Hubo un tiempo en que la escucha era un arma de guerra. Antes de la invención del radar, el único modo de anticipar la cercanía enemiga era amplificando susurros apagados y amenazantes. Se llegaron a construir enormes orejas de hormigón que atrapaban el bramido de bombarderos enemigos. Luego, más tarde, muchas de esas orejas quedaron como ruinas e imágenes de antiguas guerras.
Hoy, que la primacía de la escucha ha sido acaparada por cotillas, músicos y espías, las imágenes de esos aparatos capaces de atender a lo despreciable y amplificarlo, son aun un símbolo vivo.
Parte de su pronta caducidad como instrumental guerrero se debía a que el sonido apuntando al horizonte traía consigo los ruidos perturbadores del viento, el oleaje y sus tormentas; ruidos amados por otras disciplinas. Esas ruinas y sus imágenes han quedado como amplificadores del paisaje. Su escucha imponía una calma en la que el ruido del propio oyente debía ser mitigado, un estado semejante a la contemplación y la atención despierta y receptiva. Una imagen que resume perfectamente la primera operación del arquitecto ante el lugar.
4 comentarios:
Recuerdo haber oido hablar de las estructuras de hormigón gigantes llamadas "Sound Mirrors" (en Inglaterra) desde el marco de la música experimental claro, pero nunca supe que demonios eran... :D
Además se dice que el fundamento de toda intimidad, y por tanto lo determinante de todo espacio propiamente humano es poder escucharnos dentro de el... incluso en campo abierto alguien podría escuchar el horizonte, y por tanto a la humanidad? jaja
Genial entrada!
saludos
Muchas gracias, Pablo. "Escuchar el horizonte" se convierte en una necesidad humana.
Saludos!
Un post excepcional, enhorabuena.
Gracias y saludos!
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