio de la ciudad tenga valor. Igual que existe una contraciudad, existe
también una ciudad-mugre superpuesta a las anteriores, sin ninguna
significación ni trascendencia. Pero el espacio residual de la contraciudad del
que hablamos es siempre útil, (aunque no necesariamente utilizable y menos
desde el punto de vista de la utilidad arquitectónica). Gordon Matta Clark
demostró que existe una posible redención para muchos de ellos por medio del
arte. En 1973 compró una serie de propiedades en Queens y Staten Island, en
Nueva York. Todas ellas habían salido a subasta por 25 dólares cada una. Un
buen precio por unos terrenos si no fuera porque todos eran retales
inaccesibles de ciudad: “Una o dos de las mejores eran una franja de unos
treinta centímetros de un camino de acceso, y un cuadrado de treinta por
treinta en una acera. Y las demás eran bordillos y desagües. Lo que quería
hacer básicamente era designar espacios que no serían vistos y menos ocupados.
Comprarlos era mi propia forma de destacar el carácter extraño de esas líneas
de demarcación.” (2).
Los fotografió, y junto al título
de propiedad y la parcela, fueron enmarcados y expuestos. Desde entonces vagan
por las paredes los mejores museos de arte moderno del mundo.
Tiempo después aquellos solares fueron embargados de nuevo al no haberse pagado los tributos anuales que les correspondían. Volvieron así, a ocultarse de nuevo, como alimañas, en la contraciudad que nos rodea.
Tiempo después aquellos solares fueron embargados de nuevo al no haberse pagado los tributos anuales que les correspondían. Volvieron así, a ocultarse de nuevo, como alimañas, en la contraciudad que nos rodea.
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14 de febrero de 2010
LOS RITOS DE PASO
El ser humano es el animal
fronterizo por antonomasia. Pero a diferencia de otros seres vivos, el hombre,
es consciente de los tránsitos, y los pone en valor mediante el mecanismo del
rito. Arnold van Gennep se decidió abordar hace más de cien años y bajo el
título “Los Ritos de Paso”, esa problemática. Tras un estudio que no ha perdido
empuje, señala que desde el Renacimiento se está produciendo una eliminación
progresiva de las ceremonias asociadas a esos límites.
Las murallas se sustituyeron por
líneas invisibles trazadas sobre un mapa. Antiguamente la puerta era custodiada
por guardianes, monstruos alados y grifos amenazantes. La civilización los ha
ido relevando por llaves y cerraduras. Podemos añadir hoy que las llaves se han
convertido en combinaciones sobre un teclado. Los guardianes se podían
considerar como algo perteneciente a la puerta, indivisible. Y el umbral que
contenía ese tránsito era percibido como espacio necesario e irrenunciable.
Esos ritos señalan las
diferencias entre el interior y el exterior, pero también entre la vida y la
muerte, entre la concepción y el parto, entre la pubertad y la madurez, entre
el estado seglar y el sacerdotal. La despedida, el noviazgo, la aceptación en
un grupo, en una sociedad, el divorcio, la expulsión, la siembra, la vendimia,
la adopción, un cumpleaños, el repudio, la pertenencia a una profesión...
El mérito de Arnold van Gennep
está en inventar uno de esos raros sistemas teóricos fundados en un sencillo
concepto unificador, capaz de explicar todos los fenómenos humanos. Maravilla
que sea un folclorista y etnógrafo quien haya producido una teoría general
sobre los tránsitos y los umbrales. Lo que equivale a decir, confirmando su
hipótesis, que incluso entre disciplinas lejanas también existen “ritos de
paso” hacia la arquitectura.
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10 de febrero de 2010
CAZAR
Las ideas poco importan en
realidad. El verdadero arquitecto abandona su idea inicial por otra que aparece
cuando busca la forma de la que quería. Y se encuentra convertido en alguien
más poderoso y serio, cuando al aparecer esa otra forma, no solo la reconoce
sino que la recupera y direcciona.
La idea es un ser con
ramificaciones, por eso no basta solo con ella. La práctica del proyecto de
arquitectura obliga a perseguir, no la idea de una simple dirección, sino sus
posibilidades. El arquitecto acecha la trayectoria de esa idea compuesta por
forma y sentido, y, poco a poco, la condensa en el proyecto.
