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10 de noviembre de 2009
ELEVAR LA MIRADA
En la historia solo ciertos arquitectos se han hecho
necesarios. Junto con los que han logrado obras delicadas, brillantes o
memorables, también se hallan los que han hecho cambiar el enfoque de la
arquitectura y han iluminado zonas que hasta entonces se hallaban en tinieblas.
De los últimos, quizá alguna de sus producciones sean notables, pero su
dimensión como catalizadores de arquitectura las desborda. Tal es el caso de
Eisenman, Piranesi, Boullée, Serlio y Yona Friedman.
Es fácil vindicar hoy la figura de Friedman, tras la
popularidad y el resurgir de toda la metafísica situacionista. Grandes
exposiciones y fastos se han celebrado y hoy goza del reconocimiento que nunca
tuvo en el momento de su mayor esplendor intelectual. Hoy todas las utopías de
los años 70 quedan como símbolos perdidos y ni siquiera el trabajo de los metabolistas
ha logrado cosechar los éxitos soñados, - lo poco que resta del trabajo de
Kishō Kurokawa está siendo demolido sin contemplaciones- .
El peso de las propuestas de Friedman, y sus ciudades
verdaderamente tridimensionales, apelando en parte a las propuestas de
Hilberseimer y a la separación corbuseriana de las circulaciones, se constituye
aun en una visión arquitectónica de valor.
La realidad de sus ilustraciones encierran toda una poética,
no maquinal, de una ciudad cercana y posible. Sin embargo de todas las
aportaciones de la ciudad de Friedman, desde mi punto de vista, la más
importante se concentra en el colocar un techo a las ciudades existentes.
Ese techo y su altura son lo que aun hoy resulta tanto más excitante que la
nueva ciudad en sí. La sabiduría de su altura variable según los montajes,
permite hacer de zonas de París o Londres, auténticos salones, recibidores y
dormitorios urbanos, y a su vez, reinterpretar y rehacer sus existencias
esclerotizadas desde hace siglos.
Junto a eso, los amables dibujos, expresados con la
sencillez con que se hace un garabato en una servilleta de papel, no resultan
sobrecogedores ni apabullantes. No es una ciudad antipática ni alienante sino
una que pasa sobre lo existente como la sombra de los árboles lo hacen sobre un
parque. El garbo de la forma de expresión a pesar de la amplitud de su
desarrollo, no deja de sorprender y muestra a un arquitecto con una enorme
ambición, sobre todo, humanística.
Habitar las ciudades de Friedman significa hoy hacerlo sobre
la capacidad del arquitecto para soñar con otros mundos posibles. De ahí que su
legado permanezca para generaciones que han crecido bajo el exclusivo mandato
del material y la realidad, como una meta hacia los fines más altos a que la
arquitectura debe aspirar.
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29 de octubre de 2009
SUMAR
Si a la estructura domino
de Le Corbusier se le añade una escalera mecánica, afirma Koolhaas, el
resultado es un perfecto centro comercial. He ahí los requerimientos
fundamentales de una tipología que se extiende por todo el mundo: flexibilidad
y facilidad de recorridos.
Aunque inocente en apariencia, la
ilustración final coincide con la iconografía de las revistas de posguerra
norteamericanas y logra evocar el optimismo del recién inventado mundo de los
electrodomésticos y la cultura de consumo.
Si se mira aun con más atención, el resultado ni siquiera es ya un edificio, sino un resplandeciente modelo que se nos ofrece como un objeto más. Digno de ser usado hasta que el desgaste, o hasta que uno todavía más nuevo, lo arrincone en el sótano de los trastos viejos.
Si se mira aun con más atención, el resultado ni siquiera es ya un edificio, sino un resplandeciente modelo que se nos ofrece como un objeto más. Digno de ser usado hasta que el desgaste, o hasta que uno todavía más nuevo, lo arrincone en el sótano de los trastos viejos.
A nadie se le escapa que eso no
les ocurre a las verdaderas ideas de arquitectura.
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18 de septiembre de 2009
BEING ANDREA PALLADIO
Tan solo por lograr absorber las irregularidades de la
edificación existente con un lenguaje renacentista, la Basílica de Vicenza de
Andrea Palladio merece su fama. Si a esas virtudes se suman la capacidad de
articular la complejidad de los espacios urbanos que la rodean y la inventiva
de unos ritmos constructivos sorprendentes, su lugar en la historia del arte
parece un hecho de mera justicia.
La disonancia entre la realidad oblicua y la ortogonalidad
que Palladio dibuja para la Basílica en sus cuatro libri es
significativa. Impugnar una realidad imperfecta es un deber para alguien que
cree en un mundo capaz de alcanzar orden por medio de la arquitectura.
En el año 2002, Francesco Venezia supo hacerse eco de ese
tema olvidado. Por medio de la inserción de una pieza regular, rectangular, en
el corazón del edificio, éste pasa a ser otra cosa. El edificio así multiplica
sus capas, como una cebolla, efectivamente, pero eso es circunstancial. El
pasado se altera al crecer ahora sobre un centro ordenado y de nuevo oblicuo.
Entonces el proyecto de Palladio es otro y adquiere nuevo sentido.
El croquis de Francesco Venezia es un torbellino de líneas
que se retuercen en ese centro de la Basílica. Como si con la fuerza de su
trazo fuesen capaces de compensarlo todo. Siendo esa la auténtica voluntad de
Palladio, solo era cuestión de esperar los ojos capaces de verlo.
La exposición de Venezia apenas duró unos meses, arrasada por otra más
de tantas. Poco importa. Fue tiempo suficiente para hacer del proyecto de
Palladio, para siempre, algo en equilibrio.
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