19 de agosto de 2019

LA ARQUITECTURA DEL TURISMO


Los vuelos son baratos, y Grecia ni te digo. Las guías turísticas y los portales de internet hacen obligatorio asomarse a la acrópolis por la simple razón de sus muchas estrellas a pie de foto. Y ahí tenemos a la muchedumbre, igual que hace no mucho contemplábamos una cola parecida en la cima del Everest: una versión más dramática que el arcano desfile de las Panateneas. 
La gran arquitectura atrae al turismo y si además el foco procede de algo que tiene más de dos mil quinientos años, mejor que mejor. Sin embargo la relación de una informe masa de personas con un monumento, brutal en su forma e historia, exquisito en su concepción, nos enfrenta a un conflicto que se pone sobre la mesa sin paliativos. ¿Es posible que uno solo de los turistas sumergidos en la multitud sea capaz de salir de esa condición grupal para percatarse de la implacable belleza del lugar en el que se encuentra? ¿Es capaz el Partenón o el Erecteion de golpear con su lógica interna a uno solo de los cerebros que van a fotografiarse ante ellos bajo el abrasador sol griego? 
La respuesta se intuye. Pero no deja de ser necesario que sea formulada para cualquiera interesado en las posibilidades que la arquitectura tiene de alterar la vida de las personas. Igual que en Venecia o ante la Gioconda, la ecuación entre masa y velocidad destruye la posibilidad de percibir la belleza. La experiencia del turismo no altera el ser del que viaja.
La masa solo espera encontrar las puestas de sol que ve en Instagram. Los lugares bajo el filtro de “Juno”, “Ludwig”, “Sierra” o “Perpetua” corren el riesgo de parecerse unos a otros hasta igualarse. Y cuando todo sea ya igual a todo, no habrá turismo para descubrir la realidad. Porque dondequiera que vayamos, entonces, descubriremos lo que ya conocíamos y que podía ser visto desde la pantalla retroiluminada de nuestros dispositivos móviles. 
Por eso creo que el final de esta pesadilla acabará cuando no importe ver esas piedras y pase a importar solo la manera de disfrutarlas. De la acrópolis, y de tantas grandes cosas, la clave está en cuanto éstas son capaces de comprometer nuestra mirada. Cuanto nos comprometen. Si tras la peregrinación no cambian profundamente algo de nosotros, mejor no ir. 

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Mejor no ir! Claro, pero ellos, tus vecinos, tus cuñados, tus compañeros de trabajo, todo el mundo va, y va para contarlo, como decía aquél lema turístico. Y el pobre arquitecto, que quizá no tiene tanto dinero, tanto tiempo, tantos amigos o tantas ganas, es examinado una y otra vez sobre el Ayuntamiento de Brujas, la biblioteca de Celso o la catedral de Estrasburgo, como si todos en la profesión fueramos Sir Bannister Fletcher, Lampérez o Antonio Ponz. Y no hablamos de Asia siquiera. Arquitectura del turismo? Si, y arquitectura de cuñado. Y perdón por la vulgaridad.

Santiago de Molina dijo...

Mejor no ir! Aunque vayan los vecinos.

Anónimo dijo...

Vayamos o vallamos?. No querras vallarnos a todos los guiris?, que ya parecemos vacas,manadas de turistas pisando a pikionis, imaginate con vallas. Jeje. Un saludo, buen artículo.

Santiago de Molina dijo...

Gracias y perdón!

Lclavel dijo...

Yo me vi en una de esas, cuatro cruceros en el Pireo = 10.000 personas en la Acrópolis
El turista acabó con el viajero

Santiago de Molina dijo...

Mi más sentido pésame!

Amiga dijo...

El mejor sitio para ser infiel a tu marido es ir a Grecia. El piensa: buah, mi mujer se va a ver monumentos y calles muy antiguas. Y se queda tan tranquilo. Mientras, tú que llevas meses hablando con un tuitero, te escapas con él.

Santiago de Molina dijo...

Donde muy probablemente se encuentre con una vecina...

Insua dijo...

A mi, como arquitecto, me importa el impacto de ese modelo turístico sobre el Planeta. En un contexto de lucha contra el cambio climático, el turismo deberia considerarse una actividad supérflua y extraordinariamente lesiva, y prohibirse. O eso, o cobrar taxas por emisiones a las companhias, dejar de subvención atlas, poner cotas de acceso en función de la capacidad de carga del monumento, en términos de emocion y percepcion.

Carles Sánchez dijo...

¿No os parece curioso que todos nos veamos siempre como viajeros y nunca como turistas?

Santiago de Molina dijo...

Insua y Carles,
Gracias a ambos por vuestra lectura. Las tasas al turismo y el hecho de que turistas son los otros nos deja a todos en un apuro.
¿Debe restringirse el turismo? O ¿deberíamos viajar de otro modo?