A ojos del espectador final de la
arquitectura, esa forma trasmite sin resquicios la sabiduría y la capacidad
inventiva del creador. Sin embargo el arquitecto solo ha sido un cazador
preciso y sereno que ha batido su presa, igual que un león entre gacelas.
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IDEAR
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8 de febrero de 2010
LA ACTUALIDAD DEL BRUTALISMO
El término “brutalismo” se lo sacó de la manga Reyner Banham
para definir una corriente de obras inexplicables, toscas y desaliñadas entre
las décadas de los 50 y finales de los 60 del siglo pasado. La obra brutalista
hacía empleo de materiales cuya expresividad era mostrada con el fingido
desprecio con que lo haría un dandy. De ese modo el material se volvió objeto,
y se puso sobre la mesa uno de los mayores conflictos de la arquitectura blanca
y depurada del movimiento moderno.
Curiosamente quien puso en práctica el brutalismo fue quien
más arquitectura blanca y depurada había generado: Le Corbusier. Y por
supuesto, y como siempre, no se quedó solo. Rápidamente, y pasando del hormigón
a otros materiales, le siguieron selectas minorías, degenerando de nuevo, en
estilo.
El recorrido del brutalismo, sin entrar siquiera en su más
importante dimensión utópica, y haciendo gala de un inconfundible “torpe aliño
indumentario”, sirvió de contrapeso a los vacuos refinamientos de la exhausta
modernidad. Tanta pulcritud había dejado a un lado muchas de las cosas
trascendentes, entre ellas la relación de la arquitectura con el habitante.
Todo ello supuso una vuelta de tuerca de la arquitectura principalmente
respecto a su dimensión social, no obstante su abierta y decidida postura respecto a la dimensión de la obra
como fenómeno perceptivo, -y no solamente visual-, hoy resulta de más alcance.
Hoy vivimos, “cada vez más en un eterno presente aplanado por
la velocidad y la simultaneidad”, dice Pallasmaa, “en lugar de una experiencia
plástica y espacial con una base existencial, la arquitectura ha adoptado la
estrategia psicológica de la publicidad”.
Sin embargo la experiencia de la arquitectura es un conglomerado
de todos los sentidos. Ojos, sí. Pero ojos y músculo, esqueleto, tacto y
olfato... La tarea de la arquitectura sería así entendida, “hacer visible como
nos toca el mundo” como dice Merleau-Ponty de Cézanne. (1)
Hoy, donde todo es encantador, donde una proliferación
purulenta de imágenes nos hace llegar la arquitectura envuelta en hermosos
resplandores crepusculares; donde el público de lo que sucede en la
arquitectura, se multiplica más que los actores; donde la percepción de la
historia se banaliza y donde todos los síntomas apuntan a la extenuación de una
época, el brutalismo, con su elogio a lo tosco y a los valores táctiles de la
arquitectura es, todavía, una fuente de inspiración. O de consuelo, nunca se
sabe.
(1) PALLASMAA,
Juhani, Los ojos de la piel, editorial GG, Barcelona, 2006, pp.47
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5 de febrero de 2010
VENTANA DE UN MATERIAL
Cuando hay un empeño firme por hacer una obra de
un solo material, – y exagerando aunque no mucho, tal es el caso de las
iglesias de San Pedro y San Marcos de Sigurd Lewerentz-, los problemas suelen
llegar con las excepciones: ¿Cómo hacer una ventana?.
Estas limitaciones, - al igual que hay quien se obliga en escribir poesía bajo el yugo del verso endecasílabo o del soneto con estrambote-, han forzado a Lewerentz a hacer desaparecer allí incluso el molesto vidrio y sus carpinterías, relegándolo al exterior donde es sujeto con grapas metálicas, o simplemente apoyado.
La energía en el diseño de esas ventanas no se dedica al encuentro de montantes, a la apertura, a evitar la entrada de agua o tantas otras cosas, que de ordinario ocupan la mente del arquitecto, sino al plegado y disposición material que rodea el hueco. De ese modo, ha desplazando el problema del cierre, a la disposición de la masa en torno al hueco hasta hacerla significante. Pero no con el recurso de simular unos grosores o una masa inexistente, sino por que Lewerentz siente que, al igual que es necesario el umbral para que el habitante se adecue al interior, también ese tránsito debe serle concedido a la luz.
El hueco es el lugar donde la materia se repliega por medio de quiebros, entrantes y aristas, para acompasar y custodiar la luz hacia el interior, trasformada ya en algo tamizado y selecto. Y la ventana de un solo material, como vehículo transparente, permite el paso de la luz – o del espíritu- a la antes oscura habitación.
Estas limitaciones, - al igual que hay quien se obliga en escribir poesía bajo el yugo del verso endecasílabo o del soneto con estrambote-, han forzado a Lewerentz a hacer desaparecer allí incluso el molesto vidrio y sus carpinterías, relegándolo al exterior donde es sujeto con grapas metálicas, o simplemente apoyado.
La energía en el diseño de esas ventanas no se dedica al encuentro de montantes, a la apertura, a evitar la entrada de agua o tantas otras cosas, que de ordinario ocupan la mente del arquitecto, sino al plegado y disposición material que rodea el hueco. De ese modo, ha desplazando el problema del cierre, a la disposición de la masa en torno al hueco hasta hacerla significante. Pero no con el recurso de simular unos grosores o una masa inexistente, sino por que Lewerentz siente que, al igual que es necesario el umbral para que el habitante se adecue al interior, también ese tránsito debe serle concedido a la luz.
El hueco es el lugar donde la materia se repliega por medio de quiebros, entrantes y aristas, para acompasar y custodiar la luz hacia el interior, trasformada ya en algo tamizado y selecto. Y la ventana de un solo material, como vehículo transparente, permite el paso de la luz – o del espíritu- a la antes oscura habitación.
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LUZ,
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VENTANA
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3 de febrero de 2010
CORTESIA
Respecto al lugar en que se asienta, la obra de arquitectura es, por encima de todo, un ejercicio de cortesía. Igual que cuando se es invitado a una fiesta y por mera educación se presta oído antes de irrumpir con un comentario que pudiese resultar impertinente. No sea que el tema que se tiene entre manos sea más sutil o delicado que el que uno imaginaba; o por el contrario, sea dañino o vacuo, y haya que cambiar el tono cuanto antes para salvar la reunión del aburrimiento.
La arquitectura existente, en ese diálogo ya iniciado, tiene derecho de enriquecerse y ganar con lo nuevo. Lo nuevo tiene con lo existente, deber de urbanidad, es decir, de atención y comedimiento. La ciudad y el paisaje estaban expectantes antes incluso que existiesen como tales. Otras construcciones dejaron huellas sobre el solar y éste guarda memoria viva de ello. Todo estaba dispuesto para dar cabida a la nueva obra.
Cortesía, para que al finalizar la fiesta todos salieran como de la vida misma, ni borrachos, ni sedientos de la nueva arquitectura.
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1 de febrero de 2010
SOBRE SOSTRES
Entre 1941 y 1944, salen de la
escuela de arquitectura: Cabrero, Valls, Aburto, Coderch, Fisac, de la Sota,
Moragas, Fernández del Amo, y Sostres. Para ninguna otra generación de
arquitectos españoles, el movimiento moderno resultó tan influyente.
De todos, la figura de Sostres
es, con mucho, la más oscura pero no la menos brillante. Se le ha marginado,
santificado, y vuelto a olvidar, en un proceso cíclico y continuo debido a
varios motivos: lo irregular de su producción, la visceralidad de la crítica y
su silencio.
Cuando parecía que entraba por la puerta grande de la madurez, extrañamente, dejó de producir arquitectura. Vienen a la mente otros casos famosos: Berthold Lubetkin dejó la arquitectura para acabar dedicándose a la cría de cerdos en una granja de Gloucestershire durante más de veinticinco años (1). Rimbaud pasó de genial poeta adolescente al abandono, incluso al aborrecimiento vital de la palabra escrita. Marcel Duchamp, dejó de pintar, de repente, durante más de veinte años, y poco antes de morir, descubrió su obra Dados...
Cuando parecía que entraba por la puerta grande de la madurez, extrañamente, dejó de producir arquitectura. Vienen a la mente otros casos famosos: Berthold Lubetkin dejó la arquitectura para acabar dedicándose a la cría de cerdos en una granja de Gloucestershire durante más de veinticinco años (1). Rimbaud pasó de genial poeta adolescente al abandono, incluso al aborrecimiento vital de la palabra escrita. Marcel Duchamp, dejó de pintar, de repente, durante más de veinte años, y poco antes de morir, descubrió su obra Dados...
En el repertorio de Sostres
aparecen dos obras verdaderamente importantes y algunas notables. Solo por la
casa Moratiel y el Noticiero Universal su figura merece atención.
Un aperitivo para aquel
interesado en su obra es este interior de la casa Moratiel. Entre la obra
proyectada y la fotografiada por Catalá Roca, en un espacio modesto pero lleno
de intenciones, aparece un radiador en medio del salón: raspa o el esqueleto del
armario que debió ser en un instante anterior en el proceso de gestación de la
forma. Alguien ha señalado que las líneas verticales del radiador juegan con
las del enlistonado del patio. El conjunto es, sobre todo, una valiosa
escultura de luz y sombra en el espacio, digna del mejor Moholy-Nagy. Interesa
de esos restos abandonados que hablan de las contingencias del proceso de
proyecto y de un arquitecto deudor de su tiempo. En un tiempo, ya pasado pero
memorable, donde la contención de las respuestas era tan elocuente como las
mismas preguntas:
“´El arquitecto medio, a falta de modelos seguros, acaba
por ser influenciado por las manifestaciones más vistosas, o sea por la moda,
interpretando así la arquitectura moderna como el enésimo estilo decorativo y
perdiendo de vista los hechos que preceden a la creación de toda forma´. La
verdadera obra de arte nace de un acto selectivo de autolimitación, y éste es
un buen camino para llegar a la perfección, en términos artísticos”.(2)
Estas palabras tienen más de 50 años. No es Sostres arquitecto del que valga un ligero aperitivo.
Estas palabras tienen más de 50 años. No es Sostres arquitecto del que valga un ligero aperitivo.
(1) GARCíAS, J., Carlos, y MEADE, M.K., “Les pingouins et
les hommes”, en VVAA. Lubetkin, Bruselas,
1983, pp. 13
(2) SOSTRES, José María, Opiniones
sobre arquitectura. Comisión de cultura del Colegio Oficial de Aparejadores
y Arquitectos técnicos, galería Yerba;
Consejería de Educación y Cultura de Murcia. Colección de arquitectura nº 10,
Murcia, 1983. pp. 66
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29 de enero de 2010
ACUEDUCTO EXTRAÑO
En la misma bienal de Milán en la que acechaba aquel animal-templo, se mostraba también esta extraña arquitectura, igualmente de Navarro Baldeweg. Sobra decir que bajo la apariencia de acueducto se esconde un animal saciando su sed. Animal bicéfalo, entre gárgola, desagüe y alambique, pero con cabezas afiladas y punzantes. Sus patas son las de una bestia elefántica, y el sistema de columnas y dinteles es sustituido por la de un organismo de muros, arcos y una sustancia licuada que lo recorre.
Las dos situaciones vistas, - de animal-templo y acueducto-bestia-, comparten una base operativa: Engarzar, igual que un orfebre, lo sólido y pesado, con lo pequeño, ligero y fluido; y amasar, igual que un panadero, ambigüedad y símbolo. Fruto de ello, nace algo innombrable pero real.
Algo de orfebre y de panadero tiene el oficio de arquitecto.
Algo de orfebre y de panadero tiene el oficio de arquitecto.
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27 de enero de 2010
ANIMAL EXTRAÑO
La traza de este cuadrúpedo, vigilante y extraño, corresponde a Navarro Baldeweg. Corzo o tigre, es un centinela del espacio que lo rodea. Una esfinge que, elástica, se ha erguido. Pero algo en esos trazos han hecho que el animal haya perdido su condición.
El peso se distribuye en equilibrio sobre cuatro apoyos sólidos. Las patas, como columnas, facilitan el contacto con un terreno imaginario pero cierto. El cuerpo, como un dintel, los unifica y remata sin dulzuras. Así, el animal se convierte en un templo.
Pero al igual que toda obra debe contener desconciertos, los ojos y el apoyo de la cabeza, hacen del conjunto algo móvil e inestable, como un jarrón sobre la arista de una mesa.
El equilibrio parece a punto de desbaratarse. Y sin embargo ahí permanece, prolongado en el tiempo; dejando esa ilusión en suspenso. Igual sucede en cada templo, desde el Partenón a Segesta.
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